En un intento por simplificar el alcance y el sentido de su propuesta, la artista cubana Lianet Martínez Pino escribe en su dosier: “trabajo con el objeto como portador de simbologías y de contenidos”. A lo que yo sumaría la dimensión poética atribuida a los mismos, y la provocación como exigencia interpelante.
Lianet, qué duda cabe, es una apasionada de las morfologías, del objeto alterado y de lo escultórico expandido. Su obra es tan diversa e irregular como lo son los motivos argumentales (y sus derivaciones) que la inspiran.
Me cuesta observar su obra, y como consecuencia de ello pensarla en términos críticos, sin advertirla como un proceso continuo, un hacer que todo el tiempo ansía la experimentación y la búsqueda afanosa de sentidos. Desde piezas absolutamente efímeras hasta enormes esculturas emplazadas en el espacio público, la propuesta de Lianet señala un sentimiento común: la necesidad de dejar una huella a partir de la alteración y el desvío metafórico de los objetos y los asentamientos matéricos de diferente índole. Pero sobre todas las cosas, hay algo que se hace enfático en su operatoria multidisciplinar: la sistemática acción estética basada en un gesto provocador que aspira al comentario crítico.
Un machete gigantesco, un biberón de púas, esferas enormes que aluden a las estructuras del conocimiento y el cuerpo de la artista maniatada por una soga a modo de momia o de anulación ontológica del ser femenino, dan fe de la voluntad emancipatoria y del sentido disyuntivo que se condensan en el relato de esta mujer artista.
Hablamos de una obra que no desea, en modo alguno, pasar desaperciba. Sabe, y es muy consciente, del silencio que pesa sobre la genealogía que relata el arte realizado por mujeres en Cuba. Ese conocimiento, al parecer, se convierte en premisa de la acción y del ensayo estético. De tal suerte que la obra, epicentro de toda su digresión artística e intelectual, pueda ser traducida, según los acuerdos al uso, en un ensayo de inequívoca perspectiva feminista.
Cuando una mujer se dedica al arte, a la escritura o a la filosofía, se le suele considerar presuntuosa o agresiva. Pasa de ser un ser amable y moldeable a un ser perturbable y amenazante. Para los relatos masculinos, falocéntricos y heteronormativos, cualquier enunciado de afirmación del “segundo sexo” supone, de facto, una amenaza. Por lo que, para ella, la obra no puede ser otra cosa que un acto revulsivo, una provocación al sistema de lo establecido y de lo dado. Lo real, lo legítimo, eso que se nos dice y se nos dicta hasta el cansancio de la fórmula, no es sino una verdad construida, articulada a imagen y semejanza de ese paradigma esgrimido desde el poder de las formas y del saber retrógrado.
De ahí afloran, sospecho, esa habilidad y versatilidad que le permiten moverse con soltura entre diferentes técnicas y lenguajes del arte.
Lianet sabe de las fisuras de este mundo, de sus contradicciones y de sus desvaríos, por lo que busca —creo— redirigir la mirada sobre zonas de fractura y esquema monologantes. Esa dirección del sentido le impulsa a un ejercicio promiscuo que involucra el dibujo, la pintura en su variante de acrílicos sobre lienzo, pinturas de dimensión matéricas, collages, assemblages, performances, fotografías y, especialmente, lo escultórico-instalativo. Es en este ámbito de actuación en el que la artista hace alarde de garra y destreza. Se resuelven en él las necesidades de una obra que afianza el poder de su discurso y crece con el devenir de cada propuesta.
Seguramente ambos, ella y yo, estemos de acuerdo acerca del lugar de la mujer en el campo del arte y en el tejido social de un país tan machista como lo es Cuba. Ambos coincidimos en la necesidad de impulsar relatos, nuevos mapas de visibilidad y situaciones dialógicas que permitan el escrutinio en la identidad de signo femenino, y que otorguen mayor valor al mismo.
El trabajo de esta artista debería ser observado con mucha atención, pues en él se orquestan las señales de esa prefiguración social en la que no hablaremos más de la rancia igualdad que el discurso político esgrimió como benevolencia, sino, y mejor que esto, de valores diferentes y resarcibles en un mismo escenario axiológico. La obra de Lianet Martínez es una apuesta, un reclamo por un mundo mejor donde el arte pueda, o intente, desbancar las tiranías que sobre la mujer y la creación misma imponen algunos relatos hegemónicos con signos de esclerosis extremadamente visibles.
Galería
Lianet Martínez – Galería.
Jorge Dáger: Correspondencia de la ilusión
El dibujo de Jorge Dáger es excepcional. Un ensayo clínico de la identidad de los otros. Poseedor de una incuestionable facultad para la reproducciónmímesis, hace alarde de una habilidad técnica fuera de serie. Sus dibujos al carboncillo rivalizan, en una suerte de ritual erótico, con el estatus reproductivo de la fotografía.