Esta primera entrega abre un espacio de “recuperación textual”. Lo llamo así porque en cada publicación propongo recuperar esos pensamientos libres formalizados a través de textos espontáneos que he ido publicando en mi cuenta de Instagram.
Se trata, sin duda alguna, de la práctica de un tipo de crítica sistemática ajena al encargo y/o cualquier otro mecanismo de sujeción. Hablo de textos absolutamente libres, cuya única naturaleza se explica a través del placer del mismo texto. Su finalidad no ha sido otra que dar cuenta de mis itinerarios por el mundo del arte siguiendo las pistas de este gran hipertexto que es IG.
La idea de que la escritura y la crítica puedan morir y de que esta sentencia sea concebible en sí, pero irreal y ficticia, de hecho, debería bastarnos para no desconfiar del poder absoluto del texto y del pensamiento que descansa en él. Esta sección nace de esa confianza, sus apuntes se alimentan de altas dosis de pasión y desenfreno, pero también de un profundo amor y respeto hacia aquello que se ha convertido en la razón de mis días. Cómo entender la escritura si no como un acto de interpelación y de desobediencia frente a la doctrina de la futilidad y del acuerdo tácito.
“Instagram: mis lances amatorios”, no es otra cosa que la aceptación, definitiva, del placer del texto, el hallazgo, creo, de ese espejismo evanescente que es el estilo. No hay mayor y más delicioso regalo que la práctica, aunque excesiva, del talento y de la admiración. Por mucho que algunos me aborrezcan y otros mueran en la parálisis de la (in)aceptación de mi sino, otros aprecian el valor de mi ejercicio crítico y no escatiman en elogios que solo puedo aceptar como reto y desafío, mas no como complacencia narcisista.
Cuanto más se dice y se espera de ti, más tortuosamente responsable ha de ser el resultado de una labor intelectual que deja de entenderse como un acto íntimo para formar parte de la trama de relaciones sociales y culturales de la que uno es amo y esclavo. En la complacencia y el autoengaño, bien lo saben los asalariados de la escritura y los mediocres sin causa, habita el terror del dogma y el peligro de la esterilidad. La decadencia solo podría ser superada por la búsqueda, quizás ilusoria, de cierta verdad, de cierta honestidad crítica que no comulga con las formulaciones explícitas de esa “comunidad artística” organizada sobre la dramaturgia del cinismo de la cordialidad.
Los reaccionarios han empeñado sus esfuerzos en el afán de abdicación de las inquietudes ajenas, dirigen sus discursos hacia la aniquilación del júbilo verbal que escapa de sus estancos modelos de entendimiento y de comprensión. Sin embargo, pese al cansancio que ya me produce el descrédito ajeno —hoy mi resistencia y tolerancia ya no es la de los 20 años—, siempre he creído y defendido que el crítico de arte, lo mismo que cualquier otro intelectual de la cultura, ha de ser a la vez un animal reaccionario y revolucionario, viviendo en el límite, por fin, entre el instinto de conservación y el placer por la tragedia. Es en ese umbral, en esa zona conflictiva de declarada tensión, de donde emergen los signos virtuosos de su trabajo y el inequívoco sello dramático de su sino.
Ihosvany Plasencia
El caso del artista cubano Ihosvany (IHOS) Plasencia resulta especialmente sensible por dos razones de base: la primera, su amor incondicional hacia la imagen; la segunda, su ecléctica sensibilidad. De la fruición de ambas aflora un paisaje visual atravesado por lo que pudiera entenderse como una “mirada antropológica” y una “perspectiva narcisista”, en términos de automirada crítica a través de terceras o segundas situaciones y cosas.
El trabajo de este bello y joven fotógrafo no es sino la puesta en práctica de una operatoria de auscultación. Ihos va “escuchando” y “observando” los signos del entorno inmediato para traducirlos en alegorías y metáforas que hablan del yo y de la historia: de una extraña intimidad a voces. Su obra es una suerte de micronarrativa, ese tipo de relato que desde lo personal y lo “intrascendente” ejerce una infracción en el gran relato.
Cualquier aproximación reflexiva a su propuesta debería pasar antes por la observación concienzuda de cada uno de sus proyectos. Algo a lo que, en el presente, no he tenido acceso. Por lo pronto, y respondiendo a esta voluntad mía de apoyo a los y las artistas cubanos, me apresuro a señalar el valor de la obra, su honestidad y posible alcance. Confieso que su proyecto Simón me fascina. En él habitan, a su manera, la sensibilidad denodada y la interpelación sin sobresaltos. El interés por el collage, en tanto que identidad travesti, y el uso instrumental-lingüístico de la imagen, me seducen al extremo.
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Ihosvany Plasencia – Galería.
Iván Marcos Perera
Hacía tiempo que no me impresionaba tanto el trabajo de un artista cubano como lo ha hecho hoy la propuesta de Iván Marcos Perera. Se trata de una obra en extremo sofisticada y muy bien articulada: una obra que tiende más al fragmento que a la totalidad del sistema.
