Orestes Hernández: un mambí sin camisa arriba de un toro

Una amiga me enseña unas figuras de madera que me ponen a trabajar el coco. 

“¿De quién son?”, le pregunto.

“De Orestes Hernández, un tipo que está fuera de liga”, me dice. 

Yo no estoy muy al tanto del arte cubano actual, pero me pongo a buscar en Internet y veo otras esculturas, instalaciones… Y veo una foto de Orestes Hernández. Me parece conocido. 

Pasan unos meses, escribo una de estas columnas y Orestes, desde su muro de Facebook, hace alusión a lo que yo escribí y cuenta de cuando nos vimos en una fiesta de la Escuela del Cine. 

En el medio, entre los dos, había una situación con una chica. No recuerdo mucho. Lo que sí recordaba era su rostro.

Entonces me puse en contacto con él y lo invité a hacer algo juntos, un texto, una entrevista. Pero Orestes me dio el bate. Estaba muy ocupado. 

Tiempo después, es que podemos conversar un rato:


Orestes Hernández: un mambí sin camisa arriba de un toro - Carlos Lechuga

Orestes, quiero hablar un poco de tu escritura. Sé que escribes bien y que te lee mucha gente… ¿Por qué escribes? ¿Hay cuestiones que no puedes expresar en una instalación, o en un dibujo?

La literatura es un cosmos al que no pertenezco. Es algo sagrado y distante, oscuro y silencioso. Yo solo me asomo desde una ventana, a millones años luz.

Escribir es un reto doble para mí. Es pisar el camino del que siempre he huido, siempre he tenido problemas con todo lo que representa a los intelectuales y al mundo de las letras. Al mismo tiempo, amo escuchar a los entendidos y a los socios de mucha labia. Pero es algo con lo que automáticamente saco corte, cuando se pone denso y no encuentro las conexiones entre toda esa acumulación de saberes que necesitan entretejerse y validarse de forma extraordinaria. Termino siempre con una mueca. Como cuando no entiendo los memes de Facebook.

La literatura es una investigación exhaustiva para mí. Nunca he tenido fuerzas para seguir, caigo penosamente en la desidia. Son muchos libros, muchos autores, un tornillo sin fin. Es como una serie de narcos, donde los cárteles y la corrupción de la belleza no encuentran la paz en un gran tráfico de conocimiento.  

He leído cosas que me han marcado, pero no soy un lector. Cuando tenga sesenta años, pienso comenzar a leer a los clásicos. De literatura he aprendido de oído. Que es como si un músico aprendiera a tocar de vista… Me he ido enterando en chácharas callejeras, experiencia de antros por donde pasan gente maravillosa. Nunca tuve intención de mataperrear en esa zona. 

Escribía inconscientemente en el año 1994, lo dejé por un tiempo y volví en 2001, lo dejé otro tiempo y me conecté nuevamente en 2018.

Pero porque exista Velázquez en la pintura, esto no quiere decir que no podamos pintar más. Ahora pintamos como los modernos o como los bad, o los neo esto o trans lo otro, y todo lo que va más allá del oficio. Por el momento, me he arrimado a esta comunicación mediática a quemarropa, con opiniones Burger King y con un sorbito, claro, de algún vinito decente. 

Hay algo en eso de decir cosas; estamos muy unidos a esa voz que te habla y te cuelga desde adentro. Uno trata a menudo de sacarla, y compartirla un poco.

Yo respeto mucho a mis amigos lectores. Cambiaría una de mis pinturas por una de sus lecturas pasionales.

Veo algunas de tus pinchas como un juego, como si te divirtieras retando y creando. ¿Qué crees de esto? ¿Te tomas en serio eso de ser un Artista Conceptual? 

Sí, uno se divierte con lo que hace, debería prolongarse un poco más, pero llega el momento que se acaba el goce y las cosas comienzan a chocar con reglas y otras complicaciones. Puede entenderse como un juego donde el villano es lo real, y uno es el que busca salidas, arma un plan, busca vida.

Siempre me concentro en articular algo amorfo, e insisto en buscar orden, estructuras-obras que a la vez se descompongan en un mensaje poético. Entregarse a eso. Perseguir lo creativo es algo raro. Antes estaba más metido en resolver esas oposiciones de sentidos, vida y arte. Ya no soy tan romántico… Aunque no dejo nunca el drama.

Voy en serio, pero sin caer en aquellos argumentos que nadie se cree. Sin armarme una falsa sensibilidad, ni cuento para salones. O el tupe del artista hiperconectado con una investigación stronger. En ese sentido no camino. Ahora soy conceptualista giramundo… a lo yonofaloespañol yonofaloportugués.


