Alejandro Otero Paz: ‘La novela de un exilio, no la novela del exilio’

Los días pasan y uno no está del todo mal, pero tampoco bien. Es muy difícil enganchar con un sentimiento de la juventud. Caminas por la calle y sientes un olor u oyes una palabra que te recuerda a alguien. Pero es muy raro agarrar esa sensación. Dura unos segundos… y se vuelve a ir. 

Quedas de nuevo en esa melaza rara como si no pasara nada. Los libros van y vienen, y te puedes cansar. Es muy raro descubrir algo nuevo. Algo que te despierte. Que te active. 

El escritor Alejandro Otero Paz era desconocido para mí. Luego de encontrarme con él acá en Barcelona, creo recordar a algunos amigos de la Isla, así a lo lejos, hablando de su libro.

Su primera novela, Danubiosalió hace poco por Ilíada Ediciones. Es una novela que, desde las primeras páginas, conecta con uno muy bien. Y no solo conecta porque hable de un cubano en el exterior, de un grupo de amigos de la Isla que se encuentran en Europa. No. Conecta porque, sin hacerlo obvio, te devuelve esa rara sensación de estar acompañado todo el tiempo.

Danubio, en un sentido, es un antídoto contra la soledad. El cubano Alejandro Otero te va llevando por ciertas calles y emociones, con un cuidado tremendo. El misterio que se respira en la atmosfera te mantiene en suspenso. Por un momento crees que sus personajes van a hacer un movimiento extremo, manierista, y esto nunca ocurre.

A pulso de buena narración y unos personajes que te recuerdan demasiado a ti mismo, vas cuidando la lectura con ganas de que este libro nunca se acabe. Es como si fuera la última oportunidad que tienes de compartir con aquellos amigos de la Isla. 

Recomiendo mucho la lectura de esta novela, que tiene la capacidad de sorprenderte, como si hubieras descubierto un tesoro. Y les comparto esta charla amena con su autor. 

Antes que todo, ¿por qué tu obsesión con Fiesta, de Hemingway? El primer día que nos tomamos algo salió a relucir y ya en la página doce de tu novela, Danubio, estás de nuevo con eso…

Yo no diría obsesión, pero definitivamente es una novela importante para mí. La encontré por casualidad una noche, con 17 o 18 años, en casa de una tía mía en El Vedado. Yo me había quedado allí en medio de un Festival de Cine: había salido tarde de la última película y quería empezar temprano al día siguiente en algún cine de la zona. 

La leí de un tirón. Recuerdo que me fascinaron los diálogos, la forma directa de contar las cosas y de describir a los personajes y los lugares. Fue bueno enfrentarme a todo eso desde cierta inocencia y desde el desconocimiento, descubriéndolo todo por mí mismo, asombrándome. Supongo que eso ha convertido esa novela en algo importante para mi historia como lector. Después, he leído casi todo Hemingway, pero ningún otro libro suyo me ha parecido mejor que ese.

Pienso en La Habana. Pienso en algún amigo que queda allí. Pero no demasiado, y no con dolor.

Por otra parte, la novela transcurre en el período de entreguerras, en una Europa a la vez lejana y cercana a esta en la que hemos elegido vivir. Hay algo en ese período, en las circunstancias históricas, en la cultura de la época, que me interesa mucho.

¿Qué otros libros te apasionan? ¿Y autores a los que vuelves?

Hay una serie de libros que son importantes para mí por diferentes razones. Supongo que puedo mencionar La montaña mágica, de Thomas Mann; En el camino, de Kerouac; La broma, de Kundera; La ciudad y los perros, de Vargas Llosa; todo Borges…

También podría hablar de Retrato del artista adolescente, de Joyce; El tambor de hojalata, de Günter Grass; El barón rampante (y El vizconde demediado y El caballero inexistente), de Italo Calvino.

Sería injusto no mencionar aquí a Tolkien (releo cada cierto tiempo El hobbit y El señor de los anillos) o novelas como Dune, de Frank Herbert; Hyperion, de Dan Simmons; o la trilogía de Marte, de Kim Stanley Robinson. La fantasía y la ciencia ficción han sido siempre parte fundamental de mis lecturas.

Arturo, el personaje de tu novela, me recuerda un poco al personaje de After Hours, de Scorsese. Buscando algo en la noche, solitario…, por otros momentos me parece muy Bertolucci. ¿Cuáles son tus gustos cinematográficos? ¿Eres de los que ves películas para inspirarte mientras escribes?

