Una tarde de rabia con Carlos Manuel Álvarez

Hola Carlos, por acá Carlos.

Hermano, nada, la idea es conversar un poco. 

Yo soy un tipo de las imágenes, me demoré bastante en empezar a leer, y tengo muchas lagunas. Por eso mi obsesión actual con los escritores. Trato de mantenerme al tanto de lo que hacen, y últimamente leo más y veo menos cine. 

Encontrar el dinero para una película demora, y gracias (entre otras cosas) a los elogios que tú me tiraste luego de mis primeros textos, he podido seguir en esto y sacarme muchas cosas de adentro. 

No me considero un escritor, pero siento curiosidad por los procesos creativos de la gente. 

No tengo otra manera de decirlo: soy fan a tu talla. 

Guardo con mucho cariño nuestro primer encuentro: yo estaba saliendo de todo el proceso de la censura, y en ese momento tu apoyo y tu humildad me llegaron mucho. 

A veces se hace difícil encontrar tus libros, pero cuando me cae algún ejemplar en las manos me demoro mucho en devolverlo. En estos momentos de aridez, tú eres de esas personas que ayudan y hacen que el camino sea más suave. 

Lo que más me gusta de estos tiempos es que se puede hacer fácil la conversación, tirar puentes, estar ahí el uno para el otro.

Perdóname las repeticiones o los fallos… Allá va eso:

¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Tienes alguna manía a la hora de sentarte a escribir? ¿Te consideras un perfeccionista? ¿Revisas palabra por palabra, o te concentras más en mantener una frescura? 

No escribo solo cuando escribo, aunque ya mi cabeza se mantiene la mayor parte del tiempo sin escribir, que era algo que en un momento no me sucedía. 

Ninguna cabeza puede escribir a toda hora. Y si lo hace, lo que escribe es escombro, y luego viene la tentación de transcribir esa escombro y publicarlo. Me pasó mucho, con tantos artículos directamente inservibles. Yo era un chiquillo vanidoso y cometí, a la vista de todos, los errores que pertenecían a la intimidad. 

Por lo demás, no sé qué significa ser un perfeccionista, pero revisar palabra por palabra es justo de lo que se trata el asunto, nada relevante.

Yo siento una guapería sabrosa en tus textos. En un post hablaste en algún momento de la rabia. ¿Te resulta fácil escribir cuando todo está bien? ¿Crees en eso de que se escribe mejor cuando se está mal? 

Escribir no tiene que ver con estar bien o estar mal. Escribir tiene que ver con disciplina, con voluntad, con esfuerzo. Luego, es tan complicado encontrar una frase, que uno no puede entregarle el ejercicio de la escritura a un solo sentimiento. 

A veces las palabras se echan hacia adelante con rabia, a veces con sosiego, a veces con frialdad. La inteligencia es lo único que no puede faltar, no hay emoción fuera del pensamiento, pero se trata de algo que hay que empujar con lo que aparezca. 

Dicho esto, la rabia es la casa del alma. Sin rabia, estás domesticado.

¿Cómo es tu día a día? 

No tengo día a día. Vivo corrido en el tiempo, sin horarios, pero ya ha dejado de ser divertido. 

Debe ser difícil vivir de la escritura, me imagino que el trabajo periodístico sea el que más te ayude.

He sobrevivido con el pago de mis artículos, esencialmente. Igual soy medio austero, todo me cabe en una maleta. No como casi, no compro mucha ropa, viajo casi siempre a través de invitaciones, ni siquiera compro libros. Me pago Spotify, la suscripción a NBA League Pass, y le recargo el celular a mi madre. Las cuentas de MLB.TV, Netflix y HBO me las prestan mis amigos.

¿Qué cosas y situaciones te cambiaron la vida?

Los libros, y el amor de mi abuela materna, ya muerta. Todo lo demás languidece ante eso, o se desprende de ahí.

Vamos a tratar de hacer una escaleta de sucesos. ¿Cómo se sale de Matanzas y se acaba escribiendo para The New York Times?

No hay que empequeñecer a Matanzas y no hay que elevar a The New York Times. En un sentido, son lo mismo. Pero entiendo tu punto, y voy a responder desde ahí, porque yo cedí a esas presunciones. 

