Cuando las casas de apuestas no den un euro por mí



Creo que el mejor epitafio para Joaquín Sabina —y quizás para cualquier cantautor underdog, que no es lo mismo que underground— está inscrito a cincel y martillo en su duodécimo álbum, que tiene un título peleón: Dímelo en la calle (2002).

El epitafio es este:

No sabía
que la primavera
duraba un segundo.
Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.

Las fechas en el mármol serían: Úbeda, 12 de febrero de 1949 – ¿…?

Desconocemos la otra parte de la inscripción. Dura un segundo, pero no sabemos cuándo, y dónde, acaba. Hay que esperar.

Lo que sí se sabe desde hace rato es que este 2025 es el año de la gira del adiós de Joaquín Sabina. Su despedida de los escenarios, y en ambos escenarios: Latinoamérica (Latin USA incluida) y España. Empieza el mes que viene, coincidiendo con su cumple. Ojalá cumpla muchos más.

Le tengo muchísimo afecto a la obra de Joaquín Sabina. Esto lo dice alguien que casi no ha escuchado música en su vida y que alberga un esparadrapo de edipismos en esa área cortical.

Durante mucho tiempo escuché, casi exclusivamente, a Silvio Rodríguez. Lo juro. Luego cambié a Silvio por Sabina, como cuando mi hijo cambiaba una carta de Yu-Gi-Oh por otra, cada una con sus stats de ataque y defensa.

No sé si en algún momento escuché la canción más hermosa del mundo, pero en no pocos momentos me creí que la escuchaba. Da igual.

En los últimos cinco años o algo así, todo el tiempo hemos estado escuchando que recién acaba una era y recién comienza otra, por uno u otro motivo tecnológico, social, político, cultural, etcétera: lo que tú quieras.

El 2025 parece ser, ciertamente, un código bisagra para quien teclea estas letras. El punto final de la carrera de Joaquín Sabina ajusta el cierre de una era antigua, o de otra estación del mismo y eterno-retornado año —que también es un segundo—, en mi memoria emotiva.

La gira viene precedida por la canción “Un último vals”. Sabina lleva un par de décadas escribiendo y grabando y cantando últimos valses, pero este se titula literalmente así, y en este empieza —saltando ya hacia su happy end— diciendo: Cuando no salga mi jeta en los diarios…

La primera vez, en lugar de “jeta” yo escuché “gente”. Cuando no salga mi gente en los diarios.

Me gustó ese inicio.

Antes, cuando las letras de las canciones no estaban a un dedo de distancia, uno podía quedar atrapado muchísimo tiempo, muchísimos tracks, en esos malentendidos malinterpretadores. Y a veces era mejor, sin duda.

Cuando no salga mi gente en los diarios, pensé. Captamos de golpe la fuerza del plural. De “jeta” a “gente” hay un movimiento.

Daddy Yankee no es un cantante, decía Daddy Yankee. Daddy Yankee es un movimiento.

Joaquín Sabina es otra acepción de eso mismo, pero en un diccionario más letrado. Tanto más icónico, como irónico. Cambias una sola consonante y resuena un primermundo dentro del tercermundo, y viceversa.

Cuando no salga mi gente en los diarios…

¿Sale todavía mi gente en los diarios?

No estoy seguro.

¿Quiénes serían, en tal caso, “mi gente”?

No hay que saber responder a esa pregunta. Lo importante es saber darte cuenta, en el momento indicado, de que tu gente ya no sale en los diarios. Sea quien sea tu gente. 

“Un último vals” prosigue con notas otoñales, del tipo:

Cuando el otoño esté más loco que una cabra.
Cuando cenes en el bar del hospital.
Cuando ensayen los colegas las palabras
que dirán
el día de mi funeral.

El funeral del futuro, el autoentierro, es una proyección recurrente en la lírica de Sabina. No me lo digas en la calle: dímelo frente a la tumba. No le puedes ganar a un tipo que ya sabe que está muerto.

Esto quizás viene de la crisis de la mediana edad. Ya en “A mis cuarenta y diez”, del legendario 19 días y 500 noches (1999), escuchábamos:

Y si a mi tumba
os acercáis de visita
el día de mi cumpleaños,
[Es decir: el mes que viene, al inicio de la gira. Cada concierto será también una misa de difuntos.]
si no os atiendo…
esperadme en la salita hasta que vuelva del baño
.

