Ricardo Acosta: irreverente en cada fotograma

Ricardo Acosta: el cineasta maricón latino, cubano, apasionado, honesto. El director, el documentalista, el escritor y editor de documentales. El miembro de la Academy of Motion Picture Arts (AMPAS). El ganador del Emmy. El consultor creativo. 

Ricardo Acosta, con una obra en los festivales más importantes del mundo mundial: Cannes, Berlín, Venecia, Sundance. El que ha trabajado por más de veinticinco años en la industria. El varias veces nominado a los Genie, Gemini, CCE y CS Awards.

Ricardo Acosta, el que en diciembre de 1992 tiene que tomar la dolorosa pero necesaria decisión de salir de la isla. 

No lo conozco personalmente, pero eso no me impide escribirle. En la lucha diaria que tenemos dentro de la isla hay mil cosas que pasamos por alto. Creo que es un regalo para los cubanos, para los jóvenes, para los cineastas, para todos, descargarle un rato a este monstruo. 

Esta descarga está llena de subjetividades y accidentes de la memoria. Ricardo Acosta desde su pequeño conuco, diaspórico y globalizado, viviendo a mitad de camino entre el hoy y el ayer… Yo le digo:


Ricardo Acosta

Ricardo, háblame sobre tus padres…

Mis padres se conocieron en medio de la algarabía y el júbilo que traía aquella ola de cambio y esperanza que llegó a La Habana en enero de 1959. 

Ricardo, mi padre, era un mulato de Morón, y Victoria, mi madre, una esbelta mulata de cuello largo nacida en Punta Brava. El mulato de Morón, como buen gallo, le bailó una danza a la esbelta Victoria y ella cayó redonda ante su embrujo. Meses después nació el primogénito, este servidor, servido al mundo en la madrugada del 23 de diciembre de 1960. 

A mitad de camino entre el lechón y los Reyes Magos, la epifanía de los Acosta Fernández nació en una noche capricorniana y fría en Maternidad de Línea. 

Sobre películas…

Yo, lo confieso ahora, soy un cineasta del nuevo cine latinoamericano. Del montaje intelectual ruso. A mí las películas americanas no me alborotaban ni la pluma ni la razón. 

Sin embargo, Dios y el diablo en la tierra del sol, De cierta manera, Los días del agua, Tire die, Potemkin y Lucía me ponían la cabeza y la pluma mala, malísima. Me hacían perderme en las praderas de mi mundo convulso reimaginándome una Cuba, un “yo”, un “nosotros” lleno de significados. 

Iconografía, sueños hechos realidad, pobres que salían del fango, mujeres que renuncian a declararse impotentes ante el arrastre del macho, maricones justicieros… 

Sobre tus primeros trabajos y alegrías…

Ser parte del grupo creativo RITUAL junto con Marco Antonio Abad, Inés María Otón, Yanesito, Juanci, Alejandro Robles, y editar mi primer filme Ritual para un viejo lenguaje en una noche. Todos en mi cuarto de edición. Bueno, era el cuarto de edición de Justo Vega; yo era su asistente, su “Lina Vaniela”. 

Una noche que bendecía cada plano que yo cortaba con la maravillosa poesía de sentirme parte de los cineastas jóvenes que estábamos inventándonos un hurto creativo. Como bien dice Kiki Álvarez: haciendo “Cine Parásito”. Creando la narrativa de nuestra razón de ser. Éramos parte de esa maravillosa y truncada experiencia que fue el cine joven cubano de los noventa. 

Mi filmografía cubana es corta y convulsa. Tremebunda y arrebatadora. Fundacional y totalitaria. Apoteósica en su significado e irreverente en cada fotograma. En cada fotograma robado, 

rodado, 
editado,
proyectado,
censurado,
dispersado,
abandonado,
rescatado.

Y en medio de todo eso: “La flaca”, mi Miriam Talavera. A ella le debo los códigos fundamentales de mi proceso creativo como editor y cineasta. 

“La flaca”, como algunos le solemos decir, me enseñó que editar no es pegar un plano, todo lo contrario: es encontrar la razón de ser de un plano en el engranaje de la historia que queremos contar. 

Miriam también me enseñó que toda narrativa documental, por muy cerebral que pueda parecer, tiene como todo cuerpo vivo una corriente subterránea que la hace convincente y es lo que suelo llamar “narrativa emocional”. 