Orestes Hernández: un mambí sin camisa arriba de un toro - Carlos Lechuga

¿Cómo es el proceso de confección de tus esculturas? ¿Cuánto tiempo te llevan? ¿Guardas muchos objetos, trozos de maderas, juguetes?

No demoro mucho en la realización de las esculturas u otras cosas físicas; me detengo más, a veces, para decidirme en la selección de los objetos. Las animaciones sí llevan mucho tiempo de realización. Guardo cantidad de tarecos, muchas veces hay que botarlos. Aunque eso es algo que hacen la mayoría de los artistas y todos los cubanos. 

Cuando creas, ¿lo haces con música o en silencio absoluto?

Siempre rodeado de bulla; el monstruo real y mugriento no me ha permitido llegar a una casa amplia y silenciosa, con un taller espacioso. Pero yo lo jodo a él… Voy a joderlo como en otros niveles anteriores.

¿Tomas notas? ¿Esbozas?  

Es algo libre.

¿Cuáles son los temas que te marcan o te apasionan?

El arte. 

¿Qué te motiva?

Me motiva casi todo. Y que los niños estén saludables.

¿Qué te desmotiva?

Me desmotiva la gente mezquina y demagoga, las cosas que no tienen solución, los estafadores y los cara de palo.

FOTO PINTURA CORTADORA DE CÉSPED

¿En algún momento te interesaron los dibujos animados?

Me interesaron, claro. Recuerdo mis dibujos de niño: eran historietas, contaba historias cortas. Tenía un álbum inmenso de dibujos. Jugaba mucho dentro de mi casa; mezclaba los soldaditos y los juguetes con adornos y figuras de yeso. Pero creo que todos los niños han sido marcado por esa etapa. Mis animaciones pueden ser una continuidad de aquellos tiempos… Puede ser.

¿Te sientes mejor en la pintura, la escultura, o la instalación? ¿O te da igual y lo importante es la idea?

Me siento igual en todos esos medios.

¿La academia te sirvió?

Muchísimo. Mi escuela de nivel medio en Holguín fue una aventura increíble, después vino el ISA. Todo se lo debo a eso: mis profesores, los amigos, todos los buenos artistas cubanos con los que en algún momento intercambiaba ideas. 

¿Qué recuerdos tienes de Holguín? ¿Te queda familia allá?

Soy de Antilla, un pueblito costero al norte de Holguín, y me crie en Nicaro-Levisa, otro poblado holguinero, ambos de la bahía de Nipe. 

Recuerdo mucho a mi familia, a mis amigos de la infancia, el puente de madera del ferrocarril, la playita; la lancha en la que tanto viajé de niño, entre Antilla y Nicaro, siete horas duraba el viaje por la bahía. El mar cambiaba mucho de color, de olor, se hacía más calmo o más intenso de marejadas, y la lancha pasaba por debajo de un puente elevadizo en el canal de Cayo Saetía; ese canal estrecho tenía corriente como de río, por el cambio de marea. 

Los peces se podían ver sobre el fondo poco profundo; era una mancha colorida ondeando entre la corriente distorsionada y verde-azul. Mi papá me sostenía por la cintura; yo casi sacaba el cuerpo fuera de la ventana. Pasaba a menudo cerca de los barcos mercantes, una vez llegamos hasta uno. El capitán de la lancha logró alcanzar una escalerilla metálica, por la que subió como si avanzara hacia el cielo. No olvido la sensación de estar flotando delante de una pared de hierro con remaches tan grandes como tazas de café. 

Recuerdo de Holguín a un roquero llamado El Mundi, podrido en tatuajes. La loma de la cruz. El Caligari. Mi escuela en la calle Miró. Todas nuestras aventuras con nuestro maestro Rubén Echavarría (Salvia). 

Años increíbles para mí. 

¿Cómo haces para mantenerte creativo? ¿Ves otros catálogos? ¿El cine, la música, la literatura, te inspiran también? ¿O te nutres más de otros artistas?

Me mantengo en un estado de vigilia hasta que me canso y entonces duermo mucho, paso días y días dormido en la apatía. Luego suena la alarma y doy vueltas en el sinsentido extraordinario de las cosas. Algo sucede en ese vínculo. Finalmente, algo emana y busca concretarse. Lo más importante es sentirme creativo y completarlo haciendo algo. 

Me alimento de varias fuentes. Miro catálogos, documentales, guardo muchos videoclips y capturas de pantallas. Me gusta mucho el cine, atesoro películas que vuelvo a repasar por partes, como aquel programa de la TV cubana: 24 por segundo. Y siempre me mantengo en el centro de todo, como un frutero. Trato de seguir el hilo de lo que acontece. 