Si hay una salita, estamos hablando de un panteón. Daddy Yankee no es un cantante, Daddy Yankee es un monumento. Y en el baño del panteón derruido el cantautor de Úbeda inhala cocaína.

“Un último vals” sigue repicando sus cuandos:

Cuando ciertas mañanitas no me pueda ni vestir
deshojando margaritas que nunca dicen que sí.
[Mañanitas & Margaritas. Los M&M’s® para repartir en esta gira-tumba-visita de cumpleaños.]Cuando no sepa la orquesta la canción que te escribí.
Cuando las casas de apuestas no den un euro por mí.
Cuando cierran las cantinas y el laurel de mi corona sea de espinas.
Aún voy a guardar un último vals para ti.

Complemento indirecto. ¿Para quién es el vals? ¿Para quién es esa canción que no se sabe la orquesta? (Yo imagino aquí una orquesta de pueblo, una España más que vaciada: amnésica). ¿Quién es esa segunda persona del verbo que cena en el bar del hospital?

Aquí el último vals acaricia un último “Tú”, el “Tú” del final de la larga lista de tús románticos de Joaquín Sabina —amantes, novias, vírgenes, putas, princesas— de los que muchos alguna vez nos apropiamos para ponerle banda sonora a la angustia de la heterosexualidad:

Tú, que corriste a rescatarme de las llamas.
Tú, que pusiste paz en mi ciudad sin ley.
Tú, que aprendiste en mis electrocardiogramas
que hace tiempo que no sigo siendo el rey.

Es Jimena, esposa oficial del cantautor desde hace pocos años. Dos décadas más joven que él, el timing adecuado para convertirse en “una mina antipersonal”, como la define Sabina en otra canción. Jimena es también la Venus latina de Lo niego todo (2017):

Me echaron de los bares que usaba de oficina
y una Venus latina me dio la extremaunción.

De nuevo, el sacramento de la muerte (es casi un chicle homeopático). Tras sobrevivir a una apoplejía, cuando la parca le dijo “aparca”, Sabina dejó la cocaína, diluyó el alcohol y se hundió en la depresión.

Esa es la ciudad sin ley donde Jimena puso la paz. Las llamas de las que lo rescataron a tiempo. El luto del que se alivió con el álbum Alivio de luto (2005).

En el documental Sintiéndolo mucho (2022) de Fernando León de Aranoa, vimos a un Sabina ya en las últimas, pero a pesar de eso, o quizás por eso mismo, inmensamente agradecido y feliz. Hablando, cantando, recordando y, en suma, diría: happy-endeando.

Y vimos a Jimena.

Y supimos que Sabina estaba en buenas manos.

Sintiéndolo mucho hizo que yo me sintiera aliviado y que me enamorara de Jimena. Hasta que la muerte los separe.

Hazte que tu muerte nos separe, amado Joaquín.

Cuando no sepa la orquesta la canción que te escribí.
Cuando las casas de apuestas no den un euro por mí.
Cuando cierren las cantinas y se baile reguetón en la oficina.
Aún voy a guardar un último vals para ti.

Ese es el momento de la canción en que, lo que estás escuchando, se escribió para ti. Aunque ninguna orquesta lo vaya a saber nunca. El último vals es para mí. Lo siento, Venus latina. Jimena soy yo.

El tema concluye con un giro simplón, pero con muchas implicaciones. Soy capaz de leer ahí una amenaza:

No olvides guardar un último vals para mí.

¿A quién se dirige este último epitafio? ¿Hacia quién sopla Sabina este beso envenenado? No creo que se dirija solo a la esposa, es decir, a un sujeto: a mí. Es más complejo el análisis gramatical de una oración fúnebre.

El muerto-vivo está diciendo que, ojo, él regresa, o puede hacerlo. El muerto-vivo tiene algo ahí por cobrar. No lo olvides.

¿Se lo está diciendo a una cultura? ¿A una contracultura? ¿A un partido poético? ¿A un partido político? ¿Al Atlético de Madrid, el club de fútbol —de raíces proletarias y venido a más— cuyo himno escribió?

Obviamente, todo esto me excede.

Mejor cambiar de canal.


