Camila

El concierto comenzaba una hora después, pero era lejos. Estamos en Miami Beach y eso era en Pembrook Pines, a poco más de veinte millas, unos 40 minutos. 

“¿Quedamos a las siete?”.

“Con nosotros va una amiga que prácticamente acaba de llegar de Cuba. Es Camila Lobón”.

Es muy raro, todo es muy raro. Ir a un concierto de Pablo Milanés en Miami, o casi, ahí mismo. El teatro era como todos los teatros del mundo y a todos se nos pareció de repente al Mella, o al Nacional. A mí, que nunca había visto a Pablo en directo en mi vida, me recordó al Marx; a Camila también. Yo no entendía mucho de ciertos sentimientos y ella tampoco.

En Cuba le pusieron Karl Marx a un teatro para que los cubanos tuvieran que pronunciar ese nombre, para incrustarlo en la memoria.

Puede ser que los recuerdos no funcionan con el ritmo de los tiempos o que simplemente no pudieron quitarnos las memorias, pero sentí que Pablo cantaba a una Cuba que solo existe en los anhelos de quien la quiere libre. Pablo cantaba en futuro; Camila lloró, y ya no dejó de hacerlo en ninguna canción.

Quiero conservar ciertas emociones de la noche, pero sé que, con el tiempo, lo más probable es que olvide las canciones que Pablo cantó; incluso a la gente que encontré, o a quien no quise ver. Pero esa noche aprendí mucho.

Conversas con Camila y ya más nunca podrás decir Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo: sientes que son Luisma y Maykel, que los has visto hace dos días y quisieras haber estado en San Isidro, o en las puertas del Ministerio de Cultura el 27 de noviembre. A través de ella les hablas de tú, los conoces y vuelves a las canciones.

A Camila la calmaban con El Guije y la canción preferida de Luisma es Pequeña serenata diurna; aunque Silvio Rodríguez no merezca dos seres humanos tan grandes como ellos. 

Es cierto que Pablo no dijo nada. Tampoco hizo falta.

No hace falta que Pablo diga nada, también porque ya lo dijo, porque renunció a la épica de cartón de un régimen asesino, un sistema que expulsa y destierra, que abusa y desprecia a cualquiera que sueñe con un país mejor. 

Lo que él no dijo lo gritamos muchos. En la misma semana a Leonardo Fernández Otaño le pusieron una Virgen de la Caridad del Cobre descabezada y bañada en miel en la puerta de su casa; a Yunior García Aguilera, un pollo muerto y mucha sangre; a Abel Lescay le cortaron sus comunicaciones; la policía política citó a cientos de cubanas y cubanos para amenazarlos; y se sabe que reprimirán un poco más cada día.

Dos horas bastaron para que no existieran los de aquí o los de allá. En el teatro vi a algunos que defienden abiertamente el totalitarismo, junto a otros que sufrieron mucho. Ni los unos ofendieron a los otros, ni aquellos despreciaron a los unos.  

Alguien entonces gritó “¡Patria y Vida!”, y desde algún sitio lo mandaron a callar. Miro a Camila y decimos a la vez:“¿Por qué no? ¡Patria y Vida!”. Y me dice: “Es la primera vez en mi vida que digo Patria, así”.

La dictadura ha querido construir un universo simbólico que suprima la capacidad de pensar del ciudadano y en su torpeza anula los referentes, así logra que Patria deje de ser una casa de todos para convertirse en una bolsa en la que arrojamos la insatisfacción.

El concierto se acabó y nosotros seguimos. Camila no dejó de llorar; “yo soy una artista, una artista”, repetía; “yo no soy política, no soy líder, no soy nadie”. Y te sientes muy pequeño.

Si tú no eres nadie, Camila, ¿qué pinga soy yo?


© Imagen de portada: Camila Lobón / Facebook.




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Dijeron que no

Jorge de Armas

Dijeron que no a la democracia, al derecho de pensar diferente, a la posibilidad de ser ciudadanos, a que la dignidad plena del hombre sea el culto soñado por Martí.