De camino al IV Encuentro LAT de editoriales independientes. Un evento que tiene como objetivo, cito, “discutir acerca de la realidad en España del libro escrito por autores latinoamericanos y promover su difusión”.
Son los coletazos de antaño, de cuando yo era un autor latinoamericano. Un escritor cubano.
Ya no soy ninguna de las dos cosas de la manera en que antes lo fui. Pero soy las secuelas de ambas cosas, naturalmente.
Soy eso: una secuela andante y poco más. No necesito difusión, sino transfusiones de memoria, que ya no puede ser más que memoria del futuro, un futuro que nunca fue.
Me trae de contrabando una editorial valenciana, con un librito donde yo escribía, hace unos diez años, cosas como estas:
“Si he sido algo, si he sido alguien, he sido lo que alguna vez llamaron autor de ficciones experimentales. Una etiqueta generosa y de sabor optimista para calificar a quien escribe cosas estrafalarias, desestabilizadas, poco amables, poco legibles”.
Década después y con el Atlántico de por medio, se me repite como un reflujo esta frase de Ray Loriga en Días extraños:
“No puedo creer que haya hecho todo esto. Alejar cualquier sensación real con respecto a mi pasado. Perdonarme lo imperdonable. Plantar un espantapájaros en la memoria. Borrar todas las huellas. Renacer. Y aún queda tiempo para unas cuantas reconstrucciones más. Para nuevos trucos de desaparición. Para sentarme y aprovechar una tranquilidad desconocida o para enterrar al que soy ahora sin una sola lágrima”.
Me siento, aprovechando una tranquilidad desconocida, cerca de la fuente, frente a la estatua de la Cibeles, donde los madridistas vienen a celebrar sus victorias.
Ray Loriga es madridista, por cierto.
El tumor cerebral que sufrió Ray Loriga hace unos años y que lo dejó tuerto, yo lo sentí como si fuera mío.
He empezado a redactar esta columna horas antes del Clásico y la terminaré horas después. Ahora mismo no sé quién ha ganado: si el Barça, o el Madrid, o los árbitros. Quien me está leyendo (casi nadie me está leyendo) sí lo sabe. Yo me voy a enterar unas líneas más abajo.
Las paradojas del scrolling.
Tampoco estoy sentado ahora mismo frente a la estatua de la Cibeles, aprovechando una tranquilidad desconocida y enterrando al que una vez fui sin una sola lágrima, pero me ya me he sentado allí, en Casa de América. Así que ahora estoy sentado aquí y mientras alguien me lee (¿pero, quién?) yo aún no sé si esta columna se ha publicado o no.
El otro el scrolling: un desplazamiento de pantalla en la imaginación. Sin ese desplazamiento, no hay imaginación que valga.
Contemplo a la matrona Cibeles: una diosa frigia, bárbara, vasovagal, sedienta de sangre.
En España, por cierto, hay una especie de revival del catolicismo.
Yuri Bezmenov, espía de la KGB y desertor, como todos los espías, decía que el único antídoto contra la subversión ideológica del comunismo (ya una palabra-talismán, una palabra-comodín, al igual que fascismo) es la religión.
Al final, parece que todo se resume en la guerra de religiones, ¿no? El partido que disputan dos o más sistemas de creencias, cada una con sus dogmas y sus liturgias, con sus anticuerpos y con su antilenguaje.
Subversiones enfrentadas y pendientes del hilo de un relato.
Esa cadenita que tiene un adorno colgante, que pendula e hipnotiza.
En la infoesfera de los barcelonistas o culés —entre los que me cuento desde que el estadio Bernabéu se puso de pie para aplaudir a Ronaldinho— se suele hablar de “madridismo sociológico” y del Real Madrid como un “club Estado”.
Me interesa cómo esos conceptos, creados con lenguajes y discursos ajenos al fútbol, en una segunda derivada pueden pasar por un filtro que les extrae el fútbol para armar con ellos ficciones, o esquirlas de non-fiction, no futbolísticas.
En España hay también una especie de revival de la Reconquista.
No sé bien qué está pasando, pero está pasando.
Porque ya pasó antes, supongo.
Contemplo a la diosa y no puedo evitar recordar la novela El ojo de Cibeles, de Daniel Chavarría, cuya primera edición, la de Letras Cubanas de 1994, tenía como título El ojo Dindymenio y una portada con un ojo feísimo. Una portada muy LGBT, antes de las siglas LGBT.
Ese fue el ojo que yo leí. Tenía quince años y me gustó mucho, porque tenía quince años y me gustaba la Antigüedad.
Daniel Chavarría fue nuestro Dan Brown. El Dan Brown cubano era un uruguayo comunista. También fue lo más parecido a Santa Claus que tuvimos nunca en la literatura cubana.
Cada vez veo más la literatura cubana como si fuera una suerte de retablo infantil. En mi memoria, la literatura cubana ha perdido gran parte de su infierno. No descarto que se trate de alguna clase de daño cognitivo. Es como si hubiera entrado en la crisis de los cuarenta, para empezar a experimentar una crisis de ausencia.
En el relato “El Infierno es la ausencia de Dios”, Ted Chiang, hijo de emigrantes chinos que desembarcaron en Long Island huyendo del comunismo, imagina un mundo donde la existencia de Dios no es un tema de fe, sino una evidencia empírica. No solo existe Dios, sino también los ángeles, y los milagros, las almas de los muertos reciben premio o condena, etcétera: el paquete católico al completo es cien por ciento real, objetivo, verificable.
