Todos los que vivimos en democracias sabemos que la objetividad periodística es un imposible en términos epistemológicos, lo que no significa que el periodismo como profesión sea reo del subjetivismo absoluto.
El material fundamental del periodismo es la noticia, que no es otra cosa que una construcción: una perspectiva en forma narrativa de eventos o temas novedosos, recientes o de actualidad, cuyo tratamiento de ninguna manera puede ser fabulado. Esto significa que los periodistas deben en el ejercicio de su labor de informadores cubrir las noticias de una manera lo más objetiva posible, aun conociendo de antemano que la objetividad total es un imposible. Esto ha tenido implicaciones muy tangibles desde el punto de vista normativo: la objetividad pasa a convertirse en un ideal compartido por los periodistas para definir el buen periodismo.
El acercamiento a esta objetividad ideal se ha buscado a través de un conjunto de estrategias que los periodistas utilizan para demostrar la veracidad de sus informaciones, que además deben ser identificadas por el público que consume sus reportes para que el periodista mantenga su legitimidad como informador. Este acercamiento o identificación se logra mediante el texto noticioso, cuyo contenido siempre va a reflejar los diferentes contextos políticos, culturales y mediáticos de donde proviene el informador, pero que también manifiestan los marcos políticos, culturales y mediáticos de donde se producen los eventos cubiertos por la noticia. Estos contextos son los que, en última instancia, dan mayor o menor importancia a las distintas estrategias del método objetivo.
En países regidos por democracias liberales la objetividad ha sido un pilar fundamental del periodismo profesional, que, proveniente de las culturas periodísticas anglosajonas, ha sido adoptada como el referente obligado. Acá la búsqueda de un acercamiento con lo objetivo en lo noticioso se ha reflejado históricamente en el conjunto de estrategias utilizadas para producir información y legitimar la autonomía periodística frente a intereses variados, ya sean editoriales, ideológicos o partidistas.
Métodos como el de la presentación equilibrada de las partes en conflicto, la presencia de evidencias empíricas, el uso de citas, la publicación de información verificada, el uso de expertos y fuentes con puntos de vista antagonistas, la utilización de la pirámide invertida, la separación de información y opinión, entre muchas otras, se han constituido en estrategias efectivas que han reflejado el nivel de compromiso de los periodistas y de los medios de prensa con el método objetivo.
Estas estrategias han permitido a muchos medios que operan desde democracias un abordaje más cercano a lo objetivo en el tratamiento honesto de la información que se cubre periodísticamente. Esto se ha manifestado en un contenido noticioso que trata de comunicar la totalidad de lo que conoce; que no oculta los hechos o parte de ellos por interés, miedo o negligencia; que no desfigura los hechos magnificándolos, reduciéndolos o trivializándolos; y que siempre ha puesto al servicio de ese conocimiento lo mejor de las técnicas periodísticas y demás instrumentos que la profesión ofrece para investigar y comunicar las temáticas que se cubren desde la noticia.
Siempre ha habido excepciones en el tratamiento de temas noticiosos por medios occidentales, donde lo fabulado se ha impuesto sobre la búsqueda de una cierta objetividad periodística. Ciertas agendas personales, editoriales, políticas, ideologías o economías han llegado a tener un peso tal en coberturas mediáticas regionales, nacionales o temáticas de algunos medios, que se han convertido en monumentos a lo subjetivo. Un ejemplo claro y reciente de este tipo de cobertura —que ha impuesto una narrativa a menudo falsa y deshonesta sobre un tratamiento noticioso particular— ha sido la del diario español El País en sus reportes noticiosos sobre Cuba.
El País es un diario prestigioso que históricamente ha incluido voces plurales en su tratamiento editorial sobre el tema cubano, pero que, de modo paradójico, ha cubierto por años las noticias sobre Cuba de una manera muy poco objetiva, muy partidista, y bajo una falsa pretensión de “neutralidad”.
Su cobertura noticiosa sobre Cuba se ha caracterizado por varias constantes: la reproducción de noticias oficialistas sin analizar su contexto real; la generación de notas periodísticas con un optimismo poco justificado por procesos que no lo ameritan; la elaboración de noticias que informan sin apego a la verdad, ya sea por desconocimiento o romanticismo, o temor hacia el régimen totalitario objeto de sus reportes; el uso excesivo de fuentes y de expertos que representan en su mayoría sectores progubernamentales o afines, en detrimento de aquellos que han mostrado una visión muy crítica hacia el gobierno cubano; la falta de cobertura de noticias o temas relevantes, y la priorización de otros que no lo son; y el excesivo peso de las opiniones y creencias propias de un solo reportero como influencia en la elaboración de los textos noticiosos.
