Du côté de chez Proust

Si se camina desde el portón principal, situado en el Boulevard de Ménilmontant y de espaldas al Sena, para llegar al sepulcro de Marcel Proust primero hay que invocar las artes oscuras de Allan Kardec. En Père Lachaise, la casa definitiva del espiritista antecede en dos cuadras (más bien a un salto ajedrecístico de caballo) a la del divino Marcelo. 

Entre los ilustres del camposanto parisino, el autor de El libro de los médiums fue el más adelantado: ya en vida conversaba con habitantes de ultratumba. Pero en algo Proust rivaliza con Kardec: en À la recherche du temps perdu hace que la literatura se revele a sí misma; esto es, que hable


Tumba de Marcel Proust, en Père Lachaise

Tumba de Marcel Proust, en Père Lachaise.


En À la recherche… un “Ya me duermo” o un simple “Buenos días” son literatura, sin que para ello tengamos que percibir las peripecias narrativas o el resonar del artefacto literario —aunque sin dudas esa maquinaria está ahí, operando de modo casi silencioso en el alargamiento constante de frases que inundan la página, desbordándola. Proust transforma las estructuras sintácticas sin hacer ruido, las tapiza con el mismo corcho que cubría las paredes de su cuarto.

Proust junta palabras y subordina oraciones hasta lograr extensiones sintáctico-melódicas que suelen traspasar el horizonte de expectativas del lector. “He procurado hacer resonar toda mi música”, dijo. Frases que evitan la linealidad, que pertenecen al tiempo de la memoria:

“Me volvía a dormir, y a veces ya no me despertaba más que por breves instantes, lo suficiente para oír los chasquidos orgánicos de la madera de los muebles, para abrir los ojos y mirar al calidoscopio de la oscuridad, para saborear, gracias a un momentáneo resplandor de conciencia, el sueño en que estaban sumidos los muebles, la alcoba, el todo aquel del que yo no era más que una ínfima parte, el todo a cuya insensibilidad volvía yo muy pronto a sumarme”. 

Alain de Botton ha señalado que el periodo oracional proustiano, en línea recta, “mide casi cuatro metros o bien, al enrollarlo, podría dar la vuelta diecisiete veces a la base de una botella de vino”. 

Para Emil Cioran, es una escritura que “rebosa de aforismos: las hay en todas las páginas, incluso en cada frase, pero son máximas arrastradas por un torbellino”. Esta idea bien puede ilustrarse con los compases finales de Por el camino de Swann

“Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo del espacio donde los situamos para mayor facilidad. Y no eran más que una delgada capa, entre otras muchas, de las impresiones que formaban nuestra vida de entonces; el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente, son tan fugitivos como los años”.

Llegar a Proust quizá sea fácil; lo difícil es el camino de regreso, una vez leída su novela, cuando de sus voces no podemos despegarnos, porque ya nos resultan tan familiares como nuestros seres más cercanos. El narrador jamás llama a la madre por su nombre, de ahí que para el lector ella pueda ser potencialmente su madre. Después de conocer a los personajes de Proust, de leer y releer sus vidas, nos asiste la sensación de que podríamos toparnos con ellos en cualquier esquina real.

“Estéticamente, el número de los tipos humanos es tan restringido que continuamente, allí donde estemos, podemos disfrutar del placer de ver a personas ya conocidas”, escribió él.

Proust logró en À la recherche… que el Marcel ficcional y el Marcel del registro civil sean uno e indivisible; que Illiers sea Combray —de hecho, hoy es Illiers-Combray—; que entre el campanario de Saint Jacques y el de Saint-Hilaire medie apenas la curiosidad del biógrafo; que toda magdalena sea la magdalena de Proust. 

Longtemps, je me suis couché de bonne heure”, dice el yo narrador para acto seguido disolverse en un yo autoral, de letra y hueso, que por demás lleva al lector a ponerse la piel del protagonista. Para el autor de Les plaisirs et les jours:

“Mientras lee, todo lector es el lector de su propio yo. La obra del escritor no pasa de ser un mero instrumento óptico que ofrece al lector para darle la posibilidad de discernir aquello que, sin su libro, tal vez nunca había experimentado en sí mismo”. 

Cada persona que lo conoció terminó transfigurada en personaje del tiempo perdido. Si bien su más lograda ficción fue él mismo, ello no le bastó: leerlo es padecer también el asma y encanto de sus frases. En su novela, alcanzó aquello que imaginó la abuela a propósito de la torre de Saint-Hilaire: “Hijos míos, podéis reíros de mí; no será hermosa conforme a los cánones, pero me gusta mucho esa forma suya tan vieja y rara. Estoy convencida de que si tocara el piano sonaría con ‘alma’”. 