Siempre llevo la máxima de nuestro profesor de filosofía, Gustavo Pita, El Lamborghini Murciélago en temas del Ser, quien alumbró a los muchachos intranquilos de Artes Plásticas, Música y Artes Escénicas. Aquel señor llegó sobre el año 2002 o 2003 y dijo en una clase que él un día se montó en su bicicleta, por la calle, y en el momento de poner el pie en el pedal, todo empezó a empujar en esa dirección: los carros, el viento, su alegría. Más o menos así. Eso es algo supremo de la percepción, así que siempre he buscado ese pedal y todo aquello que pudiera sincronizarse en algún momento.

¿Por qué no te dedicaste al cine?

Tendría que haber nacido en casa de un cineasta, o en San Antonio. Uno choca más con poetas, pintores, músicos o bailarines. Me hubiera gustado ser el director de algún filme. No para llegar al extremo de Kusturica, pero sí tratar la complejidad de personajes luchando con la coherencia. Hubiese querido filmar Trainspotting, de David Boyle, o hacer algún videoclip o película como las de Michel Gondry.

Mi tesis de grado en el 2006 fue defendida mediante un collage audiovisual que filmé yo mismo, con una cámara pequeña de un amigo, de esas cámaras que tenían el casete dentro. Ese material se digitalizó, pero lo perdí, un verdadero desastre. Conservo un disco muy dañado, apenas se ve. En la deliberación, para darme la nota, se metieron cantidad de tiempo. Dicen que Jorge Fernández tuvo que defenderme. No sabían si aprobarme o no. 

Eduardo Ponjuan era mi tutor, mandó su carta de defensa para ser leída ante el jurado, porque él no se encontraba en el país. Al final de la carta decía que estaba de acuerdo con la nota que se me diera, siempre que fuera 2 o 5, pero que no fuera ni 3 ni 4… Me dieron mi 5 con mala onda, pero si me daban 2, ¿qué iban a hacer conmigo? ¿Cómo negarme en quinto año? ¿Por dónde pasé, que no me vieron antes?

Cuéntame un poco de tu fe, y si te ha servido para algo en tu obra.

Yo, en la fe, soy un mambí sin camisa montado arriba de un toro. Jajaja.

Soy hijo de Obatalá con Oshún. También soy hijo de Shangó. Eso tiene una explicación, pero se dilataría mucho esta entrevista. En el santo, Obatalá me llevó recio de palabra, ninguna letra de él vino suave, yo solo bajaba la cabeza. Shangó fue más compasivo e intercedía apoyándome positivamente, Cuando cumplí un año de Ocha, Obatalá me dio eyeife, y me sentí increíble. 

Todo lo que pienso y siento es lo que llena lo que construyo (muchas veces uno se avergüenza si dice “obra”, porque tiene otras connotaciones, pero tampoco lo llamaré “pincha”). Todo eso en lo que se piensa y con lo cual bautizamos a aquellos objetos-arte, es un fenómeno mágico. Así que lo religioso y lo artístico van muy de la mano.

Cuando yo era niño entré a un bembé de Santa Bárbara. Lo sé ahora por que el santo que adoraban en aquella fiesta tenía una espada y un castillo detrás. Allí me limpiaron, comí dulces. Aún recuerdo ese día, y 30 años después, Santa Bárbara (Shangó), me acompañó como si fuera mi ángel de la guarda en la Ocha.

Sería muy largo este debate, pero yo lo veo todo en un plano místico: todo lo que hacemos está en un cauce espiritual.


Orestes Hernández: un mambí sin camisa arriba de un toro - Carlos Lechuga

Le pregunto en qué está trabajando, cómo lo lleva la cuarentena. Orestes elude esas preguntas y no responde mucho. Me dice que sus días son tranquilos, que en su entorno predomina lo familiar.

Cierro la computadora y juego con un pedazo de plastilina. Hay gente que te inspira, así, como si nada…




Julio Hernández Cordón: cine de alma y de guerrilla - Carlos Lechuga

Julio Hernández Cordón: cine de alma y de guerrilla

Carlos Lechuga

Julio Hernández Cordón nació en Estados Unidos en 1975, de padre mexicano y madre guatemalteca. Siempre ha sido un referente para mí, una fuerza infinita para poder hacer cine, aunque no tengas ni un peso. Su obra es difícil de catalogar, pero lo que nadie puede negar es que en sus imágenes hay una bomba tremenda.