Llegué a The New York Times después de una charla en NYU sobre revoluciones latinoamericanas. Era abril de 2016. Tenía que hablar de Cuba, estaba muy nervioso, hasta que una de las panelistas que me acompañaba de repente empezó a temblar. Debí bastarme por mi cuenta, pero la verdad es que su miedo me relajó. En mi panel también estaba Ignacio Ramonet, y en el debate más o menos lo estrujé. Bueno, tampoco era difícil estrujar a alguien que defendiera el castrismo en 2016.

Un editor del Times se acercó cuando terminamos y me pidió que escribiera algo para ellos. Mierda, me sentí bien. Tenía 26 años, y como uno está cargado de miserias, en algún momento recordé que Iraida Calzadilla, una pésima profesora de la Facultad de Comunicación, una vez, en tercer año, me llamó a su casa para decirme que no debía comunicarme más con Juan Orlando Pérez, y que si seguía por ese camino insolente que yo llevaba, más temprano que tarde iba a caer. 

Perfecto. Si hay que caer, que sea de The New York Times, me dije. 

¿Te queda familia en Matanzas? ¿Cuando vienes a la Isla te pasas varios días allá? ¿Cómo te sientes en esas visitas? 

Todos, los vivos y los muertos, están en algún lugar de Matanzas, salvo mi padre, una hermana y Carla. 

Me paso algunos días con mi familia, pero no demasiados. No tantos como ellos quisieran ni tantos como yo necesito. 

Me gusta asomarme, no llamaría “volver” a lo que hago, pero no desprecio el municipio. Es el único lugar desde el que yo he podido articular algo.

¿Cómo llegas a estudiar periodismo, y en qué momento sientes que quieres escribir ficción? 

Hice las pruebas de aptitud de periodismo porque así me libraba de las pruebas de ingreso a la universidad y los últimos tres meses del preuniversitario me quedaban de vacaciones (aunque todo mi pre fue unas vacaciones, o así lo recuerdo). 

No sabía a qué tipo de carrera estaba entrando. Fui en chancletas a los exámenes y no me dejaban pasar. Mi mejor amiga me prestó sus mocasines. Hice las pruebas con zapatos de mujer. Ese gesto involuntario seguramente contiene mi primer deseo de escribir ficción.

¿Te sirvió mucho la carrera?

Desde luego. No hay nada mejor que alguien te enseñe todo lo que no se debe hacer.

¿Cómo surgió El Estornudo? ¿Quiénes fueron los fundadores? ¿Por qué se vieron en la necesidad de hacerlo?

La primera conversación sobre El Estornudo la tuve con Abraham Jiménez y Maykel González en el balcón de la redacción de la revista OnCuba, en 1era y B, Vedado. Era septiembre u octubre de 2015. Nos parecía evidente que no podíamos seguir mucho más tiempo en OnCuba, nos estaba quedando estrecha. No obstante, debo decir que realmente siento mucho aprecio por Hugo Cancio. Dialogábamos muy bien y siempre me cubrió las espaldas de los embates de la Seguridad del Estado, que me quería fuera desde antes.

Para ese entonces OnCuba ya se regía por censores groseros, un tipo de censor distinto al de Granma: un censor medio zorruno que intenta hacerle creer a los demás, y a sí mismo, que no lo es. El de Granma por lo menos es un censor desfachatado y altanero. Pero a la larga tampoco es culpa de nadie: creo que esa cuerda ya no podía tensarse más. 

La salida de OnCuba y el surgimiento de El Estornudo fue un movimiento bastante natural. Uno quiere escribir sin esquizofrenia. No parece que hubiese podido suceder de otro modo.

De tus libros, el que más me gusta es La tarde de los sucesos definitivosLa tribu tiene unos textos que son una salvajada, pero con La tarde… me pasó algo curioso, y es que me sorprendió, me quedé con la boca abierta. ¿Ser claro, sencillo, es uno de tus objetivos formales? 

Me gustaría alcanzar la sencillez, sí, eliminar cierto exhibicionismo, hacer que las palabras se interpongan lo menos posible entre la verdad y el lector. Pero no va a pasar, conozco mis limitaciones.