Entre Huysmans y Flaubert

Entre Huysmans y Flaubert.


Hoy llueve en la Isla de Richmond, y yo, Jonathan Edax, siempre sentado en mi sillón de orejas, observo en elWunderkammer el lomo de la primera edición de Du côté de chez Swann (Paris, Grasset, 1913), situada entre Huysmans y Flaubert, mientras intento que estas páginas suenen con algo de alma

Este ejemplar de Du côté de chez Swann, primer tomo de los trece publicados originalmente entre 1913-1927 —luego el consenso de publicación ha seguido la disposición del propio autor: siete volúmenes—, lo he pensado como uno de los pulmones del Wunderkammer; es decir, un gabinete de curiosidades de respirar asmático, donde a veces los demás libros son obligados a transpirar al ritmo del de Proust. Alguna que otra vez, he pensado el Wunderkammer como un mueble robado de la biblioteca de los Verdurin.      

Mencionado por Gertrude Stein en The Autobiography of Alice B. Toklas como aquel que “traía gente encantadora” a su casa, Jacques-Émile Blanche pintó retratos de Aubrey Beardsley, Colette, Rodin, Joyce, de un veinteañero Proust con traje oscuro y flor (una gardenia) en el ojal. Como agradecimiento, Proust le envió “cartas de seis, ocho o diez páginas y una asfixia de flores”. La frase proustiana contagia hasta el asma, encanta por asfixia.


En la portadilla está escrito con tinta azul el nombre de Lucie Winter

En la portadilla está escrito con tinta azul el nombre de Lucie Winter.


Primera edición encuadernada en marroquí, con motivos florales; impresa el 8 de noviembre de 1913. En la portadilla está escrito con tinta azul el nombre de Lucie Winter… Averiguo: artista berlinesa que expuso en París en 1977, periodista inglesa del Daily Mirror durante los años sesenta, realtor escocesa, cheerleader de la University of Kansas… En los laberintos del tiempo perdido caben todos los personajes anteriores, sobre todo la cheerleader

Cuatro modos de invitar a leer la novela de Proust: 

  1. Resumen a la manera de Axel: Para una magnífica síntesis no solo de Du côté de chez Swann, sino de la saga novelística de Proust, bastaría con leer el capítulo que Edmund Wilson le dedica en Axel’s Castle
  2. Resumen de Jacques Normand, asesor literario de Fasquelle: “Monografía de un niño enfermizo, con el sistema nervioso trastornado, de una sensibilidad, de una impresionabilidad y de una sutileza meditativas exacerbadas. Al cabo de setecientas doce páginas de este manuscrito, tras infinitas desolaciones por haber sido ahogado en insondables disquisiciones y crispantes impaciencias por no poder nunca asomar a la superficie, sigue uno sin tener noción de qué se trata. ¿Qué hace ahí todo eso? ¿Qué es lo que significa? ¿Adónde quiere llevar? ¡Es imposible saber nada! ¡Es imposible decir nada!”
  3. Invitación a la lectura a la manera de Robert Proust: “Las personas tendrán que estar muy enfermas o romperse una pierna para disfrutar de la ocasión de leer À la recherche”. Es decir, enférmese; o espere por una pandemia que lo mantenga confinado en casa durante al menos tres meses.
  4. Resumen al modo de Jonathan Edax: “Mucho tiempo me he acostado temprano”. En la novela de Proust aparecen más de dos mil veces las palabras acostarse, siesta, pesadilla, dormir, sueño, ensoñación, soñadoramente… El director de la editorial Ollendorf, Alfred Humblot, “completamente desconcertado” no entendió “que un señor pueda llenar treinta cuartillas para describir cómo da vueltas y más vueltas en su cama antes de poder conciliar el sueño”. Humblot se ahogó en la superficie. Proust duerme a Escritura, la hace soñar. 

Portada de Du côté de chez Swann (Paris, Grasset, 1913)

Portada de Du côté de chez Swann (Paris, Grasset, 1913).


Según sabemos por algunas cartas y por dos de sus biógrafos, George Painter y Ghislain de Diesbach, Proust tenía escrito Du côté de chez Swann —para ser más exacto: ya había escrito hasta lo que después sería Le Côté de Guermantes— desde finales de 1911. Albert Nahmias, su corredor de bolsa, apenado por ciertas malas decisiones financieras que llevaron a Proust casi a la quiebra, se ofreció para mecanografiar la obra. En realidad, será la secretaria de Nahmias, miss Hayward, quien lleve a cabo el infinito teclear que finalmente dará forma a la novela, a partir de manuscritos indescifrables debido a la caligrafía, la paginación caótica y los continuos agregados.

