Hay globos que nunca explotan. El totalitarismo sociológico que intentó hacernos creer que Cuba tenía los mejores médicos del mundo, los mejores maestros del mundo, los mejores deportistas, los mejores ingenieros, los mejores mejores de todos los mejores, conduce también a espacios de exclusión entre nosotros.
El objetivo de esa sublimación de lo cubano, una indecente forma de distinguirnos por lo incorrecto, es dividir. La nueva estructura de gobierno, la república que Cuba necesita está siendo saboteada por el colaboracionismo.
En el plano del debate de ideas, reformistas y continuistas cumplen como soldaditos de plastilina la misión que el régimen les ha dado: fomentar la división en el pensamiento y desviar el espacio de opinión hacía elementos laterales del conflicto.
Los reformistas fomentan un debate sobre las estructuras y órganos institucionales, pero no sobre la propia dictadura. Es común leer acerca de un Estado socialista de derecho, economía socialista, moneda, ordenamiento, bloqueo, improductividad, y muy poco sobre derechos, cambios políticos o propuestas para una nueva república.
La intelectualidad colaboracionista —inútil como motor de cambio, y a la Historia los remito—, se acoge a la fórmula de la crítica postiza: lo que se dice no incide, lo que se dice divide, lo que se dice no sirve.
La circulación de ideas en este ámbito contiene altas dosis de endogamia y bastardismo, con las evidentes consecuencias en los frutos: malformaciones, limitaciones y retraso.
Los ataques divisorios afectan, además, a la prensa. Los que más lo sufren son los medios que hacen breaking news, al ser acusados de poco profesionales. Sin embargo, son estos los que logran romper el blindaje informativo del régimen y nos traen la cotidianidad cubana en toda su crudeza: los derrumbes, la represión, el hambre, las colas, las protestas…
Esa realidad de la Cuba de hoy llega a través de la voluntad de reporteros que se juegan la libertad y su integridad física. Esos medios que muchos menosprecian tienen el mérito de haber fomentado el periodismo ciudadano y se han convertido en la voz de los más desfavorecidos, aquellos cuya realidad, excesivamente gris, siempre ha sido negada por la dictadura.
Pero donde la leche condensada se mezcló con la yuca es en el espacio de las redes sociales.
El universo virtual ha posibilitado la existencia de nuevas formas colaboracionistas, apoyadores críticos. Son soldados de las trincheras de Facebook, dúctiles, maleables, hábiles para convertirse en expertos de algo que ni siquiera existe.
Estos agentes de opinión construyen un espacio de falso ecumenismo, en el cual confluyen elementos de crítica social y de colaboracionismo. Parten de la misma superioridad moral que la izquierda siempre ha usado en su discurso, y venden la idea de que su espacio aparentemente plural, refleja la Cuba del futuro. Una Cuba amnésica en la que convivan en impunidad los que realizan los actos de repudio con los que reciben los golpes.
La barricada de Facebook esconde su raíz elitista en asociaciones de interés y burbujas solidarias. Las razones que esgrimen, ya sean de índole política, cultural o de corte y costura, son secundadas de forma acrítica por huestes de seguidores que alimentan y sacian al mismo tiempo la abstinencia de likes y el reconocimiento público.
Diálogo, entendimiento, convivencia, libertad, legalidad o derechos son conceptos que solo tienen sentido en democracia, fuera de ella son únicamente palabras.
También sufrimos el colaboracionismo vía YouTube (o directas en general). Aquí lo que importa es gritar, el asesinato de reputaciones, los ataques personales, la vulgaridad y la bajeza para intentar demostrar (ojo al dato) ¡quién es más revolucionario, quién es más fidelista o quién es más comunista!
Esto pasa en Miami y los exiliados somos el blanco de una estrategia con la que el régimen pretende establecer el modelo del exiliado tipo, o emigrado sinflictivo, es decir, un colaborador no crítico, ciudadano americano, luchador contra el embargo, y dispuesto al diálogo, siempre que sea con la tropa de GAESA y Díaz-Canel.
El elogio mutuo o la guataconería son comunes en los ámbitos descritos. Parecen muchos pero en realidad son el mismo CDR intercambiando roles. Cuando uno habla los demás aplauden, después rotan, como en las colas, esperando las migajas de los likes o las dádivas de la dictadura.
Hace daño a la causa de Cuba este tipo de emigración sinflictiva. Para la dictadura son wipes, kleenex, algo de usar y tirar. Las buenas intenciones no son suficientes, de ellas está plagado, dicen, el camino a los sesentaydosmilmilenios.
© Imagen de portada: Belinda Fewings.
El Estado caníbal
Cuba padece de un canibalismo alimentado por el régimen que chantajea al emigrado usando a los opositores como escarmiento y ejemplo. En Anamely nos vemos amenazados y advertidos todos: nuestro derecho a regresar ha sido secuestrado.