En ese contexto, la religión no va de creencias, porque ya no se trata de creer o no creer: la religión forma parte de una realidad indiferente al deseo humano de trascendencia. Pura crueldad. Y, por supuesto, ese es un mundo tan insoportable como aquel mundo en el que la religión proponía una salida.
Es un mundo en el que cuesta lo suyo amar a Dios, a Cristo, al Señor, al Máximo Líder, a quien sea.
Nada dice Chiang, sin embargo, de las diosas que estaban antes de todas esas figuras masculinas, paternales.
La mesa redonda de la que formo parte tiene por título Novelas de los últimos tiempos: Memoria, imaginación y lenguaje.
Bajo el paraguas de esas nueve palabras se puede hablar de casi cualquier cosa.
Pero ya yo no tengo nada que decir, lo siento.
Sigo ausente frente a la estatua de Cibeles.
La diosa es ya una presencia y una potencia silenciosa. No hace falta nada más.
¿Y si fuera una presencia física demostrable, detectable, peer-review, independiente de mi conciencia, como la materia según el materialismo, como el Dios de un cuento chino?
Una diosa tan real como el mármol que le ha dado forma y la ha subido en un carro tirado por leones.
Una diosa a la que podrías ver y tocar, al margen de eso que llaman estados alterados de conciencia.
No creo que esa idea hubiera complacido para nada a los sacerdotes eunucos de Cibeles, a quienes los romanos llamaban galli.
Los galli, como ya sabemos, se castraban a sí mismos en la celebración del Dies Sanguinis o Día de la Sangre. Es lo más cerca que podían estar tanto de la diosa como de la T de las siglas LGBT, porque la agenda woke todavía demoraría varios siglos en llegar.
En el título de mi mesa, Novelas de los últimos tiempos…, ¿qué quiere decir la expresión “últimos tiempos”?
Todos los tiempos han sido los últimos.
Como repetía el genio de Philip K. Dick, después de volverse loco: “El Imperio nunca tuvo fin”.
Se refería al Imperio romano, por supuesto.
Una escuadra de madridistas se acerca ahora a la fuente. Con lo cual acabo de enterarme de que el Real Madrid ganó el Clásico de este domingo.
Están eufóricos. Danzan, hacen volar las bufandas blancas que traen al cuello. De pronto, sus rostros se quiebran. Observo las dos capas que empiezan a recorrerles la piel, del cuello para arriba.
Una capa de maquillaje al estilo Get Ready With Me. Otra capa de muecas.
Otras dos capas se mezclan en el temblor: el lenguaje del club-Estado y las lenguas de los estados alterados.
Yo me pregunto cómo será el público que asiste a este evento en Casa de América, si es que habrá alguno.
¿Podría haber alguna convergencia entre lo que ocurre dentro de Casa de América y lo que ocurre afuera?
Los madridistas saltan a la fuente, se suben al carro de la Cibeles, trepan encima de la diosa.
Me asalta una duda sobre un concepto que ahora quiero soltar aquí, o quizás en el speech de la mesa redonda. Tengo que hacer scroll en mi teléfono para aclararme:
En efecto, como resume Wikipedia, evolución convergente es cuando dos estructuras similares evolucionan cada una por su lado, a partir de estructuras ancestrales distintas y por procesos de desarrollo diferentes, como la evolución del vuelo en los pterosaurios, las aves, los murciélagos…
Memoria, imaginación, lenguaje…
Básicamente: todo.
¿Hace falta algo más para escribir ficción —al menos la que a mí me interesaría escribir, si alguna vez vuelvo a escribir ficción, lo cual no creo que pase— en esto que llaman los últimos tiempos?
Pues, sí. Sí que hace falta algo más.
Algo que yo no sé muy bien qué es, pero es lo único que importa.
Encima de la Cibeles, los madridistas se desnudan y blanden navajas. El resto es predecible y obedece al ritual.
Veo cómo se castran a sí mismos, como los galli. Se castran entre ellos. La sangre corre por el conjunto de mármol y se derrama sobre el agua. Los gritos de dolor son gemidos de éxtasis.
Se lo toman demasiado en serio estos ultras, pienso. Es verdad que su equipo llevaba una larga racha de partidos sin poder ganarle al Barça, comiéndose una ristra de goles. Pero no creo que sea para tanto.
A lo mejor, se creen que la Reconquista ha recomenzado. No sé.
Con una tranquilidad desconocida, le doy la espalda a la diosa y a sus eunucos y me encamino al IV Encuentro LAT de editoriales independientes.
Y me voy pensando que el mundo es de ellos: ya sabes de quiénes hablo, aunque no haya hablado de ellos en ningún momento.
Diga lo que diga yo en este evento literario, donde no tengo nada que decir, no basta. Nunca bastará.
Como tampoco basta con tener pegada narrativa, o con hacer sacrificios de miembros (colgantes, como flores para tejer coronas) en nombre de la causa, los derechos, el progreso o el Partido (¡de fútbol!).
Lo importante es lo que ya está escrito en las corrientes de aire de esta meseta, corrientes que pueden actuar a tu favor o no, ya seas un pterosaurio, un ave o un murciélago.
O una esquirla de la diáspora hispanocubana, con un espantapájaros plantado en la memoria.
Ya sé lo que voy a decir en este IV-LAT, si me dejan:
Ya no soy el autor del libro que me trae aquí, porque he borrado todas mis huellas para renacer, no me quedaba otro remedio.
La primera editorial que lo publicó se llama Casa Vacía.
La segunda, Contrabando. Me quedo con esos laconismos. Esos dos nombres son mucho más elocuentes que yo.










