El sol hierve el interior de la caseta. El perro calor que hace en la feria te firma en el aire la palabra “hidrocarburos”. La gente sigue de largo y se abanica con ella.
Siento que si me quedo inmóvil se me empezará a nublar la mente. Me quedo inmóvil. Pensamientos al vapor.
La chica que está a mi izquierda tiene el triple de energía y el doble de entusiasmo que yo. Es estudiante de filología, parece ser una gran lectora y acaba de editar una novela que yo no recuerdo haber escrito. Tampoco me importa no recordarlo.
Otros jóvenes de su universidad vienen a verla. Se acercan las amigas, intercambian besos y sonrisas:
—¿Cuál es tu libro? ¿Este?
—El libro es de él —dice ella, señalándome con el dedo. Las otras chicas, y todas las amistades que han venido a congratularla, me dirigen una mirada cortés (¿quién es ese tío canoso?, ¿de dónde es su acento?) pero no hojean mi novelita, que luce en portada el truculento título de Cuba científica: van directo a la nota de contracubierta que ella redactó y que forma parte del proyecto que supongo habrá entregado al concluir sus prácticas laborales.
Firmo ejemplares para:
- sus compañeros y compañeras de curso,
- sus tutores,
- sus padres,
- su abuela…
Ella manuscribe otras dedicatorias al pie de la mía, suma a mi firma palabras más valiosas que las mías, se toma fotos.
El libro es suyo, desde luego, y me parece estupendo y correcto y necesario que así sea. Siento que se hace una mínima justicia en el descampado literario que llevo dentro.
Aportar contenido, y quizás alguna pizca de exotismo o extrañeza, a la evaluación de una asignatura, o de un semestre. Devenir currículo en el futuro y el talento ajeno.
No hay más.
Más que feliz con eso.
Mientras tanto, el librero con el que compartimos caseta organiza una mesa con libros de la editorial Trama. Aprovecho para hojear Bibliopatías, bibliomanías y otros males librescos, de Antonio Castronuovo.
Leo que el autor italiano es aficionado a “las literaturas menores y las ciencias anómalas”.
Menudo coctel, pienso. ¿Cuáles son las ciencias anómalas? ¿A qué se dedican?
También tengo a mano El fetiche y la pluma. Literatura y edición en el capitalismo tardío, de Hélène Ling e Inès Sol Salas, y también me pregunto (estoy fuera de lugar) de qué se habla cuando se habla de capitalismo tardío.
Me da por pensar que al año siguiente de su nacimiento, que no tengo claro cuándo fue, ya el capitalismo era capitalismo tardío. Y digo un año como pudiera decir un día.
En menos de un año puede amasarse la mutación de varios siglos.
En consecuencia, hasta el efecto más tardío es capitalismo tardío.
Leo:
“La obra literaria se ha ido transformando poco a poco en un objeto obsoleto, con un contenido predecible y un lenguaje dócil, manejable; en un academicismo de la trivialidad. Para captar a un público cada vez más disperso, las industrias culturales imponen sus formatos. Lo que ahora se conoce como ficción integra la novela, el cuento, la película, las series… En la cadena de producción de contenidos, el libro sólo es un elemento más”.
Sobre esta última oración, si mal no recuerdo, Alessandro Baricco hizo un libro completo. Se titula Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación.
La colección de Trama a la que pertenece El fetiche y la pluma tiene un nombre bien pensado: Tipos móviles.
Me ha gustado la ocurrencia. Eso soy yo ahora: el calor me hace abandonar la inmovilidad de la caseta. Salgo a caminar por la feria sin adarga al abrazo. Me dejo también la pluma de firmar.
Un tipo móvil.
No un autor.
Hay otros autores firmando sus libros por aquí y por allá. Los veo y pienso en el zoo humano donde los alienígenas exhibieron a Billy Pilgrim en Matadero 5. En aquel planeta la especie alien era él.
Miento. No estoy pensando en la novela de Kurt Vonnegut sino en un sintagma fascinante que en los últimos tiempos está haciendo telenovela en los medios informativos de este país: la trama de los hidrocarburos. Ahí también hay ciencia-ficción dura, ciencia-ficción anómala.
