Juan Abreu

A inicios del año 2013 comencé la investigación para la escritura del guion de Santa y Andrés, mi segundo largometraje de ficción. Por cosas raras del destino, en mi computadora solo tenía dos películas: Seres extravagantes (Manuel Zayas, 2004) y Conducta impropia (Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, 1983). Estos documentales me abrieron a un mundo hasta entonces desconocido.

Con el paso de los meses, un grupo de jóvenes escritores y artistas de la generación de Reinaldo Arenas gesticulaban en mi cabeza sin parar. Dispersos por el mundo, no sabía si ya estaban muertos, ni si querían hablar, compartir. Acá en la escuela no se mencionaban sus nombres; en las librerías era imposible encontrar sus obras.

2014 y 2015 fueron años de muchos viajes de trabajo, becas de escritura e investigación. Me di a la tarea de tratar de conocer, acercarme a un grupo de nombres icónicos. Piezas de un rompecabezas, bibliotecas vivientes de experiencias, los rostros de muchos de los escritores del exilio. 

Escribía una de las versiones del guion, en Barcelona, cuando tuve la inmensa dicha de que Juan Abreu, sin conocerme, me abriera las puertas de su casa. Me encontré con un hombre de buen corazón, sencillo, amigable…, que sin embargo tenía una reputación terrible. La gente me decía: aléjate de eso, es complicado.

Pasamos juntos una hermosa tarde. Almorzamos, vi sus cuadros, cargué con muchos libros de regalo. Con el paso de los años, nos hemos mantenido comunicados. Esas horas con Juan Abreu fueron una experiencia que nadie me va a quitar. Me las llevo a la tumba.

Varios meses después, en Miami, conocí a Luis de la Paz y a José Abreu Felippe. Nos reunimos una mañana soleada para desayunar y poder hablar finalmente, ya que solo tenía sus voces grabadas gracias a Claudia Calviño, mi ex esposa y productora de toda la vida. Con Claudia, ellos me habían mandado libros que eran joyas: Boarding HomeDile adiós a la Virgen… Ese día descubrí a dos seres humanos muy especiales, humildes, gente buena en un mundo difícil. 

La sensación que tuve, con los tres, fue de bienestar. Se abrieron conmigo, confiaron sin reparos y me regalaron una sabiduría difícil de encontrar en otro lado.

Gracias por siempre. 

Luego de varios años, logro convocarlos. Los uno en este documento porque tienen mucha vida en común: el Mariel, Reinaldo Arenas, la familia…

Estos testimonios son muy necesarios, sobre todo para los que seguimos aislados.


Juan Abreu

Juan, ¿cómo era la casa de los Abreu en Cuba? ¿Tus padres? 

Éramos una familia muy pobre en un barrio periférico de La Habana, pero nunca pasamos hambre. En la Cuba republicana se podía ser pobre y no pasar hambre. Empezamos a pasar hambre cuando los Castro nos “liberaron”. 

Mis padres eran personas poco preparadas, pero tuvimos una educación excelente en la escuela pública y gratuita del barrio. Un lugar agradable con un comedor estupendo, por cierto. Construida bajo el gobierno de Batista, si mal no recuerdo. El gobierno de Batista fue infinitamente mejor que el de los Castro, no se dice lo suficiente.

Tengo muy buenos recuerdos de mis maestros de aquella época. Mi infancia y la de mis hermanos fue libre y feliz. Hasta que, con el triunfo de la Revolución, todo comenzó a adquirir un tono ideológicamente marcial, rural y siniestro. Y la sociedad cubana que (con sus esperables defectos) era una sociedad inscrita en los cánones humanistas y democráticos de la civilización occidental, se convirtió en un cuartel sovietizado. 

Todo proceso totalitario de izquierdas lo primero que hace es extirpar del cuerpo social la delicadeza y la civilidad y entronizar la vulgaridad y la vileza. Una sociedad de chivatos. El gran triunfo de los Castro es haber conseguido vulgarizar la sociedad cubana hasta extremos insondables. 

