La literatura cubana como bluff

Estoy muy avergonzado porque me han echado en cara que no he hablado aquí de ningún escritor cubano nacido después de 1989. Me aburría contra alguna pared y de pronto me dije, eh, Padilla, ¿no es cierto que en todas tus “Maquinaciones” no has recomendado el libro de ningún joven autor cubano? 

Pues no, no lo he hecho. Y pasé a otra cosa.

Estaba tan tranquilo viendo pasar los meses —la iluminación paritaria me sobrevino hacia junio, mientras leía en la revista Spam una nota con lo siguiente: “Aquí iba un ensayo sobre los autores cubanos nacidos a finales de los 80 y principios de los 90, pero nadie quiso escribirlo”— cuando una duda mucho más grave me asaltó: ¿no estaré perdiendo mi olfato? Así que pregunté a Patry White La Dictadora, reguetonera, feroz lectora y obsesa de las generaciones literarias, qué había que leer. Se daba por hecho que no me refería a los cuarentones de la Generación Cero, pues ella solo lee a escritores notoriamente jóvenes. Vamos, que esto más que crítica literaria sería pedofilia. Y me confirmó cómo estaba la cosa: floja.

“Es como tener un mal conteo de esperma”, me dijo, “millones de espermatozoides y no llega ninguno”.

Eso me parecía. Mientras que en décadas precedentes asomaban dos o tres autores noveles que no podían ignorarse (Osdany Morales, Jorge Enrique Lage, Legna Rodríguez Iglesias), este último decenio, haciendo zapping, da la impresión de que no aparece mucho, y lo más grave: gran parte de la escritura joven contemporánea resulta soporíferamente idéntica. Para rematar, nuestros suplementos literarios son inservibles: todas las revistas cubanas han detenido sus metrónomos en la llamada Generación Cero, o como dice Duanel Díaz, en la “literatura sin cualidades”.

Basta con leer algunas antologías recientes: Una Cuba de bolsillo. Mapa de la poesía en los años cero (Jamila M. Ríos & Ibrahim Hernández Oramas, Rialta, 2018), Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Javier L. Mora & Ángel Pérez, Casa Vacía, 2017), o Pasaporte (Cuba, poesía de los Años Cero) (Jamila M. Ríos & Ángel Pérez, Catafixia Editorial, 2018) para darse cuenta. La literatura cubana contemporánea es endogámica. Sindical. Consta, ante todo, de cuadrillas y no de individuos. Cuando te percatas de eso, se acaba todo drama. Nuestros escritores creen que no, pero eso acentúa lo provincianos que son. 

¿Elaine Vilar no podría ser, ahora mismo, la Bridget Jones de la literatura nacional?

Por cierto, hay algo en estas antologías que tengo que apuntar: 1) la sensación cada vez más perturbadora de que los tres libros son el mismo libro (“el cuartico está igualito”, excepto por la temeraria y casi risible incorporación de nombres como Ibrahim Hernández y Juan Manuel Tabío al atlas poético cubano. Pero las antologías son perfectas para eso: para aupar o decapitar gente. Por eso son tan divertidas); y 2) nunca entenderé por qué alguien cree que su vida, su sentimiento, sus mierditas, nos interesan más si le pone a lo que escribe el rótulo de Poesía. 

Pero me desvío. Patry White me habló de la ciencia ficción de Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989) y de la primera novela de su trilogía adolescente El trono de Ecbactana: La ciudad de las máscaras (Gente Nueva, 2017), libro que incluí entre mis deseos. Y ahí sigue. Yo la poesía de Elaine Vilar la tengo leída y mis notas sobre sus cuadernos dicen cosas de miedo. Abrí esos apuntes cuando La Dictadora me recomendó sus libros y me asusté. Parece que no me gustó nada, y mucho menos esa onda de la “poesía especulativa”, mezcla de ciencia ficción y fantasía, para leer acompañado de una gaita:

“En la desnudez de las playas amé a un pastor / por dos monedas de cobre / infinitas; / sin pensar en la bestia de un cuerno que gritaba / no, no, no, / y rugía sobre las rocas y la arena. / […] Habíamos pagado / tres veces tres, / (nueve monedas de cobre) / a la Maga. / El unicornio lloraba entre mis muslos, / hundía su cuerno en mis sargazos, / pero yo amaba al pastor y no a la bestia […]”.

Y ahora vete tú a comprar el pan.

A veces hay que pensar que tener casi una veintena de libros y muchísimos premios no significa nada. De hecho, estos “poemas especulativos” me han hecho recordar una película romántica, Bridget Jones’s Diary, protagonizada por Renée Zellweger, Hugh Grant y Colin Firth. ¿Elaine Vilar no podría ser, ahora mismo, la Bridget Jones de la literatura nacional?

Dado que el catálogo de Guantanamera es bastante insensato, y Pinilla el autor de un libro sobre Cuba titulado Hasta el mojito siempre, a lo mejor no es una fuente del todo fiable para montarse películas.

Dejé pasar otro par de semanas hasta que, a la iluminación y la duda precedentes, se unió el malestar: tengo que hablar de algún escritor cubano nacido después de 1989, esto no puede ser. Miren mi drama: en medio de la ciguaraya masiva de este país, gente como yo sufre mucho, porque se lo piensa todo cuatro veces. Otros, como Daniel Pinilla, en cambio, no vacilan en anunciar preciosos filones literarios en Cuba. Dado que el catálogo de Guantanamera es bastante insensato, y Pinilla el autor de un libro sobre Cuba titulado Hasta el mojito siempre, a lo mejor no es una fuente del todo fiable para montarse películas. 