Mucho más que eso: hay una narratología.
Nos pasan por delante conceptos que habría que incorporar ya mismo al menú de los clubes de lectura, los talleres literarios y los cursos de escritura creativa: ahora podríamos escudriñar no sólo los personajes, el argumento, la trama, etc., sino también los hidrocarburos.
Porque una cosa es la trama y otra cosa es la trama de los hidrocarburos.
Es una categoría aparte, que aún no ha sido bautizada adecuadamente. Un marco teórico por explorar, y del que sacar petróleo.
De momento sólo captamos como un regusto a enlaces químicos y a cronología de carbono 14 (otro matadero).
De acuerdo a la doctrina física, que ya es pop a full, sabemos que el espacio le dice a la materia cómo moverse y la materia le dice al espacio cómo plegarse. En bioquímica es más o menos lo mismo, pero la llave del plegamiento es el agua.
El agua polariza los enlaces de las macromoléculas, esculpe el pliegue 3D de las proteínas y le dice a las membranas lo que puede moverse entre una capa y otra y lo que no.
Esto es también estructura (o diseño inteligente) de la ficción.
How’s the water?, le preguntaba el pez viejo a los dos peces jóvenes en aquella anécdota de David Foster Wallace. Be water, my friend, aconsejaba Bruce Lee. Contraseñas líquidas.
No sé de qué agua estoy hablando ahora, pero sé que la trama de los hidrocarburos (o una rama dentro de la trama, larga como un brazo de mar) se extiende hasta el Caribe, al otro lado del Atlántico.
Bebo agua.
Sudo sal.
Trago elucubraciones, un sorbo tras otro.
Escucho a una mujer diciendo:
—Me preocupa que estoy gastando mucho dinero en libros. Creo que a partir de ahora voy a tirar más de biblioteca.
Las preocupaciones que tienen algunos.
En fin.
Llego a la caseta de la editorial Herder, que está adornada con toda clase de lemas supuestamente ingeniosos. Tienen un cartel que dice, en letras grandes: SEXO. Justo abajo se lee:
“Vale, ahora que tenemos tu atención, vamos a mostrarte algunos de los extraordinarios libros de nuestro catálogo”.
O algo así.
Sigue una lista de autores y títulos.
A lo mejor los que venimos a la feria a firmar libros también deberíamos colgarnos encima carteles como ese.
Onda protesta performática, pasivo-agresiva.
Variante: el cartel no dice SEXO sino AUTOR DE BESTSELLER (también se podría poner directamente el nombre de algún autor: ese mismo que tú estás pensando). Y abajo, digamos, por ejemplo:
“Vale, ahora que tengo tu atención, quiero que me firmes tú a mí esta carta en apoyo a los jóvenes universitarios cubanos que protestan por el tarifazo de ETECSA y, de paso y en puntillas, les piden cuentas a no pocas siglas más”.
Y ante las inevitables dudas que sobrevendrán a continuación (¿quiénes son ETECSA y a qué se dedican?) uno no puede menos que sentirse un poco ridículo, como pescado viejo en tarima, porque esa carta plagada de abajofirmantes en serie es idéntica a otros quinientos mil millones de cartas que nunca llegaron a ningún destino.
Ya hay más cartas como esa que átomos de hidrocarburos hay en Cuba.
Hay más cartas como esa que habitantes (muertos + vivos) en la isla.
Diría que son plegarias lanzadas al mar dentro de una botella, pero es que ni siquiera eso, porque como ya sabemos el agua transporta, al menos, una estructura de sentido.
Sin duda, hay un problema de atención dopaminada por la globalización del algoritmo y del reel en esta feria del libro. Y eso lo sabe la europeísima editorial Herder, que en efecto tiene un catálogo excelente de filosofía y divulgación de línea dura pero que ha elegido destacar en sus mesas, en su primera línea de productos para los visitantes, a Byung-Chul Han y a los muñequitos de la colección “la otra h”, su sello gráfico.
¡La Historia en historietas!
