Lorca

Hace unos días, buena parte del mundo se acordó del asesinato de Federico García Lorca. 

A un año de distancia (18 de agosto de 1936) del 90 aniversario del crimen, uno se pregunta si un poeta como él es un hombre con tumba precisa. Si acaso, ¿con tumba imprecisa? Una fosa común. Pequeñas fosas comunes en el camino que va de Víznar a Alfacar. 

Se cuenta, creo, que hay montañas de información acerca de ese asunto. Aun así, ¿aparecerá el sitio exacto donde lo enterraron, aparecerán sus huesos, o aparecieron ya? Quién sabe. 

¿Hubo localización de sus restos, fue exhumado algo de lo que quedaba (o todo) de ese cuerpo? Dicen que se llevaron algunos huesos a otra parte. ¿A Madrid quizás? O que alguien los tiene. También se ha dicho que la familia dice y no dice. 

Ahora bien, ¿conviene localizar esos restos y enterrarlos en un sitio conocido? Al parecer, NO. A mucha gente no le conviene. Uno puede suponer eso. 

A los políticos (posiblemente a NINGUNO) no les conviene, en especial a esos hijos espirituales (de antes y de hoy, en España y fuera de España) de Millán-Astray, el militar-lleno-de-odio que habría disparado contra Miguel de Unamuno, en la Universidad de Salamanca, si hubiera podido hacerlo.

Pero el oportunismo y las oportunidades existen y funcionan en ámbitos llenos de emoción, de discursos y de promesas. 

Lorca es un asunto demasiado grande como para volverlo preciso, nítido, aunque sea con la parca y diminuta nitidez de unos huesos y una tumba. Mucha gente necesita a Lorca en lo impreciso y lo nebuloso. 

Lo fusilaron, sí. Pero antes de eso, ¿fue torturado? No se sabe. No hay seguridad sobre eso. Pero fue interrogado severamente (con crueldad) para arrancarle algunas confesiones. 

Un escritor cubano ya muerto, viajero por la España del sur, lector de Lorca y buscador de su raíz en Shakespeare y en la hondura inmarcesible de lo español (recuerden la afinidad de los Sonetos del amor oscuro con los sonetos de Shakespeare), afirmaba que sí, que lo habían torturado, que le habían hecho horrores a causa de su homosexualidad. 

Lastimaron su cuerpo en vida y tras su muerte. No quiero repetir aquí, por pudor, lo que me dijo que se decía en los años 50 sobre el martirio de Lorca. 

Pero una cosa sí es cierta, lo mismo antes que hoy: en tiempos de barbarie moral y física, un poeta como Lorca siempre sería objeto de recelo, persecución y crimen, porque la barbarie entronizada sólo se interesa en la Poesía (venga de donde venga, lo mismo del arte que de las palabras) si puede usarla como diadema, adorno, corona… o aliada. 

A la barbarie le fascina contar con grandes poetas conformes, con pensadores aquiescentes, con cineastas obsequiosos, con pintores mudos. Y si no puede contar con ellos, los persigue. O los ignora. Y si no logra allegarlos a su bando, los vigila. Y si es un poeta demasiado libre, demasiado criticón y explícitamente opuesto a lo que el Poder regulariza, lo encarcela. 

¿Por qué no puede haber una tumba así, sin sosiego, donde los restos de Lorca estén? Porque saberla allí, en algún lugar, por muy recoleto y humilde que sea, por muy estrecho e inaccesible, significa saber que habría una defensa incondicional de la libertad, una entrada por donde pasaría la libertad irrestricta de las personas, un emblema fortísimo de la libertad para la creación, para el sueño, el movimiento, la escritura, la cultura toda, el sexo, el amor. 

Lorca es un ovillo con demasiado hilo. Y esas libertades, todas poderosísimas, por supuesto que se enfrentan a la condición del rebaño. 

Mientras perviva el rebaño, la basura y el deshonor de los políticos y los gobiernos flotará invisibilizada por la impunidad y la sordidez de los espejismos. 






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