Esto de estar confinado en el gao lo pone a uno muy nostálgico.
Llevo más de dos días repasando la muletilla de “Mátame”, aquel exquisito single de Cubanito 20.02: “Uh laca, laca, lah / uh laca, laca, lah, Uh / laca laca lah, ay ay ah ay…”. Nadie nacido en la punta de los 90 olvida cuán prolijo y exigente era aletear, con las manos al lado del cuerpo, al ritmo de sus temas.
En reiteradas ocasiones, delante del espejo, he querido segregar la morfina causada por aquellos movimientos. Encontrar la energía que nos hacía comportarnos, a los de mi generación, como manada de muñecos convulsivos en las esperadas fiestas de fin de semana.
Frente al espejo, bailando, soy toda una diva adolescente, tejiendo con hilo y aguja invisibles hacia uno y otro lado. Aunque no me acompaña el séquito de bailadores, la penumbra ni la bulla de los bonches pasados…
Sucede que cuando uno se siente así, muy inspirado y cool (para sus adentros), termina por autoconvencerse de que está acometiendo, con singularidad, un hecho histórico. Y concluye que ese hecho es apto para ser compartido. La felicidad debe tener testigos. Entonces uno se descubre siendo víctima ya no solo de la ricura de la serotonina, sino del egocentrismo.
Esto de estar confinado lo pone a uno muy decrépito y las redes sociales están ahí para deschabar esos estampidos de demencia.
Entonces uno cree que la mejor salida para comunicar su bienestar es crear todo un evento, un challenge en redes sociales,intentando no ser tan ridículo o tan caduco. Si te siguen el juego, al menos no serás el único arlequín.
Todo este preámbulo viene a ser una suerte de síntesis explicativa del fenómeno TikTok, donde, como promulga abiertamente su eslogan: “cada segundo cuenta”.
Una simbiosis de fracciones de videos de desconocida procedencia (15 segundos y 1 minuto, generalmente) inundan cada uno de nuestros dispositivos portátiles dentro de la plataforma TikTok. Están ahí para doblarte de la risa o para que interpretes tus propios playblacks (una de sus técnicas más llamativas consiste en hacer coincidir el movimiento de los labios con la letra de una canción).
En los últimos meses, Paolo y yo hemos estado consumiendo algunos de los playbacks más llamativos de TikTok. La cosa es adictiva. El contenido no tiene para cuándo acabar. Evidentemente, el histrionismo visual de los videos supera con creces el formato de contenido textual e imágenes de otras plataformas. Razón por la cual, actualmente, con sus más de 500 millones de usuarios, TikTok ya supera a Instagram, Facebook y Twitter.
Adoro el caso particular de los playbacks. Es como grabarte cantando en la ducha. Todo está permitido, porque bajo el agua todos somos grandes concertistas.
Percibo en este formato un posible subterfugio para la comunidad de travestis. Varios de nuestros grandes intérpretes del club Las Vegas y similares, encontrarían en los playbacks otro espacio donde compartir sus performances. Hacer virales sus actuaciones y doblajes puede fomentar y emancipar esta actividad (y a sus figurantes) de los únicos terrenos a los que es confinada.
El Ejército de EE. UU. prohibió a sus soldados tener cuenta en la app, argumentando que su uso podría representar una amenaza para la seguridad nacional. Lo cual me hace pensar que nuestros ilustres delegados oficialistas, y ciberclarias de la web, no tardarán en hacerse voceros del mismo argumento. Más ahora, con toda la hecatombe política del Decreto 370.
Sin embargo, vaticino en esta red un campo fértil para la politiquería; algo que hasta ahora no se ha explorado, al menos en la Isla.
Imagino miles de playbacks con consignas de nuestro Comandante (desplegadas como si de pop soundtrack se tratara) en algunas cuentas de TikTok. ¿Por qué no? Los discursos virulentos del Rey del Reparto (Chocolate MC) se difunden constantemente entre la comunidad de cubanos de Miami. Un gesto del reparto para el reparto, con el cual cientos de cubanos nos sentimos identificados. Sería válido, entonces, un desplegar de lemas, versos martianos y sonoridad combativa en toda la plataforma.
Recrear el acervo historiográfico de la Cuba post-59 como un archivo digital vivo, en constante desarrollo y en relación con el resto del contenido que ahí se consume. Un aporte audiovisual de nuestra Patria a Internet.
Las posibilidades serían infinitas.
Estaríamos en presencia de una obra maestra contemporánea, repleta de pleitesías y/o críticas audiovisuales (cada cual es libre de hacer su propia disquisición al respecto) a las efemérides combativas, las personalidades, los espacios históricos, los temas musicales… En esencia: un verdadero desacato al Decreto 349.
Supongo que en Cuba esta posibilidad creativa surtirá efecto cuando TikTok haya muerto, cuando pierda popularidad. Tal vez en el 2025; tal vez más pa’ allá.
Me imagino a Randy Alonso o a Oliver Zamora perpetrando el boomer challenge de Safaera, o a Bad Bunny perreando solo con el playback musical de “estudio-trabajo-fusil”.
Si yo fuera una dignataria del Estado cubano, me lo replantearía. Dedicaría a TikTok una materia de estudio exhaustivo dentro del campo investigativo de las TICs, como le llaman. Teniendo en cuenta cuán cardinal es, para el Gobierno de este país, convocar desde la tecnología a los jóvenes, a la generación del mañana, a las canteras de esta Revolución.
Recopilación de un futuro TikTok cubano, a cargo de Paolo de Aguacate, acá en Hypermedia TV.