¿Cómo se puede explicar que un diario occidental de tanto peso en el mundo hispano como El País haya tenido una cobertura noticiosa tan poco objetiva sobre Cuba? ¿Cuáles son los factores que pueden explicar las falencias en el tratamiento de las noticias provenientes de la Isla?
El País, desde su fundación como medio, ha tenido una orientación desde el punto de vista editorial de centro-izquierda, con una audiencia en España —y el mundo de habla hispana— que muestra un paralelismo ideológico muy cercano a la posición editorial. Esto no ha implicado que el diario haya sido monolíticamente acrítico en cuanto a temas de interés de la izquierda. Esto se ha reflejado en la cobertura del diario hacia gobiernos que se autodenominan de izquierda. El tratamiento de temas relacionados, por ejemplo, con Venezuela o Nicaragua ha sido muy amplio por parte del diario y siempre han prevalecido un enfoque cercano a lo objetivo, sin caer en la adulación o fabulación en el tratamiento de las noticias que cubren en estos dos países.
Ahora, este tratamiento también ha sido diferenciado de aquel de otros medios españoles que, con audiencias diferentes, han sido relevantes en el mercado noticioso ibérico y latinoamericano. Por ejemplo, ABC o La Razón —ambos con un posicionamiento editorial de derecha y monárquico—, o El Mundo —con orientación editorial más a la derecha en lo político y liberal en lo económico—, han tenido una cobertura noticiosa muy crítica hacia regímenes como el venezolano, nicaragüense, o incluso el de La Habana, priorizándose en el caso de la cobertura noticiosa sobre Cuba notas donde el protagonismo ha recaído en los críticos y las críticas al gobierno cubano. Este no ha sido el caso del tratamiento de las noticias cubanas desde El País.
Aun así, la posición editorial del El País y el tipo de lectores que tiene no explica por qué el diario ha tenido una política editorial más cercana a lo objetivo, publicándose periódicamente artículos de opinión muy críticos hacia el sistema dictatorial cubano, aunque también dando voz a ciertas posiciones favorables al régimen cubano; mientras la cobertura de las noticias sobre la Isla ha sido muy deficiente, poco objetiva, con un balance más positivo hacia el Gobierno y el sistema que este dice representar. ¿Cuál es entonces el factor que se impone como fundamental en la explicación de esta contradicción?
Un componente importante parece enfocarse en una excepcionalidad que El País ha poseído sobre otros diarios españoles y occidentales en Cuba: ha tenido intermitentemente una corresponsalía permanente en la Isla, pionera, diferenciada y destacada entre sus pares.
Esta larga presencia semipermanente no ha sido un camino fácil para la directiva editorial del diario. Ser corresponsal extranjero en Cuba es una tarea muy complicada. Los periodistas de medios de prensa foráneos acreditados en la Isla se han tenido que mover en un espacio muy precario, limitado por el duro control que ejercen las autoridades cubanas sobre su trabajo y las exigencias de sus empleadores de limitarse —que no es otra cosa que autocensurarse— en su labor periodística para evitar que su presencia en Cuba sea terminada.
Es sabido que el control gubernamental totalitario cubano sobre las corresponsalías de medios extranjeros es casi absoluto y comienza incluso antes de que las agencias y sus periodistas lleguen a Cuba. Los procesos de autorización de apertura de oficinas permanentes o de coberturas temporales en la Isla es muy engorroso, con trámites interminables muy burocráticos, que casi siempre concluyen con el rechazo a la apertura de corresponsalías permanentes o el otorgamiento de visas temporales a reporteros. Las pocas que logran tener un visado temporal o una presencia física fija —como la de El País— deben pasar una serie de filtros, procesados por las direcciones de Inteligencia y ContraInteligencia del Ministerio del Interior, que es el que en última instancia autoriza la apertura de corresponsalías y la autorización de visas de trabajo a los periodistas asignados para trabajar con carácter permanente desde Cuba.