Miriam fue también la que me ofreció a mí y a otros jóvenes editores del ICAIC nuestro primer “bautismo de fuego”. Siempre habrá para mí un antes y un después de la experiencia de haber editado Como una sola voz, documental dirigido por ella, la Maestra y Cineasta Miriam Talavera.

La Brigada, la Muestra de Cine Joven, el sueño colectivo… Tener la posibilidad y la responsabilidad de ser uno de los protagonistas de ese momento en la historia del cine nacional y en el bautizo de lo que hoy somos como cineastas, dispersos de la diáspora. 

Tener la suerte de ser colaborador y amigo de Ricardo Vega, Mario Crespo, Irene López Kuchilán, Jorge Dalton, Camilo Hernández, Bladimir Zamora, Benito Amaro, Lili Rentería, Marco Antonio Abad, Fundora, Soliño, Juan Carlos Cremata, María Isabel Díaz, Kiki Álvarez, Puchy Fajardo, Donatien, Omar Mederos, Ibis Menéndez, Raquel Capote, Odette Alonso… 

Y tantos otros hasta llegar a él, a esa luz que aún me alumbra en mis noches de extravío: Raúl Fidel Capote.

¿Y cómo es tu relación con tus compañeros de esos años? ¿Se hablan? 

Esta pregunta tiene mucha saudade y toda la humedad de las mil paradas de estación de mi diáspora. 

Soy de esos que disfrutan visitar por primera vez una ciudad como Estocolmo, deslumbrarme con la belleza austera de un vikingo, y a la vez perderme en el arrebato de encontrar a un amigo entrañable de la Secundaria, con quien viví los momentos más cruciales de mi adolescencia, y perdernos los dos, en medio de un café de esa ciudad ajena, en un surco de piñas y tubos de regadío, humectando Estocolmo con el néctar de nuestros recuerdos…

Pero hay seres entrañables que aún tengo la dicha disfrutar en mi presente y cultivar su amistad. Marco Antonio Abad, Ricardo Vega, Wendy Guerra… Por hablarte de tres de los que vivo enamorado; enamorado de la manera en que viven el presente, enamorado de su aporte, de su compasión, de su callada manera de hacerse querer.

No sé por qué, pero creo que eres hijo de Obbatalá.

Eso me han dicho. Creo en todo lo que amamantó mi espíritu, y los orishas estaban ahí desde mi origen, al cuidado de mi abuela Ángela, que cuando se encabronaba porque no le concedían lo que quería los tiraba pa’l medio del patio y les decía: 

“Ahí se van a quedar hasta que yo me acuerde de que existen, para que aprendan a respetarme… que aquí no los quiero de zánganos, comiendo y bebiendo a costilla mía”.

Ricardo, ¿y tus amores?

Hay un ciervo en mi jardín ahora mismo. Llegó y se ha ido instalando a su aire, con la frescura de los amaneceres. 

Soy de Lola y Jagger, mis dos bengalas, ellos son mi más amado tesoro. Me gustan las frutas, yogur y un buen espresso.

A veces me compro un pedazo de nostalgia en la forma de una canción o un libro o un filme, y así la amarro, la amordazo con afecto para que me deje vivir en el presente. “Ódiame sin medida ni clemencia, porque el rencor duele menos que el olvido”. 

Ahora cuéntame del Premio Emmy…

Duele, y da rabia, saber que aun desde la arrogancia más pírrica hay quien piense que puede trazar los destinos y reescribir la historia de la nación y sus individuos. Pero reconforta saberme curado de esa dependencia; a mis verdugos no le debo nada del aire que respiro en mi día a día. 

Aquí te dejo lo que escribí a raíz de que me invitaron a ser miembro de la Academia; creo que lo disfrutarás:

“Diálogo con Victoria, mi madre”. 

(Suena el teléfono)

—Oigo…
—Hola mami…
—Ay, hijo mío, ahora mismo estaba yo hablando de ti con Luisa, la vecina…
—¿Qué pasó?
—¡Niño, que saliste en el Paquete!
—¿Paquete?
—Sí, chico, el Paquete, tú no sabes la cantidad de gente que me ha felicitado a mí y a tu hermano René porque te vieron en el Paquete…
—¿Paquete?
—Sí, mi amor, en el Paquete se dio la noticia de los tres cubanos invitados por la Academia. La misma noticia que la gentuza del Granma no sacó. ¿Qué te parece?
—Mami, ¿qué coño es el Paquete?

