En enero de 1956, Truffaut publicó una serie de textos en los que dialogaba con varios críticos de cine (14 preguntas a los críticos franceses). Con este gesto, quiso rendir homenaje a aquellos que, desde las páginas, se sumaban al amor por el cine.
En estos meses, me he puesto a rescatar las mismas preguntas y se las he pasado a una serie de estudiosos y críticos cinematográficos que (de una manera u otra) son cubanos, se sienten cubanos o acompañan al cine cubano. En esta segunda entrega se nos ha sumado Juan Antonio García Borrero.
Este tipo de ejercicio no solo nos acerca, de una manera más personal, a todos estos autores, sino que también nos sirve para aprender y seguir buscando en ese gran mundo que es el cine.
Para los fanáticos, los cinéfilos puros y los jóvenes creadores, estas respuestas son una coda a tantos textos y debates que realzan el séptimo arte.
En un momento donde la visita a las salas ha mermado, la intención es seguir uniendo gente en esta pasión.
François Truffaut:
Si fueras a escribir o a dirigir una película, ¿cómo sería? La trama, los colores, los referentes… O simplemente, háblame de alguna historia personal que te motive.
Juan Antonio García Borrero:
Ya te comenté que no creo demasiado en esos binarismos de creador o crítico. Para mí todo está mezclado dentro de uno. Lo que pasa es que esto de las etiquetas es algo que no se puede eliminar.
En mi caso personal, tengo escrita una novela que, mientras la escribía, la pensaba como si se estuviera proyectando en un cine. Es policiaca, aunque yo sé que tiene que ver con otras cosas como la memoria, la culpa, el remordimiento. Su trama se ubica en Cuba, pero puede transcurrir en cualquier parte, y transcurre durante 24 horas. El título es Náufragos de la noche (algunos amigos la leyeron también con el título de Las llagas del placer).
¿Por qué no he intentado publicarla? Pues porque todavía no me convence la manera en que se resuelve la historia. Es posible incluso que nunca se publique, pero yo no dejo de pensar en ella, y cada vez que tengo oportunidad le cuento la trama a la gente. La he contado tantas veces que ya hay personas que creen que está publicada.
Daniel Céspedes:
Si no fuera crítico cultural sería cantante, bailarín o actor. Me gusta la actuación. Pero dirigir una película no me ha pasado por la cabeza, al menos por ahora. Dirigir videoclips, sí. Tal vez lo haga en un futuro no muy lejano. Pero, por lo pronto, seguiré escribiendo. Bueno, haga lo que haga, escribiré hasta donde pueda.
Dean Luis Reyes:
Ese guion estuvo esbozado en alguna de mis libretas de trabajo hace más de 20 años. Iba a ser una peli triste sobre un grupo de becados, algo parecido a lo que Sebastián Milo hizo luego en Camionero.
Escena inicial en una guagua Girón regresando a la beca el domingo. Interior/noche. Lento dolly por el pasillo semioscuro del ómnibus en movimiento, hasta detenerse en el rostro sombrío del adolescente protagonista. Las camisas y blusas de uniforme colgadas de los tubos de la guagua bailotean a su alrededor con el movimiento del vehículo. El sonido de cantos y gritos que lo rodea se apaga cuando se encuadra su rostro. Los otros becados van sumergidos en su gozadera y él parece abstraído.
El preuniversitario de mi guion era más bien un universo de pesadilla, con fogonazos de luz sobre las paredes de los edificios y mucho contrapicado, como en El proceso, de Orson Welles. Una fotografía gris metálico. Allí siempre es de noche. Una fantasmagoría a medio camino entre Blade Runner y Alien. Pero nunca lo terminé…
Moraima Gutiérrez:
Si tuviera la posibilidad de dirigir una película… Que pregunta tan difícil. No sé. Me aventuraría a rodar la historia de una vagabunda, una vagabunda por los parques y carreteras de la Francia rural. Algo así como aquella película de la Vardá. Con tonalidades pasteles. Pocos colores. Una obra pequeñita y sencillita.