Una vez autorizados a trabajar de manera temporal o permanente en Cuba, los corresponsales extranjeros son controlados todo el tiempo por el Centro de Prensa Internacional (CPI), adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX). En un país sin ninguna ley de prensa, el control del CPI sobre medios foráneos se rige por una simple resolución, no emanada de ningún órgano judicial, sino del propio MINREX: la 182 del 28 de octubre de 2006, que no es otra cosa que un reglamento de conducta, restricciones y prohibiciones para la operación de medios extranjeros en la Isla. Cualquier violación puede implicar la expulsión del corresponsal extranjero.
Es por ello que la presencia intermitente de una corresponsalía del diario El País en Cuba, aun con la ventaja de tener una cobertura in situ de los hechos que generan noticias, ha funcionado en la práctica como una desventaja a la hora de reportar, al ser muy restringido el rol del reportero foráneo destinado por el periódico, debido a las dificultades inherentes para investigar y escribir sobre temas que son noticia pero que el Gobierno no las considera como tal, y sobre quien, además, pende una amenaza permanente de expulsión.
Esto fue lo que sucedió en 2011 con la expulsión de la persona que hasta ese momento había fungido como una suerte de corresponsal vitalicio del diario en La Habana, Mauricio Vicent, quien ha sido indudablemente el factor de mayor peso en la deficiente cobertura sobre Cuba del diario en los últimos treinta años.
Vicent —hijo de un conocido periodista español que trabajó durante mucho tiempo en el propio diario El País— llegó a la Isla durante los años 80 como un joven movido por su admiración hacia la llamada Revolución cubana y terminó estudiando, casándose y graduándose de Psicología en la Universidad de La Habana.
Ya como residente permanente en Cuba se convirtió en 1991 en el corresponsal acreditado del periódico en Cuba, aunque no contaba con estudios de periodismo y poseía una evidente admiración por el sistema social impuesto por el gobierno de Fidel Castro. Su declarada simpatía por el Gobierno, sus contactos y su conocimiento de las complejidades de la vida en la Isla facilitarían muchas cosas para el corresponsal y sus jefes en la redacción en Madrid.
Con Vicent en La Habana se generaría para el periódico una constante cobertura de temas cubanos, casi siempre tratados con la subjetividad de un reportero rendido ante la excepcionalidad del proceso político cubano, lo que resultaba muy propicio para el lector de izquierda español. Y no es que Vicent no cubriera con asiduidad temas y hechos generados desde la Isla, pero lo hacía de una manera muy singular: con un enfoque muy descriptivo y con profusión de fuentes oficiales, suavizando o justificando las acciones que reportaba como generadas por el gobierno cubano e ignorando con mucha frecuencia los temas producidos desde la incipiente sociedad civil cubana.
Como ejemplo de la singularidad de la cobertura está la noticia reportada por Vicent para el diario el 24 de febrero de 1997, bajo el título “Ofensiva de Cuba contra la disidencia en el aniversario de la ‘crisis de las avionetas’”. En la nota, reportaba acerca de la oleada represiva de la dictadura sobre grupos disidentes, donde planteó que las detenciones se habían producido porque estos grupos habían recibido “abiertamente algún tipo de ayuda de la Sección de Intereses de Estados Unidos”. El tono de la nota parece sugerir a los lectores que las detenciones de personas proestadounidenses pareciera ser justificada.
Otro episodio masivo de detención de disidentes ocurrido seis años después, el 19 de marzo de 2003, reportado por Vicent, bajo el título “Detenidos decenas de disidentes en Cuba por ‘actos de traición’”, refleja una manera similar de cubrir la noticia. En la nota periodística, aunque se cita a Elizardo Sánchez denunciando los arrestos, se priorizan las fuentes oficialistas, dando un peso preponderante al hecho de que los detenidos habían tenido contactos frecuentes con el jefe de la Oficina de Intereses. Una oración se convierte en el elemento primordial que condiciona toda la noticia: “Desde su llegada a La Habana, hace seis meses, Cason ha intensificado el apoyo a los disidentes, invitándoles a su residencia y visitándoles en sus casas por toda la isla caribeña”.
Acá había sido clara la estrategia periodística: reportar eventos noticiosos en Cuba, como la detención masiva de disidentes, con una salvedad manifiesta en textos muy descriptivos que funcionan como justificantes de acciones represivas. Este tipo de notas escritas por el corresponsal, bajo un manto de objetividad, en realidad distaban mucho de serlo, pero habían probado ser muy exitosas en la generación de contenidos que no causaban malestar en los sensores cubanos, mientras eran bien recibidos por los editores y lectores del diario en España.