El caso es que conseguí Ladrar a las puertas del cielo (Guantanamera, 2018), de Daniel Burguet (La Habana, 1989), y me lo leí y di por hecho que le dedicaría una columna. Pero pasaban las semanas y siempre salía mi columna dedicada a otras cosas, ni siquiera necesariamente a libros. No acababa yo de verme las ganas de hablar de Ladrar a las puertas del cielo, y siempre había una vocecita que me decía: lo vas a sacar porque es un joven narrador cubano, solo por eso: para que encaje en tu columna. Recomendar un libro única y exclusivamente porque lo ha escrito un tipo joven es, primero, una bajeza intelectual y, segunda, un censo de población.

Paradojas: yo no tendría ningún reparo en recomendar una película pornográfica solo porque tuviera como protagonista a la jovencísima Emily Grey, en cambio, soy completamente incapaz de recomendar Ladrar a las puertas del cielo, de Daniel Burguet. (Pero eso tendría que explicarlo en otra columna). 

Así que mi conflicto interior —de gran interés, como ven— derivó y se enquistó hasta un grado obsesivo: tengo que encontrar un libro escrito por un cubano joven que me extrayuxte y me paramueva. A fin de cuentas, y aunque no parezca evidente, leer y masturbase tienen mucho en común. De eso van estos artículos: de cultivar mi propio “vicio solitario”. 

Decidí obviar el bluff de Daniel Pinilla en la revista Zenda y encontrar a los jóvenes escritores cubanos. Me puse a ello con la ayuda de la intrincada red de premios David, Calendario, Pinos Nuevos, y un largo y generoso etcétera…, cuyo principal valor, amén de atesorar muchos nombres nuevos y producir una inmensa piedad, es que los textos siempre están ahí, porque casi nadie los compra ni los lee. Miré también los catálogos Bokeh, CAAW Ediciones, Letras Cubanas, Guantanamera, Unión, Sed de Belleza, Rialta, Casa Vacía, Oriente, y que pase el que sigue… Hasta puse una convocatoria en Facebook. Todo bien millennial. Buscaba autores, solo con la condicionante de la edad, daba igual si poetas o narradores, si negros o lesbianas, comunistas o disidentes, vampiros o transformers, nacidos en Birán o en Miramar; quería actualidad. 

La narrativa cubana es como un mal chiste.

Solo para que conste: me enviaron 176 ejemplares, divididos en los siguientes géneros: 121 poemarios, 49 libros de cuentos, 4 novelas, una obra de teatro, y una cosa que sinceramente no sé muy bien cómo resumirla aquí. Sumo, además, el sitio “Selfiede” (mezcla de selfie y sílfide) de una hermosa chica de Mayabeque que me envió un enlace lleno de fotos semidesnuda. Y entre narraciones y poemas, no está mal una teta, un culo de Mayabeque, la verdad.

Voy a explicar, de gratis, por qué le va mal al 98 % de la joven literatura nacional: en Cuba, casi todos los narradores tienen los pies firmemente apoyados en la tierra de lo inargumental. Por eso este país es tan delirante. Tanto así que muy pocos textos se pueden reducir a una nota de contraportada. Uno puede agarrar, como ejercicio, Guerra y paz, de Tolstoi, y decir que es la historia de una chica que quiere a un tipo y se casa con un tercero. Es una reducción brutal, lo sé, de eso se trata, y que vale también para buena parte del cine hollywoodense. Ahora bien, ¿cuántas novelas cubanas usted ha leído que puedan condensarse así? 

La narrativa cubana es como un mal chiste. “Cuando explicamos un chiste”, comenta David Mamet en Verdadero y falso. Herejía y sentido común para el actor, “escogemos qué decimos y qué no decimos fijándonos únicamente en el clímax. Las cosas que conducen al clímax son incluidas; las cosas puramente ornamentales son excluidas. Eso lo hacemos de una manera natural, porque sabemos que el clímax es el elemento crucial. Un chiste mantiene nuestra atención porque asumimos, como público, que todos los elementos que se nos presentan son esenciales. Cojamos un chiste: ‘Un hombre va a una casa de putas. Un edificio ruinoso, destrozado y a pesar de ello con un cierto encanto. En otro tiempo, cuando la calle era una zona residencial, en el edificio vivía, sin ninguna duda, una familia de clase media, una familia con aspiraciones, preocupaciones y deseos parecidos a los nuestros…’. Nos damos cuenta de que todo eso, aunque sea muy interesante, es irrelevante para el chiste. No irrelevante en general, ni desagradable, sino irrelevante para el chiste”. Lo que nos explican podría ser una reflexión magnífica en La vida secreta de los edificios, de Edward Hollis, pero sabemos que no puede ser un chiste, y que la persona que lo explica se equivoca.

Si usted quiere ver páginas y páginas de escenas descabezadas, palabras que se cruzan y se persiguen a lo Tom y Jerry, sin apenas acontecimientos, y sin pulso, dele un vistazo a la más reciente literatura nacional. 

(Continuará…)

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