En Cuba hay un ejército con la cara cubierta por la careta de un dictador muerto. En Cuba, hoy, o ayer, o mañana, da igual, un policía le grita “¡Yo soy Fidel!” a un muchacho mientras lo muele a golpes y nada pasa. Pero todo pasa.
No quisiera escribir más sobre Cuba. Escribir sobre Cuba significa que no ha terminado la angustia. Que la cicatriz sigue ahí, supurando sangre y pus. Y es que Cuba es continuidaddel dolor, de la impotencia, del “ya no aguanto más”.
No quisiera mirar más hacia allí. Quisiera cerrar los ojos y no ver. Pero las imágenes me llegan, me buscan, nos buscan a todos, como diciendo “haz algo, repinga, deja de ser un zombi como todos los demás y haz algo”.
Hablo por WhatsApp con mi prima, lo único real que me queda en La Habana, y por primera vez no sé qué decirle. Las conversaciones con ella tienen vida corta por estos días. Hoy más.
El dolor de mis amígdalas hinchadas, blanquecinas, por la maldita infección que se ha adueñado de ellas desde hace tres días se multiplica por 11 millones. Hay un grito trabado ahí y no tengo dónde soltarlo.
Cierro el chat con mi prima. Vuelvo a mirar el video donde el policía le rompe la vida a patadas a ese muchacho de provincia. Da miedo. Da mucho miedo la impunidad de quien se sabe escudado por un ente inasible, inmaterial, con ínfulas de eternidad.
Rewind. Vuelvo al inicio del video.
Dos policías y un perro contra un muchacho que apenas opone resistencia. Corrección: dos policías, un perro y el espíritu del dictador muerto contra un solo muchacho mortal.
“Yo soy comunista, ¡qué pinga e’! Yo soy comunista, ¡qué pinga e’! Tú ere’ un berraco, tú ere’ un comepinga. No hables ni pinga de lo que no tienes que hablar. Yo soy comunista, fidelista, revolucionario… ¡Qué pinga e’!”
Y toma, piñazo por la cara.
La lava en mis venas haciendo que exploten todos los termómetros. No es fiebre. Esto es otra cosa. Esto no tiene nada que ver con mis amígdalas color roca caliza.
Los muchachos que graban la escena saben que lo del policía no está bien. “Eso no se hace”, dice uno de ellos. Quizá no saben ponerle el nombre que lleva. Quizá no podrían pararse y decir “esto es violencia policial, el mío”.
Pero sí saben bien que hay algo muy podrido en todo esto. Igual no pueden hacer nada más que documentar el horror, que narrar el horror detrás de la pantalla de su cell como si de un deporte ilegal se tratara. Y con ese gesto ya se juegan bastante.
“¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel, mira!” Y le explotan la cara contra el capó de la patrulla al muchacho del video.
¿Cuánta sangre más? ¿Cuánto más abuso en nombre de un madafaka que murió tranquilito en su cama con las manos manchadas de todo el sufrimiento de una isla?
Cuba necesita un exorcismo. El espíritu de un dictador muerto ha poseído a media población. Y la otra mitad teme. La otra mitad solo es testigo o víctima, o las dos cosas. Cuba es un caso de urgencia internacional.
Fotos de patios color pastel de Miami. Videitos de road-trips. Ventolera entrando por la ventanilla en el expressway. Boomerangs del gender reveal de no sé quién. A la gente le importa un cojón lo que pase en Cuba.
Lo sé. Yo igual he mirado para otro lado un día sí y otro también. Yo igual me he tomado la pastillita azul, y la rosa, y la fucsia… Olvidar. Anestesiar. Seguir poripallá que la vida es dura, pero allí, en la isla tomada por los zombis, la noche es muchísimo más oscura.
Allí la careta del dictador muerto se le ha pegado a la cara a una pila. Careta parásita viviendo del oxígeno ajeno. Asfixiando a medio país. Reduciendo a la oscuridad a la otra mitad.
Ellos al final van a tener razón. Va a ser verdad que no ha muerto. Va a ser verdad que aún vive en los corazones, en los hígados podridos de muchos. Va a ser verdad ese legado. El hombre nuevo moldeado en arcilla. Un puto gólem.
“¿Cómo se mata a un gólem? ¿A un ejército de gólems?” Escribo en el buscador de Google.
“Es recomendable usar la hoz mortífera como arma primaria. Es la mejor arma contra el gólem, ya que puedes golpear varias veces, a través de paredes, permitiéndote protegerte de las bolas de fuego y del daño de colisión del gólem”.
Una hoz mortífera… ah, the irony.
Pero, tristemente, Cuba no es un juego. Cuba no es el mundo abierto de Minecraft. Nada de eso, pariente. Cuba es canda’o cerra’o. En Cuba te ven con la hoz en la mano, o en el pensamiento, y te sacan una bazuka.
Con un gólem cubano hay que ser más astuto. Hay que estudiar. Hay que ir pa’trás. Al gólem comunista cubano hay que jugarle con el mito. El de verdura. Hay que hablarle en sus términos.
El gólem cubano viene de fábrica con un cartelito de “Patria o Muerte” en la frente. Un cuñito. Entonces, uno tiene que coger ese cuñito y borrarle la palabra patria. Que quede solo la muerte.
Ojalá todo fuera tan fácil como una leyenda. Ojalá la sangre, los golpes, las celdas no fueran reales. Ojalá el destierro no estuviera a la orden del día.
Estoy rabiosa, ansiosa. No quepo entre las cuatro paredes de mi cuartico. Siento que sigo sin hacer nada. Siento que sigo sin activarme. Mientras, el fantasma del dictador posee cuerpos nonstop.
Mientras, la vida en la Isla va siendo cada vez menos vida. Cada vez más algo parecido al silencio, a la inmovilidad del camposanto.
Aleksandr Dugin on Cuba
Aleksandr Dugin, an advocate of a new imperial Russiaand, for many, the intelligence behind Vladimir Putin’s foreign policy, shares his views on Cuba’s crucial role in “awakening a shared consciousness and identity in Latin America”.