Un cambio comenzaría a producirse en los reportes del corresponsal de El País desde la segunda mitad de 2003 en adelante. Sus reportes descriptivos sobre temas recurrentes en la cobertura del periódico acerca de la Isla —como aquellos sobre intelectuales cubanos o extranjeros pidiendo apoyo a la Revolución, temas culturales o deportivos, de crisis bilaterales, daños por fenómenos naturales, arremetidas gubernamentales contra Estados Unidos y sus políticas imperiales o de sanciones a Cuba, o sobre los crecientes vínculos cubano-venezolanos— comenzarían a intercalarse con reportes de un accionar más activo de los movimientos disidentes cubanos y las consabidas campañas represivas de respuesta de las autoridades.
La naturaleza de los hechos —con un aumento exponencial, inusitado hasta entonces, de las actividades de grupos contestatarios— comenzaba a demandar una cobertura diferente en las notas del periódico. No podía ser de otra manera.
La cobertura noticiosa de Vicent hacia figuras y movimientos contestatarios, como el Proyecto Varela y su líder Oswaldo Payá o reportes sobre la situación carcelaria de presos políticos, como la de Raúl Rivero, reflejaron esta dinámica.
Notas muy cortas, como la del 12 de diciembre de 2003, donde Vicent reporta en apenas ocho párrafos el programa de Payá para la transición política en Cuba, comenzarían a aparecer con más frecuencia en la cobertura sobre Cuba en el diario. Estos despachos se intercalarían con otros con más contenido, como las sendas entrevistas a dos escritores oficialistas en junio de 2004, donde declaraban en la primera plana cultural del diario joyas fabuladas como aquellas en que señalaban que “aquí no hay ningún tema tabú” o “hemos logrado un espacio de libertad para la creación”. Música para los oídos de la intelectualidad procastrista española.
Otros reportes cargados de titulares sin verificar, como aquel en el que Fidel Castro anunciaba en la navidad de 2004 el hallazgo de un gran yacimiento de petróleo en Cuba por una firma canadiense, continuarían siendo enviados a Madrid por Vicent, quien daría como buena la noticia, sin cuestionar su veracidad ni contrastar con otras fuentes; aunque llegó a escribir que “según expertos consultados, este hallazgo, […], podría garantizar la autosuficiencia energética de la Isla a medio plazo…”. Nunca supimos sus lectores quiénes fueron los expertos, pero el yacimiento millonario nunca resultó.
Los achaques, enfermedad y posterior salida del poder de Fidel Castro producirían otro cambio importante en la cobertura noticiosa de El País y su reportero in situ en La Habana. En este período, Vicent se enfrascaría en producir una serie de textos donde se enfatizaba el fin de un liderazgo unipersonal en Cuba, que daría paso a uno donde primaría la dirección colegiada de las instituciones en el poder.
La nota, publicada el 3 de agosto de 2006, sería la primera de esta serie. El título no dejaba dudas: “Una dirección colectiva gobierna Cuba”. La falacia de la dirección colectiva raulista preconizada por Vicent duraría bastante tiempo, donde se dibujaría a un Raúl Castro como un reformador dispuesto a transformar para bien el socialismo cubano. ¿Sus fuentes? Las propias declaraciones públicas de Raúl y otras fuentes, siempre oficialistas, adornadas por el entusiasmo del reportero.
Notas con títulos como “Raúl Castro hace un discurso autocrítico sobre la Revolución”, “Cuba se pone a trabajar”, “Aires de apertura en La Habana”, “Cuba entierra el ‘machismo-leninismo’”, “Raúl Castro se hace la autocrítica”, “Fidel Castro respalda el proceso de cambios impulsado por su hermano”, “En Cuba se empieza a mover el dominó”, “Raúl Castro permite la venta libre de ordenadores, videos y DVD”, entre otras, le daban la sensación a los lectores de que Cuba se estaba transformando para bien. Nada más falso.
Sin embargo, los propios acontecimientos cubanos, derivados desde una creciente sociedad civil que de un modo más activo comenzaba de manera lenta y dolorosa a ganar espacios en el universo noticioso local, hacían que ciertos temas incómodos para el Gobierno y casi siempre ignorados por el corresponsal llegaran a ser publicados por el diario.