¿En qué momento llegas a la pintura y la escritura?

Mi hermano nos inició en el mundo de los libros. En mi casa no había libros hasta que él los trajo. Nunca podremos agradecerle lo suficiente. Los libros nos salvaron. Yo se lo debo todo a los libros. Me hubiera disparado, en alguna espantosa noche de guardia en el Servicio Militar Obligatorio, si mi hermano no me hubiera llevado, a ese infierno donde pasé más de tres años, maletas llenas de libros. Quién sabe qué cosa horrible hubiera sido mi vida sin los libros

Escribo porque he leído. Soy un lector que, también, escribe. En cuanto a la pintura, desde niño siempre tuve habilidad para dibujar, y después estudié algunos años en San Alejandro. Si tuviera otra vida se la dedicaría enteramente a la pintura. Pero no hay otra vida. 

Decía Lydia Cabrera (quien también escribió y pintó por un tiempo, durante su época parisina) que no se podía servir a dos dioses, que por eso había dejado de pintar. Creo que tenía razón. 

¿Cómo conociste a Reinaldo Arenas?

Mi hermano mayor era su amigo y un día me llevó a conocerlo. Así fue. Qué jóvenes y bellos éramos entonces, por cierto. 

¿En qué situación decides que debes irte del país?

Siempre quisimos irnos del país. Desde que tuvimos conciencia o deseamos un destino creador, supimos que no podíamos quedarnos en Cuba. Yo no recuerdo un momento de mi juventud en que no tuviera como objetivo irme de la isla. 

Además, sabíamos que irse era irse para siempre. Un esclavo no regresa voluntariamente al látigo y a la plantación.

¿Cómo acabaste siendo tú el amigo de Reinaldo que le llevaba cosas al parque Lenin?

Bueno, fue una decisión práctica. Cuando la madre de Reinaldo fue a nuestra casa, a avisarnos de que estaba escondido en el parque Lenin y a traernos una nota suya, nos reunimos los hermanos para determinar qué haríamos. Y decidimos que iría yo, porque José y Nicolás, pensábamos, estaban más vigilados por la policía. Y así era, efectivamente. 

Cuando te enteras de su encierro… Imagino que aquello te dejó muy mal. 

Estábamos convencidos de que nosotros seríamos los próximos. Que terminaríamos en la cárcel. Teníamos miedo, como es natural, pero mi madre nos enseñó que en la vida se puede ser cualquier cosa excepto un mierda. Así que hicimos lo posible por ayudar a nuestro amigo y no comportarnos como unos mierdas. 

Durante una época leí mucha filosofía; leí hasta a Foucault, y a su hueca y ampulosa horda, pero en ninguno de esos libros encontré una filosofía superior a la de mi madre. 

¿Cómo era La Habana de entonces?

Yo creía que La Habana de mi juventud era el lugar más siniestro y abyecto del mundo, pero estaba equivocado. La Habana de 2020 es aún más siniestra y abyecta que la de los años ochenta. La dictadura castrista es una descomunal tormenta de vileza, creciente e incesante.

Logras irte en el Mariel y luego te reencuentras con Reinaldo y tus hermanos. Creo que José fue el que más se demoró en salir…

Mi hermano Nicolás entró a la embajada con su mujer. Fue el primero en salir de Cuba. Después salí yo, gracias a que estuve un año condenado, por la Ley contra la Vagancia, a trabajo forzado en una plantación cerca de Artemisa. 

El plan castrista era mandar escoria, criminales, indeseables, inadaptados, ex presidiarios y gente así a los Estados Unidos; pude escapar gracias a que en Cuba la mayor parte de la población encaja en esas categorías. A mi hermano José lo retuvo el DGI y lo obligó a trabajar en el campo varios años, antes permitirle salir.

En esos primeros años en Estados Unidos, antes de partir a Europa, ¿de qué vivías?

Hice diferentes trabajos. Estuve cerca de un año en California trabajando con los mexicanos como jardinero o algo por el estilo, y pescando peces espada en el Pacífico, tenebroso océano. Pero todo era maravilloso, porque era libre. La libertad es el bien supremo. Se exagera mucho con lo de la tragedia del exilio. Para mí el exilio ha sido una bendición. 

