Los Lima, Jacksonville, finales del XIX

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La Cuba de finales del siglo XIX era un mundo de mujeres recluidas. Fieles a las costumbres de la provincia española, las jóvenes cubanas no tenían muchas oportunidades de compartir con los hombres. Veían la calle encerradas dentro de las volantas y si visitaban algún café o lugar público lo hacían siempre acompañadas por sus familias.

La simple camaradería o convivencia entre los distintos sexos era inimaginable: las muchachas estaban confinadas en sus casas y no tenían otro contacto con los varones de su edad que las raras salidas o cuando asistían a algún baile, y en esas ocasiones cada una iba acompañada de por lo menos dos o tres familiares, incluido algún “hombre que la representara”.

En una de esas fiestas, donde las más famosas orquestas de la época tocaban su repertorio de valses, habaneras o los primeros danzones, se conocieron Celia Rosado Aybar y Andrés Severiano Lima Padilla, abuelos maternos de Lezama. Antes deben de haber noviado, como tantos otros jóvenes de la época, desde ventanas abiertas a la calle pero siempre enrejadas.

“Era costumbre —recuerda Carpentier— que las muchachas apoyaran por las tardes los brazos en unos cojines de terciopelo y, muy pintadas, muy arregladas, esperaran al problemático pretendiente que empezaba a pasearle la cuadra. El pretendiente empezaba a pasear la cuadra durante días y días, hasta que un día se atrevía a deslizarle una carta y entonces la muchacha se guardaba la carta, una carta muy respetuosa y que muy a menudo se copiaba de un libro que vendían que se llamaba El secretario de los amantes, y entonces según la cara que pusiera la muchacha al día siguiente, se sabía si era aceptado el paseo de la cuadra o no, como preparación para un acercamiento mayor, que sería probablemente en un baile” [1].

Un ritual de cortejo muy parecido describe Stephen Crane como corresponsal en La Habana, en 1898:

En los estratos superiores de la sociedad, los hombres y las mujeres jóvenes tienen oportunidades convencionales para conocerse y darse a conocer, pero esa no es la situación de la mayoría. En este último caso, un joven casi invariablemente se enamora de un rostro entrevisto a través de una persiana. Él mismo no sabría decir si la dama es sorda y tonta. En cuanto a ella y su disposición, podría, por lo que él sabe, estar acostumbrada a arrastrar a su madre arriba y abajo de las escaleras por el pelo y golpear a su padre a diario con los utensilios de cocina. Incluso podría tener una pierna de madera oculta con éxito tras su pose de descanso. Aunque, de todos modos, nuestro protagonista convertirá ese remolino en un romance, del que sólo los dioses sabrán su fin.

Lo primero que hay que hacer es atraer la atención de la dama. Esto se logra, por lo general, mediante un proceso de patrullaje heroico de un lado a otro frente a su casa. Ella se sienta en la ventana y observa la escena. Si ella lo mira, él sonríe, con apariencia tonta y de adoración, actuando como un asno.

Esta etapa puede ser larga o corta, eso depende del hombre y la doncella.

Pero tarde o temprano llega un momento en que él se acerca con timidez a la ventana y una carta atraviesa las rejas, y la chica la oculta a toda prisa con toda probabilidad, aunque es de suponer que se la lleve de inmediato a su madre [2].

Estas reglas, que se complicaban con prescripciones adicionales para los bailes (en ellos las muchachas llevaban un carnet donde anotaban cada pieza, y debían cuidar de no bailar más de dos en una noche con el mismo joven para evitar habladurías), conducían con el tiempo a “la entrada”, el derecho a visitar la casa de la novia bajo una vigilancia severísima, hasta que se efectuaba la declaración de intenciones y la petición de mano. Entonces se iniciaba formalmente el noviazgo, también bajo vigilancia, que podía extenderse por varios años:

El joven que es aceptado comienza el verdadero cortejo. Se establece una especie de horario, y el joven llega puntual. Aparece todas las noches, digamos a las 8 en punto y hasta las 10 en punto. La luna, los vapores transatlánticos y un buen valet son nada comparados con la puntualidad de este joven. El horario no cambia los domingos, ni con las enfermedades, ni por razón alguna, salvo un accidente mortal.

No importa tanto la puntualidad ininterrumpida, sino la duración del asedio. Se prolonga durante mucho tiempo. Es común que este tipo de cosas duren hasta ocho años. Cinco años, o tal vez tres años, es lo habitual.

Lo que el joven hace es entrar en un salón, sentarse en una silla cerca de la joven y hablar con una voz tenue y oprimida, la mitad a la joven y la otra mitad a su implacable madre, que mantiene su posición con un coraje nacido de la noble causa. […] ¡Imaginen este estado de cosas durante ocho años, o incluso tres años! Tiene toda la ardiente emoción de ser cajero en una zapatería.

Fue por esa época que se puso de moda el término carabina para aludir a las ayas o familiares que escoltaban a las muchachas solteras cuando salían o se encontraban con sus pretendientes. Por supuesto, los jóvenes intentaban burlar la guardia.

Entre sus poemas costumbristas, Federico Rosado tiene uno, “La carabina de Ambrosio”, donde describe el caso de una tal Doña Blasa que “Se alaba de que sus hijas / No se la dan con sus novios / Porque en amor es un lince/ Con ojos de microscopio”.

Pero resulta que sus hijas, de fingida virtud, en realidad la engañan, “Y mil lances amorosos / Tienen en cada semana / Con Pedro, Diego o Antonio, / Y la pobre Doña Blasa / Hace de continuo el oso / Y en sus barbas se le ríe, / Más de un mosalvete [sic] loco / Que le teme cual temiera / La carabina de Ambrosio”.

Hay dos versiones sobre cómo se encontraron Andrés Lima y Celia Rosado. La primera asegura que los padres de ambas familias ya se conocían y planearon el noviazgo. La segunda afirma que Andrés conoció a Celia en Matanzas, durante una fiesta en la que ella no pudo resistirse a los encantos de su porte y uniforme militar.

