Escribes “fetua” en Google y te sale una foto de Salman Rushdie. Es tremendo.
Escribes “Dios” y te sale un scroll infinito lleno de Jesucristos y otros hombres más o menos corpulentos, más o menos maduros, siempre barbados, coloridos, celestiales. Muchísima nube. Mucha historia del arte.
Escribes “Alá” y lo que Google te devuelve es, básicamente, caligrafía en árabe.
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Uno de los títulos de este año es sin duda Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato (Random House, 2024), de Salman Rushdie.
Las meditaciones llegaron pronto a librerías: apenas año y pico después del intento de asesinato. Están frescas, como la sangre que aún no se ha secado.
Agosto de 2022: en el anfiteatro de un centro educativo del norte de Nueva York, un joven libanés nacido en las profundidades de Nueva Jersey se abalanzó contra el escritor y le metió quince puñaladas.
Quince. Veintisiete segundos duró el ataque.
Rushdie cuenta en el libro que uno de los cirujanos le dijo: “Tuvo suerte de que el hombre que lo agredió no tuviera idea de cómo matar a alguien con un cuchillo”.
Dos noches antes de tomar el avión rumbo a la ciudad donde debía impartir una conferencia sobre la importancia de que Estados Unidos fuera un refugio seguro para escritores extranjeros, Rushdie soñó que un gladiador lo embestía con una lanza en un anfiteatro romano.
“El público pedía sangre a gritos”, escribe. Cuando se despertó le dijo a Eliza, su mujer: “No quiero ir”.
Pero fue. Estas cosas sólo cobran un sentido literario después.
Pudo no haber pasado nada, por supuesto, y la víctima nos dice que no era la primera vez que tenía esa pesadilla. Aquí lo importante es que en ese momento Eliza salta al primer plano de la narración. Al menos para mí.
La misma editorial que publicó Knife. Meditations After an Attempted Murder, de Salman Rushdie, el año pasado también lanzaba (la lanza del gladiador onírico) la primera novela de la esposa de Salman Rushdie, titulada Promise. No está traducida al español.
¿De qué promesa estamos hablando?, me pregunté.
Busqué el libro. En la primera página se lee una línea de Zora Neale Hurston a manera de exergo. Las escritoras afroamericanas siempre están dialogando entre ellas.
La frase es: Real gods require blood.
Además de sangre, los dioses verdaderos requieren tinta. Letras.
Al interior de Knife hay como una rima secreta y latente; un libro paralelo, potencial y post, titulado Wife.
Meditations After Meditations After an Attempted Murder.
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En la foto que te saca Google cuando tecleas “fetua”, Salman Rushdie aún tiene dos ojos. No la han cambiado. En las fotos más recientes, un parche negro recubre el cristal derecho de sus espejuelos, encima del ojo que perdió.
Incluso en estado monocular conserva su mirada de perversillo satánico, o de viejo verde (pero dentro de una tradición milenaria, como veremos). Parece un archivillano de Marvel.
Muchos musulmanes aplaudieron las quince puñaladas. Celebraron en particular que le clavaran el cuchillo en el ojo. Compararon a Rushdie con Dajjal, el falso mesías tuerto de la demonología islámica.
“Si alguien espera encontrar alguna frase de remordimiento, es preferible que deje de leer ya”, leemos en Cuchillo. Desde las primeras páginas explota el hastío con el tema: ya todo está dicho en Joseph Anton. A Memoir (2012), y a la bibliografía se nos remite.
Porque el Dajjal de carne picada y hueso, recordemos, ha tenido otros seudónimos, más procesados. En aquella autobiografía explicaba que cuando se vio obligado a cambiar de nombre por razones de seguridad y clandestinaje, eligió homenajear a dos de sus escritores favoritos. Pero llamarse Conrad Chéjov le pareció excesivo.
La demonología islámica creando multiculturalismos inéditos.