Gustavo Arcos Fernández-Britto:
Yo empecé en el cine como camarógrafo. Pasé cursos en los 80 y trabajé de forma profesional en una docena de cortos didácticos, y hasta un largo de ficción, pero siempre desde esa especialidad. Tenía 18, 20 años, y luego la vida me fue llevando hacia otras zonas, como la radio y el periodismo cultural, donde trabajé cerca de 15 años, así que, mis intereses nunca estuvieron en el camino de dirigir o escribir una película.
De todas formas creo que, de ser posible, filmaría películas eróticas, y si es necesario con sexo explícito. Una historia con algo de fetichismo y juego de roles. Me molesta mucho la mojigatería, la moralina que acompaña a gran cantidad de filmes; algo contradictorio porque en todas las películas aparecen historias de amor.
Estoy convencido de que mi acercamiento al cine, cuando era adolescente, se debe en gran medida a los desnudos que veía en la pantalla. El sexo me atrapaba. Cabrera Infante dijo alguna vez que todos actuamos como voyeurs cuando vamos al cine, ya sabes: la intimidad, la oscuridad, el distanciamiento, la “vida” que observas desde un mismo punto…
En mi caso, primero estaban las tetas y luego Kurosawa, Godard y los demás.
Edgar Soberón:
Tengo una lista de películas ajenas que me hubiera gustado dirigir, pero si pudiera hacerla ahora, lo más probable es que sea algo contemporáneo.
Quizá me inclinaría por el guion Epiceno, historia de un publicista que se ha tomado un año sin facturar para escribir la biografía de una enigmática diva setentona (inspirada en Lucy Fabery, la bolerista boricua, llamada la Muñeca de Chocolate). Mientras, en la ciudad están muriendo efebos rubios que aparecen desangrados. La novia periodista y rica del publicista (que lo ha mantenido por un año) investiga los crímenes, y todos los indicios apuntan hacia la vieja diva, que bebe líquidos raros, levita, no aparenta más de 35 años y tiene gran éxito en un club nocturno con su espectáculo de vuelta a escena.
Tiene algo de filme detectivesco, de low fantasy, de musical, de sátira social y del tema de género. Ah, y hay un hombre-pez rondando por la costa y en las playas.
Es un proyecto comercial escrito en 2004. Se habló de Ricky Martin en el papel del ambiguo protagonista. Está libremente basado en la novela La Muñeca de Chocolate, de Félix Joaquín Rivera, con quien escribí el guion en San Juan de Puerto Rico. Allí transcurre la acción, pero puede ocurrir en cualquiera ciudad con playas y cabarets.
El lector de guiones de la Oficina de Cine de Puerto Rico nos dijo que era el guion mejor escrito que había leído en años, pero que no lo recomendaría por su “tema gay”. Félix y yo nos miramos… No pasó nada.
Joel del Río:
Me encantaría hacer una serie de documentales, para exhibir en cine, televisión o Internet, profusamente ilustrados con imágenes, sobre la historia del cine cubano. Cápsulas de quince minutos con guiones escritos por mí, pero yo saldría en pantalla lo mínimo indispensable para conducir alguna entrevista o confirmar algún criterio fuerte, criterio que una voz en off no puede, o no debe, comunicar.
También me encantaría hacerlo con la historia del cine mundial, para mis estudiantes de la FAMCA; porque existen muchísimos documentales didácticos de ese tipo, pero están realizados desde un punto de vista norteamericano o europeo, y sería importante, tal vez valioso, hacer alguno con la historia del cine vista desde Cuba y América Latina, con sus cinematografías incluidas y no soslayadas, como suele ocurrir.