Mis gustos cinematográficos son un poco eclécticos y bastante normalitos. Si tengo que hablar de películas y directores, la lista sería algo así: Blade RunnerApocalypse NowMean StreetsLa dolce vitaLa grande bellezzaFour Weddings and a Funeral, Wajda, Kieslowski, Woody Allen, Tarantino. Como ves, no hay nombres “raros”. Supongo que podría mencionar a Jim Jarmush o a Wes Anderson, pero ni son “raros” ni a mí me interesa particularmente la “rareza” en tanto tal.

No es que vea películas, o lea, para inspirarme. Lo que ocurre es que, cuando estás escribiendo, hay muchas cosas que te afectan y te influyen. Algunas de tus lecturas y de las películas que has visto, aunque sea hace mucho tiempo, te tocan a la puerta. Es el modo que tienen la memoria y la realidad de colarse en la historia que estás escribiendo. 

En el caso de esta novela, Danubio, hubo algunos libros y películas que tenía siempre en mente al escribir: Fiesta, de Hemingway; La dolce vita, de Fellini; y los libros de viajes de Patrick Leigh Fermor.

Siento nostalgia de los lugares a los que no he ido, de los viajes que no he hecho.

¿Quién es Arturo? ¿Qué tiene de Alejandro?

Arturo es una voz, un punto de vista. Muchos amigos me han dicho que me reconocen en Arturo, o que encuentran en él mi propia voz. Como personaje, Arturo comparte conmigo opiniones (no todas, ni remotamente) y algunos gustos. También Sergio, y Boris, y supongo que todos los personajes de la novela. Pero Arturo no soy yo. 

Esta no es una novela sobre mí. Intenta ser una novela sobre gente que he conocido en mayor o menor profundidad, con la que me he encontrado a lo largo del camino: gente de mi edad, de mi mundo, y que no he encontrado en los libros que he leído ni en las películas que he visto. En ese sentido, sí es una novela sobre mí, pero no como individuo, sino como parte de algo: un grupo o una generación o un colectivo, o lo que sea.

Empatizo mucho con el personaje de Sergio. ¿Crees que tu generación, mi generación, ha dado a mucha gente dañada?

Gente dañada es una noción muy poco concreta. Mira en Fiesta, donde Hemingway, con el exergo de Gertrude Stein, orienta la lectura de la novela hacia una generación perdida, dañada: aquella que vivió la primera guerra mundial. El otro exergo, del Eclesiastés, con aquello de que “la tierra siempre permanece”, apunta, en cambio, en otra dirección. 

El daño puede ser de muchas clases. Puede ser visible o no. Yo creo que nuestras generaciones sí están dañadas, pero no creo que eso nos haga especiales. Todos los seres humanos y todas las generaciones tenemos traumas, hemos sido dañados de alguna manera. Lo interesante es, quizás, ver de qué forma lidiamos con ese daño.

¿Cómo definirías Danubio? ¿En qué momento empezaste a cocinarla en tu cabeza?

Danubio es, o trata de ser, la novela que yo quería leer y no encontraba. Es la novela de la gente a la que conozco y a la que creo que entiendo, o con la que simpatizo, o con la que creo que tengo más confianza o más cercanía como para dialogar o discutir con ella. 

Es la novela de un exilio, no la novela del exilio. Es una novela que habla sobre Cuba, aunque no ocurre en Cuba. No es una novela “experimental”; en todo caso, es formalmente convencional.

Llevaba años pensando en esta novela, cocinándola, como dices tú. Pero en realidad todo empezó con otra novela fallida que abandoné para escribir esta, porque Sergio, uno de los personajes, me obligó. Tardé un par de semanas en darle forma a la estructura y, luego, dos tiradas de cinco o seis semanas de trabajo diario para tener un borrador decente de toda la obra.

Fíjate, por ejemplo, en mi lista de autores y obras: todos hombres, todos blancos, casi todos heterosexuales.

Saliste de Cuba joven, viviste en Bolivia, Miami, Barcelona… Noto en tu novela un nuevo tipo de nostalgia… Una neo-noir-nostalgia. No es la misma a la que estamos acostumbrados. Hay algo más desolador. Más terrible. Como si hubiera caído una bomba y todos los caminos que antes estaban marcados se hubieran llenado de piedra. ¿Por qué siente nostalgia Alejandro?  

En realidad, no soy una persona particularmente nostálgica. Recuerdo que antes de salir de Cuba pensé en hacer fotos de lugares de La Habana que significaban algo para mí. Hice algunas con una vieja cámara digital, pero muchísimas menos de las que me había propuesto. Y luego, una vez fuera, no las he mirado nunca. 

He vivido poco menos de veinte años fuera de Cuba y he vuelto apenas en dos ocasiones, la última hace ya casi diez años. Pienso en La Habana. Pienso en algún amigo que queda allí. Pero no demasiado, y no con dolor.