Cuando Yoani Sánchez fue merecedora en abril de 2008 del Premio Ortega y Gasset en la categoría de periodismo digital —y cuando además fue incluida por la revista Time como uno de los cien personajes más influyentes del planeta— Vicent no tuvo más remedio que programar una entrevista con la ya muy conocida filóloga cubana, cuyo titular en el diario, sacado de una cita de Sánchez, contradecía la narrativa que su entrevistador había estado repitiendo por bastante tiempo: “Los cambios llegarán a Cuba, pero no a través del guion del Gobierno”.
Los cambios para mejorar no llegaban, mientras se recrudecía la eterna crisis económica del régimen, lo que generó notas escritas por Vicent como la del 22 de junio de 2009, cuyo titular debió causar malestar entre sus censores cubanos: “Cuba se acerca a la quiebra”, o aquella del 21 de diciembre del mismo año, “Cuba reconoce que la crisis la ahoga”. Estas notas continuarían siendo minoritarias, intercaladas con una profusión de despachos culturales, necrológicos de líderes oficialistas, de nota roja, de alabanza al acercamiento hacia La Habana promovido por la administración Obama, sobre relaciones bilaterales Cuba-España o Cuba-Venezuela, etcétera.
La huelga de hambre y muerte de Orlando Zapata, la posterior huelga de hambre de Fariñas y la notoriedad creciente de las Damas de Blanco marcarían un período —iniciado en febrero de 2010— en que los reportes del corresponsal de El País se harían mejores, con un poco más de información balanceada, como aquel del 28 del citado mes, que Vicent tituló “La muerte valiente de Zapata”, o los dos titulares de abril: “La libertad intenta abrirse paso en Cuba” y “Raúl Castro se atrinchera contra el mundo”. Esta última nota sellaría su suerte como corresponsal permanente de medios españoles en la Isla. Su presencia en Cuba no sería ya tolerada y su visa de residente quedaría en un limbo.
Excarcelaciones de prisioneros, reportes de actividades de grupos disidentes dominarían los reportes durante 2011, aunque aún Vicent reflejaba en sus envíos a la redacción en Madrid ciertas esperanzas de que Raúl Castro podía transformar a Cuba en un Vietnam del Caribe. Sus despachos del 17 y 18 de abril así lo reflejan: “Raúl pone firme al Partido”, “El modelo vietnamita a ritmo cubano”, o “Raúl Castro apuesta por reformar la economía y el Partido Comunista”.
Todo mientras escribía notas con enfoques muy generalizados y negativos sobre el exilio —un tema y un tratamiento recurrente en su cobertura—, como la del 4 de mayo, cuando a raíz de la muerte de Orlando Bosch publicaba un texto con un título muy desafortunado: “Orlando Bosch, el terrorista adorado por el exilio cubano”. En ella concluye que el exilio —abarcando a todos los exiliados como un ente unitario compacto— “lo despidió la semana pasada como un luchador y héroe anticastrista; en La Habana fue recordado como uno de los peores terroristas ‘contrarrevolucionarios’”. Un texto digno de ser publicado por el Granma.
La cobertura para El País sobre el terreno cubano terminaría en septiembre de 2011. El gobierno cubano le retiraría la acreditación a Vicent bajo acusaciones de haber “faltado a la ética periodística”, de no ajustarse “a la objetividad en sus despachos” y de dar “una imagen parcial y negativa” sobre Cuba.
Todos los medios occidentales con corresponsalías en La Habana pondrían el grito en el cielo. Si a Vicent, el reportero no cubano con mayores contactos entre la oficialidad cubana y con una carrera periodística forjada en la Isla a base de coberturas mayormente favorables al régimen, lo expulsaban, qué quedaba para los demás.
Un Vicent expulsado de Cuba no significó que se le sustituyese en la cobertura de su periódico sobre los asuntos cubanos. Desde España continuó con sus reportes, siendo lo más curioso que sus trabajos durante todo 2012 estuvieron dedicados a cubrir temas culturales o ligeros, salvo breves paréntesis — muy pobres y descriptivos— por la visita del Papa o la cobertura noticiosa derivada de la muerte de Payá—, sin contar su infame y pésima nota sobre Mariela Castro, titulada “Mariela, la segunda revolución Castro”, donde describe a la hija de Raúl como “una activista por los derechos del colectivo LGTB que irrita por igual al sector más cavernario de los exiliados y al más talibán del Partido Comunista”. La salida de Cuba no había afectado ni un ápice su subjetividad periodística bajo esteroides.
