‘How to say adiós in Flemish’

Últimamente vivo para decir adiós. Primero al muchacho en RD. Adiós a nuestro enamoramiento tal y como lo conocíamos. Bye bye, see you soon… or not. Lagrimones empapando mi cora que se había vuelto grande y esponjoso por él.

Luego vino el muchacho flamenco. Joven y rubio y pelirrojo y Dj y skater. Él, a fukin’ sun con un acento derretidor de bragas, es la definición de lo cool y está consciente de ello. But not in a bad way

Lo conocí en el carro que compartimos de camino a una rave y desde que lo vi bajando la calle Embajadores me encandiló con toda esa luz que traía prendida de su barba bicolor. En el carro le canté un bolero que ni yo sabía se lo estaba cantando a él…; o quizá sí, en el fondo sí que lo sabía todo.

En la rave tenía un montón de ojos sobre mí y otro montón de manos intentando tocar mi pelo, pero yo solo tenía ojos para él. Y él me miraba, me miraba mucho, como tratando de descifrar algo en mí que ni yo sé que existe. Todavía me pregunto qué será. 

Are you really gonna stand there staring at me all the way from across the room?”. 

La canción de Abra sonando durísimo en mi cabeza, solo para mí. Creando el ambiente perfecto de mi videoclip particular con él. Bailamos en la distancia, pero el calor se sentía muy cerca. Quemando cada centímetro que nos separaba.

El segundo día hubo baño de sol colectivo en la piscina. Terminamos demasiado juntos, demasiado desnudos, demasiado erizada mi piel. Pude ver la visión tan hermosa que éramos en los ojos de los otros. En ese momento me fue imposible controlar a la zorra naranja que vive en mí y lo mordí en el hombro. 

Esa misma tarde decidí besarlo. Tirada en un colchón sobre la hierba hice un pacto conmigo misma: “Antes de que se ponga el sun vas a besar a este muchacho flamenco, bitch”. Y así fue.

No sé bien cómo terminó echado en el mismo colchón que yo. Lo único cierto es que lo besé y todo se convirtió en gold. Él, Leo con ascendente Leo, bañado por los últimos rayos del sun de ese día. Una visión que, de tan redundante, se convierte en icónica.

Sería la primera vez en mi vida que mordía primero y besaba después. 

En la noche me invitó a LSD. Él no estaba consumiendo en ese momento, pero se embulló y tomó un poco conmigo. Durante horas estuvimos atrapados por el embrujo de un sofá. Muertos de risa. Queriendo levantarnos sin siquiera poder mover un músculo. Querer. Intentar. Fracasar miserablemente. En loop. Una suerte de Groundhog Day versión psicodélica.

Cuando logramos salir del loop, bailamos sin control. No lo sabíamos, pero había un eclipse de luna y bailamos, bailamos, esta vez sí juntos, canciones triviales de amor de verano. Fuimos un cliché total. 

Otra vez el sun. Ahora el muchacho flamenco sobre mí, desnudo, a contraluz. Gold sobre gold.

—Si escribieras de estos días, ¿qué escribirías?

—Probablemente de ti. De este momento.

—¿Del sofá?

—Del sofá.

De vuelta en Madrid nos seguimos viendo. Conducía un escúter por las lomas de esta ciudad como un verdadero tiguere. Un tiguere flamenco. 

Nos encontramos durante siete fines de semana y algún que otro día por el medio. Pero se siente como mucho más tiempo. Pasaron tantas cosas. Pasaron tantas gentes, que 24 días bien pudieron ser 24 años. 

Recuerdo en particular a un muchacho italiano que nos fascinó a la salida de un club. Sentado en un quicio, un pelón rizado enorme, compitiendo orgullosamente con el mío. El italiano escribía cosas sobre un jardín en su agenda. ¿Quién pinga escribe cosas en una molesquín a la salida de un club? 

La noche nos regalaba cosas así al muchacho flamenco y a mí.

Un día me dijo que se iba a Berlín y que no sabía si iba a volver. Que tenía que encontrarse a sí mismo o algo por el estilo. Extrañamente no dolió tanto. He llegado a un punto en mi vida en que he entendido que la gente se va. El amor, y todo lo que se le parece, no es para siempre. Al menos no en su forma inicial. Muta, se convierte en algo más.

Ya lo habíamos hablado Olivia y yo tantas veces. Ya me había golpeado tantas veces la noción de infinito, de lo inamovible, que, esta vez, finalmente pude entenderlo con cada célula de mi body

Pude entender que a lo que le estaba diciendo adiós realmente y para siempre era a esa parte de mí misma que es dependiente de la presencia del otro. A esa Claudia que nunca ha ido sola a un bar, por ejemplo. Que no se plantea la idea siquiera. A esa mujer de 36 años que nunca jamás había vivido sola hasta hace dos meses. Este año y medio de decir adiós ha sido una madafaka purga. Una venta de garaje de todo lo que no quiero ya, de la ropa que se me ha hecho vieja en el cuerpo.

Ahora estamos, el muchacho flamenco y yo, en el espacio que hay entre la puerta de su piso y la puerta del ascensor. Mi cabeza en su pecho. Respirando, quien sabe si por última vez, el olor de su axila. Guardándolo en la cajita de mi cerebro donde guardo los fetiches más queridos. Sin dolor. Solo respirándolo.

Llega el ascensor. Me alejo hacia la puerta. Abro. Desde ahí lo miro. Fukin’ glorious.

Hey, how do you say adiós in Flemish?

No me responde. Solo sonríe, misterioso. A young Clint Eastwood.

Quisiera que este fuera el witty end de nuestra historia. Así lo imagino mientras respiro su axila hasta que su olor se grabe en mi hipotálamo, pa’ siempre.

This is goodbye —ese acento… OMG…

So, goodbye then.

Y me voy sin mirarlo. 

En el ascensor no siento nada. Solo su olor pegado a mi nariz como recuerdo efímero de su existencia en esas semanas de mi vida.

Al salir de su edifico el sun lo parte todo. Me ciega por un momento. Me paro en medio de la plaza, recuperando la visión perdida. Poco a poco todo va tomando forma de nuevo. 

Camino unos pasos. ¡Trin! Mensaje de Instagram. El muchacho italiano:


Hola Claudia, como estás? 
Quizás soy un poco atrevido pero me fascinas, 
tienes un energia súper peculiar y me encantaría verte de nuevo.
El martes me voy da Espana y me gustaría verte antes de irme
Que planes tienes el lunes por la tarde?


Otra despedida más, pienso.

Todavía queda mucho verano.




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Papel cartucho

Claudia Muñiz

En mi historia personal, el hecho de ser “color cartucho” ha supuesto un gran privilegio. Al mismo tiempo es una fukin maldición. Entrar en esa bolsa me ha ubicado en una posición de indefinición. Una suerte de inopia racial.