La incipiente pasión no fue vista con buenos ojos por Mercedes Padilla, a quien su nuera le parecía demasiado mestiza. Ese será el origen de muchas desavenencias posteriores entre ambas familias: la certeza de que su hijo se había casado con “una mora”, eufemismo de la época para aludir a alguien no completamente blanco, de sangre mezclada o mozárabe.

Ciertos rasgos físicos han propiciado la discusión sobre una supuesta “mulatez” de Lezama Lima, tema que Lorenzo García Vega y Carlos M. Luis mencionan en varias ocasiones, como parte del tapujo origenista. En efecto, hay un mestizaje oculto o disimulado en la familia de Lezama por vía de esta abuela materna. Al menos, se sabe que el asunto fue motivo de conflicto.

Andrés desoyó los reparos de su madre, y la boda, celebrada el 29 de marzo de 1883 en la catedral de Matanzas, resultó lujosa para ese entonces. Cuba había pasado por una guerra prolongada y la situación económica era incierta. A pesar de ello, el recién casado supo hacer carrera de comerciante y en 1885 la nueva familia ya está asentada en La Habana, con varias propiedades y negocios.

Ese mismo año, Andrés intenta legalizar ante las autoridades españolas sus estudios de segunda enseñanza cursados en un colegio privado, solicitud que le fue denegada [3]. Poco después, sin embargo, es nombrado Caballero de la Orden de Carlos III, una distinción frecuente entre los funcionarios de la Colonia.

En el capítulo III de Paradiso, un Andrés Olaya huérfano de padre y sin demasiados recursos se va a vivir a la finca matancera del matrimonio entre Juana Blagalló y el millonario Elpidio Michelena, para quien hace diligencias mercantiles. Recomendado por un primo de Cienfuegos “que mostraba una progresiva riqueza”, Andrés acabará beneficiándose del hecho de que sus benefactores no hayan podido tener hijos. En la casona de los Michelena hay un cocinero y un criado chino que ningunean al joven a la hora del reparto de comida porque lo consideran un advenedizo [4].

Tal vez esos hayan sido también los comienzos de la carrera de Andrés Lima, pero para la fecha de su casamiento, con 25 años, ya se ha convertido en un buen partido y maneja sus propios negocios. Tan rápida fortuna puede tener que ver con la concesión recibida en 1882, por parte de la Dirección General de Hacienda, del “cobro por el impuesto de consumo de ganado de las jurisdicciones de Santa Clara, Sancti Spíritus, Trinidad, Cienfuegos y Remedios con la mejora para el Tesoro de más de 4.400 pesos de la máxima cantidad que estaba produciendo por administración y por remate, y de la que presupuesta la administración económica” [5].


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El primer hijo del matrimonio entre Celia y Andrés, Andresito, nació poco después de la boda. En 1884, Andrés viajó a España. En 1886 tuvieron a Carmen, y en 1888 a Rosa, la madre de Lezama.

Entre esos dos nacimientos, en julio de 1887, Lima y su esposa viajaron a Europa, vía Nueva York. Dos meses después, un periódico norteamericano informa de que “un grupo de cubanos adinerados, ocupando dos coches cama Pullman, pasó ayer por la ciudad [Palatka] camino a La Habana. Regresaban de una gira europea y también habían visitado Saratoga y otros lugares de este país. Entre ellos estaban el señor Fernando Heydrick [Klein], propietario de las obras del viaducto en Matanzas, con su familia; el Dr. Domingo F[ernández] de Cubas, uno de los principales profesores de medicina de La Habana y delegado al Congreso Médico, junto a su familia; el Lic. Evaristo Yduate, Interventor del Ferrocarril de Cienfuegos y Santa Clara; el señor Manuel Alvaro, jefe del cuerpo de ingenieros de La Habana con su hija; la Srta. Manuela Saladrigas, hermana del célebre orador y líder popular, D. Carlos Saladrigas, y el Sr. Andrés Lima y su señora, de la elite de La Habana” [6].

Ese tránsito quizás no habría sido noticia de no haberlos acompañado William J. Curry, el primer millonario que tuvo la Florida. El grupo iba camino a Tampa, donde tomaron un vapor de regreso hacia la capital cubana.

Lo de “élite” no es una exageración del periodista. Vemos aquí a Lima en medio de varios empresarios muy notables [7], la mayoría matanceros, y cercanos al ambiente del Partido Liberal autonomista; algunos patriotas pero también gente de negocios, preocupados por las consecuencias de una nueva guerra.

Es leyenda familiar que Andrés Lima tenía gran facilidad de palabra y fue el portavoz de Cuba en el extranjero para varios asuntos legales y/o políticos. Quizás este periplo por Europa haya sido una de esas misiones políticas, o un simple viaje de placer con otros grandes empresarios.

Su facilidad verbal lo condujo al periodismo, y en 1889 Andrés estuvo entre los fundadores del periódico La Discusión, junto a varios famosos periodistas de la época como Enrique Fontanills, Aniceto Valdivia y Francisco Hermida. El periódico, dirigido por Luis Santos Villa, retomaba el nombre y el espíritu de la publicación que, con el mismo nombre, había dirigido el escritor Adolfo Márquez Sterling hasta su muerte [8].

Años después, en 1891-1892, Andrés Lima reaparece en Cienfuegos, prestando fianzas a unos empresarios locales y como vocal de la Junta auxiliar liquidadora de atrasos, en la Dirección General de Hacienda. Su nombre figura también entre los vocales de la directiva del Círculo Habanero.

Por esa misma época entabla pleitos contra unos asturianos, Segundo García Tuñón y Ramón Fernández Valdés, sus socios de la refinería de azúcar de Cárdenas, convertida en sociedad anónima circa 1886. Su reclamo era que no se había respetado el quorum de socios necesario para decidir un aumento del capital y otros manejos que, por lo visto, le perjudicaban.

Los litigios no le salieron bien (los asturianos eran gente influyente), sus derechos fueron desoídos, y en enero de 1893 todos los periódicos importantes de La Habana y algunos españoles informaban de que una Real Orden había desestimado sus recursos contra las presuntas infracciones cometidas por la junta general de la Refinería [9].

