Deslizarse despacio por una avenida en un taxi a mitad de la noche, escurrido en el asiento trasero, y detectar en la sucesión de los edificios, y en cada uno de los edificios en particular, el tiempo secuestrado que ya no ha fluido ni va a fluir más, expuesto en la jaula del patrimonio para la feria de la memoria como un animal lánguido que se agita en el corazón de la piedra o que es la piedra misma.
Un grupo de muchachos rubios que fuman en la puerta de un bar y emprenden una danza mínima de movimientos leves —las manos en los bolsillos, los dedos sosteniendo el cigarro, el humo desde la boca—, los gestos del cuerpo tímido envuelto en el frío tenue del otoño de Europa.
Una muchacha de 24 años que tiene los ojos verdes, cuyo rostro se ha impuesto a sí mismo su propio ideal de perfección y luego sin esfuerzos ha rebasado ese ideal, y que mientras se fuma un porro cuenta que acaba de renunciar a su trabajo porque el tren de sus ahorros la va a llevar al sur de Francia durante una temporada, tras haberse entregado a la vieja transacción en la que el tiempo compra al tiempo para escapar de él.
Entender que todas estas cosas serían o habrían sido bellas, fulminantemente bellas, agotadas también por el deber expreso, de vida o muerte, de tener que cargar con su belleza, pero que ahora no lo son.
Escenas muertas, concluyentes, que los dedos del sentido no pueden tocar, cuya carne los dedos del sentido no pueden hundir, porque el sentido no ejerce presión, está revestido de un cristal, de una sustancia que se congeló.
Es como si fueras capaz de comprender la belleza a través de un algoritmo, a través de la suma mecánica de sus letras y números, como si intuyeras la forma del resultado final, pero no pudieras penetrar en la semántica de lo bello ni en el signo vivo de la emoción.
Desmerecer lo que te dan, volverte indigno.
Desconcertarte, pero no quejarte, ni celebrarte ni padecer, por haber sido capaz de reparar en la fiesta que tales cosas pudieron haber sido si no fuesen lo que son, pero eso que son es rotundo y total, cerrado como un puño rígido, hechos separados de cualquier posibilidad o continuación.
La anestesia no alivia el dolor.
En el cuerpo del sentido la anestesia es el dolor.