Desde que empezó el 2024, soy feliz. Sabía que iba camino a ese sitio. La mirada dirigida hacia allá. Ya sentía el calor, lo amarillo llegando. Y lo verde clarito y el puto azul-cielo de los cojones. Desde que se fue el 2023 soy feliz y siento que no puedo escribir desde este lugar.
Ya han pasado las 12:00. Ya fueron las uvas y los abrazos y el sentirse un poco ajena. Ya no hay la esperanza del muérdago y el beso debajo y la eternidad.
Dos horas pasadas las 12:00 de este primero de enero que no promete nada. Disfruto esta falta de proyección. En el pary los de siempre: Juls, Jose, el muchacho flamenco y su muchacha, gente hasta en las macetas. Brilli brilli y purpurina.
El muchacho flamenco se ha vuelto muy divertido. En medio de su mashup de Say my name con We found love, le digo: “You really are so much fun”.
La sorpresa en sus ojos. Nunca había sido tan generosa en halagos con sus habilidades de Dj. Justo ahí, las dos orillas de esa heridita uniéndose, creando una cicatriz de la cual sólo me acordaré en días húmedos.
Es entonces que lo veo entre la multitud. Bailando apenas. Marcando el paso mientras lía un cigarro. Rubio de bote, su serenidad neutraliza la ansiedad de mi mirada. Mis ojos dejan de vagabundear y encuentran foco.
—Creo que me gusta un muchacho —le digo a Juls, que no se inmuta.
Normal. Siempre nos gusta un muchacho. O dos. O más.
Me acerco.
—Chico, qué guapo tú eres, ¿no? —su hombro casi rozando la esquina izquierda de mi barbilla.
—¿Y me lo dices tú?
Yo: 🫠
He aprendido a ir directo. Un manotazo caliente en medio del pecho. “Qué guapo tú eres” y ya, sin más adornos.
Conversation starter y darse el tiempo de que leve la masa. Que se fermente y crezca, llena de bichitos sanos que la engorden. Dejar que se desparrame sobre la meseta, que ocupe espacio.
Separo mi barbilla de su hombro. Me alejo. Lo observo. Las levaduras haciendo una fiesta con el azúcar de la masa. Todo burbujea. Todo se ahueca.
Take it off
Slow, steady, undress
Impress
Take it off
Slow, steady, undress
Success…
Un temazo tras otro y ya estamos bailando juntos. Leo sus deseos de besarme, pero esquivo todo intento.
Quiero jugar un poco más. Me niego a la certeza del intercambio de saliva. Hoy prefiero la ambigüedad para de alguna manera hacer las intenciones más claras. Limpiarlas de todo accesorio es mi objetivo primero.
Eme, pastis, birra, yerba, tabaco de liar, cava, tabaco industrial… Me meto de todo en el cuerpo. Que el amanecer del primer día del año me agarre ligera.
Con los primeros rayos —besitobesito— Juls se despide de mí y se va. Jose y un grupo de chicas trans prenden una esquina del pary, que se resiste a morir. De pronto no hallo los bordes de mi cuerpo. No sé muy bien dónde ubicarlo.
Busco, busco, busco un imán. Algo que me atrape. Descubro ahí y entonces sus ojos, que no eran marrones como la noche había prometido, sino verdes. O grises. O amarillos. O todo a la vez.
—¿Pero qué magia es esta? —le digo, mientras mi pupila, dilatadísima, se acostumbra a tanta claridad.
El rubio de bote sólo se ríe, como si supiera algo. Como si gracias a la linterna de sus ojos pudiera echar luz sobre todo lo que vendría después.
—Quisiera tomar un café contigo —me dice y mira hacia el piso de arriba, a la terraza donde algunos ya suben a desayunar.
—¿Ahora? —pregunto, sin enterarme de nada.
—No, después. Otro día. Tú y yo —su respuesta sorteando mi despiste crónico—. Dame tu teléfono.
“¿De qué siglo es este niño que no me pide mi IG?”, pienso mientras apunto mi número en su cell. Con el rabillo del ojo, veo después que escribe “Claudia Diosa” como nombre de contacto.
Y me mira again. Y me derrito again.
Luego vino el sol directo, sin tamizar. Vinieron la terracita y las migas de desayuno y el beso por fin, ya de despedida. Restos de mi creyón rojo-sangre en sus labios. Restos de mí en unos labios que no sabía si volvería a besar, a manchar.
Pero sí. He seguido manchando sus labios y su cuerpo con todos los rojos del mío. Artificiales y naturales.
En los meses que siguieron, he puesto al cabrón de mi cerebro en piloto automático y le he dicho que pise el acelerador. Que coja todas las curvas que vengan él solito. Que me deje en paz, que no haga ruido.
—¿Vas a escribir de esto? ¿Vas a escribir de mí?
—No. Tú no quieres eso.
Escribir de ti, de esto, significaría que empiezas a doler. Que te esfumas. Que ghosteas mi intensidad. Y yo no quiero eso. No contigo.
Tú, con tus ojos de linterna, sabías algo aquel primero de enero y no me lo quisiste decir, pero has dejado que lo vea. Suavecito. Y lo has hecho parecer fácil.
Pero me traiciono y sí que escribo. ¿Cómo no hacerlo? Al final, no soy tan dura. Al final, soy guanábana: espinas por fuera, dulce y como de algodón por dentro. Al final, nada se deshace por ponerlo en palabras.
Desde que empezó el 2024, soy feliz. Y a mí tanta luz me ciega. No me deja ver lo que duele. Como una droga que anestesia la pena. I need to feel some pain. I need pain para no andar tan leve, tan pegá al techo.
Como sea, siento que apenas hoy empiezo a entender lo fukin revolucionario que es estar bien. Escribir desde ahí.
Quizá sólo tenga que aprender a encontrar también el dolor en medio del prado de Windows. Decirle al dolor: “Ven, sal y ponte al sol, que te vea. Quémate al sol conmiga, biatch”.
Sí, pa mí que va a ser eso.
Alien
Por Claudia Muñiz
Hay que aprender a vivir con el dolor. Nos toca. Si los hombres ovularan, menstruaran, parieran, San Google me daría, otra respuesta.