Rosie Inguanzo, María Elena Hernández Caballero y Javier L. Mora

Acepté organizar este dosier por placer y vanidad. Me di cuenta de que tenía en las manos un atisbo de poder: juntaría en un solo Word a poetas cubanos que admiro, con cariño desconocido e incomprensible. El cariño de la poesía, debe ser. Un deseo, de nuevo. 

Martha Luisa Hernández Cadenas se negó y me pidió disculpas por su desánimo. Le respondí que no había nada que disculpar porque yo también lo estaba; lo que pasa es que yo me había convertido en una vieja formal, alguien que ha ido aprendiendo a disimularlo (casi) todo. Convencerla de que aceptara fue un añadido poético que me hizo pensar, con curiosidad, en la poesía.

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía, en el que la escritura se lleva a cabo y en el que se construye la instalación a base de una o más sílabas. 

Estoy profundamente interesada en las sílabas. Este dosier también es un impulso. Los autores que me vinieron a la mente y que con tanto gusto aceptaron mi invitación, irán apareciendo por orden de llegada, como aquellos poemas que solo están disponibles después de formularse en el pensamiento durante, como mínimo, un segundo.

Legna Rodríguez Iglesias



Rosie Inguanzo

  • Little Havana Memorial Park (Colección Dylema, Miami, 1998), de Eddy Campa. Recuperé la edición original gracias a Carlos García Pandiello. Un librito perfecto, economía verbal, poética campeana pequeño-habanera, ego mortecino y plegaria al metaexilio que nos arroja a la muerte. Los muertos conviven con los vivos y se escuchan los ecos de Antología de Spoon River. Porque ambos son cementerios de espíritus que viven su muerte.
  • Antología de Spoon River (Universidad Autónoma de México, México, 2010, selección y traducción de Sandro Cohen), de Edgar Lee Masters. Libro joya, historia de Estados Unidos, fantasmagorías, concepto.
  • Suite para la espera (Úcar García y Compañía-Impresores, La Habana, 1948), de Lorenzo García Vega. Lorenzo García Vega antes de Lorenzo García Vega. Por norma de consumo.
  • Imago mundi V (Ediciones Furtivas, Miami, 2022), de José KozerVariaciones de un día(Provincianos Editores, Chile, 2022), de José Kozer y Enrique Winter; do interno (Hypermedia Ediciones, Madrid, 2016), de José Kozer. Kozer a granel. Soy feliz leyendo a Kozer: su estilo, sus temas, los destellos domésticos, los cubanismos, el pulso maestro. Afectada en mis simientes, muerta en carretera, no haré un juicio de valor.
  • Título (Kenning Editions, 2020), de Legna Rodríguez Iglesias. Poesía fonética. Título es un viaje, una mudanza de piel. L. escribe estos poemas en 2014, fechados antes de emigrar. L. tiene un estilo pero sus libros (los que he leído), son todos distintos y conceptualmente resueltos. L. escribe con teclado y escribe con un cuchillo en la boca, un cuchillo afilado y sin mango, un cuchillo socialista y mierdero, una talla rápida y decidida, hambrienta. Hambre de comunicar lo suyo. Sus libros son estructuras. Sacudidas para agravar. Leyéndola nos despojamos de si la poesía debe ser esto o aquello. L. pertenece a la Generación Cero y le gusta ser un cero a la izquierda y a la derecha de las clasificaciones de género. Título es un enjambre sonoro.
  • El libro del buen amor (Editorial Vosgos, S. A. Barcelona, 1977), de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Porque regresar a los clásicos es hábito mío. Y ya está. He leído mucho más. No ofreceré una lista con que pasarme de lista.


María Elena Hernández Caballero

  • Los textos del Yo, de Cristina Rivera Garza.
  • Señales de vida, de Oscar Hahn.
  • Los hijos de Whitman. Poesía norteamericana del siglo XXI, en traducción de Francisco Larios.
  • Cartas de Cumpleaños, de Ted Hughes.
  • Deshielo a mediodía, de Tomas Tranströmer, leído también el año anterior y el anterior.
  • Aquella noche, de Cristina Peri Rossi.
  • Ir y venir, de Magali Alabau.
  • Antología esencial, de Joseph Brodsky.
  • Uno escribe en el viento y otros poemas, de Gonzalo Rojas.
  • Poesía Completa, de Alberto Serret.