Joseph Anton es el libro al que el lector puede volver (sobre todo si siempre llega tarde, como yo) para sacarle filo a Cuchillo. Pasé por allí solo para refrescar la fetua, y terminé demorándome en un tecnicismo:
“Comunico al orgulloso pueblo musulmán” —dictaba el ayatolá Jomeini en 1989— “que el autor del libro Los versos satánicos, un libro contra el Islam, el Profeta y el Corán, junto con todos los editores y editoriales que lo hayan publicado conociendo su contenido, están condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes que los ejecuten allí donde los encuentren”.
Es decir, no sólo habría que ejecutar al autor, sino a todo el medio editorial —según la manera en que he traducido “editors and publishers aware of its contents”— involucrado en la difusión de su novela. Una novela que ha sido reimpresa y reeditada innumerables veces y en distintos idiomas.
Sumemos todas las ramificaciones que retroalimentan la industria del libro. Estamos hablando de muchísimas víctimas. Detrás de Los versos satánicos hay un ejército de cómplices.
A Jomeini no se le entendió bien.
Pero tampoco hay necesidad de llegar a nivel masacre, o de choque de civilizaciones. Limitándonos a un círculo más estrecho, centrado en el sector literario y respetando incluso la presunción de inocencia: siguen muriendo demasiadas personas. Y el círculo se amplía cada año que pasa.
¿Tendríamos que incluir en la fetua, por ejemplo, a Andrew Wylie, El Chacal, el agente de Rushdie, que también es el agente de Eliza, su esposa?
Me temo que sí.
En algún momento sucederá, Chacal. La cacería ha comenzado.
¿Deberíamos incluir también a Eliza?
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Rachel Eliza Griffiths es escritora, es artista multimedia, y es la quinta esposa de Salman Rushdie. Seguramente será la última. Creo que podemos considerarla, desde ya, la viuda de Salman Rushdie.
Cuando se vuelva a casar, y cuando firme o filme las obras que firme o filme, Rachel Eliza Griffiths seguirá siendo la viuda de Salman Rushdie.
Importante: Cuchillo no es el libro de un hombre acuchillado, sino de un hombre dolorosamente enamorado. Estas son páginas dedicadas a un amor terminal, amor de cuidados intensivos. Esa clase de amor que precede a la autopsia.
Ella tiene treinta años menos que él. No hay manera de que yo vea eso como algo normal. Tiene mi edad. Tiene edad para ser su hija, pero no es su hija: es su viuda. Él tiene edad para ser su padre, pero no es su padre: es Salman Rushdie.
“Ambos sabíamos que era casi imposible que dos escritores estuvieran juntos si no nos gustaba la obra del otro”, leemos en Cuchillo.
Ella ya conocía su obra. Se da por sentado. Él no conocía la obra de ella, pero encargó todos sus libros. Hay que intimar tanto con el cuerpo del otro como con el catálogo.
Yo hice lo mismo que él, pero sin cuerpo, en digital: me descargué los libros de ella.
Uno de sus poemas que más me interesaron, incluido en Seeing The Body (2020), está dedicado al padre. Es una memoria de muerte y reproducción.
El padre era policía, y la poeta recuerda todas las veces que le escuchó hablar de un hombre al que vio morir apuñalado, en la calle, bajo la nieve, cuando ella aún no había nacido[1]:
You said you had never seen
a body die so quietly, so eerily, alone.
It is difficult to stand inside of the memory
of a man who will give life to me.
A man whose wounds will drift inside
of my birth. I would like to believe
that I loved you before I ever arrived
but maybe that is just the glass-eyed
poet in me or the daughter who clings
to the romance of remembrance, the labor
of stories & histories that precede
the raw material.
La poeta de ojos de vidrio que hay en Rachel Eliza Griffith apuntará luego con una cámara, en un hospital, hacia el rostro de un convaleciente al que acaban de desintubar, un superviviente rehecho con suturas que acaba de perder un ojo, un ojo que podría ser también el de un padre perdido.
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El joven que intentó matar a Rushdie, y cuyo juicio continúa pendiente, se llama Hadi Matar.
Esos nombres musulmanes de una generación crecida con YouTube: Gigi Hadid, Bella Hadid, Hadi Matar…
Solo hay que poner coma vocativa entre nombre y apellido: Hadi, Matar.
Si el hombre que te va a matar se llama Hadi Matar, ¿por qué tú no podías llamarte Conrad Chéjov? Ahí es donde empezamos a perder la partida.