(Carcajada brutal, despampanante, descomunal).

—Ay mi amor, es que a mí se me olvida que de vez en cuando te tengo que (re)alfabetizar. El Paquete te ofrece lo que Martí te prometió y el Granma no cumplió.

(Carcajada final, a dúo entre Victoria y yo).



Tus recuerdos del ICAIC…

Algo bueno: la sensación de familia que se sentía entre mis compañeros del cuarto y el quinto piso.

Algo malo: la sensación de ostracismo y discriminación que se sentía cuando hablabas con cineastas que no iban a festivales, sus obras eran prohibidas, sus cuartos de edición nunca eran retocados y sus nombres eran olvidados en un grotesco acto de desamor institucional. 

¿Cómo lograste abrirte camino fuera del país? No es fácil para nadie, y pocos cubanos del mundo del cine se han podido levantar como tú… 

Me fui al norte del Norte para reinventarme desde mi mejor yo, mi mejor sueño, mi mejor candor. 

Hubo días en que tuve que llorar la muerte de un amigo yo solo, perdido en medio de una montaña rocosa, sin que nadie a mi alrededor pudiera entender mis lágrimas. Así, por ejemplo, lloré la partida de Raúl Fidel Capote, en medio del Banff Art Centre, perdido en el bosque, gritando su nombre a la luz de la luna. 

Escogí Canadá, porque es un país en donde puedo ejercer mis ideas y compromisos con un mundo más justo y democrático. Escogí Toronto, porque ahí ya tenía bellos amigos y a principios de los noventa era una ciudad en donde había mucho por hacer y muchas ganas de hacer, y me encontré con una comunidad de cineastas independientes y solidarios que me abrieron los brazos y que estaban interesados en lo que yo tenía que ofrecerles. Fue un acople de duendes. 

Siempre supe que quería ser Ricardo Acosta, el cineasta maricón latino, cubano, apasionado, honesto, y cuidar de que no se me viera solamente como el editor cubano o el editor maricón o el editor latino: siempre como un tipo apasionado y honesto, a veces difícil, tremendamente generoso y orgulloso de todo mi linaje, pero sin permitir el profiling.

Es decir: quiero que trabajes conmigo porque nos respetamos y entendemos como artistas, no porque mi lengua, mi orientación sexual, o mi etnia, sean lo definitorio. En eso he sido tremendamente austero. 

Y luego, está toda esa gente linda que han creído en mí y me han dado oportunidades increíbles de pertenecer a espacios únicos para un cineasta y en eso hay dos seres que son fundacionales: Peter Starr, del National Film Board, que me ofreció mi primer trabajo en esa prestigiosa institución, y Cara Martes, que me invitó a ser uno de los documentalistas y editores del Documentary Film Program del Sundance Institute. Dos oportunidades que marcaron mi vida.

Aprender a caminar en los zapatos del otro: esa es la clave de la paz de Canadá como país, de su compasión y respeto.

Cannes, Venecia, Berlín, Sundance…

Soy un hombre dichoso y apasionado. Fiel y honesto. Creo en el cine que hago; creo en cada una de mis películas y en la fuerza de su mensaje. No podría hacer otro tipo de cine. 

El ser invitado al AMPAS como documentalista y no como editor es un reconocimiento extraordinario y que me hace muy feliz porque es lo que soy: soy un documentalista, un escritor documentalista, un editor documentalista. No podría estar más a gusto en ningún otro branch del AMPAS.

Y me duele que todo esto no lo pude desarrollar con mis amigos en Cuba. Me duele que aún sea tan difícil y patológico adentrarse en los grandes temas de nuestro subdesarrollo y de nuestra injusta sociedad y que aún el gobierno utilice el maltrato, el silenciamiento y el castigo como únicas herramientas de diálogo con los artistas y cineastas con los que no está de acuerdo

Es la perpetuación de una relación abusiva, viciada y retorcida. El subdesarrollo como única salida. Es muy triste el precio que hemos pagado todos por este perpetuo secuestro de la nación.

Un abrazo, y toda mi gratitud. 


Nelson Rodríguez

Nelson Rodríguez

Carlos Lechuga

Acabo de regresar de Gibara y quizá por eso tengo a Humberto Solás muy presente. Sus canas, su camisita blanca, su fuerza. Estar en el festival que él creó, me ha hecho pensar. Y como algo muy natural, si uno piensa en Humberto es imposible no sentir la presencia de Nelson Rodríguez.