Ahora todos somos santos

Ahora todo el mundo es un santo: a las 9 p.m. nos paramos en el balcón y aplaudimos con lagrimas en los ojos, les mandamos mensajes de apoyo a los cercanos que están en el hospital, compartimos el arte de los amigos y algún que otro meme de esos de “nos volveremos a ver”, “cuídate que te quiero bien” y parece que padecemos una pandemia distinta: no esta cosa respiratoria, sino algo mas cercano a la amnesia general.

Es muy bonito esto de ser buena persona ahora que se está acabando el mundo, ahora que desde la cama la respiración es poquita; pero, ¿y antes, cabrones? Y antes ¿qué pasaba?

He visto de cerca, de cerca, cómo un millón de gente que tiene una posición económica sabrosona irradia por los poros un desdén de tres pares de cojones. Coño, que te invitan a su mesa y tienen el valor de decirte que en Italia la ensalada se come antes o después (ya no me acuerdo, ni me importa) que la pasta; o huelen el vino y, como grandes sabios, te hablan de lo viejo que es y de lo rico que sería comprarse un apartamento en Madrid. 

¿Con qué culo, desgraciada? ¿Cómo coño vas a hacer eso si no trabajas desde el año 1991?

Para no hablar de los “amigos”, los que vienen con tremenda buena onda a ayudar y te chupan las ideas, los que se pasan el año invitándote a comer en su casa para echarte brujería, mirarte la mujer o tratar de estafarte un dineral en algún negocio sucio.

Sí: que uno parece bobo. Sí: que la Revolución realmente no funciona y desde el minutico uno, desde el año cero, seguían las mismas clases sociales y la gente que lo tenía todo siguió teniéndolo todo. 

Gente cercana. Los socios. Tiburón que salpica. Pillín. 

Esta columna no es un bolero de cantina, ya ni eso tenemos, pero malanga sabe que aquí si resbalas un poco y caes, te olvidan, o te quieren borrar, o se creen que te pueden tirar el jabón delante para que te agaches y agarrarte. 

“No es nada fácil”. No, la frase no es esa; la línea sería algo así como: “Partía de hipócritas, ¿ahora? ¿Aplaudir a los médicos? ¿Ahora? ¿Y antes? ¿Quién llamaba a los médicos a ver si tenían comida en casa, si tenían jabón, si querían tomarse un gin-tonic en el Sarao del concha de su madre ese?”. 

Nadie. O unos pocos. Casi nadie. 

Pero no: ahora hay que aplaudir. Ahora todo el mundo es bueno. Todo el mundo quiere la paz de la tierra y que se acaben las guerras. Qué lindo. Qué bonito.

Cerca de mis 40, de lo único que tengo ganas es de agarrar a mi mujer e irme a una finca bien lejos y no coger más el teléfono para nadie. No responder un mail. No hacer un lobby. No hacer ni pinga de nada de lo que no tenga ganas de hacer.

Solo quiero sentarme en un taburete a fumarme un tabaco y ver los mangos crecer poco a poco, pasar del amarillito al rojo, suave, rico, y ver el humo subir. Y a cada rato rascarme los huevos y mirar de lejos a la jeva. Acercarme y tirarme de rodillas, comerle los pies: mami, acá estoy pa’ fregar, pa’ cocinar, pa’ que me pongas los tarros, para todo lo que tu quieras. Y unirme en un abrazo fuerte y meterle la lengua hasta el fondo y cerrar los ojos. 

Solo así podre olvidar toda esta mierda que me han echado encima por 37 años, día tras día, poco a poco.

Ni un año más. 

La era está pariendo un corazón.

Ni pinga una frase más de algún bodrio cinematográfico cubano.

Ni una anécdota más de Sara González.

Pollo por pescado tu madre.

Marlon de Pueblo Nuevo.

Lo cubano en la poesía.

Arnaldo Tamayo.

Toki.

Carlos Manuel y el Clan.

Pan con plasta.

La UPEC.

El machete de no sé quién.

Baila en Cuba…

Dioossssssss. 

¡Bastaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Ni una pinga más.

Escribo esto a las doce de la noche y me paro. Aplaudo. Me siento. Me vuelvo a servir ron. Hoy conseguí, en la calle sitiada, helado de vainilla vencido y ron. Típico menú que en su momento le hubiera encantado a Gabriel García Márquez. Pero no encontré lo que salí a buscar: ni este frijol ni este pedacito de puerco. 