Rushdie nunca lo llama por su nombre. Cito del original, porque estas líneas llevadas al español, como era de esperar, son uno de los resbalones forzados en la traducción en Cuchillo[2]:
“I do not want to use his name in this account. My Assailant, my would-be Assassin, the Asinine man who made Assumptions about me, and with whom I had a near-lethal Assignation… I have found myself thinking of him, perhaps forgivably, as an Ass. However, for the purposes of this text, I will refer to him more decorously as ‘the A’. What I call him in the privacy of my home is my business”.
El jueguito de la Aliteración da un poco de cringe, es cierto, queda un tanto ridículo cuando todo el mundo está al tanto del nombre y ese nombre es, ni más ni menos, Matar. Pero en el recurso hay quizás un guiño al estilo espasmódico de James Ellroy (lo he traído por los pelos) y, por extensión, a una retórica del true crime que evoca a policías de los años 70 y 80 (como el padre de su mujer, quizás más joven que él): la vieja escuela.
De hecho, en el capítulo 6 de Cuchillo (titulado justamente “El A.”) nos encontramos con el formato interrogation tape. Rushdie imagina un diálogo con su agresor, en una visita a la cárcel que nunca ha tenido lugar, y transcribe el interrogatorio que escucha en su cabeza (aquí nombro yo las voces, en el libro son parlamentos indistintos).
Lo primero que hace es indagar en las motivaciones:
Matar. Estaba dormido. Ahora estoy despierto.
Salman. ¿Y quién te despertó?
Matar. Dios.
Salman. ¿Cómo lo hizo? ¿Tuviste algún tipo de revelación?
Matar. No soy un profeta. La época de los profetas ya pasó. La revelación de Dios al Hombre está completa. No vi a ningún ángel. Estudié. Aprendí.
Salman. ¿De libros? ¿De personas concretas?
Matar. Del imán Yutubi.
Salman. ¿Quién es ese?
Matar. Lo encontrará en sus canales de YouTube. Tiene muchas caras, muchas voces. Pero todas dicen la verdad.
Salman. Dime la verdad.
Matar. La verdad es que la verdad tiene muchos enemigos. Los que conocen la verdad saben también que es algo precioso, y que mucha gente quiere devaluarla. Son muchos los que quieren oprimir a los poseedores de la verdad. Por lo tanto, hay que defenderla.
Salman. ¿Por los medios que sean necesarios?
Matar. Sí.
No, no es ninguna tontería deslizada en la traducción. ¡El imán se llama así! Es el imán Yutubi de Youtube. Probablemente ya baneado.
Es el imán Youtube, que tiene muchas voces, muchos enemigos…
Resulta que el asesino es también un convaleciente. Viene de una intubación.
*
La primera puñalada que recibió el escritor fue en la mano con que intentaba protegerse. El cuchillo de Matar le destrozó nervios y tendones.
Concluida su etapa en el hospital, Rushdie recibirá todos los días en su casa a una terapeuta; una mujer, escribe, “absolutamente despiadada a la hora de hacer que yo volviera a mover la mano”.
La frase que más dice esta mujer es: “Esto le va a doler”.
No se sugiere ningún flirteo extramatrimonial. Pero, del mismo modo que él se dedicó a leer todos los libros de su novia Eliza antes de proponerle matrimonio, la terapeuta se enfrasca en la lectura de todos los libros de su paciente, de la mano que está zarandeando. Por orden cronológico.
Es una Asian-American menuda y metódica.
Cuando el escritor recupera el movimiento, ella ya se ha leído sus dos primeras novelas y está a punto de iniciarse en Los versos satánicos.
Él le dice: “Tienes un largo camino por delante”.
“No me importa. Estoy descubriendo que escribe usted muy bien”, dice la terapeuta de manos.
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En uno de sus ensayos más entrañables, “Let’s twist again”, incluido en Crime Wave (1999), James Ellroy suelta una de las claves que explican toda su obra.