Aquella sonada derrota legal debe haber frustrado profundamente a Andrés Lima, empujándolo a emigrar. En 1894 ya está instalado en Jacksonville, en una amplia casa de Main Street, junto con toda su familia, incluidos madre, suegra y hermanos.

Les molesta el clima invernal y, sobre todo, experimentan el choque con la mentalidad norteamericana, conflicto presentado en Paradiso como una oposición entre catolicismo y protestantismo. Recordemos que, en la novela, la vecina Florita (esposa de origen cubano del organista Frederick Squabs) sorprende a la niña Rialta robando unas nueces (una parodia del hurto de las peras en las Confesiones de San Agustín) y da las quejas a doña Augusta, que le riposta con varias parrafadas teológicas sobre las sutilezas de la moral católica.

Parejas discusiones llevaban a cabo don Andrés y Mr. Squabs. El primero, incluso, empieza a leer a los místicos alemanes para contrarrestar “la sombría teología del organista”. Otro personaje, el anciano Don Belarmino, también cubano y exiliado, suele terciar en las conversaciones calificando de “tonterías tenebrosas” los propósitos de Mr. Squabs. Para calmarlos, don Andrés da pruebas de su cortesía y fineza brindando al protestante un té con bizcochos y a Belarmino una copita de oporto.

Esta fineza es precisamente la clave que usa Lezama para separar a sus ancestros maternos del mundo protestante donde vivirán seis o siete años. La frialdad y el automatismo anglosajón están personificados en Mr. Squabs, que había descendido desde Carolina del Norte a Jacksonville obligado por una afección de la laringe, creyendo que el frío perjudicaba sus dotes artísticas y el clima cálido las favorecía. Creencia que no compartían los habitantes de Jacksonville, obligados a soportar cada semana su tremenda desafinación. El narrador también nos dice que el organista se había deslizado hacia un puritanismo cerrado, que le proporcionaba “voluptuosidades cariciosas”, con cierto deje de masoquismo.

Para Lezama, el rigor protestante incuba un mundo de falsas apariencias. La esposa de Squabs tiende a idealizar a su cónyuge y lo considera un gran artista. Éste, cuando llega al templo (que debe corresponder con la Catedral de St. John, de culto episcopal) actúa como si estuviera en un teatro. Los domingos se pasea entre los creyentes vestido de negro y saluda con ceremonia a cada uno según su rango, dándose importancia. A veces hay fiestas en casa del organista, pero en ellas imperan los tonos gélidos y las parejas de bailarines se asemejan a “moldes de yeso”, “a árboles escarchados”; tanto invitados como anfitriones fingen estar alegres cuando en realidad se aburren soberanamente.

Contrastan estos ritos severos con el ambiente festivo de los emigrados cubanos, que en Jacksonville solían acudir a los caballitos y organizaban numerosas fiestas y bailes. En Paradiso, una de estas celebraciones al aire libre incluye una tómbola para recaudar fondos para la guerra, lo que añade emoción patriótica al convite. Los participantes demuestran su cultura y buen gusto cuando el joven Andresito ejecuta una passacaglia bachiana; se le aplaude “con respetuosa gravedad”.

Se trata, por supuesto, de una reconstrucción novelesca, pero su base son las anécdotas familiares que de esos años le contaron Celia Rosado y su hija Rosa Lima a Lezama. La familia solía burlarse de los vecinos americanos a sus espaldas: usaban sus muletillas en inglés para el choteo privado y, en general, marcaban su distancia del mundo anglosajón, que les parecía hipócrita y efectista. A sus apariencias oponían una compenetración más espontánea entre padres e hijos, como si el señorío y la fineza cubanas fueran dones de sangre [10].



¿Por qué se fueron los Lima a Jacksonville? Parece que, junto con la frustración económica de Andrés, típica de muchos criollos de esa época con importantes negocios en la isla, la familia corría algún riesgo político. A favor de esta sospecha, tenemos un anuncio publicado varias veces durante marzo de 1895 en el Diario de la Marina, donde la Comandancia Militar avisa de que busca “a la morena Aurora Fariñas, criada que fue de don Andrés Lima, vecino de la calle de Ánimas 89, así como a la persona que sepa el domicilio de la expresada morena, con el fin de que preste declaración”.

Además de la relación un poco humillante de Andrés con el empresario Michelena, en Paradiso también se menciona como causa del exilio los peligrosos afanes conspiratorios de su madre: “Andrés Olaya se enriquecía al tiempo que aumentaba con robusta sencillez su prole. Pero el separatismo virulento de la vieja Mela, el recuerdo de la pobreza en la adolescencia, el maltrato y ciertas formas innatas del señorío que lo llevaban a no subordinarse, lo hicieron trasladarse como emigrado a Jacksonville” [11].

En esa ciudad, por cierto, los Lima coincidirán a finales de 1895 y principios de 1896 con el primo hermano de la abuela paterna de Lezama, el coronel del Ejército Libertador Fernando Méndez Miranda, que había sido enviado por Antonio Maceo a Estados Unidos en busca de armas y pertrechos para la nueva guerra contra España.

Durante ese mismo periodo, y hasta su muerte en 1895, José Martí recorría los clubes de emigrados cubanos de la Florida, integrados en su mayoría por tabaqueros, buscando ayuda para la insurrección. Lezama presumía de que su abuelo había formado parte de esos clubes y ayudado económicamente a distintas expediciones [12]. Aseguraba, además, que Andrés Lima había sido amigo de Martí y colaborador del periódico Patria, cosa comprobable en el libro de Joaquín Llaverías Los periódicos de Martí [13].

Para 1894, la Florida se había convertido en sede de numerosas empresas de fabricación de puros que daban trabajo a miles de inmigrantes cubanos. Junto con Tampa y Cayo Hueso, Jacksonville era un importante centro de emigrados criollos con una potente industria tabacalera gracias a su condición de término de seis ferrocarriles y un canal de río bastante profundo, que se consideraba puerta de entrada a la Florida, las Bahamas y Cuba.