Los próximos años mostraron una cobertura noticiosa de El País hacia Cuba aún peor. Reportajes a la distancia de Vicent sobre figuras políticas, culturales o deportivas —mayoritariamente vinculadas con el régimen, pero también incluyendo unos pocos textos sobre aquellos sin vínculos oficialistas, siempre tildados por él como moderados— llenarían las páginas de este diario. Nada sobre la vorágine de pobreza, inestabilidad y resiliencia de un pueblo que cada vez más mostraba menos sumisión a un gobierno totalitario.
Esto no significó que se dejasen de publicar notas muy a la Vicent que aún mostraban un optimismo inusitado por los cambios que supuestamente llegaban a la Isla. Uno de sus reportes sobre la “reforma” migratoria de 2013, publicado en febrero de ese año, es una oda al mal periodismo y a la tergiversación de la realidad cubana. La nota, titulada “Cuba avanza hacia la normalidad migratoria”, llega a plantear que la reforma migratoria del gobierno de Raúl Castro había adquirido “credibilidad al beneficiar tanto a disidentes como a deportistas antes considerados traidores”.
Otro reporte, aún más sorprendente, sería escrito en enero de 2015, después de un breve retorno de Vicent a La Habana —ciudad objeto del reportaje—, que tituló “La nueva Cuba está en la Habana Vieja”, donde plantea de manera categórica que las reformas de Raúl Castro “empiezan a transformar la fisionomía de Cuba” y que la capital se había convertido en el “símbolo del empuje de los negocios particulares y también un laboratorio de la Cuba futura”. El barrio de San Isidro, algunos años después, demostraría cuán equivocado estaba el ilustre reportero.
La pésima cobertura continuaría. Notas muy malas como aquella de “Los cubanos se encomiendan a ‘San Obama’”; o la que reportaba de la muerte de Fidel Castro, que tituló “Muere Fidel Castro, el último revolucionario”; pasando por entrevistas terribles como aquella de octubre de 2018 a Ignacio Ramonet, en ocasión del éxito de ventas de sus libros en Cuba, donde Vicent concluía que “Ramonet no es un autor cubano, pero casi, pues su libro-entrevista Cien horas con Fidel (2006) ha sido un best seller que ha batido todos los récords imaginables en Cuba —y que aún hoy se sigue reeditando”.
Dejo al lector elaborar su propio juicio sobre la cita.
Con la pandemia de la Covid-19, las noticias generadas por Vicent sobre Cuba reflejaban bien el hecho de que el corresponsal reportaba desde España. Sus notas, elaboradas mayoritariamente con fuentes oficiales, describían una realidad alternativa, dando una calificación positiva al manejo de la contención de la pandemia por parte del gobierno comunista.
Asimismo, declaraba que después de unos meses de confinamiento la pandemia estaba controlada, que se iniciaban desescaladas turísticas y el regreso a la normalidad, todo matizado por un impulso gubernamental significativo al sector privado. En la isla de Vicent no pasaba mucho entonces —de ahí reportes como “Confinamiento a la cubana: colas ‘online’ ypelículas estadounidenses”—, así que llenaba el espacio destinado a informar sobre Cuba con entrevistas a académicos marcadamente oficialistas sobre las elecciones presidenciales estadounidenses, las raíces latinas de un alto funcionario de la inaugurada administración de Biden o sobre Maradona y sus tatuajes de Fidel Castro.
Mientras en la Cuba de Vicent no pasaba nada, todo era normalidad, el país caía en una espiral muy descendente de penurias, enfermedades, prohibiciones y represión; que a su vez produjeron una gradual espiral ascendente de episodios de desobediencia civil y protestas, que culminarían con un Movimiento San Isidro (MSI) declarándose en rebeldía en aquella Habana Vieja que Vicent había pronosticado como el epicentro de una Cuba próspera.
