Diario de un artista digital cubano

Si volviera nacer, sin importar el tiempo y el lugar, creo que siempre sería un nativo digital.

Fui digital, incluso, antes que artista. Había desarrollado prematuramente una visión pixelada de mi entorno. Estaba fascinado por los destellos de luz que proyectaba mi televisorcito Caribe, el sonido de la rebobinadora, los primeros teléfonos inalámbricos, las jukeboxs

Mis padres no lo entendían: se empeñaban en seguir comprendiendo el mundo en términos de materia (átomos) cuando este se estaba conformando, presurosamente, en bits. Era apenas un adolescente, desconocía la poesía de Nicholas Negroponte (Being Digital, 1995), pero sentía que el mundo digital no separaría el arte de la ciencia, y al hombre de la máquina, de manera tan tajante como muchos señalaban.

Así transcurrí, entre átomos y bits, entre el correlato simbólico de la obra tecnológica y la tendencia a la sofisticación, donde lo digital era para mí no solo un medio nuevo, sino el nódulo principal de mi vida y mi investigación. Transcurrieron casi 10 años para que, primero en estudios académicos y luego desde la curaduría, se atendieran someramente estas preocupaciones discursivas y estéticas.

En mi etapa estudiantil aún no existía la iniciativa de Luis Gómez y Lázaro Saavedra (Cátedra de Nuevos Medios del Instituto Superior de Arte, 2007). Difícilmente había un espacio donde abordar, con enfoque crítico, la producción de arte digital nacional e internacional. El conocimiento estaba demasiado restringido y, como yo, muchos de los primeros artistas digitales apenas entendíamos lo que estábamos haciendo. Por entonces incursionábamos asiduamente en el videoarte y éramos reconocidos, junto a otros artífices de mayor trayectoria, por algunas de nuestras innovaciones visuales y animaciones. Hacer video era lo más cercano a ser digital.

Durante algún tiempo tuve que aceptar la incomprensión y el desapego frente a la neutralidad y el enmascaramiento que presuponía mi obra. Recuerdo que un periodista, Joaquín Borges Triana, dijo por entonces: “La tecnología hace posible que el artista logre irse por encima de las insuficiencias del aparato cultural, con lo cual lo está obligando a cambiar su sentido”.

Cuando apareció el primer Salón de Arte Digital (1999), éramos reconocidos por nuestra capacidad como comunicadores y diseñadores gráficos; de hecho, la mayoría pertenecíamos a la UNEAC y la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales. Coincidíamos en centrarnos en el uso del medio digital para elaborar un arte de resistencia artística, sociocultural y política, ante las dificultades nacionales de acceso a la tecnología y a la cibercultura.


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Pero, ¿cómo apelar a un concepto de cibercultura en Cuba por aquel entonces, si ni siquiera entendíamos el entramado informático, las comunidades de Internet y sus implicaciones artísticas y socioculturales?

Antes (como ahora) apenas se concientizaba apropiadamente, desde las artes, cómo la cibercultura estaba removiendo los conceptos de obra, autor y receptor tradicionales; cómo modificaba la percepción y la subjetividad, la interactividad y los espacios públicos y privados. Y aquella premisa de que internet era el substituto del arte (Net. Art), ¿cómo aceptarla en un país con tan poca penetrabilidad digital y con una aproximación parcial, casi un rechazo, a la conectividad y, por ende, a la cibercultura?

Recuerdo que mis conocimientos estaban mutilados por una conexión más simbólica que operativa: como artista de la UNEAC, nunca pude acceder a las dos horas mensuales de conexión (solo era para mayores de 35 años, y con obra notable), y desde la Asociación Hermanos Saíz el servicio era muy precario.

Cuando aparecieron el Paquete Semanal y la SNET (Street Net, red comunitaria clandestina) como subterfugio para enfrentar la desconexión de Cuba, vi un asidero para el desarrollo del arte digital en La Habana. En mi tiempo, los nodos conectados, las computadoras caseras y las antenas wifi interconectadas, eran considerados actos de disidencia. Intentarlo me valió más de una visita de agentes culturales de la Seguridad del Estado, esos que hoy llaman clarias.

Esas criaturas siempre estuvieron ahí, estorbando la creación, intimidando a los creadores. Me decomisaron mis cacharros y hasta me gané una noche en prisión. Todo por ser un artista con computadora, con aparaticos, interesado en los píxeles, en la programación y en los videojuegos.

Cuestionar, desde mi visión y desde formatos new media, los paradigmas de interacción social preeminentes en la cultura cubana por aquel entonces, las políticas de acceso a los medios digitales, las formas de traspaso de información e intercambio social, el control de los flujos de información, los circuitos de vigilancia y la naturaleza de los sistemas totalitarios, era considerado una lucha contrarrevolucionaria en formato tecnológico.

Ahora la recesión debido a la COVID ha puesto a parir a artistas digitales, a cyberclarias, a NPC. Ha levantado batallas ideológicas de confrontación, ronchas entre intelectuales de aquí y de allá, y nadie recuerda nuestras inquietudes artísticas.

A decir verdad, muy pocos recuerdan o investigan. Les importa una mierda el arte digital, revisitar su historia. Por eso algunos de sus proyectos son tan deficientes.