La fábrica más grande de Jacksonville, El Modelo Cigar Manufacturing Company, pertenecía a la familia Hidalgo-Gato, famosa por sus simpatías separatistas. El patriarca Eduardo Hidalgo-Gato, por ejemplo, donó grandes cantidades de dinero a la insurrección y por ello un Martí agradecido lo llama “hermano” en alguna carta [14].

Otro gran empresario del ramo era el matancero José Alejandro Huau, cuya hermana estaba casada con uno de los Hidalgo-Gato, y que había llegado a Jacksonville para trabajar en el Ferrocarril Central de Florida a principios de la década de 1870. Antes había estado preso en el Castillo del Morro por sus simpatías separatistas, hasta que las autoridades españolas lo deportaron a Estados Unidos. Pasó por Maryland y Nueva Jersey, y al final decidió instalarse en Jacksonville, donde empezó a operar un pequeño aserradero y una fábrica de tabaco en sociedad con Henry M. Fritot. Después de comprarle la fábrica a Fritot, Huau le cambió el nombre a C.M. de Huau and Company, usando las iniciales de su esposa, Catalina Miralles, y seleccionando el nombre “El Esmero” para su marca de puros. La fábrica, una de las quince que por entonces había en la ciudad, ocupaba un edificio de tres pisos en West Bay Street. Con ventas anuales que llegaban a los $200.000, empleaba a 150 trabajadores, en su mayoría cubanos [15].

En 1892, Huau, amigo y admirador de Martí, fundó con varios amigos el Club Político Cubano de Jacksonville. Dos años después, los conspiradores se reunían regularmente y en secreto en la parte trasera de su casa para recaudar dinero y planear expediciones a la isla.

Líderes cívicos y empresariales de Jacksonville se fueron sumando a esas reuniones: hombres como William Adolphus Bisbee, ex tesorero de la ciudad, magnate inmobiliario y propietario del barco de vapor Dauntless, o como los hermanos Montcalm y Napoleón Bonaparte Broward, futuro gobernador de Florida y propietario del vapor Three Friends. Todos ellos, que entendían las razones de la lucha contra España, armaron barcos para contrabandear armas y municiones a Cuba.

El escritor y periodista Stephen Crane fue uno de esos norteamericanos que, además de simpatizar con la causa cubana, participaron en las expediciones armadas, a veces por solidaridad y otras por el simple placer de la aventura. Entre diciembre de 1896 y enero de 1897, Crane estuvo en Jacksonville escondido de los espías al servicio de los españoles y esperando para embarcar en el vapor Commodore, cuyo naufragio a finales de diciembre se ocupará de contar en primera persona en varios reportajes y un célebre relato: The Open Boat.

“Entre 1895 y 1898 —resume Paul Auster en su exhaustiva biografía de Crane— setenta y un barcos filibusteros zarparon de Florida hacia Cuba, más de la mitad interceptados por la Marina estadounidense o española. Aunque las políticas de ambos países eran idénticas, la de Norteamérica surgía de una obligación jurídica (hacer cumplir las leyes relativas a la neutralidad), mientras que las de España era cuestión de poder (sofocar la rebelión)” [16].

Por la época en que los Lima residieron en Jacksonville, la Florida era un constante hervidero de insurrectos y espías. Martí viajaba incansablemente entre Nueva York y los centros de tabaqueros emigrados, dando discursos enfebrecidos y haciendo incontables gestiones clandestinas que habrían de conducir a la “guerra necesaria”.

A propósito, Lezama contaba la anécdota de un encuentro entre su abuelo y Martí, que pudo haber tenido lugar en Tampa o Cayo Hueso circa 1894, en medio de los preparativos para el alzamiento cubano, que tomará forma con el llamado Plan de la Fernandina.

Según este relato, Andrés Lima llegó una noche a un hotel regentado por dos señoras, pero no había habitaciones disponibles, por lo que le sugirieron compartir con otra persona, también cubano. El abuelo de Lezama dijo que no tenía objeción en compartir el cuarto con un compatriota. Entonces subió, se bañó, comió algo rápido y se metió en la cama.

Más tarde, de madrugada, sintió que se abría la puerta: sacó la cabeza de entre las sábanas y distinguió en medio de la oscuridad al otro huésped, un hombrecillo que sin hacer ruido encendió dos velas, agarró una pluma y se puso a escribir sobre una pequeña mesa; tan rápido escribía que no le daba tiempo a ordenar los numerosos papeles que iban cayendo al piso.

Al amanecer, el hombre andaba en cuatro patas por todo el cuarto buscando las hojas que habían caído debajo de la cama y ordenando lo escrito. Luego se lavó, se vistió y se marchó. Era Martí [17].

Una prueba más documentada del fervor patriótico de aquella familia fue el alistamiento del hermano de Andrés y tío abuelo de Lezama, el jovencísimo Carlos Lima, en una de las expediciones que trató de llegar a las costas cubanas para sumarse a la insurrección, que había estallado en febrero de 1895.

Esa expedición, finalmente frustrada, fue uno de los tantos episodios del “filibusterismo” separatista, y quedó documentada por el patriota Eduardo Rosell y Malpica, famoso por haber sido uno de los mejores amigos del poeta Julián del Casal [18]. Rosell había estudiado Derecho en la Universidad de La Habana, se doctoró en Leyes en Madrid e hizo luego, por petición familiar, estudios de Ingeniería Química en Nueva Orleans, preparándose como heredero de negocios de azúcar.

Se le menciona entre los primeros dandis independentistas de la acera del Café El Louvre, centro de reunión de la juventud criolla que simpatizaba con la insurrección, aunque luego su familia lo manda al extranjero, desde donde escribe varias cartas a Casal e incluso le envía un pequeño Buda, que el poeta atesoraba.

Criado en la opulencia, era codueño de un gran ingenio en Jovellanos, el Dolores, y estaba acostumbrado a la vida del sibarita. Como tantos otros cubanos de su época, lo abandonó todo para tomar parte en la guerra contra España.