También pensé en una ocasión escribir un proyecto bastante disparatado de ficción, en clave de falso documental, sobre una distopía futurista: el protagonista sería uno de los pocos varones heterosexuales que queda en el país, y debe esconderse en matorrales para tener sexo con las pocas mujeres que se atrevan; la reproducción es obligatoriamente in vitro, no incluye acto sexual, y el pobre hombre se ve reducido a la misma clandestinidad y discriminación a que se ven reducidos los gays hoy mismo: lugares ocultos de encuentros sexuales, guetos, disimulo y clóset, condena social y familiar, intento por restituir el matrimonio entre un hombre y una mujer, y una serie de situaciones que proyectarían hacia el futuro la intolerancia del presente. El mismo personaje sostendría la cámara y, mediante sus diálogos, se inferirá todo lo anterior.
Me detuve en los primeros tres párrafos y abandoné el proyecto, luego de haber escrito la premisa, porque, si alguna vez se hacía, sería acusado (tal vez con razón) de políticamente incorrecto, en tanto ilustraba una suerte de tiranía implantada por los homosexuales. En realidad, intentaba ser una protesta contra toda represión y una afirmación de que la intolerancia puede llegar desde cualquier parte.
Hamlet Fernández:
No tengo ambición de dirigir cine. Es un oficio muy complejo que lleva una formación muy especializada, con su desarrollo y maduración. Así que nunca se me ocurriría, porque he invertido mi tiempo y mi energía en otra área de la creación, como es la crítica y la ensayística.
Pero sí, desde hace un tiempo tengo una historia dándome vueltas en la cabeza cuya materialización estética ideal sería cinematográfica.
En las primeras tres décadas de la Revolución Rusa se desarrolló una nueva escuela de psicología cognitiva liderada por Lev Vygotsky, un genio que murió con apenas cuarenta y pocos años, y dejó una obra impresionante. Bien, la tesis fundamental de Vygotsky y su escuela es que las funciones psíquicas superiores, esto es, la intrincada red de capacidades intelectuales que nos diferencian del resto de los animales, se forman y desarrollan en cada individuo a partir de la mediación del complejo simbólico-cultural que nos es externo, y que actúa sobre nosotros desde que nacemos.
Eso quiere decir que si en la formación de un individuo se administran de manera controlada y progresiva los diferentes tipos de mediación simbólica (todos los saberes humanos), hasta cierto punto se puede condicionar el tipo de sujeto que se quiere formar. Por eso Vygotsky comenzó a hablar desde muy temprano del “hombre nuevo”, en el sentido de que una nueva pedagogía basada en la psicología científica sería capaz de formar al hombre del futuro. Una especie de superhombre por sus capacidades cognitivas, no por su pureza ideológica. La vulgarización vino después, con Stalin. Y fue ese concepto manoseado e ideologizado del hombre nuevo del socialismo el que el Che introdujo en Cuba con su ensayo “El socialismo y el hombre en Cuba”.
Ahora imagínate, sobre ese trasfondo, una historia desarrollada en Cuba en la década del sesenta, en la que científicos y pedagogos cubanos y rusos ensayan a nivel experimental los métodos de Vygotsky para crear al hombre nuevo del socialismo cubano. Un hombre nuevo por sus elevadas capacidades cognitivas, por su capacidad de autoemancipación y creación a niveles insospechados, y no por su creencia ciega en un ideal…
Esa sería mi historia. El arte debe explorar también lo que no ocurrió, o lo que pudo haber ocurrido; el cine tiene una potencialidad enorme para hacer eso.
Luciano Castillo:
Soy un apasionado estudioso de la obra del genial cineasta aragonés Luis Buñuel y, al mismo tiempo, del tema de la interrelación con el cine del escritor cubano Alejo Carpentier (fueron amigos, aunque no he podido localizar ninguna foto de los dos juntos). Al conocer, a través de una entrevista a Carpentier, el interés de Buñuel en filmar su noveleta El acoso, exactamente en el tiempo que dura (ejecutada a la perfección) la sinfonía Eroica de Beethoven, se me ocurrió intentar escribir un guion a partir de esa obra literaria, con la osadía de filmarla a partir de la idea buñueliana.