Después comencé a pintar y vendía mis cuadros, y me iba bastante bien

Y conociste a Lydia Cabrera y Carlos Victoria.

Lydia fue la gran dama de los marielitos. Nos ayudó y nos apoyó y creo que llegamos a ser amigos. Yo la quería. Ha sido uno de los grandes personajes de mi vida.

A Carlos lo conocí gracias a Reinaldo; nos íbamos a Haulover Beach los fines de semana a leer lo que estábamos escribiendo. Victoria trabajaba por aquellos días en Las sombras en la playa, un libro de cuentos, recuerdo. Era un escritor formidable, y un hombre noble y bueno.

Me encanta verte en Conducta impropia. ¿Quiénes eran los otros muchachos de la playa? 

Uno era el pintor Gilberto Ruíz, que ahora vive en NY. A los otros muchachos no los recuerdo. Creo que uno era periodista. Pero no estoy seguro. 

Almendros quería gente joven y guapa para la escena. El objetivo era conseguir algo fresco que oponer a la imagen sórdida que los Castro propagaban de los marielitos. Quedó bastante bien esa escena, creo. 

Una gran persona y un gran artista, Almendros. Fue un gran amigo, se portó muy bien con nosotros. Él, un cineasta rico y famoso, premiado con un Oscar, y nosotros una pandilla de desarrapados… 

¿Por qué decides irte de Miami?

Estaba cansado de los cubanos. Chillan mucho. Y supongo que tuvo que ver el azar, que es quien verdaderamente trenza nuestros destinos.

¿Cómo es tu día a día? 

Mi trabajo es un trabajo solitario. Tengo una rutina y trato de cumplirla. Aunque no soy muy ordenado. Siempre tengo dos o tres obras en las que trabajo simultáneamente.

Mi imaginación siempre ha ido mucho más deprisa que mi escritura o mi pintura. Dejo muchas cosas a medias. Pero aun así, creo que he escrito demasiado. Quién va a leerse todo eso, en caso de que tenga algún interés… Es demasiado, ¿no? 

Al atardecer salgo a pasear a mis perros y por la noche leo, o veo alguna película en la televisión.

A la sombra del marDe sexoEmanacionesGarbagelandRebelión en CatanyaDiosaEl retoDebajo de la mesa,Cinco cervezasEl gen de diosEl pájaro, entre otros… Tus libros son imposibles de encontrar acá. Para el joven cubano que te va a conocer a través de estas palabras: ¿quién es Juan Abreu?

Soy un hombre afortunado y feliz. Y soy un hombre, esto es muy importante, que trata de mantenerse infantil. 

Ya sabes lo que dice Paglia: “El arte es una infancia prolongada”

¿Ni piensas regresar acá verdad? 

No. Nunca regresaré. Aunque si Abel Prieto aceptara ser mi mucama durante un hipotético viaje a la isla, me lo pensaría. Una mucama a la que pudiera propinarle cada vez que me apetezca un par de bofetadas y una patada en el culo, eso sí. 

Según una leyenda urbana, tienes varios artículos personales de Reinaldo Arenas… ¿Es verdad lo de la máquina de escribir?

Lo de la máquina de escribir es cierto. Tengo una de sus máquinas de escribir.

¿En que trabajas ahora?

Estoy terminando una novelita muy obscena que me gusta bastante, y además trabajo en un relato futurista que no sé qué extensión tendrá. 

Ese te va a gustar: trata de la construcción y puesta en marcha, en la Cuba apocalíptica de mi novela Garbageland, de una máquina maravillosa: El resucitador. El artefacto permite resucitar a los Castro y otros esbirros y asesinos de su corte que han muerto de muerte natural, y ajusticiarlos. Es decir, hace posible que tengan la muerte que merecen. 

Me estoy divirtiendo mucho escribiéndola. Qué maravilla la literatura, cómo nos permite enmendar las injusticias del mundo… Espero que algún día la ciencia permita construir una máquina así. 