La llama del MSI prendería otra, la del 27N, que el diario El País no pudo ignorar. La nota del día 28 de noviembre de 2020 redactada por Vicent describe parcial y tendenciosamente la sentada frente al Ministerio de Cultura. Aquí escribía que se había organizado para reclamar un diálogo con las autoridades sobre “temas medulares”, solo relacionados con el arte independiente y el activismo. ¿Quiénes son los nombres que se mencionan en el texto como protagonistas en la sentada?: Fernando Pérez y Jorge Perugorría; “dos figuras de consenso” para Vicent.
Es en este reporte cuando se narra por primera vez, y de manera somera, sobre el accionar del MSI. El reporte omite los nombres de los organizadores de la sentada, pero incluye otros de artistas e intelectuales, muchos oficialistas hasta la médula —que además nada tuvieron que ver con el 27N— como gente que “reclamaron también debate y cintura política para sentarse a hablar”; sin llegar a faltar Silvio Rodríguez —el personaje de la cultura cubana más entrevistado por Vicent en su carrera—, al que señala como uno de los que “tomaron partido por el diálogo”. Surreal.
Después del 27N desaparece casi por completo el tema de la disidencia y las protestas de la cobertura —salvo un texto mínimo sobre la huelga de hambre de Luis Manuel Otero Alcántara— y se retoma el de los efectos de la pandemia sobre Cuba, que ya no son tan benignos como inicialmente había reportado, pero que, según su narrativa pueden ser superados por la vacuna cubana, los rusos y el turismo, como se refleja en su reporte del 27 de abril de 2021, titulado “Rusos, la vacuna Soberana 02 y sol y playa para reactivar el turismo cubano”. Tres factores que probarían ser letales para la Isla.
También la supuesta sucesión oficial del mismo mes de abril, donde Díaz-Canel tomó procesión como líder del Partido Comunista, es cubierta por el encargado de Cuba en El País con una nota para la historia del mal periodismo.
En “Raúl Castro, una revolución diferente a la de Fidel”, Vicent plantea nuevamente que Raúl, consciente de que el carisma de su hermano y su forma de ejercer el poder eran inimitables, había promovido una forma de gobernar colegiada. El público hispanohablante del diario de Vicent no podía estar más desinformado sobre las dinámicas de poder en Cuba.
A raíz de los sucesos del 11J, el diario lo enviaría de nuevo a Cuba para cubrir el país. Los trámites de autorización de la Inteligencia cubana no deben haber demorado mucho. Con Vicent de regreso, se inauguraba una nueva etapa —esta vez abiertamente vergonzosa— en la cobertura noticiosa de Cuba del mayor diario de habla hispana del planeta. Desde los primeros reportes quedó clara la narrativa: las causas de la explosión social del 11J “fue la grave escasez y las penurias que sufren los habitantes de la isla, agravadas por los efectos de la pandemia”. Así de simple. Parafraseando a Carlos Varela, la política no cabía en la azucarera para Vicent y sus editores madrileños.
En esta etapa de la cobertura, además de minimizar las causas del 11J, Vicent comenzaría a dibujar de una manera muy sutil una imagen de falsa polarización de la sociedad cubana donde aquellos que defienden al Gobierno serían tantos como los que salieron a protestar. El texto del 13 de julio, con el título “Grupos afines al Gobierno toman las calles para acallar la protesta en Cuba”, describe una Habana tomada no tanto por grupos de choque y militares, sino por grupos de gente común que a gritos de “Viva Fidel” defendían la Revolución.
Pero quizás el peor trabajo periodístico de su carrera como corresponsal sobre temas cubanos sería publicado el 5 de agosto, continuando con un tratamiento de la realidad cubana pos 11J totalmente fabulado e intentando imponer una narrativa de polarización social, donde los que apoyaban a la dictadura cubana, lejos de ser una minoría, tenían una ventaja no solo de control del poder sino también numérica. “El Gobierno de Cuba se da un baño de masas para reafirmarse en medio de la pandemia”, digno de pasar a la historia de la infamia periodística, contaba lo siguiente:
“El Gobierno cubano convirtió este jueves el aniversario del maleconazo en una fecha patriótica para escenificar el apoyo de decenas de miles de personas, que participaron en marchas, mítines, conciertos y diversas actividades festivas organizadas por la Unión de Jóvenes Comunistas en el paseo marítimo de La Habana, y también en diversos parques y plazas de la capital. Aunque la pandemia está desbocada en la isla y los contagios y fallecidos crecen por días, […] las autoridades decidieron apostar por un gran acto de reafirmación revolucionaria a la vieja usanza, una muestra de hasta qué punto ha sido profunda la sacudida del 11-J y la necesidad de desagravio”.
