Amanezco llorando sobre el pecho inquieto del muchacho un jueves que parece domingo en RD. Él duerme aún, ajeno a este dolor. Mis lágrimas crean un pozo salado en el hueco de su clavícula. Miro su boca entreabierta en una sonrisa involuntaria, el sol del amanecer dominicano casi sacándolo del sueño. “Ailoviu, pinga”, pienso, “estoy perdida ahí”. Me doy vuelta en el colchón que hemos puesto en el techo, a la intemperie, para pasar nuestra última madrugada juntos en esta isla partida a la mitad, deliciosamente caótica, en demasiadas cosas parecida a esa otra isla, la nuestra, donde nos conocimos diez años atrás.
El mar que sale de mis ojos deja una mancha oscura de rímel y llanto en la sábana. No puedo parar, pero no quiero que el muchacho me vea así. Veintiún días antes me había recibido en el aeropuerto de Santo Domingo:
—¡Ya estás aquí, biatch! ¡Vamo’ a partil la city! ¡Vamo’ a hacel una película juntos, biatch! ¿Canyubilivit?
De eso hace una eternidad y, al mismo tiempo, solo un segundo.
Esa misma noche, la calle se nos regaló, perrísima, con todo un arsenal de Dominican coolness. Puro bling bling y goza’era fue la sesión de la DJ Maldita Vaina en un colmado. Tan azaroso todo, como si estuviera esperando por nosotros en una esquina familiar de la ciudad. Un corillo de culos rebotantes, dembow taladrando el tímpano y nuestros coras color pastel con estampado tropicaloso en degradé, derritiéndose: el fukin’ paraíso.
El muchacho aprovecha y capta gente del bonche para nuestra peliculita. Lo miro todo sin podérmelo creer. Estoy como alelada. Mi cascarón está aquí, pero lo que va adentro anda aún dando el berro en algún punto perdido del Atlántico.
En mi cel tengo la ubicación del muchacho en tiempo real. No sabemos cómo pasó. Google Maps, que se pone intenso con las señales a veces. Mientras estuvimos en Madrid nunca me aproveché de esta grieta en la matrix. Y es que no soy de estar siguiendo a mis amantes. Prefiero gastar mis energías de otra manera, pero cuando él se fue a vivir a Valencia con su muchacha, tuve que hacerlo. Tenía que ver la distancia que nos separaba en el paisaje. Esa distancia tenía que dejar de ser una abstracción, un fantasma en mi cabeza y tornarse corpórea, real. Tenía que sentir el peso de esa distancia.
“Me estoy yendo pa’l lado oscuro…”. Todo el dolor del mundo, toda la sensación de pérdida, todo el vacío tomando forma en mi voz, finalmente. “¿Por qué no nos damos una ducha y así refrescas toda la resaca de estos días, animalita?”. La idea de lágrimas tibias mezclándose sobre mi rostro con el frío del agua me aterra, me paraliza.
“La calle e de nosotro, la calle e de nosotro. loj Iluminati, loj Iluminati…”, el bit repetitivo del dembow llenando cada rincón de la casa de producción por enésima vez. El muchacho baila con el cel en la mano, contagiándonos a todos de ese frenesí tan suyo. La casa está “onfaya” de tanta energía. Un par de días más y por fin estaremos rodando. Desde mi esquina del sofá sigo sin creerme el cuento de hadas. Después de tantos años, otra vez rodando. Y con él.
Viéndolo bailar, recuerdo cuando Love Game, de Gaga, partía el bafle de la sala grande del Bretch en aquel partido de fútbol entre teatristas y diseñadores, bulto de años atrás. Recuerdo al muchacho corriendo en slo-mo detrás de la pelota. “Un semidiós de la novela brasilera”, pensé. Él no me vio entonces. Tuvo que pasar un tiempo para que yo entrara, también en slo-mo, según él, a la película de su vida. La línea trazada por nuestras miradas fue una de las cosas más reales, más nítidas, que ocurriera en la Plaza Zá de la Escuela de Cine de San Antonio, ever. Segundos después, el desconcierto de su mano agarrándome el bollo con fuerza. Mi risa nerviosa ante su atrevimiento. La presión de su mano justificando su descaro. Yo estaba casada entonces. Él también.