Viví primero cuatro años y medio en Bolivia. Luego, cuatro años en Barcelona antes de irme a Miami. Durante los casi tres años que estuve en Florida, sentí nostalgia de Barcelona. Una nostalgia mayor que la que pueda haber sentido por La Habana. Supongo que nunca me sentí en casa en Miami. Y supongo que, cuando salí de Cuba, tuve que hacer frente a tantas cosas nuevas que no tuve tiempo de pensar en el pasado, en lo que acababa de dejar atrás.

No sé si la nostalgia que ves en Danubio es diferente a otras. Es tu mirada de lector. Mis personajes están dañados, como dices tú. Alguno incluso se muere de nostalgia. Creo que hablo de gente que trata de manejar el hecho de haber tenido que salir de su propio país y que está, de algún modo, eternamente enfadada, molesta, irritada, encabronada por eso.

Arturo y todos sienten nostalgia por la juventud, que es un tema importante en la novela. Son personajes de cuarenta años, que empiezan a ver cómo se alejan los que consideran sus mejores años. Yo también siento esa nostalgia. Sobre todo, cuando pienso que he vivido más de cuarenta años y no he hecho nada. También siento nostalgia de los lugares a los que no he ido, de los viajes que no he hecho. Nostalgia o como quieras llamarle a eso.

Cuando presentas a Sergio, le dedicas un momento a la beca, a la ciudad, al mundo cultural. Leyendo, me dio cierta nostalgia de un tiempo que ya no volverá…; pero un tiempo un poco ingenuo, a mi entender. ¿Crees que hemos sido ingenuos? Me refiero a los cubanos, con respecto a nuestra historia.

No sé si se trata de ingenuidad. Supongo que algo de eso puede haber, pero hay mucha gente para nada ingenua que lleva décadas diciendo lo que cree, o que intentó hacer algo, o que salió de allí apenas pudo. No creo que se pueda hablar de ingenuidad de todo un pueblo. No creo que sea un término adecuado, pero puede que me equivoque. 

De jóvenes, puede que hayamos sido ingenuos, tú, yo y muchos otros. Pero creo que se necesita cierto grado de ingenuidad para ser feliz, para creer, para sobrellevar una realidad gris y problemática.

Durante mucho tiempo no leí autores contemporáneos. Ni cubanos ni de ninguna parte.

Creo que hay que tener mucho valor para escribir un pasaje como el del enamoramiento con la chica con Síndrome de Down. ¿Te lo pensaste bastante? Es muy hermoso. Directo. En estos tiempos es complicado entrar ahí. De lo último que he leído es de los momentos más verdaderos. ¿Cómo se escribe algo así, sin miedo a lo correcto o incorrecto?  

Ingenuidad. Creo que esa es la clave. No pensé en términos de correcto o incorrecto, ni en esta parte de la novela ni en ninguna otra. Si lo hubiera hecho, no la hubiese escrito. Soy consciente de la corrección política y todo lo que hay alrededor, pero trato de poner eso a un lado mientras escribo y mientras trabajo con el borrador.

¿Qué crees del panorama editorial actual? ¿Crees que el narrador blanco, heterosexual, hombre, con ciertos privilegios, está desapareciendo? 

Estoy convencido de que ese narrador al que te refieres no está desapareciendo. Lo que ocurre, supongo, es que estamos en medio de un período de inestabilidad en todos los sentidos, en el que se replantean nociones que hasta ahora parecían inamovibles. Y en medio de la inestabilidad, lo establecido tiende a ser condenado. 

Creo que no todo lo que estamos viendo va en la dirección correcta. Algunas cosas quedarán y otras se las llevará la corriente. En cualquier caso, es justo que ocurran cambios. Fíjate, por ejemplo, en mi lista de autores y obras: todos hombres, todos blancos, casi todos heterosexuales. Es algo que, definitivamente, tiene que cambiar. Estoy seguro de que me he perdido libros increíbles de mujeres, o de autores africanos o de alguna isla del Pacífico. Libros que, incluso, puede que no se hayan escrito nunca, o que se quedaron en un cajón.

En cuanto a los privilegios, es evidente que existen para nosotros (hombres blancos heterosexuales), aunque algunos son más privilegiados que otros. En mi caso (y en el tuyo) somos inmigrantes en Europa y llegamos tarde. Estamos en desventaja. Eso nos coloca en una posición no precisamente privilegiada.

Sobre el panorama editorial, actual o pasado, no sé prácticamente nada. Tengo la vaga noción de que, en España, es muy difícil publicar en una editorial medianamente importante. He oído que en el ámbito anglosajón la situación es mejor, aunque no sé exactamente de qué forma. Entiendo que es importante conseguir un agente. Yo, hasta ahora, no he tenido éxito.