Javier L. Mora: Cinco mil setecientos uno

Gorgojo-de-poema —pienso ante la invitación vía WhatsApp de LRI, y su “Porque ya nadie habla de poesía”, como la comprensión entomológica de un vicio—. Normal —concluyo, sotto voce—. El cinco mil setecientos uno.

Agotado, en efecto, entre la posibilidad del texto (oficio de leer con el ojo-editor) y su realización reivindicada (duty free en anaqueles de poesía), (a)pruebo, p. ej., la mayor parte del año/mes/data, sin asteriscos, mi silla de trabajo.

En el corriente, siempre en Casa Vacía, confundiéndolo(s) vicio con oficio: Otro cuaderno de poesía blanca, de Leonardo Sarría (suerte de gráfica ceremonial de voz/coro de cuello religioso); la Trilogía Acéfala, de J. L. Serrano y, próximos a salir, “Hay palabras vulva”, de Lizabel Mónica (constancia indicativa de ciertos biografemas, de corte micótico-genéricos, que han sido escritos/rayados en la página con el filo de una uña); “Las rajaduras que hay en la lengua de las personas”, de Mauro A. Fernández y “Matar al Buda”, de Hugo Fabel (militancias de la momia de un “yo” envuelto en estrazas de lenguaje). Los dos últimos, Mención y Premio (esta vez, de poesía) en la primera liza editorial.

Del resto (placer de duty free), ni siquiera recurriendo a chantaje contra memoria podría dar cuenta exacta de su rumbo, si bien dejo certeza aquí de lecturas rocosas o bucólicas, sin que importen las fechas, ni primas, ni totales…

Poema sucio, de Ferreira Gullar, y Versos y no versos, de Giuliani. Unas (supuestas) Llagas en la lengua. Selección de poesía joven española, a cargo de Laura Villar Gómez (libro este de ay mamá como vengo este año. Sí, porque luego está uno, perfeccionista ingrato, quejándose del ciclo de nuestra tradición…).

En 2022, y en espera de su correspondiente Nulla obsta desde hacía cuatro años, salen a escena (con promo diminuta y falsas nueces) dos títulos de Z. G.: Danza alrededor del fuego Metralla. No & sí, que ponen, entre ellos, lindes de gusto estético (¿lingüístico?), quizá definitivo en obra de la autora. Del primero —que junto a El último lector de Marx, de Moisés Mayán, inaugura la lista de pelotas de faul que no van a pizarra en la actual temporada (el de Mayán, mellado y bajo en calorías)— solo hay que decir (del primero, decía) que en su antiguo aquelarre, incluso descrito aquí con notable corrección testimonial, no deja de ser vanus resurrecta de un lirismo de bruma y abanico; del segundo —donde apenas aflora media docena de líneas conductoras de la lyrische energie—, hay que hablar de la forma, gestación y sentido (sin órbita ni curso en específico) de una serie aplicada en enchufar cadenas de lenguaje.

Después, Las pequeñas violenciasde Youre Merino (disecciones parlantes de un esfuerzo de disección), y Rue de Romede Pablo de Cuba Soria (con la frase vocálica habitual del autor acotada en notic(i)as de versos para Biblia).

Por último —vertidos del italiano a mi velocidad de traslación en normas-RAE—, el modelo de un proyecto foráneo de politraducción (contrato de por medio) titulado “El heliógrafo” y, a cuentagotas, dos secciones constantes del rombo Sanguineti (Postkarten, Laborintus). (Ese viejo, de cerca, era lo que se dice un “jaboncillo”: el conocido pez que escurre el lomo cuando parece que le has cogido el paso, en medio de una espuma viscosa y ortográfica).

(P. S.: Mientras termino esto, tengo en casa a mi ntangu KGK, rasta transdisciplinar del gremio Arte y numen de sinética mental, que prometió picarnos a Z. G. y a mí antes del mediodía. Le leo un poema cualquiera de un libro reciente… KGK, sucesivamente, va del azoro a la risa hasta halarse la barba en signo de desmotivación.

La poesía —presupone en voz alta Gorgojo-de-poema con ntangu KGK— ya no puede servir para todo).



© Imagen de portada: Evelyn Sosa.




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Damaris Calderón, Dolan Mor y Antonio José Ponte

Legna Rodríguez Iglesias

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía.






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