Victor Frankenstein y David Cronenberg se saludan en una morgue cubana

0. ¿Cómo es entrar y aposentarse en una anomalía de la mente, que se origina en una anomalía de la Historia? La pregunta roza el ridículo porque lo propio de la Historia es que esté llena de anomalías y más cuando, por ejemplo, un método de análisis socioeconómico procura convertirse en ideología y esta, por último, en los cimientos de una Utopía tan delirante como nociva.



1. Parodiando a José Lezama Lima, tal vez con un trocito de suerte (amarga suerte), uno diría asmáticamente: “basura insular, jardines imposibles”. Ignoro si en la calle Trocadero, cerca de la casa más famosa de la literatura cubana, habrá alguna mitológica acumulación de desperdicios (visitados, imaginemos eso, por los gatos de Julio Cortázar). Cortázar leyó Paradiso y se deslumbró. Y le dijo a Lezama que algún día él y su novela tendrían su Maurice Blanchot. Pero eso no llegó a ocurrir, que yo sepa. Noche insular: jardines invisibles es el célebre poema lezamiano del equívoco patriótico, del equívoco manipulable. Porque Lezama no dice que nacer aquí (en la isla) es una fiesta innombrable. Simplemente dice que nacer (el acto maravilloso y mágico de nacer) es aquí una fiesta innombrable. Y claro que no es lo mismo.



2. Pensando en esas cosas de pronto se cruza en mi camino, como gato cortazariano, el video de una mujer que, presa del trastorno, filma el paso ya encostrado de cierta cantidad de sangre (sangre humana, quiero decir) por la calle, más la aparición tremebunda de dos pequeños charcos. La mujer dice que el hedor de la sangre es monstruoso y apunta, con la cámara de su teléfono, hacia el patio del hospital de donde viene la sangre. Se ven varios depósitos de basura. Si no entendí mal, creo que es un hospital materno. Gineco-obstétrico. Y, en medio de la atroz oleada de los virus, uno empieza a imaginar cosas.



3. En ese punto puedo visualizar los gatos gordos de Gaza, que son ya celebridades. El visitante se pregunta por qué están tan gordos. El guía contesta: “Comida fácil, hay muchos cadáveres entre los escombros”.



4. En ese mismo escenario de las inmediaciones del hospital, la alternativa luminosa (u oscura, pero al menos no aliada de lo mortífero) es la de las parejas que visitan a sus médicos, en tiempos más tranquilos, y se regocijan optimistas en la periodicidad del examen a que se someten las embarazadas de más de seis meses. Por lo que me cuenta alguien, hay posiciones y exámenes ginecológicos (igual que en el porno clínico) que se constituyen en invitaciones muy morbosas. Ella, en la camilla, se somete al escrutinio físico. El médico y el marido de ella están de acuerdo en ir un poco más allá, y ella lo sabe y disfruta de los tanteos. La vulva se halla entreabierta y ya mojada de forma natural (empapada, como si dijéramos) y, entre el médico y el marido masturban discretos a la mujer que, deseosa, observa cómo las erecciones van manifestándose. La puerta del cubículo donde la consulta se lleva a cabo está bien cerrada. El marido se sienta a mirar. Tras una invitación, el médico palpa, con su glande, el clítoris crecido de la embarazada que gime. El marido se manosea, sonriente y perezoso. Corramos aquí un velo de pudor. La libertad individual es algo muy bonito. Y semejante alternativa (la hermosa y chorreada vulva de la embarazada feliz) es mejor, sin duda, que la de la sangre corrupta, la enfermedad y los vestigios humanos.



5. Pero el video que he visto es como el umbral de una película de David Cronenberg, donde lo orgánico se trasciende en busca de una dimensión cognitiva (digámoslo así) y entonces el horror nunca llega ni a los gritos ni al asesinato. Formaría parte de la Gran Basura Insular, ese espacio/tiempo post-utópico en el que nunca faltan quienes registran, hurgan, abren bolsas, limpian trozos de muebles, desvisten colchones averiados para recaudar muelles antiguos y encuentran zapatos deportivos cuyo único defecto es el de exhibir algunos agujeros. (Entre paréntesis: la Gran Basura Insular, espacio/tiempo post-utópico, revela una incompetencia crónica y una necesidad perentoria de ocultar el desastre con el renuevo —inútil— de los discursos.) ¿De dónde proviene la sangre? Como dice no sé quién, la sangre existe para ser vertida. ¿Partes humanas con sangre? El video no indaga en eso ni lo sugiere, sino que se detiene a observar el extraño recorrido de la sangre por debajo del contén, a lo largo de la calle frente al edificio multifamiliar en el que vive la mujer y donde la peste atraviesa las puertas sin avisar. La mujer se escandaliza y enseña su desconcierto.  



6. Guillermo del Toro, cineasta mexicano obsesionado por los mecanismos raros y las criaturas en formol, acaba de estrenar su Frankenstein. La película, rabiosamente romántica, da en el clavo con la presentación de una criatura que es similar a un cyborg esbelto, de paradójica elegancia. Mia Goth, en su papel de Elizabeth, extrae del monstruo un lirismo que es su parte humana incomprendida (e incomprensible). Todo eso se exterioriza por medio de una pulsión erótica sostenida en la inminencia de la Muerte. El proceso de construcción de la criatura deviene un matadero. El doctor Victor Frankenstein trabaja con pedazos de cadáveres esparcidos por doquier, con órganos diversos y con cantidades ingentes de sangre. Un rompecabezas de residuos destinado al diseño y la composición de una persona que carga con dos tragedias: ser hipersensible y no poder morir.



7. Hay morgues de la Isla que están saturadas de cadáveres. Y los ataúdes son cada vez más escasos y endebles. David Cronenberg aparece, examina el panorama, asiente, y saluda con una leve inclinación al doctor Frankenstein, que recién llega. Ambos coinciden en un largo pasillo donde, tapados con sábanas, los cuerpos se acumulan. 



8. Recuerdo que, en el entierro de mi padre, cuando cargábamos el féretro para meterlo en el nicho familiar cedido por el hijo de un amigo de mi abuela asturiana, alguien murmuró: “apuren el paso que esto se raja”. Y era verdad. Madera de pino muy delgada y de mala calidad. Aun así, disfrutábamos del frágil invierno de 1999. ¡1999! Y un cuarto de siglo después, los cementerios se desbordan. Igual que la desventura y el fracaso. 



9. Si Dios fuera una persona, cabría pensar que es un psicópata o un monstruo insensible. Pero como hablar así implica blasfemar, prefiero creer que no existe.