Con ese fin, releí los guiones de películas de Buñuel existentes en la Sala de Arte de la Biblioteca provincial Julio Antonio Mella, de Camagüey, donde aún vivía. El objetivo era utilizar el mismo vocabulario técnico al que acostumbraba el director de Viridiana (del que tenía un viejo ejemplar de su guion, que aún conservo).
Comencé con mucho entusiasmo esa tarea nada fácil para un principiante, si bien contaba con una amplia experiencia como lector de guiones y de obras teatrales. Escribí las primeras secuencias con la llegada del Acosado al teatro (imaginaba filmarlo en el Principal de Camagüey y no en el Amadeo Roldán, el Auditorium habanero donde Alejo sitúa el concierto, entonces cerrado como consecuencia de un sabotaje). Me alentaba la idea de incursionar quizás detrás de la cámara como guionista y realizador pero, inevitablemente, se impuso la razón.
Me arrepentí, desalentado por la certeza de que, cocuyo de cinemateca al fin, ante la existencia de tantos buenos guionistas y directores, ¿cómo iba a atreverme? Sentí, y nunca me lo he reprochado, que debía conformarme con la crítica y la investigación.
Años más tarde, en el 2006, incorporé esas páginas del boceto inconcluso del guion sobre El acoso a mi libro Carpentier en el reino de la imagen, publicado por Ediciones Unión. En él abordo, además, las razones que le impidieron a Buñuel la filmación de su promisoria adaptación para integrarla a un largometraje colectivo nunca realizado.
Curiosamente, puedo añadir que el impacto suscitado en su momento por Romanza de los enamorados, de Andréi Mijalkov-Konchalovski, me condujo a escribir una versión teatral de su guion, tras ver la película… ¡trece veces! (incluso copié todos los diálogos, en las sucesivas salas oscuras). Desconocía entonces la existencia de algo tan cómodo como la Lista de Diálogos.
Rubens Riol:
Yo nunca he pensado en dirigir cortometrajes ni hacer cine independiente. No fui formado como realizador y respeto mucho ese trabajo. Sin embargo, puede que la vida un día me sorprenda. Desde hace años he incursionado en la poscrítica y, más recientemente, en la autoficción. De ahí que empezara el borrador de mi primera novela, cuya estructura e imágenes son bastante cinematográficas.
Trata de una pareja gay que vive en Helsinki, pero uno de ellos ha llevado una vida sexual oscura a espaldas del otro. Un día el primero viaja a un supuesto congreso en Estambul, olvidando su tablet en casa, y desaparece sin dar noticas. En su ausencia, mientras hurga en el correo electrónico para imprimir su itinerario de viaje y seguirle la pista, el esposo descubre un archivo oculto con el nombre Päiväkirja, que significa “diario” en finés. Después de tres semanas de constante búsqueda, descubre que su destino original era Chechenia, donde se reuniría con otros miembros de una secta de adoración genital; emboscada que lo arrastró hasta un campo de concentración para homosexuales.
Será una suerte de thriller erótico donde se cruzan el ensayo, la ficción y la crónica roja, pues también es mi denuncia a la actual persecución y asesinato de hombres gays en suelo ruso.
Yo visualizo mi novela, que ojalá se convierta en una película, como un híbrido entre Bent (1997) de Sean Mathias, Eyes Wide Shut (1999) de Stanley Kubrick, A Single Man (2009) de Tom Ford, The Cakemaker (2017) de Ophir Raul Graizer y Call Me By Your Name (2017) de Luca Guadagnino; películas que me han impactado de diversas maneras.
La verdad, no sé qué saldrá de ahí. Pero estoy seguro de que será una historia de amor tristísima, llena de misterio y con momentos muy dramáticos, despingantes.