“la otra h” (es así, en minúsculas, aunque aquí la colección sea un display en mayúsculas) son clásicos en formato de cómic.
Pienso en los estudiantes.
Pero no en los universitarios cubanos, faltaría más.
Me pregunto qué y cómo y por qué estarán leyendo los condiscípulos de mi joven editora. No tengo la menor idea de lo que enseña la filología hoy en día. (Pero: ¿qué era lo que enseñaba antes?)
Tengo frente a mí El origen de las especies en versión manga.
En la portada hay un pájaro que parece un tucán. El dibujante quizás se quedó con la fábula de los picos de los pinzones que Darwin estudió en las Galápagos. El abismo geográfico y ecológico hizo el resto.
Me gustaría leer clásicos del manga en versión ensayo naturalista, interrogador y derrumbamundos, pienso. Mentalidad de mapa vectorial exportado e impreso como solo texto. Hay que encontrar la manera de hacerlo posible.
Escribir lo imposible y dejar de soñar tanta mierda.
Uno de los vendedores de esta caseta tiene pinta de latin king. Está comiendo bajo el ventilador. El tarro de plástico que tiene en las manos se convierte de pronto en una de esas cajitas churrupientas de comida que repartían en La Cabaña, en la feria del libro de La Habana.
Con un Atlántico de deshidratación mental de por medio, tengo la siguiente conversación con el vendedor mulato. Advierto que estoy hablando con él, pero al mismo tiempo estoy hablando con el impresor Bartholomäus Herder (Rottweil, 1774 – Friburgo, 1839), litógrafo de la diplomacia y pionero en el uso de ilustraciones:
—Vale, déjame ilustrar tu duda —le digo—. ETECSA no existe, nunca ha existido. Es una entidad de paja. Tocas la puerta y detrás de esa puerta no hay nadie.
—Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, S. A.
—Querrás decir S. E.
—S. A., lo dice Google.
—Pueden tumbar ahora mismo Google y el internet y hasta el 99% de las telecomunicaciones y la electricidad en Cuba, que no pasará absolutamente nada. Ya todo pasó. Y ya todo es virtuoso, martirológico e irradiante.
—Entiendo tu frustración. Hay mucho dolor y mucha injusticia en el mundo.
—Tocas la puerta, pero no eres capaz de responder a la voz que se escucha desde el otro lado, el lado donde no hay nadie.
—La barbarie y los autoritarismos. La Tercera Guerra Mundial está a la vuelta de la esquina. ¿Y has visto la tragedia que viven los palestinos en Gaza?
—Esa voz que, cuando tú tocas a la puerta, simplemente pregunta: ¿quién es?
—Hablas como alguien a quien ha dejado de importarle lo que está sucediendo en ese país.
—Algunas personas que me quieren no quisieran escucharme decir eso. Sólo por eso no lo voy a decir. Tal vez titule así esta columna, pero ya me arrepiento de haberlo hecho.
—¿Estás interesado en algún libro?
Hay otra dependiente dentro de la caseta. Una mujer morena. El otro ya no es un mulato (han intercambiado pieles sin que mediara una sola palabra), pero me sigue pareciendo un latin king y permanece sentando bajo el ventilador, al fondo, en completo silencio.
Unas bolsas negras de tela cuelgan de un gancho. A juego tanto con la filosofía como con la marketinería reading is sexy de esta Herder hipster, tienen impreso en letras blancas un eslogan cartesiano: LEO LUEGO EXISTO.
Pregunto cuánto cuestan.
—No nos dejan venderlas —dice la mujer—. Son para los libros.
Percibo un detalle en ese “No nos dejan”. Bebo uno, dos, tres, cuatro, cinco buches de agua embotellada, y sigo recorriendo con la vista los estantes.
—Cinco euros —dice entonces el hombre, como si estuviera hablando con otra persona, mirando en otra dirección.
El libro más barato cuesta el doble.
—¿Quieres una? —me pregunta la mujer.
—Sí, por favor —asiento—. Gracias.
—Tienes que darme el dinero exacto.
Le extiendo el billete y me voy con la bolsa vacía.
Esta feria del libro no me da para más.

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Por Yan Veselov
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