Mi amigo Alex Rodríguez es un cubano bien simpático. Jodedor. Siempre ha tenido buena muela para las muchachas. Le gusta el pisteo, la red carpet y las foticos en los paladares de lujo. Pero no lo juzguen tan rápido; es un tipo sensible, sencillo.
Alex tiene esa mezcla de un poco de calle con cierto conocimiento de la vieja y la nueva burguesía cubana. Bueno, para no extenderme, la cosa es que lo invitan a pasar Halloween en una perra mansión de Siboney.
Alex me llama y me dice: “Cabrón, me acaban de invitar a tremenda timba. Pero me siento mal, no sé si sea bueno que vaya”. Para ponerles un poco de contexto, les cuento que en estos dos últimos años mi socio perdió a su mamá y a su papá por el maldito virus.
Alex lo dice así, con una entonación medio de Puerto Rico, porque le gusta el mundo ese de las tiraderas… La verdad es que (y Alex lo sabe) no fue el virus lo que se llevó a sus padres: fue la mezcla fatal esa de virus + hospital cubano.
Ya les dije que Alex es un tipo sensible e hizo su duelo bien. No tocó a la jeva en una pila de días. No vino a casa a tomarse las cervecitas. No salió. No posteó (y para Alex no postear es grave).
Para colmo de males, estos últimos tiempos, Alex también perdió a su hermano. Su hermano Arri no falleció. No. Su hermano Arri salió el día 11 a gritar con cojones “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”. Al niño le están pidiendo 11 meses.
El piquete de él, que no es el mío porque yo soy más bien un lobo solitario, todos, todos, toditos, fueron echando. Es verdad que eran gente que aguantó mucho con cojones, pero ahora todo el mundo había volado. Y Alex me dice: “Coño Carli, es que los únicos que están presos son los negros, todos los blanquitos están fuera”.
En fin, que Alex estaba loco por coger timba, por ponerse el pantalón blanco y los Jordan que le costaron 6 000 pesos;pero al mismo tiempo tenía tremenda perra vergüenza ajena por estar disfrutando en un momento tan jodido.
¿Cómo uno, como ser humano, se enfrenta a la Cuba de octubre de 2021? Eso está cabrón. No hay manera de quedar bien con uno mismo. Se ha vivido mucho. Se está pasando mucha hambre. El mismo Alex estuvo hace dos días en el agro y regresó con el corazoncito apretado porque vio a su maestra de primaria comprando 12 pesos de quimbombó porque no tenía para más nada.
Después de dos años de malas noticias, él quiere salir a bailar. A darla toda. Pero la cabeza le dice: “Nooooo. Noooo. El horno no está para pastelitos”. Nada, que al final, decide que sí. Se va a ir a bailar. Qué cojones. Pero para salir a mover el esqueleto tiene que hacer una ofrenda. Su socia se afeitó la cabeza en espera de que liberen a los presos. Su vecino se quitó el cigarro.
Alex decide que su ofrenda, para poder irse a bailar sin que luego le pese mucho la cabeza en la almohada, va a ser que pase lo que pase esa noche no va a singar. Esa noche no moja. Aunque se le pare delante la rubia bembona de Instagram.
Alex se tunea, se pide un taxi de 300 pesos y llega al party. La casa es una especie de chalet pintado de blanco, con dos pisos y unas luces azules que le dan un aire Miami. Hay pocos muebles. “Minimal. Minimal”, repite Alex mientras agarra un trago y mueve los hombros mirando el ganado.
Perdón, hay una cosita que se me pasó decirles: el viejo Alex tiene 42. No es un chamaco. Es un tipo de 42 años que amarró el rabo a un tren que partió hace rato. Entonces, Alex está parado en la yerbita, alrededor de la piscina, mirando al personal.
Me cuenta mi socio que todo el mundo que estaba ahí (unas doscientas personas) tenía dinero. “Charli, ¿de dónde saca el dinero la gente?”. Todas eran niñas de 20 y de 30 con carteras de marca, haciendo muecas con sus copas para las fotos. Los tipos estaban con un pelado de anormales tremendo y eran así un poco bitonguitos, pero con el descaro que da ser un hijito de papá.
En el medio del party había dos perros labradores que corrían de allá para acá, como si todo fuera una publicidad.
Alex estaba loco por sacar el móvil y postear una foto de él ahí. Tener 42 y seguir en Cuba está cabrón. Las fotos de Vivian en Los Ángeles, con el empresario español ese. Las fotos de Jennifer en Madrid con la piñata en la cabeza. Jennifer que no para de decirle que Madrid es el nuevo París de los años 30. Pero hasta para la foto en Instagram Alex se tiene que contener.
Mi amigo va para la segunda copa y empieza a irse en un canal bien negativo. Oscuro. Sin luz al final del túnel. Y se empieza a imaginar frente a un espejo inmenso. Y piensa en cómo lo verán a él toda la partida de chamaquitos creídos esos que bailan alrededor de la piscina sin saber nada de nada de lo que pasa realmente en este país. Alex empieza a creer que esa gente lo ve como a un pordiosero. Se funde y, en vez de irse, se pone a tomar más y más. Bebe y mueve los hombros.