Quizás, si las condiciones hubiesen sido más fáciles para todos, ahora no habría tantos hijos de puta.

Sin becas en el campo, con comida abundante, sin libreta de abastecimiento, con asados dominicales, sin la opción cero, nada de caldero ni de caldosa… Hoy tendríamos gente más noble, más pan blanco, con menos ganas de serrucharle el piso al primer joven que trata de hacer algo distinto. 

Pero nadie quiere hablar de eso. La gente calladita, hablando de vinos, con la mejor cobita, después de meterte ocho horas en una cola para el detergente. 

Nada. Jugar a ser normales. Cuando el país no es nada normal, y cuando tenemos al hijo de puta de turno. 

Cuba, qué lindos son tus palmares. Cuba, qué lindos son…

Yo mismo soy tremendo hijo de puta. A los 20 años pensaba que me iba a salvar. Que podía quedarme en este país y envejecer sin deberle nada a nadie, sin resbalar, sin meterme en problemas y sin ser un desecho humano. Pero ahora tengo unas dudas tremendas. 

A veces me veo entrando al Ten Cent con mi camisa a cuadros y mi jaba vacía. Me parezco a un viejo censor que a cada rato sale en la televisión.

Me siento a la sombra, dejo pasar el turno de los cuatro litros de mayonesa (porque acá no hay nada, pero la mayonesa te la venden en tinas de helado, como para joder) y me digo: “Charlie, tienes que escapar, dos minutos más acá y vas a estar cortándole la cabeza a la gente, haciendo brujería, jodiendo al vecino…”.

Hemos tenido tan poquito. Nos han dejado en el hueso, sin derecho a nada.

Hasta el año 2006 no podíamos entrar a un hotel. No viajes, no celular, no carne de res… Para hablarte nada más de lo bobo. 

Como hemos podido tener tan poquito, qué mezquinitos nos hemos vuelto. Un vinito barato: lo olemos como si fuésemos el sobrino de la familia Parke. Un tabaquito de la bodega: lo cogemos en la mano como si nos hubiesen invitado, con Vin Diesel, al desfile de Chanel por Prado. 

Todo el mundo quiere tener el baño cómico, el televisor grande, la ultima serie… 

Y nos parece bien, y si se dice lo contrario, entonces hay que cortarnos la cabeza: somos unos envidiosos, no entendemos al ser humano, somos unos nazis. 

Todo tiene que estar bien. Todo tiene que estar genial. Como decía un amigo: “Ay, qué genial Raúl Torres. Ay, qué genial Buena Fe. Ay, qué genial Bad Bunny. Ay, qué genial el cuadro ese de Goya…” .

Todo estaba “genial”. 

Domingo, carrito, aire acondicionado, a la playita. Y gozar, que vivimos en una isla.

Disfrutar los bordes de Cuba y no mirar el interior: la pobreza, lo que se sufre.

Tratar de echar para adelante a los chamas y que nadie me pise la sombra, porque me pongo de pinga. 

Uff. 

Esta descarguita me está sirviendo para soltar, porque no podía dormir. 

Nada, eso: que quiero irme lejos, al campo. Pero antes: ver qué posibilidad hay de que me hagan una lobotomía para olvidar todo. Todos los figurantes y todos los fondos de esta gran y hermosa ciudad.

Me levanto y aplaudo.

Ya he hecho 3000 nasobucos.

Ya he visto 40 000 videos de #QuédateEnCasa.

Ya vi el video del payaso hablando, el de la niña bailando, el de la profesora que no se da cuenta que no se dice nasabuco y que está pidiendo fuego para todo aquel que salga de la casa. 

Señora, ¿cómo coño usted come? ¿Qué come? ¿Helado de vainilla y ron?

Me levanto y aplaudo.

Ya ni se me para el rabo. 

Si me suicido, el rabo flácido irá de un lado al otro dándome golpecitos, como una banderita.

Ayúdenme. Pónganle música a esa escena.

Ojo: no se vale Havana D’Primera. Me levanto y aplaudo.




Antonioni y Kunikida bailan con Celia Cruz - Carlos Lechuga

Antonioni y Kunikida bailan con Celia Cruz

Carlos Lechuga

Esto de estar encerrado en la casa tiene sus cosas buenas. Además, hay que aprovecharlo, porque ahorita vamos a tener que afilar las lanzas y salir a la calle a matarnos por un pedazo de pollo. Perdón, nada de pollo: por un pedacito de tiburón o de ave rara, o por carne de gato. Esto ya está feo, pero se va a poner peor.