Tampoco tengo la fuerza retórica suficiente para lograr que la verdad se instale directamente en la palabra, es decir, que la palabra adquiera categoría de absoluto y sea entonces, por sí sola, el sentido último, no solo una correa de transmisión.

La tribu tuvo muy buena acogida, pero es un libro que parece molestar tanto a la gente de la extrema derecha como de la extrema izquierda. Te han tirado por todos lados… ¿Cómo te llevas con los escritores que radican en la Isla? ¿Y con los exiliados?

De antemano, no me puedo llevar con ningún escritor cubano que no sea un exiliado. Para sustentar esto, suscribo una idea de Saer: 

“Ningún exilio es voluntario: cuando se pasa de un lugar a otro, creyendo tomar libremente una decisión, las razones del cambio han sido tramadas por el mundo antes de que el sujeto las actualice. La distancia ya existía antes del alejamiento, la ruptura antes de la separación. Que la partida se verifique o no es secundario”.

Jorge Enrique LageJamila Medina, Marcelo Morales, Martica Minipunto (tan linda), el fantasma de Rafael Alcides. Todos ellos residen en Cuba y todos son un poco eso. 

No me puede gustar alguien que aspire al Premio Casa de las Américas, alguien que aspire al Premio UNEAC, alguien que aspire al Premio Alejo Carpentier. Me gusta la gente que aspira al Premio Calendario, al David o al Pinos Nuevos, pero una vez, quizá dos. Los jóvenes que están buscando sacar cabeza por supuesto que me gustan. Ahora, no puedes ganarte esos premios cinco y seis veces.

Por lo demás, tengo varios amigos escritores en el exilio literal, aunque seguramente a ninguno quiero tanto como a Rafael Rojas. O como a Wendy Guerra, que está en todas partes a la vez.

Tu texto “Muñeca rota” es tan duro… Yo no podría escribir eso, me daría pesadillas en las noches. Y solo con esa historia se puede entender tanto a Cuba… ¿Cómo llegaste a ella? 

Esa historia no la encontré. Cándida, la madre, estaba desesperada, y alguien le habló de mí. La historia buscando al periodista en un país donde, si ahora hay poco periodismo, en 2015 había menos. 

Estuve seis meses metido en ese conflicto. De todos mis reporteos, quizás solo he permanecido más tiempo con Charles Hill, a quien estuve visitando espaciadamente durante dos años. Pero nada ha sido tan desgastante y oscuro como “Muñeca rota”. Quiero a esa niña suicida como quiero a Reinaldo Villafranca, el enfermero que murió de paludismo en Sierra Leona.

Me gustó mucho Los caídos. Es un inmenso cliché eso de que parece que un escritor está escribiendo para uno, pero el personaje de la madre me recordó mucho a mi madre… ¿Es un libro autobiográfico?

Hay varias marcas de mi familia en esa novela, pero no es una novela autobiográfica. El texto impuso sus propias reglas. Yo hoy no podría reconocer en sus personajes más que a los personajes mismos. 

Escribí Los caídos de un golpe, después de que Sexto Piso, la editorial, afortunadamente, me rechazara un bodrio de manuscrito anterior. Entonces me fui a una zona menos ajena, como un saltador de largo que pisa lejos de la plastilina para no cometer otra falta porque se queda fuera de competencia.

Es una novela muy sencilla y tiene muchas cosas que deja “fuera de cuadro”, que uno puede rellenar o imaginar… ¿Cómo la escribiste? ¿Tomaste muchas notas antes? Me parece que encontrar la voz, el tono, puede ser complicado… ¿O fue lo primero que te salió?

No tomé notas, nunca he hecho eso, pero lo tendré que hacer en algún momento. La manera en que he venido escribiendo hasta ahora no da para mucho más. Ese “fuera de cuadro” debe ser porque la historia está cargada de elipsis, retazos, el peso del silencio. El tono, las voces, fue lo más difícil, sí, lo único relativamente complicado. Es una novela sencilla, como dices.

Me recuerda un poco a Salinger y a Truffaut.

El guardián entre el centeno y Nueve cuentos fueron libros importantes para mí. Los 400 golpes es una de las películas más hermosas que he visto.

¿Qué estás leyendo ahora?