Todos los personajes de tu novela están solos, tristes o un poco locos. Es un piñazo al mentón el retrato que haces de Arturo, Ilse, Sergio; que en el fondo es un poco uno mismo, como cubano, como migrante… Lo haces con una tranquilidad salvaje. ¿Dónde puede encontrar la calma el cubano de más de 30 años que está afuera?  

Si supiera donde encontrar la calma, sería millonario y me habría ahorrado bastantes malos momentos. Yo la busco en algunas lecturas (no en todas), en algunas películas, en ciertas mañanas silenciosas, en los días de dieciséis o diecisiete grados en los que puedo caminar un poco, en las sonrisas y las preguntas de mi hija, en la compañía de mi esposa, en un buen rato de trabajo en el que consigo una página o un párrafo que me satisfaga…

¿Cómo se le roban las horas al día, para escribir, en una ciudad como Barcelona?

Mi día a día va cambiando porque los horarios de trabajo cambian. A veces trabajo por las mañanas. A veces por las tardes. A veces no trabajo, porque esto es España. Suelo llevar a mi hija al colegio por las mañanas y muchas veces la recojo y la llevo al parque o a alguna actividad extraescolar por las tardes. Los horarios de trabajo de mi mujer suelen ser menos flexibles y más largos. 

En Miami no llegué a tener libros. Quizás por eso volví a Barcelona.

Para leer, siempre lo hago de noche, antes de dormir. Absolutamente cada noche.

Pude escribir Danubio durante la pandemia, aunque lo hice después del confinamiento, entre julio y diciembre de 2020. Ahora mismo tengo mucho menos tiempo. Avanzo en una segunda novela, pero muy lentamente. Escribo mejor por las mañanas, entre las siete y las once. En un mundo ideal, escribiría cada día en ese horario. A partir de esa hora, el rendimiento no es el mismo. No soy, definitivamente, un escritor de noche.

Cinco autores de tu generación que te gusten. ¿A qué otros quieres leer? 

Durante mucho tiempo no leí autores contemporáneos. Ni cubanos ni de ninguna parte. Y nunca he ido a talleres literarios ni me he relacionado con otros escritores, excepto un par de amigos. Me fui de Cuba hace casi veinte años, he tenido que ganarme la vida en tres países y ha sido complicado.

Autores cubanos, he leído pocos, fuera de Cabrera Infante, Carpentier y algún otro. He leído cosas de Carlos Manuel Álvarez, Enrique del Risco, Wendy Guerra, Pedro Juan Gutiérrez, Alejandro Hernández, Vladimir Hernández, Karla Suárez, Leonardo Padura… Como ves, no son precisamente de mi generación. No he leído a Gerardo Fernández Fe, ni a Marcial Gala, ni a Ronaldo Menéndez, ni a Antonio José Ponte, por ejemplo, que son autores a los que hace tiempo tengo en la lista.

Cuando uno conversa contigo hay mucho escepticismo con respecto al futuro de la Isla y con respecto a casi todo. ¿Por qué? Además de tu hija, ¿cuáles son esos oasis que te salvan de la tristeza? ¿Te consideras un hombre alegre?

Tengo un amigo que dice que mi generación no cree en nada. Es cierto que es difícil para nosotros, o al menos para mí, creer en algo. De niños, nos decían que el capitalismo estaba muriendo y que en el futuro nos esperaba el comunismo. Yo no pensaba mucho en eso, pero era una especie de certeza, algo sólido que estaba ahí y que pensábamos que estaría para siempre. Era algo tangible, de cierta forma. 

A mí me decían que, cuando cumpliera 15 años, haría un viaje por los países socialistas. Y yo me imaginaba aquello como algo maravilloso. Hasta que todo se vino abajo, justo cuando dejábamos de ser niños. Y no pude hacer el viaje. Después de eso, de pasar por los noventa en Cuba y lo que ha ido sucediendo, es difícil creer. Y también influyen las lecturas.

¿Qué queda? Pues mi hija, mi mujer, mi madre, mi hermano, los amigos que siguen conmigo, alguno desde que tengo memoria. Y los libros. En Miami no llegué a tener libros. Quizás por eso volví a Barcelona. Yo necesito mi librero lleno, poder sacar un libro y leer un párrafo que llevo dos días recordando, mirar alguna novela que tengo pendiente.No soy un tipo triste. Alegre, no sé. Quiero creer que sí.




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Último retrato de Yuri Villanueva

Carlos Lechuga

Hay una cosa que hay que entender, desde el minuto uno, Yuri Villanueva lo que quería era demostrarme que él estaba bien. Yo no sé qué chisme él se cree que yo había escuchado; pero la verdad es que estaba predispuesto, como a la defensiva.






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