El prologuista y editor de sus magníficos Diarios, Benigno Souza, lo incluye en “aquella generosa y dorada juventud del 95, volteriana y frondista (¡dejarían de ser cubanos!), devota de francachelas y duelos, pero que llevó su espíritu de sacrificio en pos del fugitivo fantasma de la Independencia, de la libertad de Cuba, hasta los más remotos confines del heroísmo”.

En agosto de 1895, Rosell y Malpica llegó a Nueva York, se presentó ante el general insurrecto Francisco Carrillo y solicitó un lugar en alguna de las expediciones a Cuba que preparaba el Partido Revolucionario Cubano en el exilio. Por diversas causas, fracasó varias veces antes de conseguir su objetivo.

La primera expedición, en la que viajaba también el joven Carlos Lima, zarpó de Nueva York el 10 de octubre de 1895 en el vapor Delaware. El barco que debía recogerlos en altamar para desembarcarlos en Cuba nunca apareció. Ante esta situación, los cubanos atracaron en la isla de Inagua, en las Bahamas, el día 18, y gestionaron un permiso del gobernador para que 21 de los 23 expedicionarios bajaran a tierra y esperasen allí el regreso del Delaware, que los llevaría de vuelta a Estados Unidos. Mientras tanto, los dos líderes, Carrillo y Enrique Collazo seguirían en el barco hasta Haití, con la intención de regresar a recogerlos al cabo de diez días.

Sin embargo, después de continuar Carrillo el viaje, el día 19 el gobernador ordenó arrestar a los expedicionarios restantes. Fueron conducidos a un buque de guerra inglés, el Partridge, hasta Nassau, donde enfrentaron un largo juicio que comenzó en la segunda quincena de noviembre.

La travesía y estancia en Nassau están muy bien contadas en el diario de Rosell y Malpica, donde hay varias menciones a Carlos Lima. La primera es apenas una referencia de oídas: “jovencito al parecer muy simpático”. La segunda —que le habría gustado a Lezama— es una expresión escuchada al joven en los primeros días de la travesía: “Morir solo, como un chivo en el desierto, sin que nadie lo llore” [19].

Poco después, cuando ya el diarista va conociendo mejor a todos los tripulantes, apunta: “Lima es un niño, si no por sus ideas, por sus cosas; se las da o quiere dárselas de académico con sus peroraciones y discursos. Los años lo irán domando” [20].

Esta opinión, escrita por alguien de apenas 25 años, nos lleva a preguntarnos por la edad del joven Lima, que no debía llegar a los 20. En una foto de grupo que se incluye en la edición posterior del Diario es el único imberbe, con gafas y sombrero.

Durante el viaje y la posterior espera por el juicio en Nassau, Lima y Rosell, que eran hijos de buenas familias, acabaron haciéndose amigos. Pero mientras que el dandy habanero admira la belleza voluptuosa de las negras locales, el jovencito matancero deplora unos labios femeninos que le parecen “bembas de zuncho de bicicleta” [21].

En diciembre del 95, aún a la espera de los resultados del juicio, Lima cae enfermo, con fiebres. Aunque al final no será algo grave, Rosell se queja de que sus amigos más cercanos no se hayan mostrado dispuestos a cuidarlo por miedo al contagio.        

A finales de enero de 1896, tras la sentencia a favor de los expedicionarios y ya de vuelta en Nueva York, Rosell y Malpica nos informa que Lima no irá en la próxima expedición: su madre, que “según le escribieron estaba muy afectada y enferma por la muerte reciente de otro de sus hijos”, ha ido hasta Nueva York para llevarlo de regreso a Jacksonville. “Han apelado a los grandes sentimientos para hacerlo desistir, al menos por ahora”, escribe el diarista. “Y lo siento porque es muy buen muchacho, valiente, serio y reservado; no dudo sería un magnífico soldado” [22].

Después del fracaso del Delaware y otras gestiones frustradas, Rosell y Malpica podrá al fin sumarse a la expedición de Calixto García y desembarcar en la costa norte de Baracoa, el 25 de marzo de 1896. Aunque encaja en la imagen de aquellos a los que el cónsul español en Tampa y Cayo Hueso, Pedro Solís, llamaba despectivamente “señoritos habaneros”, resultó ser un soldado valiente. Morirá en combate casi un año después, el 3 de febrero de 1897, con grados de Teniente Coronel del ejército insurrecto. Sus diarios fueron rescatados por un oficial español, que decidió entregarlos a la familia de su adversario en el campo de batalla. Está enterrado, como era su deseo, junto a su amigo Casal en el panteón familiar.



Si fuera cierto que, como pregona Tolstoi en su archicitado comienzo de Anna Karénina, todas las familias felices se parecen y sólo la desdicha es capaz de otorgar un sello de originalidad a las tramas humanas, entonces la historia de los Lima merecería figurar entre nuestras más singulares sagas.

En Jacksonville, el centro de aquella familia de emigrados era el primogénito, bautizado como Andrés Enrique Federico Lima y Rosado, que pronto demostró sorprendentes aptitudes musicales, casi de niño prodigio. Su abuela Mercedes le había regalado un violín, y el niño pasaba horas practicando en su habitación, aunque espiado por sus hermanas pequeñas, que a veces lo veían fumar y corrían a denunciarlo con sus padres.

Pero Andresito era el consentido de todos, no sólo por su talento sino también por su carácter hipersensible y un poco tímido. En Paradiso, Lezama contrapone sus dones de virtuoso a Mr. Squabs, falso artista envanecido. Se describe también cómo el niño empieza a entrar en el mundo de los adultos: ya usa la ropa de su padre y, conversando con éste, hace gala de sorprendentes intuiciones musicales, como cuando afirma que el gran mérito de Brahms consistía en el dominio de la cuerda, “donde se había separado radicalmente del tratamiento beethoveniano… y se extrañaba, repetimos, de que Brahms hubiese trabajado sobre motivos de Paganini”.

El temor de la familia es que el primogénito se “descubanice”, que olvide las costumbres de su tierra natal. Sobre esa condición cubanoamericana que empezaba a insinuarse en aquellos primeros emigrados tenemos un indicio real: Andresito Lima se hacía llamar “Andrew”. Parte de la educación familiar, entonces, pudieron ser esas jornadas patrióticas en las que tocaba el violín para un público de exiliados.