Hablando de las secuelas de su adolescencia (era un panty pervert y un mirón en serie), recordando su paso por el instituto preuniversitario John Burroughs entre 1959 y 1962, en la ciudad que él llama “Los Ángeles prehistérica”, nos dice:
“Me llevé en la cabeza instantáneas de las chicas y en lugar de amar a mujeres reales, las amé a ellas”.
Postulo que la memoria fotográfica de Rushdie se alimenta de un lugar muy anterior. Su instituto preuniversitario es un cielo de vírgenes. Huríes. En lugar de amar a mujeres reales, las amó a ellas. Eliza es su hurí afro.
En el cara a cara con Hadi, asoma el orgullo del interrogador con una sobrevida sexoafectiva plena:
Salman. Disculpa mi curiosidad: ¿tienes novia?
Matar. ¿Qué clase de pregunta es esa?
Salman. Una pregunta normal que le harías a un chico normal. ¿Te has enamorado alguna vez?
Matar. Yo amo a Dios.
Salman. Claro. Me refería a seres humanos. Me hablaste de las huríes, lo recuerdo, pero el Cielo de momento está un poco lejos. Me temo que de momento no habrá huríes. ¿Qué me dices de aquí abajo?
Matar. No es asunto suyo.
Salman. Lo tomaré como un no. ¿Y novios? Te he escuchado hablar de tu admiración por los hombres de verdad, allá en el Líbano. ¿En Nueva Jersey los hay también?
Matar. No se ponga repugnante.
Salman. De acuerdo, otro no. Entonces, ¿nunca te has enamorado de nadie en toda tu vida? Estás despertando en mí un sentimiento inesperado.
Matar. ¿Qué sentimiento?
Salman. Pena.
Matar. ¿Que yo le doy pena? No, no. ¡Es usted el que me da pena a mí! Aparte de que es un grosero y un entrometido.
Salman. Te diré lo que es grosero y entrometido. Veintisiete segundos de ataque con un cuchillo. Eso me autoriza a hacerte preguntas personales. ¿Qué diferencia hay entre ser virgen y ser un incel?
Matar. Fuck off.
En la versión en español leemos esta última frase intraducible como: “No me toque los cojones”. Pero la mayor gilipollez de la traducción ibérica cometida en este libro es poner “soltero forzoso” donde dice incel.
No se puede escamotear el término incel, que está muy culturalizado y tiene ya su propia resonancia conceptual referida a la violencia.
Salman. Al incel le enfurece ser virgen. Tú estás furioso. Seis mil millones de enemigos, ni un solo amigo, amantes todavía menos… Muchos rencores. Me pregunto a quién tratabas de matar realmente. ¿A una chica que pasó de ti? ¿A un chico que conociste en el gimnasio o en la frontera con Israel?
El YouTubi por un lado y el follador de vírgenes por el otro. Habría como un nobinarismo islam-incel. Y también, en el tercer vértice del triángulo, tenemos una posible literatura incel, o post-incel, de la que en otra ocasión se podría que hablar (dale like, suscríbete y en otro video continuamos con el tema).
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En Joseph Anton, Rushdie habla de sí mismo en tercera persona. Allí leíamos:
“Él siempre había sido post-algo, según el discurso literario dominante, en el que toda la escritura contemporánea era una mera secuela: poscolonial, posmoderno, postsecular, postintelectual, posliterario. Ahora podía añadir su propia categoría: posfetua”.
Pienso ahora en la suerte de la escritura de Rachel Eliza Griffiths, que es el vértice principal del triángulo recortado en las páginas del libro (los otros dos serían Rushdie y Matar Rushdie), la punta sangrante de Cuchillo.
Ella lo es todo: viuda, hija adoptada, virgen, amante, enfermera, terapeuta, lectora, asistente, jefa de prensa, cámara, fotógrafa… ¿En qué categoría incluirla?
¿Una literatura post-salmanrushdie?
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El autor de Hijos de la medianoche tiene dos hijos. El mayor, Zafar, fruto de su primer matrimonio, tiene la misma edad que Eliza y que yo. El menor nació en su matrimonio número tres.