Su narración intenta refutar la noción de “hecho” en beneficio del “supuesto”. La historia hace pasar por hechos lo que muchas veces no fueron más que grandes supuestos. Iván es un amante de las narraciones, pero especialmente del punto de vista del narrador. Hurga en ese sitio liminal, entre volátil y evanescente, en el que se gestiona la voz de los sucesos reales o ficticios. Sus obras demandan de un espectador competente, pero sobre todo sensible. Exigen ser ubicadas en un contexto de referencia que permita discernir la legibilidad de la metáfora, su potencial narrativo y su valor heurístico. Dos cualidades tipifican su operatoria estética: inteligencia y sensibilidad.
Iván alcanza a construir una obra que goza de lucidez en la misma medida en que se entrega a la emoción. De nada sirven la erudición, la ironía y el arrojo desmedido si el desengaño no le acompaña. Esa sensación de duda, esa desconfianza casi epistemológica es la responsable de esta nueva orquestación simbólica que parece desplazarse fuera del tiempo. Su obra profundiza en lo cultural y en lo humano para llegar, de alguna extraña manera, a una sensación de vértigo. El cuerpo ausente se somatiza en cada espacio de enunciación. Conduce, elípticamente, a una especie de fetichización de lo ínfimo, lo fragmentario y del logos. La obra de Iván está atravesada por el banco de la historia, su cuerpo expone las evidencias de los arbitrajes y vasallajes de los relatos…
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Iván Marcos Perera – Galería.
Claribel Calderius
Existe una inequívoca línea de actuación de lo artesanal en el escenario del arte cubano contemporáneo. Las voces protagonistas de esta “moderación estética” son, en su mayoría, mujeres artistas de diferente rango intelectual, profesional y de compromiso. Una de esas voces es la de Claribel Calderius, a quien tuve la suerte de exponer en una colectiva SocialSUBJETIVA de artistas latinoamericanos en el Ateneo de Madrid, dentro del programa de PHotoESPAÑA 2018, con su hermosísimo proyecto Los hijos de la patria.
Desde entonces y hasta hoy, Claribel ha venido desarrollando un trabajo sobre la base de un material sensible: las emociones. Si algo detecto como señal de su hacer, es esa extraña sensación epistolar que destilan sus piezas. Observo con atención cada “garabato” suyo y descubro en ellos la letra de un reclamo, de un llamado de atención, una suerte de presagio. Es como si entre todos se organizara la gramática de una carta que está por enviarse a un destinatario incierto. Se mezclan allí la pintura, el tejido, el bordado, el collage y la virtud de las manualidades todas. Resulta de esa mixtura de medios, de recursos y de intenciones, una obra que rebosa de sutilezas y de insinuaciones. Las piezas suelen estar acompañadas de frases extraídas de la literatura, lo cual adereza el posible ejercicio de interpretación toda vez que uno busca cazar el sentido del texto con la angularidad de las imágenes.
Entonces la indiscreción se me antoja rigurosa, lamentando no tener conmigo a la artista para ensayar un escrutinio en el raro mapa de esas prefiguraciones suyas. Me quedo, faltándome esa declaración en primera persona, con lo que esos tapices me trasmiten. Al cabo todos somos animales de la experiencia, somos la acumulación de lecturas, de sensaciones y de cosas vistas. Asumo este registro como un acto de devolución, una señal de generosidad y una especie de expiación personal. Tanto es así que, sin abandonar sus funciones de madre, esposa, emprendedora y artista, también levanta la voz en contra de la incineración colectiva que sufren los artistas en Cuba. Es ahí cuando su vida y el resto de lo que hace adquieren un rango político.
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Claribel Calderius – Galería.
Giselle Reyes
De algún modo todos pensamos en un retorno al origen, en una vuelta a eso que, siendo nuestro, perdimos para siempre. Solo nos pertenece aquello que bien perdimos; el resto es incierto, proyección condicionada, pura especulación. El trabajo de Giselle constituye, sin duda alguna, un ejercicio de memoria. Ella es artífice de la sutileza, del tiempo fugaz de lo sublime, del entusiasmo moderado por la minuciosidad.
La fineza de su hacer, que fluye con una constancia incorruptible, la convierten en una suerte de poetisa de la nostalgia y en una hacedora de metáforas. Esas arquitecturas imposibles y esos libros traducidos en espacios habitables y vivos me recuerdan esa obsesión mía por la casa, por la vuelta a un hogar que ya no existe.
La obra de esta artista cubana entrecruza los lenguajes del arte con los de la literatura y la arquitectura, dispensando de este modo un universo muy singular en el que ella siempre está presente. Si algo me gusta de su obra es esto último: la relativa poca distancia que advierto entre su yo —al parecer noble y sensible— y sus artefactos poéticos. Una fuerte vocación y una entrega absoluta resultan clarísimas señales de su operatoria artística.