Kafka. Italo Svevo.

11 libros. 11 escritores.

No, no hay tal cosa. Todo lo preferido se me olvida, se me riega. 

Igual, está Rimbaud (“la horrible cantidad de fuerza y de ciencia que la suerte ha alejado siempre de mí”, o “yo me he tendido cuan largo era en el barro. Me he secado en la ráfaga del crimen”), está Verlaine escribiendo sobre Rimbaud (“Se ha dicho varias veces que había muerto. De ello no sabemos detalle, pero si fuera cierto nos apenaría mucho. ¡Que lo sepa, caso de que no le pase nada! Yo fui su amigo, y desde lejos, sigo siéndolo”), está Pierre Michon escribiendo sobre Rimbaud (“Partió la varilla y también, visto y no visto, se partió la cara contra ella”), está Lezama escribiendo sobre Rimbaud (“hechicero niño de la tribu, arúspice furioso, mejor lector del hígado etrusco”), está Cintio Vitier escribiendo sobre Rimbaud (“Ahora te seguimos buscando, Arthur Rimbaud, por los cielos que afinaron tu óptica, en el granero donde ilustraste la comedia humana, en el corazón ámbar y spunk de la noche de Circeto, con el espíritu de los pobres y en los blanquísimos acantilados de la mañana”). 

Todo eso hace llorar, francamente. Obvio, es Rimbaud el que hace llorar. No es Verlaine, no es Vitier, no es Lezama, no es Michon (aunque Michon un poco sí).

11 películas. 

Recuerdo PersonaLa aventura, Las armonías de WerckmeisterThe Master (la vi hace poco), Apocalypse NowThe White RibbonThe Hours (“Dear Leonard. To look life in the face, always, to look life in the face and to know it for what it is”), Fitzcarraldo, Luz silenciosa.

Eso es suficiente, no soy un cinéfilo.

11 cantantes.

Quizás ahora solo estoy escuchando a Cerati, a Los Redondos, a Radiohead, a The National, a Pablo Milanés y a Bad Bunny. Eso es suficiente también, no soy un melómano.

Me resulta curioso que seas tan seguidor de los deportes… ¿Quiénes te cuadran? Aparte de Kobe y Jordan. Tírame los nombres que más admiras.

Me cuadra más LeBron James que Kobe y que Jordan. El deportista más grande que ha habido se llama Muhammad Alí. Admiré el ritmo pausado de Juan Román Riquelme. En mi panteón, nadie alcanzará nunca a Norge Luis Vera.

¿Qué crees de la situación actual de Cuba?

Que no hay situación, hay que seguir inventándosela. 

Me asquea que la izquierda cubana sea tan perversamente cobarde. Con miedo no se puede pensar. Salvo Iván de la Nuez, Julio César Guanche o Rafael Rojas, ¿a qué otro ensayista marxista te vas a leer

Como Camus, puedo decir que soy de izquierda, a pesar de la izquierda y a pesar de mí, sea lo que sea que eso signifique hoy. Voy a plantear esto en términos muy reducidos, pero yo sé que si un día me meten preso, o me detienen cuando vaya de nuevo a Cuba, son mis amigos los que me van a sacar de la cárcel o del apuro. Mis amigos y la derecha, mis amigos y Miami, mis amigos y el exilio. La izquierda me va a hundir más. 

De la izquierda cubana, hasta ahora, no se puede esperar más que complicidad con el represor.

¿El periodismo en la Isla en 2020?

Un año en que está preso Roberto Quiñones, un hombre inocente.

De los escritores cubanos que ahora tienen entre cincuenta y setenta años, ¿hay algo que veas que tienen en común contigo?

No sé con quién tenga algo en común. Destaco a Antonio José Ponte, ya lo he dicho. Es un gran poeta, ensayista, novelista, un buen cuentista. Es muy difícil manejarse bien en todo eso. 

Ponte es un escritor político. Creo que yo lo soy. Me gustan los escritores políticos. Ahora, seguramente diferimos en más de un asunto. 

También me agrada comprobar que Ponte asusta a la gente, se hace cargo de la mierda. ¡Cómo tiene que ser la degradación moral en la Isla para que un escritor asuste!