Antonio Enrique González Rojas:
Se puede decir que soy un “crítico puro”, en tanto nunca he sentido verdadera inclinación a filmar, ni escribo por una incapacidad de filmar. Escribo porque es una extensión de mi incontinencia verbal, por un placer fisiológico y masoquista. Pero considero que tengo una imaginación bastante inquieta, y muchas veces fantaseo y fabulo para mi disfrute íntimo. No puedo tener la mente en blanco, sencillamente, como persona hiperquinética y ansiosa que soy.
La última elucubración que tuve fue un falso documental que probaría que Carlos J. Finlay era el incapturable Jack el Destripador, así se explicaría por qué nunca lo descubrieron ni aprehendieron: huyó a Cuba tras los asesinatos de White Chapel. Me apoyaría en su ascendencia británica y lo conectaría además, por línea materna, con la casa Frankenstein. Lo haría experimentar con el cadáver de José Martí, para revivirlo, explicando de paso las causas alternas de los varios entierros del Apóstol.
Puras musarañas que uno piensa cuando camina, o al dormirse.
François Truffaut:
¿Te ha inspirado algún otro crítico de cine?
Diana Hernández:
Me gustan mucho los textos de Juan Antonio García Borrero, de Cuba. En España leo mucho a Mirito Torreiro y a Carlo Boyero, por supuesto.
Juan Antonio García Borrero:
Yo siempre he reconocido a Luciano Castillo como el crítico que me impulsó a publicar mis primeras críticas. Lo hice junto a un gran amigo, nombrado José Antonio García Gradaille, y firmábamos en el periódico Adelante de Camagüey como J. A. García. Todavía conservo las críticas que Luciano publicaba en ese periódico todas las semanas, comentando las películas que pasaban en la Cinemateca.
Luego descubrí a André Bazin, y fue una suerte de punto de giro copernicano. No solo estaba la belleza de lo escrito, sino el interés en, además de comentar la película, crearle un mundo paralelo capaz de acompañarla con cierto nivel de autonomía.
Me encanta leer ese tipo de crítica donde la agudeza intelectual va de la mano del talento literario. En ese grupo incluyo a Jorge Luis Borges y Guillermo Cabrera Infante.
Reynado Lastre:
Siento gran admiración por Pauline Kael, quien masificó el gusto por un cine complejo y atrevido desde su columna en The New Yorker. De igual manera, creo que las agudas críticas de Eric Rohmer para Cahiers du Cinema (y su trabajo de editor allí) cambiaron para siempre el mundo de la escritura sobre cine, e incluso el cine mismo.
Como todos sabemos, la nueva generación de cineastas que abrió nuevas posibilidades para el séptimo arte en los años sesenta del pasado siglo, se formó en los debates surgidos alrededor de esa revista francesa. Muchos historiadores centran su atención en los roles del crítico André Bazin, el archivista Henry Langlois y el cineasta Jean Luc-Godard, pero si se leen las publicaciones de Rohmer, reconoceríamos a primera vista el alcance de su influencia. La tesis doctoral que presentó al final de sus estudios de Historia del Arte sobre el espacio en el Faust de Murnau, es uno de los acercamientos más certeros a una obra en particular que haya conocido hasta ahora.
Antonio Enrique González Rojas:
Cuando era adolescente, en mi provincia, leía las críticas de Julio Martínez Molina, un crítico local que ha permanecido en Cienfuegos. Su escritura y la de Howard Philip Lovecraft, ambas gordianas, signaron indeleblemente la mía: rebosante de adjetivos, pletórica de incidentales.
Ya más adulto y menos provinciano, creo que el crítico que más me ha motivado es Guillermo Cabrera Infante en su heterónimo de G. Caín, aunque contemporáneos cubanos como Dean Luis Reyes también han marcado mi escritura y mis perspectivas.