Cuando observo sus piezas, descubro el principio de una metodología de la redefinición. Es como si cada articulación se dispusiera a tejer nuevas cadenas de sentidos, nuevos significados, nuevas ilusiones que truecan la realidad y la ficción, lo concreto y lo evanescente. Cuando la curiosidad y la memoria son prodigiosas, no importa tanto el accidente del viaje. Al término, llegamos siempre a ese lugar que solo existe en nuestra imaginación. Al final, de una forma u otra, alcanzamos un pacto con la reconciliación
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Giselle Reyes – Galería.
Douglas Pérez
En días de incertidumbre, de difamaciones escalonadas, de cercos policiales arbitrarios y abusivos, de manifestaciones de cubanos y cubanas en todas partes del mundo, de violencia sistemática y de racismo estructural, me tropiezo con la obra de Douglas Pérez y todas las respuestas aparecen.
La nación cubana ha sido, desde siempre, un espacio de violencia, de vasallaje y también de emancipación. El poder en Cuba, históricamente, ha sido árbitro eficaz de la tecnología del terror y las malas artes de la desacreditación. La obra de Douglas, desde la ironía y el humor, dispensa una radiografía de esa gramática abusiva y pusilánime. El artista trabaja con un material sensible: la historia. Y lo hace atendiendo al hecho de que esta es una narración, una fabulación que usa solo ciertos índices de lo real para acreditar su presunta “veracidad”.
De tal suerte, sus pinturas adquieren el rango de una ficción que rivaliza con ese otro relato. En ella habita una crítica al racismo sistémico y a los mecanismos de poder que sustentan el ejercicio discriminatorio. Sus obras actualizan ese resabio practicante del racista añejo y cobarde. Al cabo, leídas en su conjunto, revelan la repugnancia de nuestra gravedad histórica.
Bastaría con leer a nuevos autores cubanos que ensayan una obra en las redes sociales o seguir con atención lo que ocurre con el Movimiento San Isidro para advertir la vigencia de un racismo endémico. La Isla es espacio de represión y de dolor, de humillación y de escarnio; también es el escenario de una risa que ya pasó a ser impostación y mueca. Existen artistas que merecen ser atendidos una vez concluya el tiempo de la discordia y el afán terrorista de un Estado que ha dado pruebas de su crueldad e incompetencia moral. A los/las exégetas del arte cubano, jóvenes y apetentes, les aguarda una gran responsabilidad con esa historiografía que está por escribirse y que demanda de nuevas gafas para tanto sol.
Dionnys Matos
Aprovecho este momento de soledad —en un bar del barrio y con una copa de tinto— para dejar constancia de algunas impresiones sobre el trabajo del joven artista cubano Dionnys Matos. A simple vista pareciera una obra anodina y atrapada en la tensión de lo estrictamente retiniano. Sin embargo, a la sutileza y a la elegancia minimalista de sus superficies se le opone el poder del argumento. De tal suerte, “restitución” y “obsolescencia” resultan conceptos fundamentales en el desmontaje semiológico de su propuesta.
Matos es una suerte de arqueólogo del paisaje urbano: examina el entorno y recoge todos aquellos objetos que —antes—fueron extensión de la desidia del ser humano. Es así que cada pieza cuenta una historia, esa que se escribe desde la lírica del residuo. Matos hace la suerte de un alquimista que trueca el residuo en poética. Frente al instinto predatorio y caníbal del sujeto contemporáneo tan dado a la generación de enormes vertederos, el artista apuesta por “las segundas oportunidades”.
Sus imágenes condensan, entonces, esa hermosa avidez que defiende la vida por encima de la retórica sepulturera. Me comenta el artista que estas obras soportan un discurso medioambiental y que dialogan con alguno de los temas de la agenda cultural de turno. Sin embargo, y al margen de ello, no es menos cierto que sus obras son hermosas en sí mismas, sin la necesidad de sujeción a un concepto o a un paisaje argumental que justifique su amplitud y hechura.
Algo en ellas se me antoja tremendamente irónico y es el hecho de que al proponer una “restitución” del objeto que le salva de la muerte, al mismo tiempo ensaya un ejercicio de “congelación” que conduce —metafóricamente— a otro estado de defunción. Solo que, en este último caso, ese impulso de muerte se descubre rebasado por el poder del arte. Habrá que volver y pensar más sobre estas obras. Entretanto, sigo con mi copa y observando a un chico hermoso que me hace ojitos dos tres mesas más allá.
¿Será mi amor que aguarda, u otro de los tantos espejismos que me asisten?
© Imagen de portada: Simon, de Ihosvany Plasencia.
Habanero replicante
El éxito de las imágenes de Orestes González está asociado, indefectiblemente, a las dudas sobre el futuro de un país que vive de la muerte de las utopías y sobre el escombro de todos los sueños y emancipaciones.