¿Y por qué lo erótico?

Dice Thomas Bernhard que sin erotismo no hay nada vivo. Esa es una gran verdad. Hay que aspirar a que lo que escribimos tenga vida. 

Por otro lado, pienso que la libertad sexual es la única libertad verdadera. De ahí que la mayor parte de los seres humanos sean algo tarados: no se permiten ser sexualmente libres y eso los disminuye. 

Lo erótico y lo sexual son constantes de mi trabajo porque constituyen el reino de lo libre, y la libertad es mi gran tema. Mis libros, por muy eróticos o sexuales que parezcan, de lo que tratan es de la libertad, de la cantidad de libertad que somos capaces de soportar. 

¿Nos atrevemos o no? Esa es la única pregunta que me interesa y la única que vale la pena responder. “La vida es riesgo, o abstinencia”, decía Reinalo Arenas. 

¿Mantienes alguna relación con alguno de los intelectuales de la Isla?

Contigo. Esto que tenemos es una relación, ¿no?

¿Qué les recriminas, si les recriminas algo?

Nada. Vivimos en universos separados. Yo soy un hombre libre y ellos viven, simulan y asienten dentro de un gran corral. Cuando me burlo de alguno lo hago por diversión, pero no los tomo en serio. 

Los intelectuales de la Isla son, lo quieran o no, decorado en el circo del Gran Amo Omnipresente. El enemigo y el objetivo de cualquier ataque ha de ser siempre el ventrílocuo, no sus muñecos. Los muñecos son utilería, la utilería que necesita el Gran Amo Omnipresente para aparentar que no lo es. 

¿Te mantienes en contacto con José?

Por supuesto. Es mi hermano mayor. Y es un escritor enorme, un incansable trabajador y además un gran conocedor del idioma. Cada vez que tengo alguna duda, lo consulto. Seguimos recomendándonos lecturas e intercambiando manuscritos. 

Cuando termino un nuevo libro, la única opinión que realmente me importa es la de mis hermanos.

¿Crees que la seguridad del estado está al tanto de ti, aunque estés allá?

No lo sé. Creo que no. Estará demasiado ocupada torturando a alguien, o robando.

¿Qué te duele de Cuba?

Ni siquiera sé lo que quieres decir.

¿Cómo ves el futuro de la Isla?

Mientras más se envilece moralmente la población de un país, más ardua y difícil es su recuperación. 

Supongo que conoces la canción: “Pasarán más de mil años, muchos más…”.

¿Escuchas música cubana?

Escucho a cantantes de la Cuba libre, de antes, quiero decir: Olga Guillot, Panchito Riset, La Lupe, Blanca Rosa Gil, el Trío Matamoros, María Teresa Vera, Vicentico Valdés… 

¿En quién o en qué crees?

Creo en mi madre en mi padre en Reinaldo Arenas y en Lydia Cabrera, les rezo a veces.

¿Eres hijo de Shangó?

Soy hijo de la Ilustración.  

Signo zodiacal.

Hombre. Creía que esta era una entrevista seria. 

¿Cómo encontraste a tu mujer?

No la encontré, nos encontramos. Aquí en Barcelona. 

¿Cristiano?

Ateo. Aunque creo en la luz de sus ojos. 

¿Tus flaquezas? 

Ay, tantas. 

¿Tus virtudes?

Una. Que esa mujer me ame. 


En la imagen de portada: Juan Abreu en California,  1981, con uno de los hijos de la familia de su querido Alex Bueno, que lo acogió.




Librería


Juan Abreu es uno de los escritores más interesantes, imaginativos, libres y estilizados del hoy literario en nuestra lengua. Michael H. Miranda




Juan Abreu, José Abreu Felippe, Luis de la Paz y Reinaldo Arenas - Carlos Lechuga

Luis de la Paz

Carlos Lechuga

“En realidad no hay obstáculos sentimentales para describir mi salida de Cuba. Fue un triunfo, un gran alivio, el ansiado sueño que se hacía realidad”.