*

Me pongo a ver la cartelera de UFC Fight Night. La pelea estelar es femenina: Mackenzie Dern contra Amanda Ribas. La número 6 contra la número 8 en el top ten mundial del peso paja.

Quiero pensar que ese, el straw-weight, sería mi división en las MMA si yo peleara en la categoría femenina del peso paja.

Para las casas de apuestas, la favorita es Amanda: le dan un -198, lo cual significa que hay que apostar 198 euros para obtener una ganancia neta de 100 euros. A pesar de estar mejor ranqueada, Mackenzie, con +164, es la underdog: ganas 164 euros por cada 100 apostados a ella.

Sé que no tiene ningún sentido usar euros en el sistema americano de cuotas, pero de todas formas no entiendo ni la mitad de la estructura matemática detrás de ese juego de riesgo y recompensa. No importa cuánto me lo mastique ChatGPT.

Soy más afín al viejo juego de trade-cards, tipo Pokemon o Yu-Gi-Oh: aquellas cartas de criaturas maravillosas / barra / monstruosas con las que jugaba mi hijo (más estratégicamente que yo: siempre me ganaba).

La UFC tiene mucho de eso también. Pone en pantalla un par de cifras para configurar tu apuesta y una columna de stats para el relato: Tale of the Tape, le llaman. Eso sí me habla, es una lengua que entiendo mejor.

The tale of the tape only tells part of the story”.

Mi favorita es Mackenzie.

En etapas de adicción, cuando aún estaba enganchado al onanismo de Instagram —¡al fin desinstalado!— yo la seguía a ella y a unas cuantas otras (la última: una chusma onlyfanera argentina llamada Aylin Pérez, que compite en fly-weight). Todas son líderes de manada, hembras alfa. Tienen su esquina en el algoritmo.

Ponen fotos del primer before-n-after: antes de entrar a la pelea y después de recibir los golpes. El ojo maquillado, el ojo inflamado entre suturas.

El segundo before-n-after: la nariz sangrante, el morro atractivo otra vez. Los moretones resignificados a base de polvos y feromonas.

Una versión pre y post-octágono del Get ready with me.

Get bloody with me.

Get beaten by me.

Mackenzie Dern es la peleadora favorita de Mark Zuckerberg, quien hace un par de años rentó todo el Apex Center de Las Vegas solo para presenciar su combate. Lo acompañaba su esposa.

Demasiada presión para Mackenzie. En aquella velada de UFC peleaba contra Yan Xiaonan, la segunda mejor china del mundo (la primera es la actual campeona de su división, Zhang Weili). El público era el dueño de Instagram y su mujer, que también es china. Aquello no era un evento de artes marciales, sino más bien un foursome.

Así se disemina el significante MMA, o Mixed Martial Arts: la clave del éxito, como todos saben, está en el énfasis en “mixtas”.

Por cierto, cuando uno escribe “Mackenzie Dern” en Google, en el apartado “People also ask” siempre sale esta pregunta: What ethnicity is Mackenzie Dern?

Todavía hay gente que pierde su tiempo en esos enigmas.

Respuesta: la madre es Arizona en bikini y el padre es Wellington “Megatón” Dias, la leyenda brasileña del judo y el jiu-jitsu. Le pusieron ese apodo por su afición a lanzar a sus rivales por los aires.

De pronto, recuerdo que Mackenzie tiene la misma edad que Rocío, la hija menor de Joaquín Sabina.

Qué viejas están nuestras leyendas.

Y nosotros tras ellas, perdiendo round tras round en el combate generacional de las artes.


*

Una de mis canciones favoritas de Alivio de luto es la que está dedicada a Rocío. Canta Sabina, citando un e-mail de su hija:

“No me cuentes tu vida que no es comercial”,
me decías en e-mail parricida.
“Ya no tienes edad”, añadías,
“basta de despedidas”.

Este 2025 y con 76 años cumplidos el mes que viene, el artista de las despedidas se despide, pero ya lleva demasiado tiempo despidiéndose. Es una partida de ajedrez consigo mismo en la que, cuando él sabe que ya perdió, instintivamente aún se defiende y hace como que la partida acaba de empezar. En la misma canción le dice a su hija:

No seas hija de puta.
Si me das jaque mate, me enroco.