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El confinamiento ha impuesto el formato digital a las artes en Cuba y, lejos de sentirme complacido, me invade un profundo sentimiento de amargura: el panorama artístico, desde lo virtual, continúa llano y adoleciendo un trato superficial, cuando no mediocre, con el medio. Muy alejado de las dinámicas de creación, consumo y promoción de las artes digitales. La visión y proyección teórica y transdisciplinar sobre las sinergias entre arte, sociedad y tecnología siguen truncas, pese a los esfuerzos de unos pocos creadores y pensadores, más fuera que dentro de Cuba.

Lo sufro todavía hoy, solo que con menos zozobra que ayer. Tal vez porque me adapté hace mucho a la parvedad del contexto cubano. Tal vez porque ya tengo superada esa percepción de artista digital latino, insular, bloqueado y desfasado tecnológicamente. Tal vez porque ahora estoy lejos y he podido, para evaluar adecuadamente el fenómeno, desapegarme de los estigmas institucionales con los cuales se justifica, todavía a día de hoy, la eclosión de la tecnocultura: absorbencia económica y escasez de recursos, desconexión, bloqueo, baja tecnología, experimentación plástica, exploración con nuevos formatos, lo distintivo y particular del arte digital cubano, nuevos medios por aquí, nuevos medios por allá…

Me vi obligado a abandonar la Isla a principios de los 2000, cuando comenzaba a gestarse, aunque muy tenue, un movimiento sobre nuevos medios en La Habana. Partí derrotado por el contexto artístico-político al que se enfrentaba mi obra, pese a mi optimismo tecnocrático y la maduración de algunos de mis proyectos. Me fui procurando no perder el contacto con Cuba, pero sabiendo que la evolución y el bienestar de mi trabajo dependían de esa escisión.

Sin embargo, actualmente, estando desconectado de aquello y afrontando una desidia irreversible, me puede la angustia: mi nombre, más recordado acaso que mi obra, está ligado a los anales del arte digital en Cuba (léase: fuera del paraguas del término Nuevos Medios); y ansío, con cierto romanticismo, que la crónica continúe. Considero que es el momento perfecto, cuando en la Isla se comienza a adquirir conciencia sobre la manipulación, el control y el consumo de la web en la era de la democratización de la (des) información.

Pero no pasa nada. No veo nada sustancioso, que valga la pena, y me duele profundamente en el core.

Me llora el ojo izquierdo y se me encoge ese mismo hemisferio de los testículos al ver el servidor del sitio http://www.artedigitalcuba.cult.cu, donde se encuentran reseñados, desde 1999, los 11 salones y coloquios de arte digital del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, habitando entre códigos de estado 403 y 404. No me llega oxígeno al cerebro cuando leo en el homepage de ese mismo sitio el enunciado: “Museo virtual más completo de nuestra nación”.


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Me sube la bilirrubina, como cuando se me iba la luz sin tener backup y sin haber salvado la info en la PC, si escucho o leo en algún sitio los sintagmas: “nuevos medios de representación pictórica en Cuba”, “fenómeno de las TIC en las artes pese al bloqueo”, “artista de la plástica se vale de recursos tecnológicos”.

Se me jode el Hard Drive con la historia de mi vida cuando distinguen, entre tantas iniciativas plausibles que suceden a niveles under y extrartísticos, a ferias virtuales disfrazadas de “lo más innovador del arte emergente contemporáneo cubano”, o a proyectos expositivos sobre cuestiones culturales del ámbito de la web sacados de un wiki-panfleto de pseudoartista conceptual y digital de nuevo tipo.

Me ENCABRONA que no se promocionen otros eventos, salones, proyectos y exposiciones internacionales sobre arte digital en Cuba. Que en el ámbito nacional apenas se sufrague apropiadamente ese campo. Que cada vez más se aíslen esos esfuerzos. Que seamos nosotros, los artistas digitales, quienes más nos preocupemos por difundir nuestras propuestas, trazar estrategias de inserción y colaboración y completar el vacío crítico y curatorial de la infraestructura institucional y académica, casi siempre desde lo alternativo.

Que seamos tan pocos.

Que estemos tan segregados.

Me atormenta, pero… ¿de qué sirve estar bravito tantos años?

¿De qué sirve llorar y lamentarse?

¿De qué sirve volver a La Habana, si esta continúa siendo una plataforma inamovible, un pantano donde se ahogan los artistas digitales?

A lo mejor me fui a tiempo. A lo mejor me retiro muy temprano. Si alguien se inmuta, a lo mejor mi nombre yacerá en una suerte de obituario descrito en bits. Vivo en la web antes que en un folleto de posgrado, olvidado por su inevitable condición atómica.





La insoportable levedad de la red: criando gorgojos - Lesstúpida Cubana & Paolo De Aguacate

La insoportable levedad de la red: criando gorgojos

Lesstúpida Cubana & Paolo De Aguacate

La noción gremial en torno a la ética y decadencia de la crítica en los predios del arte cubano en las redes, específicamente el battle field en el que se han convertido Hypermedia Magazine & Review durante las últimas semanas, nos ha puesto a todos un poco eufóricos, tensos los unos con los otros.