El matrimonio más mediático de Salman Rusdie fue el cuarto: se casó con el icono hindú Padma Lakshmi (¿Quién es ese hombre?, se preguntaban en todas partes. Nadie: es el marido de Padma, un viejo escritor). Pero el más político fue el segundo: la novelista estadounidense Marianne Wiggins (“mujer de muchos cuadernos”, como la definió su ex en Joseph Anton).
1989 fue un año duro para Wiggins. Le dijo a su marido que quería el divorcio, y pocas semanas después el ayatolá condenaba al marido a muerte. Tuvo que quedarse con él una larga temporada extra. No se pudo divorciar hasta cuatro años después.
En Cuchillo, Rushdie recibe la visita de su hijo menor, Milan, que vive en Londres y quiere que su padre vuelva a Inglaterra. Se ponen a hablar de las elecciones presidenciales del próximo noviembre en Estados Unidos; es decir, se ponen a hablar de Trump.
“Si Trump sale reelegido, puede que vivir en este país se vuelva imposible”, dice Rushdie.
Extraña declaración en boca de un hombre que ha estado a punto de ser asesinado en ese mismo país. Uno se pregunta si lo dijo así en la escena real y recordada, o lo arregló luego para la redacción del libro.
Quizás lo formuló así para Milan, que se debe haber quedado pensando en la medianoche americana a los pies de la cama de su padre. Quizás era una especie de consuelo.
Doy por hecho (por hecho biológico) que Rushdie no va a tener su tercer hijo o su primera hija con Eliza. Pero me da por pensar que, así como se referían a la pareja que formaban Brad Pitt y Angelina Jolie como Brangelina, la figura metamórfica que proyecta el escritor en este quinto y último cartuchazo, traspasada por la fusión de IA, es una suerte de Kamala Harris.
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Ya en Joseph Anton leíamos lo siguiente:
“Una fetua no era la única manera de morir. Existían otras formas de pena de muerte que aún daban buenos resultados”.
Cuchillo, en este sentido, es también un canto de cisne. Un réquiem generacional, escrito con la culpa del sobreviviente.
Como se sabe, los años 2022 y 2023 fueron una morgue. Primero acuchillado y luego torturado por esa sensación (es un sobreviviente demoníaco, y lo sabe), Salman Rushdie se despide aquí de amigos, colegas, afectos y referentes literarios. Algunos ya tachados de la lista, otros en la lista de espera.
Cormac McCarthy, muerto. Martin Amis, cáncer, muerto. Hanif Kureishi (“mi hermano menor literario”, lo llama Rushdie), partido en dos por una caída. Paul Auster, cáncer (muerto cuando el libro salía publicado). El autor no de La fetua sino de un clásico comunicante, La broma: Milan Kundera, muerto. Etcétera. La vieja escuela.
Mejor no seguir.
La cacería ha comenzado.
Sin embargo, no hay que lamentarse ni arrepentirse de nada, como nos advertía desde el principio el marido de la poeta Rachel Eliza Griffiths. El material se defiende y se reproduce solo. Sigamos pues, leyendo, glass-eyed, en
… the labor
of stories & histories that precede
the raw material.
Notas:
[1] Dijiste que nunca habías visto / morir a un cuerpo tan silenciosa, inquietantemente, tan solo. / Es difícil instalarse en la memoria / del hombre que me dará la vida. / Un hombre cuyas heridas irán a la deriva hacia mí / al yo nacer. Quisiera creer / que ya te amaba antes de llegar, / pero tal vez sea solo la poeta de ojos vidriosos / que hay en mí o la hija que se aferra / a lo romántico de un recuerdo, / al parto de relatos e historias antes de ser materia prima. (Traducción del Editor OLPL.)
[2] No quiero utilizar su nombre en este relato. Mi Atacante, mi Asesino en potencia, el Aberrado que Asume cosas de mí y me hace un Asalto casi letal… Me he sorprendido pensando en él, tal vez de manera perdonable, como un Anormal. Sin embargo, para los fines de este texto, me referiré a él de manera más decorosa como “el A”. Como yo lo llame en la privacidad de mi hogar es asunto mío. (Traducción del Editor OLPL.)
La Cuba de hoy y de mañana
Por J.D. Whelpley
“Es difícil concebir una tierra más hermosa y más desolada por las malas pasiones de los hombres”.