Una de tales adiciones fue resultado de un suceso que Diesbach narra en su biografía: 

“Una noche, se levanta y manda que le lleven a casa de Gaston de Caillavet. Son casi las doce. Sorprendidos de visita tan tardía y convencidos de que la dicta un motivo tan grave como urgente, Gaston y su mujer consienten en recibirle. Se quedan de una pieza al saber que Proust sólo quiere ver a su hija, Simone. Van a despertar a esta, que se presta de buen grado a ese capricho, y Proust se retira, satisfecho, habiendo encontrado sin duda el detalle que buscaba para añadir un toque al retrato de Gilberte Swann”. 

Sí, Marcel Proust era maravillosamente insufrible. Miss Hayward, en algún momento, desesperada, pensó en renunciar, a lo que Proust respondió con una generosa oferta monetaria que no pudo ser ignorada. Para finales de 1912, la copia mecanografiada de Du côté de chez Swann estaba lista.    

Luego de intentos frustrados por publicarla en Éditions Fasquelle —cuya negativa decía que rechazaban “una obra tan considerable, tan distinta de lo que el público está acostumbrado a leer”—, en Gallimard —André Gide se arrepentiría después de haberla ignorado— y en Ollendorf, Proust al fin consigue que Bernard Grasset acepte imprimir su novela, no sin antes dejar claro que sería financiada por él mismo. 

La cifra inicial acordada para los gastos de edición e imprenta fue de 1750 francos, pero alcanzaría los 3000 a causa de los continuos cambios y correcciones que Proust les haría a las tres galeradas que Grasset tuvo que imprimir. Diesbach cuenta que:

“Introducido en la habitación tapizada de corcho del boulevard Haussmann, [Proust corrige] las pruebas de imprenta de Swann […], sobrecargándolas de abundantes correcciones, de pasajes reescritos al margen, o añadidos en hojas pegadas a las galeradas, lo que produce, en confesión del propio Proust, un ‘inextricable maremágnum’”. 

El 8 de noviembre de 1913, Du côté de chez Swann salía de imprenta y llegaba a las librerías parisinas dos días después, con un precio de 3,50 francos el ejemplar. Más de una centuria después, el 22 de mayo de 2017, llegaría a la Isla de Richmond, al Wunderkammer de Jonathan Edax.   


Primera edición de Du côté de chez Swann

Primera edición de Du côté de chez Swann.


Diario de un bibliófiloMayo 19, 2017. París. En la Rue Henri Barbusse está la Librairie Le Feu Follet. Dos horas entre manuscritos de Balzac, Sade, Verlaine… primeras ediciones de Baudelaire, Rimbaud, Stendhal… Compré la edición príncipe de Du côté de chez Swann. Luego, fui hasta Père Lachaise. Tenía pensado, en un acto de sentida cursilería, leerle a Proust algún pasaje de su novela en mi francés inexistente. Pero el cementerio estaba temporalmente cerrado. Varios autos de policía bloqueaban la entrada del recinto.            

Mayo 20, 2017. La ménagère de mi habitación deja cada mañana en la puerta Le Figaro y Le Monde. Una misma noticia ocupa las páginas policiales de ambos periódicos: ayer Emmanuel van Blarenberghe se había suicidado —disparo en la boca— en Père Lachaise, al lado de la tumba de un ancestro.

Diciembre 11, 2018. Leo en un libro de Alain de Botton que, en cierta ocasión, mientras Proust “leía el periódico, se fijó en el titular de una noticia breve que rezaba: «Locura trágica». Un joven burgués llamado Henri van Blarenberghe se suicidó con un disparo en la sien luego de matar a su madre. Cuando llegaron los policías lo encontraron moribundo en su dormitorio: un ojo colgaba fuera de su órbita, unido a esta por un hilo de tejido sanguinolento. Proust recordó entonces que conocía al asesino, que había recibido carta de él pocas semanas antes. En vez de abrumarse ante ese crimen, escribió un artículo de cinco páginas sobre los aspectos más trágicos de la condición humana. Henri era Edipo, y su ojo colgante, un eco del modo en que había utilizado los broches de oro del vestido de Yocasta, una vez muerta, para arrancarse los ojos”. 


Cementerio Père Lachaise (París)

Cementerio Père Lachaise (París).




En el castillo de Axel - Pablo de Cuba Soria

En el castillo de Axel

Pablo de Cuba Soria

Conocida en la primera mitad del siglo XX como la Oil Capital of the World, Tulsa alberga en la University of Oklahoma gran parte de los manuscritos de Cyril Connolly y Edmund Wilson. Las letras de ambos escritores descansan en anaqueles contiguos, partícipes de una larga conversación.