Mientras Lenin jugaba ajedrez con Tristan Tzara, en medio de un bostezo, comprendió que la libertad es el gran peligro al que se enfrenta un líder comunista.
Inmediatamente escribió en una servilleta: “es cierto que la libertad es algo precioso, tan precioso que debe ser racionada cuidadosamente”, la metió en un sobre y se la envió a Trotski. Se cuenta que Ramón Mercader, cuando hundió el piolet en la cabeza del comunista ruso, tuvo tiempo para robar la reliquia que al final terminó en manos de Stalin.
El capitalismo que describía Marx busca la libertad absoluta y en ese camino la igualdad se resiente. El socialismo dice que su objetivo es la igualdad y para ello sacrifica todas las libertades; solo reparte pobreza. Un buen comunista sabe que en la libertad reside el fracaso de su sistema.
Cuando Stalin recibió la servilleta manchada de sangre con la reflexión de Lenin, sonrió. Abrió una gaveta a la izquierda de su mesa y hojeó el manuscrito de El maestro y Margarita que nunca publicaría. En la primera página escribió: “las ideas son más poderosas que las armas. Nosotros no dejamos que nuestros enemigos tengan armas, ¿por qué dejaríamos que tuvieran ideas?”.
El comunista teme la libertad y todo cuanto conduzca a ella.
En Cuba, cada nueva ley es un paso más en el cerco a las libertades fundamentales. El reciente Decreto-Ley 35 de 2021no solo limita la libertad de expresión de los cubanos en redes sociales y cuanto ámbito cibernético exista; blinda, además, de forma monárquica, a los dirigentes de ese despropósito que llaman Revolución.
El comunista teme la palabra y, por tanto, la regula.
El Decreto-Ley 35 es parte de la agonía de un sistema podrido que se siente solo.
El comunista, “abanderado de las causas justas”, es presa de la inseguridad de quien se sabe moribundo. Los líderes se van quedando solos, atrapados en sus propias mentiras y seguros de que por repetir una y otra vez las viejas consignas podrán ir arañando segundos a su pueblo.
En Cuba los hospitales colapsan. Día sí y día también médicos cubanos rompen su silencio ante la imposibilidad de cumplir con su juramento hipocrático. La propaganda del régimen se desmorona y la falta de oxígeno se siente en las calles. Es difícil respirar en un país donde no se puede decir que es difícil respirar.
Quien limita la cantidad de vuelos que pueden aterrizar en Cuba desde Estados Unidos es el gobierno de Cuba.
Quien le dice que no a sus emigrados ante cada intento de ayuda humanitaria es el gobierno de Cuba.
Quien se niega a comprender que por encima de la crisis política está la vida de los cubanos es el gobierno de Miguel Díaz-Canel.
La inseguridad de la dictadura se convierte en represión.
Quien está ahogando y matando al pueblo cubano es el sistema de partido único y la obcecación de sus líderes.
La capacidad negociadora del régimen está bajo mínimos. Quienes están hoy en las cárceles no se prestan a canjes ni a representaciones televisivas afirmando lo que no son. Además, ¿por qué o por quién serían canjeados?
Las injusticias, las torturas y el aislamiento han topado con seres humanos complejos y firmes en los que priman ideales concretos. Las demandas de Hamlet Lavastida, Luis Manuel Otero Alcántara o Maykel Osorbo son exigencias básicas: libertad de expresión, posibilidades de crear en la Isla que te vio nacer y respeto a los derechos humanos.
Ha sido la censura y el bofetón lo que ha radicalizado a una buena parte de los protagonistas de San Isidro y del 27 de noviembre. Todos ellos tienen como elemento común que su manera de exigir derechos es ejerciéndolos. Ante esta nueva conducta social, el régimen se siente huérfano, no sabe cómo responder y ataca con más represión, con más censura, con más mordaza.
Tampoco el chantaje permanente de un éxodo masivo ha producido movimientos en la administración Biden. El aparato gubernamental cubano carece de prestigio y representatividad internacional. La capacidad de liderazgo de Díaz-Canel está constantemente en entredicho. Aún se recuerdan los gritos de “mentiroso” que lo obligaron a irse corriendo de Regla cuando, en febrero de 2019, un tornado afectara zonas de la capital cubana.
Los sucesos del 11 de julio obedecen a una crisis interna y no a un conflicto internacional, de ahí que los instrumentos de canje político que Cuba posee a través de sus aliados estratégicos, como Rusia y China, en este caso no pueden ser utilizados como elementos de presión hacia el gobierno de Joe Biden.
El Decreto-Ley 35 es una respuesta precipitada al estallido social del pasado 11 de julio. El régimen cubano sabe que las trusted internet connections (TIC), junto a las redes sociales, se han convertido en una herramienta poderosa al servicio de los reclamos sociales. La norma jurídica forma parte de la escalada represiva que vive la Isla y pone en evidencia el verdadero rostro de un sistema ciego de poder que no oculta su raíz dictatorial.
Con las redes sociales el poder de convocatoria aumentó y son utilizadas tanto por quienes anhelan la libertad como por aquellos que buscan limitarla. De las primaveras árabes a la presidencia de Donald Trump, la viralización de mensajes regula políticas y crea tendencias. El comunista lo sabe y su solución es monopolizar el uso de estas.
El Decreto-Ley 35 es de dudosa aplicación. Las TIC y las redes sociales como instrumentos de ejercicio de la libertad individual tienen a su favor que pueden ser utilizadas desde el anonimato y poseen herramientas para garantizar la privacidad de sus integrantes. Otros sistemas de comunicación como WhatsApp o Telegram necesariamente implican el consentimiento mutuo de quienes lo utilizan.
El cubano seguirá exigiendo libertad, acorralando a un sistema que le impide manifestarse como ciudadano. Cada nueva ley es respondida con memes y burlas, y Díaz-Canel sabrá que cuando le dicen “sin casa” realmente le están diciendo “singao”. La libertad se ejerce por encima de decretos y bravuconadas.
Los que hablan de “batalla de ideas” dan palos y disparan por la espalda.
Los comunistas se saben derrotados y en su caída harán el mayor daño posible. La presión de los CDR, de la Seguridad del Estado, de la PNR, de los colaboradores y de los chivatones, presentes desde hace sesenta años en el esquema represivo de la Isla, no han podido callar a cubanas y cubanos. Tampoco lo hará el Decreto-Ley 35.
#SOSCuba es más que una etiqueta
Cuba está enferma. La afecta un mal sistémico que ha demostrado su incapacidad para generar ilusión y las fórmulas que la dictadura enarbola son tan obsoletas como sus promesas.