Reviso las capturas de pantalla de nuestro mapa singular. Los íconos que nos representan se acercan, se alejan, se superponen. Madrid, Valencia, Madrid, Santo Domingo…, otra vez Madrid. Al hacer zoom out en el mapa de España parecemos estar uno encima del otro. Zoom in y nos alejamos. La realidad restregándome en la cara lo relativo de la distancia física. “¡Yenisleidyyyy…, a escenaaaaa!”. Desde que llegué a RD perdí mi nombre. La cadenita de oro en mi cuello lo confirma. Ya soy Yeni, con todo el voltaje que eso implica. No hay tiempo para el dolor.
Tercer día de rodaje. Desde la locación escuchamos los ecos del ensayo del concierto al que iremos en la noche. El día avanza bien. El muchacho regando creatividad por ahí, siendo universo. Yo cada vez más revolcada por él.
Ya es oscuro cuando cruzamos el río para llegar a la zona del concierto. El muchacho me pide que busque aventuras y yo obedezco. Todo mientras esperamos por Ella. Luego de varios intentos fallidos, logro colarme en el VIP. El muchacho me sigue. Casi pegados al escenario, somos una masa frenética que suda Brugal, MDMA, amorcito. Entonces: Ellona; durota siempre. Minutos después, la lluvia. El muchacho, mis trenzas y yo, un nudo. Dos aguaceros nos regaló RD: el de los carnavales, que ya fue un exceso, y ahora este, torrencial. “Aquí singamo, aquí singamo, aquí singamo, aquisingamoaquisingamoaquisin…”, me chorreo toda entre los dedos del muchacho. Si con Juan Luis nos llovió café, ahora con Tokisha del cielo nos caía leche. Dos aguaceros.
Nunca pensé enamorarme así del muchacho. En realidad, nunca pensé enamorarme de él para nada. Me tomó por sorpresa. Como cuando cruzas la calle mirando para el lado que no es y rrrrraaaa…, de golpe eres parte del asfalto. Nuestra historia siempre había sido intermitente e intensa, al tiempo que descomplicada. Eléctrica, una descarga al fin y al cabo. Amor libre, cero posesiones, cristalito sin empañar. Pero, ¿en qué momento nos enamoramos? ¿Qué hizo que eso ocurriera? ¿Cuál fue la mirada, el gesto? No existen herramientas para trackearlo.
Ya en el taxi apenas puedo decirle adiós. Él se irá más tarde, de regreso a Valencia, a su muchacha. Yo vuelo en unas horas rumbo a Miami para ver a mi familia. Con la cabeza entre las manos, lloro todo el camino hacia el aeropuerto, ignorando el día despampanante que se gasta Santo Domingo para despedirme. “Hay que vivir en el presente, animalita”. La voz del muchacho sonando en alguna esquina de mi cerebro.
Pero ¿qué coño hacer si el presente es en un avión en el que no quiero estar? “Please, fasten your seat belts while seated”, leo en la parte de atrás del asiento. Automáticamente obedezco. Una última ráfaga de llanto como ofrenda a RD saliendo incontrolable de mis ojos. No tengo para cuando parar. “Amor libre, cero posesiones, cristalito sin empañar…”, me repito. El avión despega al fin. Abajo, en la city, la gente sigue siendo más o menos feliz. La distancia entre nuestros íconos creciendo, creciendo en Google Maps.
El terror acecha debajo de los párpados
Pienso en todas las madres de los presos de conciencia en Cuba. Las madres de los niños del 11J. Los niños con sus madres presas. ¿Sería yo capaz de soportar tanto dolor?