Dean Luis Reyes:
A mí me inspiraron figuras “menores” pero cercanas: Mario Rodríguez Alemán, Enrique Colina, Rufo Caballero. Y luego André Bazin y otro montón de gente que no son críticos de cine: Octavio Paz, Slavoj Žižek, Gilles Deleuze…
Luciano Castillo:
Mencionaría aquí a Alejandro G. Alonso, que publicaba regularmente y a quien debo consejos que sigo aún.
Respeto mucho al desaparecido crítico colombiano Luis Alberto Álvarez, quien me insistió tanto en que el crítico es un intermediario entre el espectador y el director. Leer sus textos constituye un deleite perenne. Ocurre lo mismo con otra lamentable pérdida, la del español Ángel Fernández-Santos, agudo y lúcido hasta el extremo, y que escribía como los dioses.
Bazin sigue siendo una referencia obligatoria, y pude leer tardíamente a la temida y lapidaria Pauline Kael, a través de uno de sus libros publicados en español. Sus gustos respondían más al capricho que a la razón.
Respeto a Cabrera Infante por sus juegos con el lenguaje; solo le reprocho revelar el final o la identidad del asesino en no pocas de sus reseñas de cine policíaco o de suspenso.
Iris Gaubeca:
Cabrera Infante, por supuesto, y la trinitaria Lopel Sonten.
Moraima Gutiérrez:
Sunsan Sontag, Paulina Kael… Me gustan mucho las criticas mujeres. Es una pena que seamos tan pocas.
Edgar Soberón:
Leía las críticas de una revista chilena llamada Écran. Tardé mucho en leer a autores como Canby, Kael, Sarris y, sobre todo, Robert Philip Kolker y Susan Sontag que me dieron luces.
François Truffaut:
Nómbrame algún creador que haya fallecido muy pronto y del que te hubiese gustado haber visto más obras.
Juan Antonio García Borrero:
Te mencionaré solo a una cubana: Sara Gómez. Creo que tenía un potencial tremendo como realizadora.
Antonio Enrique Gonzáles Rojas:
Sara Gómez, Larisa Shepitko, Terence Piard, Satoshi Kon.
Dean Luis Reyes:
Coño, Jean Vigo. ¿Por qué el azar es tan jodido? ¿Cómo hubiera sido el cine francés con él a cuestas?
Y, claro, Nicolás Guillén Landrián, a quien la mediocridad y la persecución de la singularidad, que caló hondo en Cuba en los años 70, le prohibieron seguir haciendo su cine extraordinario. Una mierda lo que le hicieron. ¿Cómo hubiera sido el cine cubano con él?
Daniel Céspedes:
Los que me han interesado, no los considero malogrados. Jean Vigo, por ejemplo, tal vez hubiera hecho algo mejor que Cero en conducta y L’atalante, las cuales me parecen películas sobrevaloradas.
Hamlet Fernández:
De los nuestros, Terence Piard.
Edgar Soberón:
Terence Piard Somohano, el hijo de Tomás y Yolanda. Nos dejó sus cortos, prueba de que tenía mucho talento, pero se nos fue tan pronto…
Joel del Río:
Aquí sí me restrinjo a Cuba. Sara Gómez y Marisol Trujillo, Nicolasito Guillén Landrián y Humberto Padrón.
Siempre nos quedará la curiosidad de saber cómo se hubieran adaptado a estos tiempos, independientemente de lo que pensemos sobre sus últimas obras: Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás y Manuel Octavio Gómez.
¿Te imaginas que Desnoes hubiera hecho, con Titón, Memorias del desarrollo? Dicho sea sin desdorar el excelente trabajo de Miguel Coyula. ¿Y una cuarta Lucía, ambientada en los tiempos que corren? ¿Y biografiar a los líderes religiosos más recientes, a la manera de Los días del agua?
Homenaje a los críticos (I)
En 1956, Truffaut publicó una serie de textos en los que dialogaba con varios críticos de cine. Me he puesto a rescatar esas preguntas para devolvérselas a un grupo de críticos. Estos son los que han respondido hasta ahora. Lo cual no significa que no estamos abiertos a las respuestas por venir.