“Me acabo de despertar de un sueño con Adam Driver. Soñé que rodábamos una peliculita. En los tiempos libres veíamos cualquier cosa en la TV con el crew y él me agarraba la mano. Ahora echo de menos a un man al que ni siquiera conozco. A ver cómo trabajamos ese desapego…”.
Releo el texto de mi último story. Trato de entender de dónde viene ese sueño. Qué lo causa. Obviamente, Adam. El primer ser humano en traer algo de morbo a Star Wars.
Pienso en la escena de la conversación telepática con Rey. Ese Kylo Ren sin camisa. Todo sudado. Todo nerd. Ufff…
En realidad, bastante más que “algo de morbo”. Mucho morbo. Morbo por un tubo. Pero Adam es solo la excusa. El caramelito. La puntica namá de un iceberg en un mar demasiado denso.
Me zambullo. Nado en picada. Braceo como puedo en aguas de gelatina con todas las ganas de alcanzar la base de la piedra de hielo.
Desciendo y pienso en mi historia con D. En lo que ha sido hasta ahora. En por qué acabó como acabó. Pienso en la historia con D, pero D no está en el centro. En la diana estoy yo, por primera vez en mucho tiempo, yo y nadie más.
Cuando empezamos a vernos, él sufría por una separación. Necesaria, pero dolorosa. Le había robado unas cuantas libras de peso. Una pértiga D, con sus dos metros de alto.
Yo entré con cero expectativas. Más bien por hacerle caso a Juls en eso de salirme de lo de siempre. Por probar.
Al principio, all good. Divertido más que nada, aunque me resistía un poco. No sabría decir hoy por qué, pero no me veía ahí.
En medio de todo, estuve saliendo con un muchacho del sur sur. Una historia llena de desencuentros que surgió en un pary al que fui con D.
—Tú te has ido a encontrar con un animalito salvaje —recuerdo que le dije a D después de besar al muchacho del sur sur.
Y así siguió todo, por poco más de un mes. En cada punto de la ciudad, un desencuentro. Peliculón con despiste en escalera de exposición incluido. El muchacho del sur sur subía, yo bajaba. Yo había perdido la voz por los días de pary nonstop. No pude gritar su nombre. No me vio.
El ratico que anduvimos juntos el muchacho del sur sur y yo fue lindo. But guess what: se terminó por un desencuentro. Él quería canda’o cerra’o. Yo cerra’o ya no entiendo vivir. Irónicamente, en ese tiempo, el cuerpo no me pedía tocar otro cuerpo de muchacho, ni de nada.
A mi regreso, las circunstancias de D eran otras. Había vuelto con su muchacha y aunque me aseguraba que no había jerarquías, la vida, su vida compartida, me fue diciendo lo contrario.
Para cuando vi todo el esquema, ese modelo del que he sido pieza tantas veces por estos días, había empezado a sentir cositas por D. Ya nos había hecho un selfi en el que salía su tatuaje de barquito de papel en el antebrazo y mi ancla en el tobillo. Ya tenía cierto brilli brilli recorriéndome las venas. No sé si el momento de los fuegos de San Isidro tuvo que ver.
Intuyo que sí, que fue eso. Tiene que haber sido.
Voy a mitad del iceberg. El frío y la densidad del agua hacen de cada brazada un dolor. Me aterra y me obsesiona a la vez descubrir qué hay en el fondo.
Hablo con D. Después de un porro tengo el valor suficiente para abrir las compuertas. Que salga el incendio que arde en mi cabeza. Quemo todo. Digo todo. El ruido de mi fuego llenando el salón de D.
De súbito, se apaga. Silencio.
—No quieres ser un plan B abierto, entiendo.
—Sí que entiendes, D. Lo entendiste todo.
Faltan escasos metros para llegar al final del iceberg. Uuuuuna… ddddoooosss… tttreeeesss brazadas y listo. Llego para ver que al final del todo estoy yo, diminuta, sosteniendo el iceberg. Manteniéndolo a flote.
No. No quiero volver a pasar por eso. Ya fue.
Y es que a mí es solo cuestión de mostrarme la mano para la caricia y ya el emoji ojitos de corazón se me pega en la cara. Me asfixia.
Es muy jodido ponerte esa careta antes de tiempo. Los corazoncitos en los ojos no te dejan ver bien. Todo se percibe en esa forma como de cookie cutter. Es muy de pinga el apego.
Pero esta vez algo ha cambiado. Antes hubiera tardado bastante más en ver lo que estaba delante de mis ojos. O más bien en reaccionar. En salir corriendo hasta terminar agotada, pero viva. Entera.
Subo como un corcho a la superficie. El jell-o se ha derretido, se ha entibiado y ha derretido, también, al iceberg. El resultado de la mezcla es un sirope. Dulce y ligero.
Floto en el sirope. Las piernas abiertas. Mi cuerpo, una estrella. Cierro los ojos.
Me duermo quizá, pero no sueño. Ya no.
Solo floto.
© Imagen de portada: Adam Driver.
Papel cartucho
En mi historia personal, el hecho de ser “color cartucho” ha supuesto un gran privilegio. Al mismo tiempo es una fukin maldición. Entrar en esa bolsa me ha ubicado en una posición de indefinición. Una suerte de inopia racial.