¿Cuba alemana?

En Cuba, desde pequeños, nos cuentan que la Isla solía ser de España. Nos hablan de los mambises y de nuestras guerras por la independencia. Dentro del ideario colectivo, también nos hablan de lo malo que fue ser colonia de aquel país. 

Y no es para menos. Contábamos con los peores niveles de salud, educación y urbanización en el continente. Cuba simplemente era una fábrica de azúcar para los españoles, donde ciudades portuarias como La Habana y Santiago de Cuba eran las más favorecidas, pero sujetas a un monocomercio rústico. 

Por tanto, se creó un sentimiento generalizado de rechazo a la metrópoli entre los cubanos, reflejado, con el paso de los años, e incluso tras la independencia de la Isla, en frases como: “¡Si hubiésemos sido colonia de Inglaterra!” “¡Cualquier país menos España!” “¡Todo es culpa del atraso de los gallegos!”. 

Estas acotaciones se podían escuchar de boca de algunos de nuestros mayores; quienes, por lo general, se escudaban en el pasado del país durante el mandato británico y la ocupación de Estados Unidos. 

Para nadie es un secreto, y las estadísticas no mienten, que, en el transcurso de la ocupación inglesa de la parte occidental de la Isla, la economía y condiciones de vida mejoraron para el criollo de aquel entonces. 

Este también fue el caso al Cuba ser ocupada, tras el fin de la guerra hispano-cubano-norteamericana, por el gobierno estadounidense (1898-1902 y después en 1906-1909), con las campañas de sanidad, urbanización, educación y reorganización nacional; lo cual aportó una infraestructura inédita en la historia de Cuba, dejando de lado los años de pobreza y atraso del coloniaje español.

Lo peculiar, y que muchos cubanos desconocen, es que en 1870 casi nos volvemos parte del imperio alemán que Bismarck cocinaba en Europa. El primer ministro del reino de Prusia —en aquel entonces el Imperio alemán no se había proclamado—, Otto von Bismarck, tenía muy presente a Cuba en sus sueños. Para entender esto, se debe analizar de cerca la política del ministro alemán.

Su enfoque político consistía, de manera primordial, en perseguir los intereses individuales de su reino, a fin de lograr un empoderamiento dentro del ámbito mundial. Para lograrlo, Bismarck sofocó de manera dura las aspiraciones austro-húngaras en torno a los pequeños estados germanos. Luego, desbancó las pretensiones danesas al norte de lo que es hoy Alemania. 

Su apetito era insaciable. De tal modo, consagró así la primera parte de su plan: hacer de Prusia el Estado germano rector por excelencia; con lo cual provocaba las rivalidades con el Segundo Imperio Francés por la hegemonía continental. Sin embargo, les faltaba algo: Prusia no tenía colonias en el mundo.

En pleno apogeo del reparto mundial, los prusianos estaban demasiado atrasados con respecto a las principales potencias europeas; entre las que destacaban Reino Unido, Francia, Holanda, Portugal y España. Esta última nación, sin embargo, se encontraba en pleno retroceso. 

España, con una monarquía endeble y varias guerras independentistas en sus colonias, parecía el manjar perfecto para que Bismarck sacara provecho de la situación. No por gusto, el Ministro de Hierro se abalanzó a la utópica idea de convertir a los cubanos en alemanes, para lo cual ofreció al gobierno español comprarle el conflictivo archipiélago cubano, en ese entonces en medio de la Guerra de los Diez Años. 

De aceptar, los españoles saldrían favorecidos en varios aspectos. En primer lugar, recibirían una cuantiosa suma de dinero, con la cual podrían recuperarse de la crisis que atravesaban a causa de la guerra. En segundo, podrían poner su atención en empresas más rentables, como la salvaguarda de sus posesiones africanas y asiáticas. Y, en tercero, estabilizar su situación dentro del continente europeo, al forjar una alianza fuerte con la poderosa Prusia. Lamentablemente para el ministro teutón, los españoles se negaron.

Aunque no es de extrañar. Cuba, en aquel entonces, era el principal exportador de azúcar mundial. Algo que le generaba a la monarquía española grandes sumas de dinero, por lo que la corona no se dejó meter gato por liebre y denegó la petición. 

Esto provocó un efecto dominó en las aspiraciones de Bismarck, quien se propuso otra idea: la sucesión al mismísimo trono de España a manos del príncipe Leopoldo —idea que, inclusive, se había gestado desde el presidente del Consejo de Ministros español, el general Juan Prim.

Esta situación perseguía varios puntos, en la que Cuba, de nuevo, caía en la mesa de negociaciones. Al garantizar a Leopoldo como nuevo regente de España, se daría al traste con la sección de varias posesiones coloniales para Prusia, donde la Isla encabezaba la lista.

A todas estas, Francia, cansada de los constantes triunfos de Bismarck, veía en peligro su lugar preponderante dentro de Europa y tenía pesadillas con la unión prusiano-española, por lo que los franceses crearían un ambiente de tensiones que, a la postre, negarían la aprobación de Leopoldo como sucesor al trono de España. 

Esto, sin embargo, les saldría caro a los desventurados franceses, ya que el primer ministro de Prusia aprovechó la injerencia francesa en tales asuntos al utilizar el Telegrama de Ems para enfadar a Napoleón III y declarar la guerra a Prusia. Con ello, todos los estados alemanes independientes se unificaron con Prusia para combatir contra el emperador francés. 

Así, el 9 de noviembre de 1870, la cañonera alemana Meteor y el navío francés Bouvet se enfrentaron en las afueras de La Habana. El Meteor había logrado burlar el bloqueo naval francés y navegar de Nassau a La Habana, aunque con la mala suerte de ser divisado por el Bouvet, que partía de la isla de Martinica. 

El capitán francés desafió entonces al germano a combatir. La cosa hubiera sido aún más extraña de no haber sido arbitrado el combate por las autoridades españolas, quienes escoltaron al buque teutón desde el puerto de La Habana para que se viera las caras con el galo. 

El duelo terminó tablas, pues ambos barcos tuvieron que ser custodiados por los españoles al puerto, donde, de forma secreta, retuvieron al navío alemán en favor de los franceses. 

Y la prueba histórica de todo este acontecimiento es una peculiar tumba con forma de obelisco enclavada en la Necrópolis de Colón, en La Habana.





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