Así, contra toda regla del juego. Sabina quiere negarlo todo, menos su propia negación. Y qué mejor título para su último disco que ese. En Lo niego todo (2017) escuchábamos:

Los pocos que me quieren no me dejan
perderme solo por si disparato.
No pido compasión para mis quejas
que tocan a rebato.
Acabaré como una puta vieja
hablando con mis gatos.

¿Qué le dice a sus gatos, Rocío, la vieja de tu padre? (Al final, va a ser verdad que eres hija de…). Le dice que él es un superviviente. Es un cliché, de acuerdo, como lo es también pedir perdón por la tristeza, esa tristeza que tan melodiosa se exhibe. Pero hay que tener en cuenta que hoy en día sabemos nombrar ese teatro, entre otras cosas, porque tipos como tu padre llevan décadas llenando teatros.

Superviviente, sí, ¡maldita sea!,
nunca me cansaré de celebrarlo
antes de que destruya la marea
las huellas de mis lágrimas de mármol.
Si me tocó bailar con la más fea,
viví para cantarlo.

Esa canción se llama “Lágrimas de mármol”. Una y otra vez volvemos a la lápida, a la estatuaria de sepulcro, al epitafio, en una peregrinación anticipada. Lírica de rito autofunerario. El tema forma parte de la banda sonora del documental de Fernando León de Aranoa, que destila alegría de esas lágrimas. En cierta forma, las desdice.

Sin embargo, hacia el final, hay una escena de completa desnudez, donde la tristeza de la edad desarma su propia melodía y muestra la otra cara del rito. La cámara está siguiendo la grabación de la pieza que da título a la película, “Sintiéndolo mucho”.

Por fin ayer llegó la hora tan temida
de hacer balance de mi vida y terminar esta canción.

No la termina. Le cuesta mucho terminar. Sabina empieza a cantar y le parece que su voz suena como de —nunca mejor dicho— ultratumba. O así se escucha él.

Se detiene.

Carraspea.

“Dejémoslo para mañana”, dice. “Hoy no puedo. Tengo la voz rota”.

Son imágenes que otros realizadores, con otros protagonistas, hubieran eliminado en el montaje final. Cinéma vérité. El tono del documental cambia en un pestañazo, el colorido celebratorio del superviviente maldita sea / bailar con la más fea, entra en cortocircuito y deja ver una grisura casi fisiológica.

De pronto vemos a un Sabina muy cansado. Disminuido. Marchito. Está roto a full, no es solo la voz. Y no está actuando.

El músico Leiva, que ha sido su productor y mano derecha en esta última etapa de su carrera, se acerca a hablar con él. En la mirada de Sabina hay hartazgo, hay angustia, quizás hasta miedo.

Quizás estoy exagerando. Describo esto a partir de lo que se fijó mi memoria. Yo solo la escucho.

“No suena bien, pero tampoco suena mal”, le dice Leiva. “No suena tan mal como tú te escuchas”.


*

Las casas de apuestas se equivocaron: Mackenzie Dern derrotó a la favorita Amanda Ribas con una llave de brazos en el tercer round.

Acabo de ver la pelea ahora mismo, en vivo. De modo que este texto es casi una directa. Subscríbete.

Contra todo pronóstico, ahora la hija de Megatón y de Arizona subirá en los rankings y tendrá más despejado el camino al título mundial (para lo cual primero deberá enfrentar, posiblemente, a un monstruo chicano llamado Tatiana Suárez).

Mark Zuckerberg estará contento. Con todo lo que esto implica.

Uno nunca sabe bien qué cosas pueden alterar el curso de la historia, modificar algoritmos, interferir en elecciones presidenciales, etc.

Yo supe que Mackenzie iba a ganar desde que la vi llegar con un perro enorme, un pitbull, a la conferencia de prensa previa al evento.

El micrófono en una mano y la correa del pitbull en la otra. Parecía una una perra dominatrix.

Desde luego, lo primero que le preguntaron fue por el perro ese. Ella dijo que era su emotional support, porque recién había pasado por un divorcio muy complicado. También lo llevaba al gimnasio, a los entrenamientos.

Mentira, pensé yo, aplaudiendo por dentro. Has traído ese pedazo de perro, y te has puesto la ropa que te has puesto, porque las casas de apuestas dicen que tú eres la underdog en esta pelea.