¿Crees que nuestra generación va a estar exenta de algunos de los problemas que carga la generación de nuestros padres?

Nosotros no tenemos que lidiar con la falsa épica, pero sí con el cinismo.

¿Qué te mueve? ¿Qué te motiva? 

Que hablen de mí. Hasta que me aburrió.

¿Qué te tira para el piso?

Que hablen de mí. Hasta que me aburrió.

De los escritores cubanos jóvenes, ¿sigues a alguno?

No. Sí leí Hábitat, un libro de Miguel Rey. Creo que hay un escritor ahí. No he visto a nadie más de quien pueda decir lo mismo, pero tampoco he buscado. 

Estoy pensando, aclaro, en la gente más joven que yo, que ya soy un viejo.

Me parece que las redes sociales nos dan la posibilidad, maravillosa, de poder decir lo que nos dé la gana. Pero, sobre todo entre los cubanos, veo que el simple ejercicio de decir lo que uno piensa te puede traer muchos problemas: terminan amistades, acaban relaciones, recibes ataques… ¿Cómo llevas eso?

Es que yo empecé a publicar en medios de prensa desde muy temprano, y desde muy temprano me empezaron a insultar. No hay nada extraordinario en eso. La experiencia te ayuda a predecir cuándo un texto va a molestar mucho. 

Yo sabía, por ejemplo, lo que mi obituario de Retamar iba a provocar en Cuba. Conozco el moralismo, la mojigatería, la mediocridad del pensamiento intelectual de ese país

La gente, además, cree que uno disfruta tal efecto, pero yo lo padezco, me deprimo. No puedo sacar nada provechoso de un cotilleo donde no se discuten las ideas, sino si yo tengo odio, o si soy un excéntrico, o si soy un mercenario. A mí me hace mal, pero más mal me hace quedarme callado. Aunque también me satisface mucho molestar a los esbirros y comisarios culturales.

En mi caso, que no me considero un escritor, me parece curioso el hecho de que a veces a uno lo leen más, y a veces menos. ¿Son cosas que te preocupan? 

A mí por lo menos me gustan mucho tus textos. Me gustaría filmar como tú escribes. Y sí, he tenido esa sensación. No me preocupa. Uno al final tiene que escribir para un lector que no existe todavía. Tienes que creértelo. O, de lo contrario, hacer silencio.

Creo que tienes una novela nueva. Si puedes, cuéntame un poco sobre ella: cuándo la empezaste, cuándo la acabaste, de qué va…

La novela se llama Falsa guerra, y tiene un epígrafe de Lezama que complementa el título: “Después, en nuestros días bien visible, lo que ha existido es la falsa guerra”. Me tomó un año y medio, creo, no sé bien, pero la escribí de manera muy accidentada, entre los viajes, las fiestas, las drogas, y un poco el desajuste que trajo la publicación de mis dos libros anteriores.

Intenté terminarla en Madrid, no fue posible. Intenté terminarla en Ciudad de México, no fue posible. Intenté terminarla en Nueva York, no fue posible. Intenté terminarla en Miami, donde escribí mi primera novela, y tampoco fue posible. Me fui a Cuba en diciembre y, en mitad de ese páramo, ordené más o menos todo. 

No quiero decir de qué va la novela, pero Juan Orlando Pérez, que leyó el manuscrito, dice haberse sorprendido porque su tono es “aún más sombrío y opresivo que el de Los caídos […], no hay ruta de escape de su melancolía”. 

Se va a publicar pronto, en cualquier caso, cuando el mundo arranque de nuevo.

Bueno, nada, hermano: acá me tienes para lo que necesites, y espero poder leer pronto Falsa guerra


Carlos Manuel Álvarez

Carlos Manuel Álvarez.




Ahora todos somos santos - Carlos Lechuga

Ahora todos somos santos

Carlos Lechuga

Parece que padecemos una pandemia distinta: no esta cosa respiratoria, sino la amnesia general. Partida de hipócritas, ¿ahora? ¿Aplaudir a los médicos? ¿Ahora? ¿Y antes? ¿Quién llamaba a los médicos a ver si tenían comida en casa, si tenían jabón, si querían tomarse un gin-tonic en el Sarao del concha de su madre ese?