En la novela, es don Belarmino quien pide a la señora Augusta que Andresito participe en la tómbola “con algún numerito de violín”. Al tocar a Tchaikovski y a Paganini, dos reveladores del nomadismo y la libertad “del Oriente europeo”, revela una rara sensibilidad política pese a su corta edad, dice Lezama. Pero la desgracia (o la mala suerte) lo acecha: más tarde subirá a un ascensor cuyo barandal no estaba bien asegurado (era tarea de Carlitos, incumplida por culpa de Mr. Squabs, que le insiste para que vaya a montar las luces de su fiesta). Falla la plancha-barandal del ascensor y Andresito se estrella contra el suelo, rodeado de unas máscaras alusivas a la tragedia griega:

De pronto, la plancha mal clavada por Carlitos, tironeado por el organista, cedió y el coro prorrumpió en un grito salvaje, y después la fiesta se detuvo, y cuando la frágil figura con su smoking de ejecutante, quedó extendida en el suelo, y la sangre empezó, gota tras gota, a correrle por la boca, la antiestrofa que luchaba con los gritos del coro, impuso la maldición de su silencio. El coro volvió a levantarse muy lentamente:

—Es el hijo de don Andrés, es su hijo, ¿por qué tenía que ser el hijo de don Andrés? [23]

El relato novelesco evoca hechos ocurridos el 12 de abril de 1898, cuando el verdadero Andresito Lima tenía apenas 14 años. Tras la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana y la muerte de al menos 260 marinos norteamericanos el 15 de febrero de 1898, los residentes de Jacksonville redoblaron su apoyo a la causa independentista.

Del 11 al 13 de abril de 1898 organizaron una feria en el John Clark Building, con el objetivo de recaudar fondos para la guerra. La esposa del empresario tabacalero José Alejandro Huau, Catalina Miralles, junto a su hija Catalina y su sobrina Theresa Fritot, eran las encargadas de presidir la mesa principal del acto. Fue en esa feria que murió Andresito.

Si se revisa la prensa local de la época, encontramos una descripción del accidente muy similar a la de la novela:

FELL DOWN AN ELEVATOR

Accident to Andrew Lima at the Cuban Fair Last Evening

While Andrew Lima, a young Cuban, was enjoying himself at the Cuban fair, in the John Clark Building, last evening, he suddenly fell down the elevator shaft, going a distance of one story and then into the basement. He had been sitting on a board across the shaft, the board breaking in two.

The young man was picked up in an unconscious condition. Dr. Montalvo was called in to attend him, and it was some time before he regained consciousness. The patrol wagon was finally sent for, and the young man was taken to his home. He was badly bruised about the head, and otherwise injured, but it is hoped the injuries will not prove fatal.

The affair quite naturally created a great deal of excitement among the large number of ladies at the fair [24].

Otras notas precisan que la caída, desde una altura de 32 pies (unos diez metros), le ocasionó al joven una fractura de cráneo.

Una semana después los periódicos informan de la muerte de Andresito, ocurrida el 18 de abril, y del funeral, efectuado a las tres de la tarde del día siguiente, en ceremonia “oficiada por el reverendo V. W. Shields” —que debe haber sido, aventuro, el modelo para Mr. Squabs.

El entierro tuvo un aire marcial: el féretro fue cargado por varios soldados, entre salvas de la Florida Light Infantry y otros honores militares [25]. El duelo de la comunidad cubana en la ciudad estuvo acompañado de gritos patrióticos: la opinión pública culpaba a España por la voladura del Maine y muchos norteamericanos y cubanos coreaban juntos “Remember the Maine, to hell with Spain”.

La misma semana del entierro, los cubanos organizaron otra feria en el Armory Building, con el auspicio del mismo batallón de infantería, donde recaudaron $250 para los insurrectos.

Del trauma familiar que significó la muerte de su tío, habla Lezama en su medular ensayo “Confluencias”:

Ahí está Andresito, el niño prodigio, con su violín, muerto en un accidente en una tómbola para recaudar fondos para la independencia. Tocaba esa noche con el smoking que usaba frecuentemente su padre. Se cae del elevador y muere, y mi abuelo que muere poco después de tristeza. Y mi abuela que, cuando relataba este hecho, terminaba con una antiestrofa de alguna tragedia griega, ¿por qué tenía que ser mi hijo? De niño yo quería ser el violinista, el que llegase a expresarse a trueque de enfrentarse con el fatum. Se configuraba en mí constantemente aún a través de su muerte. Era el ausente, con lo mejor de la familia en la tenebrosa Moira, ocupaba todo el simpathos familiar y me gustaba oírles relatar a mi abuela y a mi madre cómo eran sus horas de estudio y la noche de su muerte.

Andresito Lima fue enterrado en el viejo cementerio de Jacksonville, según consta en el registro de decesos, y como le cuenta a Lezama un residente en esa ciudad, Armando J. Piedra. En una carta de 1972, este inesperado corresponsal le explica que trató de encontrar el lugar de la tumba con la ayuda de un celador del cementerio, pero que allí ya no hay marcas del sepulcro ni datos sobre una posible inhumación. Cuatro años después, le manda al escritor fotos del sitio y algunas preguntas sobre su vida y obra.

En lo que puede haber sido su última carta enviada al extranjero, en julio de 1976, Lezama le agradece por los detalles y las fotografías: “Esa emoción, esos recuerdos me traen una fina melancolía, pues desde los años de mi niñez aquel hecho quedó grabado en mí para siempre. Pienso que tantos años después sea un cubano como Ud. el que haya vuelto sobre su recuerdo, es para mí muy emocionante y patético. Para él, en su inmensa soledad, debe de darle alegría que Ud. vuelva sobre su vida tan breve, destruida por la fatalidad”. [26]

Por culpa de los relatos familiares sobre la muerte de Andresito, a Lezama le quedó, de por vida, un tremendo terror a los elevadores.





Este texto forma parte de una biografía inédita de José Lezama Lima, escrita por Ernesto Hernández Busto.