Cuando empezó el streaming del canal de Telegram que piratea la transmisión de ESPN (gracias, agentes de Putin), el chat se llenó de cubaneo posnacional, stickers asquerosos e incels sadomasoquistas que escribían cosas como: “Mackenzie, a mí puedes darme duro”, “Mackenzie, estrangúlame con tus piernas”, etcétera.

Daban vergüenza ajena.

El ridículo que hacían era mayor porque se visualizaban siempre fuera del octágono. Yo no.

Yo siempre estoy dentro.

Tengo claro que el peso paja femenino sería la división idónea para mí, si estuviera en la UFC.

Yo lo que quiero es pelea inter pares, no me gusta el gangbang.

No me lo digas en la calle, Mackenzie. Dímelo aquí, sobre la lona de la jaula, con un hilo de sangre corriendo entre tus pechos (imágenes reales de su combate el pasado fin de semana contra Amanda Ribas: búsquenlo). Soy tu rival. Soy la Amanda, la Tatiana, la china o la rusa de turno.

Pero, me digas lo que me digas, baile contra quien baile, yo siempre voy a subir la apuesta y a subvertir el deporte y a trastocar la lógica del juego, maldita sea. Y te diré:

“No seas hija de puta. Si me das jaque mate, me enroco”.


*

“Las buenas voces se compran en El Corte Inglés”.

Esto es lo que yo le hubiera dicho a Sabina, si yo hubiera sido Leiva.

Escuché esa frase en 2006, sentado en una butaca de La Rampa, en el Festival de Cine de La Habana. Estaba viendo otro documental: Esta no es la vida privada de Javier Krahe.

Krahe, artista de culto, fue cómplice y compañero del protagonista de Sintiéndolo mucho —que sí tiene mucho de vida privada— allá por finales de los 70 y principios de los 80, en la temprana Transición española, cuando ambos emergían del underground de la canción de autor.

En la pantalla del cine, muchos años después y al otro lado del Atlántico, Sabina recordaba aquello que le había dicho Krahe:

“Las buenas voces, las voces bonitas, se compran en El Corte Inglés. Los buenos somos nosotros, porque no sabemos cantar, y cantamos”.

Inmediatamente yo trasladé y adapté esa alabanza a mi práctica de la escritura de ficción, que era a lo que me dedicaba por aquel entonces. Ya no.

¿Por qué he vuelto a recordar esa frase, por qué la estoy poniendo aquí?

Porque estuve leyendo una curiosa lista de ins-outs a propósito de este año que comienza, escrita por la joven periodista española Ainhoa Marzol.

Yo las leo a todas ellas (la mayoría son firmas femeninas, a menudo hiperfemeninas, signifique eso lo que signifique). Medio embobado las sigo, porque son chicas de otra generación y al parecer saben de todo y hablan una lengua que me cuesta entender.

Get clever with me.

Get younger with me.

“ChatGPT ha hecho que todo el mundo pueda escribir una redacción a nivel de segundo de bachillerato. Las frases correctas y bien estructuradas se han convertido tanto en el Lorem Ipsum actual, el lenguaje propio del dead internet, que el cerebro desconecta cuando una persona real escribe así”, escribía Ainhoa Marzol.

“Por eso creo que en el nuevo año nos esperan no necesariamente faltas de ortografía, pero sí creatividad en las puntuaciones, frases interminables, points absolutamente unhinged, la falta de contexto y escribir de una forma impredecible sobre cosas impredecibles. La única manera de sobrevivir y dejar un blueprint online será encontrar realmente una forma de tener una voz que sea la tuya y la de nadie más”.

Cantaba Joaquín Sabina luego, ya en los créditos de la película:

Siempre he querido envejecer sin dignidad,
aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho.
Si el corazón no rima con la realidad,
cambio de rumbo, sintiéndolo mucho.

Vamos a ver qué sucede este año 2025 en su última gira, en su último vals. Porque yo creo que, de momento, contra todo pronóstico, el sobreviviente no está logrando eso que se proponía: envejecer sin dignidad.





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Comprender el futuro: Entre el apocalipsis y la singularidad

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Apocalipsis y singularidad representan dos absolutos: nuestro futuro tendrá que situarse en algún punto dentro de ese amplio espectro.