Aquello da grima. Gracias al señor, me cuenta, a eso de las doce empezó a llegar un piquete de diseñadores y arrendadores, más cercanos a su talla y empezaron a tallar bien. Fino. En el piquete nuevo había una muchacha que tenía hecho dos trenzas como las de la princesa Leila, Laila, esa misma, la de la Guerra de las Galaxias.
La tipa era chévere y hablaba y hablaba, y Alex decía que sí sin dejar de mirarle las tetas. Alex no la estaba escuchando, solo pensaba que esa noche no podía mojar. Cuando la tipa le preguntaba algo, al final de su oración, como buscando reafirmarse, Alex solo le decía: “Depende”.
A eso de la una de la mañana, Alex empezó a preocuparse por cómo iba a regresar a su casa. Cómo iba a salir de esa realidad que no era la suya y, sin embargo, parecía que sí era la realidad de alguien. La tipa ya no le parecía tan graciosa. Solo pensaba en rejas. Calabozo. Charcos de sangre.
“Coño Charli”, me dice mirándome a los ojos, “que país más triste este”.
Toda esa experiencia. Ver a toda esa gente sin nasobuco. Sin problemas. Vacunados con plástico. Sin latidos en el corazón. Sin historia. Mira que Alex trata y trata de poder seguir… Alex se reinventa. Ya perdió a los amigos de la primaria que desaparecieron en la vida. Despidió a los amigos del Pre. El piquete de la universidad, ya todos con hijos grandes, en Helsinki, Barcelona, Buenos Aires.
La esquina donde besó a Mayté ya no es la esquina donde besó a Mayté: ahora es la esquina donde la policía le entró a palazos a Fransuá.
“Coño Charli, ¿cómo seguir viviendo como si nada?”.
El piquete sabroso finalmente le da botella en un carrito que era como un cacharro y eso lo tranquilizó un poco. Había un poco de gente como él. En el trayecto por 5ta avenida, la diseñadora de los pechos blancos dejó caer su mano en su muslo. El chofer estaba organizando un viaje a Canasí.
Alex pensó en la cantidad de escenarios que habían pasado por su vista. Extrañó a gente que lo quiso mucho. Rostros y abrazos de gente que había desaparecido. Era como si fuera de una película y lo hubieran metido en otra; y para colmo de males, tenía que hacer el esfuerzo por seguir, por no perder la fe, por adaptarse a lo que viniera.
Recordó a la maestra del quimbombó: en la capacidad de adaptarse al medio estaba la sobrevivencia de los bichitos, las plantas….
A la altura de la tribuna estaba cerrado el malecón. Había una fiesta “popular”. Los padres ricachones de los mongos de Siboney habían puesto par de bocinas para que el pueblo se olvidara de los golpes y el hambre.
Los mismos que estaban aún con las manos llenas de sangre le estaban haciendo un “regalito” al pueblo. Para la pinga el virus, el hambre, los cientos de jóvenes en prisión, el desangre de la gente yéndose de esta tierra. Lo que había era eso: Pepas y agua para la seca a todo lo que da.
—Lo más triste de todo, Charli, es que la gente estaba bailando como si no hubiera pasado nada.
—Coño, Alex, pero tú también te fuiste a bailar.
—Es verdad —me interrumpe—. Pero es muy feo el país este que tenemos ahora. Nadie se acuerda de lo que pasó ayer.
Todo el mundo se olvida bien rápido.
Si, es verdad, es feo.
Esa noche, Alex acabó en la cama con la princesa y rompió su promesa. Ni siquiera pudo cumplir su ofrenda.
Traigo otras dos cervezas. No voy a sacar ni una más porque están bien caras. Lo veo en el borde del sofá tomando. Un velo de tristeza le cubre el rostro. Le pregunto por el hermano. Me cuenta que está duro. Está puesto.
Alex se bebe su cerveza. Yo le miro la etiqueta a la botella.
Hace falta una aplanadora chula que empiece en una punta y vaya hasta la otra. Lentico. Suave. Con par de luces rosadas bien cabronas y dos peluches de esos de cola de caballo en cada espejito.
¿Dónde hay que firmar para no participar? ¿Cómo se hace para no ser parte de la actividad?
Hoy no es Halloween, pero en mi ventana aparece una mujer. Una mujer vestida de Cuba. Una mujer que tiene el pelo sucio, los dientes corroídos y negros, y una serie de bolsas plásticas colgando de un brazo. Un vestido Versace y dos panes de flauta como chancletas. Una mujer que tiene morados y manchas de sangre, pero que al mismo tiempo tiene el deseo de sacar un cel y hacerse una selfi.
Cadáver de país pudriéndose al sol
Después del 11J este país cambió. Hay un antes y un después. Un amigo me contó que ha vuelto al teatro y ha visto la muerte en el rostro de todos ahí. Me dice que es como si la gente estuviera muerta, el teatro estuviera muerto, el país estuviera muerto.