[1] Alejo Carpentier, “Sobre La Habana (1912-1930)”. El amor a la ciudad. Alfaguara, Madrid, 1996. p. 151.

[2] Stephen Crane. War Dispatches No. 57: “How They Court in Cuba”. The University of Virginia Edition of The Works of Stephen Crane, Volume IX. pp. 203-205. (Traducción del autor.)

[3] Véase Diario de la Marina, La Habana, 12 de febrero de 1885.

[4] José Juan Arrom ha descifrado, además, las alusiones sexuales de este pasaje de Paradiso: Michelena tiene varias queridas (aludidas con la imagen de manatíes-sirenas, que Lezama saca de las crónicas de Indias), y el criado chino sabe de sus infidelidades. Véase su ensayo “Lo tradicional cubano en el mundo novelístico de José Lezama Lima”, en Revista Iberoamericana, XLI (92-93). Pittsburgh, Pennsylvania, jul-dic, 1975. pp. 472-475.

[5] Véase La Correspondencia de España: diario universal de noticias. Año XXXIII, Nº 8770, 27 de marzo de 1882.

[6] The Weekly Floridian, 15 de septiembre de 1887.

[7] Fernández de Cubas, Domingo Tomás. La Gomera (Santa Cruz de Tenerife), 3.VIII.1833-La Habana (Cuba), 11.VI.1906. Cursó sus primeros estudios en Tenerife. Trasladado a Cuba, en la Real y Literaria Universidad de La Habana obtuvo los títulos de bachiller (1862), licenciado (1863) y doctor en Medicina y Cirugía (1872). Realizó viaje de estudios a los establecimientos de beneficencia y maternidad de Nueva York (1893- 1894). Su larga carrera docente la inició en la Real y Literaria Universidad habanera como ayudante del disector anatómico (1858) y la continuó como catedrático supernumerario de Ejercicios de Disección y Osteología (1870), de Patología Médica (1873) y de Patología General (1878), catedrático numerario de entrada de Patología General y Anatomía e Histología Patológicas (1880), de Ascenso (1885) y de Término (1891-1900). Ocupó numerosos e importantes cargos: médico del Hospital Militar San Ambrosio de La Habana; médico del 2º Batallón de Voluntarios de Artillería; director del Hospital San Felipe y Santiago, y de las casas de salud La Integridad Nacional y Garcini; vocal de la Junta de Sanidad (1867) y de la Comisión Central de Estadísticas (1878), así como miembro de la Junta General de Beneficencia. Fue, además, miembro de número de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, y fundador de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba (1877) y de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana (1879). Mereció varias distinciones y condecoraciones militares, pero su valiente defensa de los estudiantes de Medicina, fusilados en La Habana el 27 de noviembre de 1871, le ganó ser detenido por las autoridades coloniales.

Fernando Heydrich Klein (Barmen, Alemania, 26 de enero de 1827-Matanzas, 1 de abril de 1903) fue un escultor, emprendedor e ingeniero alemán que emigró de joven a Cuba, donde hizo importantes obras de ingeniería e intervino en política. Casado con María-Candelaria Martínez y Valdés, era también pintor de acuarelas e hizo varias esculturas. En 1870, Heydrich Klein y su socio G. Faura y Cabanillas recibieron la concesión del Acueducto de Matanzas a través de la compañía “Heydrich & Cia” y su usufructo hasta 1912. Declarado monumento nacional, sigue abasteciendo de agua a Matanzas hasta hoy. Heydrich también fue uno de los primeros productores de henequén en la isla. Durante la Guerra de Diez Años, convenció nada menos que a Bismark de la neutralidad de una misión de voluntarios y su beneficio para la población alemana en la isla. La integrarían él mismo y los comerciantes más influentes de Matanzas. Aunque se decían neutrales, su posición era favorable a España: trataban de proteger sus fábricas y propiedades. Heydrich murió en 1903 y está enterrado en la Necrópolis de San Carlos Borromeo.

[8] La Discusión gozó de gran popularidad e hizo un periodismo astuto a favor de la insurrección, sobre todo tras la muerte de Santos Villa en 1894, cuando pasó a dirigirlo Manuel Coronado Alvarado. Por esa razón, fue prohibido por las autoridades españolas en octubre de 1896. Reapareció con el advenimiento de la República.

[9] En septiembre, esa misma junta se reúne para prorrogar a sus directivos por doce años más, pero Lima y otros dos accionistas no están de acuerdo y así lo hacen constar ante notario.

[10] Para este análisis me he beneficiado de dos interesantes ensayos: César A. Salgado: “Finezas de Sor Juana y Lezama Lima”, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, Actual, n. 37, 1997, pp. 75-102; y Maximino Cacheiro Varela, “EE.UU. en Paradiso”, en Cinguidos por unha arela común: homenaxe ó profesor Xesús Alonso Montero, Volumen 2, Universidade de Santiago de Compostela, 1999, pp. 271-283.

[11] Paradiso, edic. crítica, p. 54. La edición crítica precisa que en el manuscrito la primera versión de la frase fue: “Pero el separatismo incontrastable de la Vieja Padilla, el recuerdo de la pobreza de la adolescencia, el maltrato recibido, lo llevaban a la emigración en Jacksonville”. También en el manuscrito Lezama escribe “Don Benjamín” por “Don Belarmino”.

[12] “Yo oía a mi abuela y a mi madre hablar incesantemente en el recuerdo familiar. Hablaban junto con los demás familiares, de los años de destierro en Jacksonville, evocaban las tómbolas para recolectar fondos para la Independencia, las noches buenas sombrías, alejados de su tierra, las visitas de Martí que era amigo de mi abuelo Andrés Lima, colaborador de Patria, el periódico fundado por nuestra gran figura” (p. 578, Paradiso). En entrevista con Ciro Bianchi, Lezama también se refiere a su madre como “una criolla que se había hecho en la emigración revolucionaria y que junto a sus tíos vio los relámpagos de Martí y tuvo por padre un colaborador de Patria, promovía que en su casa se hablara constantemente de lo cubano, de sus poetas, de la nostalgia, de aquellas sombrías Nochebuenas en Jacksonville. Tanto mis dos hermanas como yo fuimos educados por nuestra madre en esa tradición.” (Bianchi, 2013), En Interrogando a Lezama Lima, p. 13.