Nada más falso. Imágenes difundidas extensamente en redes sociales, verificadas, y testigos mostraban y describían una escuálida presencia de personas en las actividades del malecón convocadas por el oficialismo durante el evento reportado por Vicent, quien terminó su falso reporte con una conclusión digna de su larga campaña orgásmica de promoción de las supuestas reformas raulistas: “parece claro que el Gobierno acelerará la introducción de reformas económicas largamente esperadas, como la autorización de las pequeñas y medianas empresas”. Cuba estaba salvada.
Después de esta nota, Vicent y su cobertura sobre Cuba se destacaría por lo no cubierto como noticia: el recrudecimiento brutal de la crisis sanitaria por Covid-19; la continuación del acoso a disidentes, las detenciones domiciliarias ilegales, el encarcelamiento de líderes disidentes notables como Otero Alcántara, Maykel Osorbo, José Daniel Ferrer y muchos más; la detención y posterior exilio forzado de Hamlet Lavastida; el llamado a una marcha cívica, entre otras noticias molestas para la dictadura que nunca llegarían a los lectores de El País.
¿Qué notas publicaría Vicent desde Cuba para su diario después del 5 de agosto sobre Cuba? Un reporte sobre la magia de grupo Buena Vista Social Club; otra falacia en la que Cuba tendría lista para noviembre la vacunación de 90% de la población; una noticia que informa sobre la exportación de la vacuna Abdala a Vietnam; un artículo sobre Natalia Bolívar, la crisis de las balsas y la vaca Ubre Blanca; y la última y no menos importante sobre la autorización gubernamental de las primeras 32 empresas privadas, una reforma que, según sus palabras, “llega medio siglo después de la confiscación de los negocios particulares, puede cambiar radicalmente las reglas del juego de la economía centralizada en la isla”. La deshonestidad periodística llevada al extremo.
No parece difícil entender entonces por qué ha existido una disociación tan notoria entre las políticas editoriales y noticiosas del diario El País sobre Cuba en los últimos años, que ha producido un resultado evidente: una desinformación prolongada y flagrante sobre el tema cubano a los lectores de uno de los periódicos más importantes de habla castellana, como consecuencia de un tratamiento noticioso muy divorciado del ideal de búsqueda de la objetividad periodística.
No sorprende que campañas desde la sociedad civil cubana y grupos de la diáspora hayan pedido la remoción del corresponsal vitalicio de El País en Cuba. Ni sorprende tampoco el encontrar a tantos españoles gritando “Viva Fidel y la Revolución” en un concierto a tope de Silvio Rodríguez en Madrid. Hay que agradecerle por eso a Vicent y a sus editores, que durante años se han mofado del método periodístico objetivo, reproduciendo una realidad alternativa cercana al oficialismo totalitario cubano.
Es por ello que puede resultar contradictorio que confiese que me ha costado escribir un texto sobre el tema tratado acá de una manera objetiva. ¿Cómo ser objetivo ante un periodista de un medio occidental importante que, además de hacer mal periodismo, ha declarado públicamente una barrabasada como que “los cubanos están felices y se enorgullecen de tener pasado español” ?
Lo cierto es que, durante muchos años, leer a Vicent me ha producido dolores estomacales cada mañana, mientras repaso las portadas de El País, que pese a todo sigue siendo uno de mis medios de prensa favoritos para muchos temas, menos el cubano. Es hora de que esto cambie, en beneficio de mis intestinos. Puedo dejar de leer este diario, o puede El País —ojalá que en un futuro cercano— designar a un nuevo reportero para Cuba. Quizás un periodista o una periodista independiente cubana. Sería beneficioso para El País, sus lectores y, sobre todo, para aquellos cubanos invisibilizados durante años por los reportes de Vicent; además, con el añadido de que el diario español no tendría que pedir permiso de residencia en Cuba para su reportero a la Inteligencia cubana.
¿Será que algún día podremos dejar de leer las fábulas cubanas producidas durante treinta años por El País?
© Imagen de portada: El País.
Cambio social en Cuba: Internet, dinero y diásporas digitales
Lector en el exilio, después de leer este texto, dona a tu medio independiente digital favorito. Con ellos funcionando, la dictadura cubana no puede durar mucho más.