[13] Joaquín Llaverías: Los periódicos de Martí, Imprenta Pérez Sierra y Comp., La Habana, 1929. La referencia a Andrés Lima está en el índice de colaboradores, en la pág. 112. El único artículo de Andrés Lima en Patria, sobre el que volveremos, apareció publicado el 24 de agosto de 1898.

Otro ejemplo del fervor patriótico de Andrés Lima es un soneto que dedicó a Antonio Maceo, tras su muerte en el campo de batalla, en diciembre de 1896. Lezama recibió el manuscrito del poema por una prima de su madre, Ofelia Consuegra, y lo conservó con orgullo, a pesar de considerarlo “obra de un aficionado”. En marzo de 1966, le envió una copia a su hermana Eloísa, ya en el exilio. “Enséñenselo a sus hios y nietos pues la familia se apoya y se engrandece con esas notas que demuestran que el pasado fue cumplido con honor”. Cartas a Eloísa y otra correspondencia, edic. cit., p. 114. El poema, sin embargo, no ha podido ser encontrado.

[14] “Yo no llamo hermano a todos los hombres; déjeme llamarle hermano.” José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, t. 3, p. 345. La carta de Martí es la respuesta al “parón” que le da Gato a Martí por una misiva anterior, donde el Apóstol le dice a Gato que si no lo ayuda, él, Martí, tendrá que ir por las calles lamiendo el suelo como un perro… La carta original de Martí parece un intento de manipulación, y Gato le responde —en términos amables pero claros— que no le falte el respeto de esa manera, objeción lógica si se examina su biografía de self-made man por antonomasia.

[15] Véase el ensayo de Gustavo J. Godoy “José Alejandro Huau: A Cuban Patriot in Jacksonville Politics”, Florida Historical Quarterly: Vol. 54 : No. 2 , Article 7. https://stars.library.ucf.edu/fhq/vol54/iss2/7. Uno de los más interesantes testimonios sobre esa época y ambiente lo debemos al escritor afroamericano James Weldon Johnson, que en su Autobiography of an Ex-Colored Man detalla el ambiente de agitación política en Jacksonville circa 1897. Johnson estuvo empleado en una de las fábricas de Huau, donde los cubanos lo acogieron como uno de los suyos, y le enseñaron español y el oficio de destripador de tabaco. Con ellos iba al balneario de Pablo Beach y a pabellones de baile, donde había “mucha bebida y, en general, una o dos peleas para aumentar la emoción”. En esos bailes, organizados generalmente por los meseros de los grandes hoteles, los cubanos se mezclaban con los locales, negros y blancos, y hacían gala de su facilidad para el baile. Por esa época causaba furor el cakewalk, así llamado porque transcurría frente a un cake que era el premio a la mejor pareja, junto con otros regalos más sustanciosos como un reloj de oro, para quien recibiera el mayor número de votos de un jurado de blancos. Véase James Weldon Johnson: Autobiography of an Ex-Colored Man, cap. V. Edición online: https://library.um.edu.mo/ebooks/b28045877.pdf

[16] Paul Auster: La llama inmortal de Stephen Crane, Seix Barral, Barcelona, 2021, p. 593. El cálculo de Auster es conservador; según la historiadora Consuelo Stebbins, en ese mismo periodo consiguieron llegar a la isla unas 48 expediciones. Véase: City of Intrigue, Nest of Revolution: A Documentary History of Key West in the Nineteenth Century (The Florida History and Culture Series, 2007).

[17] La anécdota se la contó Lezama al por entonces joven trovador Silvio Rodríguez, durante una visita de éste, junto con los escritores Antonio Conte y Manuel Pereira, a casa de Lezama, circa 1970. El cantante da los detalles del relato en una entrevista publicada el 28 de enero de 1999 en el periódico cubano Juventud Rebelde.

[18] Sigo aquí las pistas indicadas por el propio Lezama: “Mi tío abuelo había sido muy amigo de Malpica y Rosell, aquel gran amigo y devoto de Julián del Casal. En el Diario de este último aparecen varias referencias a él.” En Interrogando a Lezama Lima, pág. 13.

[19] Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica (1895-1897), Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, 1949, p. 29. Rosell y Malpica, que había pasado una buena temporada en Europa, tenía la costumbre de anotar expresiones curiosas del habla cubana, escuchadas a sus compañeros de travesía. Así, “ya cantó el guariao”, para referirse a las “detonaciones en una escaramuza o combate”, o el sentido de la palabra “encasquillado”, con la que se aludía a “quien se acobarda o más bien desiste de ir a la guerra”.

[20] Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica (1895-1897), edic. cit., p. 33.

[21] Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica (1895-1897), edic. cit., p. 58.

[22] Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica (1895-1897), edic. cit., p. 150. No sabemos si la muerte de ese otro hijo de Mercedes Padilla, hermano de Andrés Lima, fue real o un simple pretexto para sacar al joven Carlos de su peligrosa aventura patriótica.

[23] Paradiso, edic. crítica, p. 60.

[24] “Andrew Lima injured by fall into shaft”, Florida Times Union, Jacksonville, 12 de abril de 1898. p. 5.

[25] “Death and Burials”, Florida Times Union, Jacksonville, 19 de abril de 1898, p. 5.

[26] JLL a Armando J. Piedra, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia (1939-1976), Verbum, Madrid, 1998, p. 420. Las dos cartas de Piedra, que estaba preparando una disertación sobre la revista Orígenes, están recogidas en El espacio gnóstico americano. Archivo de José Lezama Lima, (Iván González ed.), Universidad Politécnica de Valencia, 2001, pp. 181-185.





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Obituarios de José Lezama Lima

Ernesto Hernández Busto

Tras la muerte de José Lezama Lima, mientras “hacía limpieza” en la casa, encontró su pasaporte y unas planillas de la embajada norteamericana a medio llenar.






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