Hacer arte político no es armar escándalo, es entender el concepto de timing.
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Timing es una de las primeras palabras que aprenden los políticos de cualquier país. Se puede traducir como sincronización o sincronía y es, sencillamente, entender cuál es el momento perfecto para posicionarse, decir o hacer algo.
El momento perfecto no tiene que ser el momento adecuado.
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Actuar a destiempo es algo que a los políticos generalmente les cuesta caro. Actuar a destiempo es equivalente a la mediocridad en un político.
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El arte también tiene un sentido del timing pero, al contrario de la política, busca acercarse a un estado de la verdad, y se debe a ella.
Decir la verdad no siempre coincide con el momento político adecuado. Los políticos nunca ven como algo adecuado que los demás digan la verdad en público.
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El compromiso del arte con la verdad confunde mucho.
Suele pensarse que el arte es un instrumento para ilustrar la verdad de otros: la de “los sin voz”, se dice en ocasiones (expresión que me irrita y ofende). La mayoría de las veces, el arte que se presenta como “verdad” no es sino inversión económica, reflejo de y entretenimiento para los poderosos (a quienes les encanta el arte puesto en función de ellos).
En el primer caso, es arte como melodrama. En el segundo, propaganda.
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La verdad en el arte viene de un lugar solitario, hostil, doloroso, confundido. No tiene nada que ver con la inmediatez, feliz en sí misma. No puede ser un momento genérico, porque el arte toca lo que has protegido. No puede ser pura efusividad programada, porque siempre trae consigo una duda que amenaza con desbaratar aquello que lo sostenía.
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El arte político no puede hacerse con miedo. Puedes sentir miedo, puedes hablar sobre el miedo, puedes temblar irracionalmente, pero el miedo no es la materia con la que se hace arte político.
El arte político es un proceso que transforma el miedo en otra cosa.
El arte político es ponerte, conscientemente vulnerable, delante del miedo.
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El mayor miedo que provoca el arte político no tiene que ver con los problemas que pueda ocasionarle al artista. El mayor miedo es que la obra sea tan circunstancial que no logre sobrevivir a su momento de nacimiento, que no sea imprescindible después, que se vuelva prematuramente vieja. A eso es a lo que más le temen los artistas: a caducar. Pero todo arte nace decrépito si no es honesto, no importa si es o no arte político.
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Se habla siempre de la pertinencia del arte político, de si es o no el momento adecuado para hacerlo o exponerlo. Desde el tiempo de los sóviets, esta es la frase socorrida para articular alguna purga colectiva que justifique la censura a un artista: no somos nosotros, nosotros pensamos igual pero es que no es el momento adecuado.
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Se habla mucho del oportunismo del arte político, pero no se habla del oportunismo del arte no-político.
Pactar con el silencio es un acto político.
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Oportunismo y oportuno se parecen, pero no son lo mismo.
El arte político es oportuno, aunque sea incómodo no poder llamarlo oportunista.
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La estética, maltratada por los políticos y por los comisarios de la censura, se convierte en elemento del diagnóstico de la peligrosidad política de una obra de arte: mientras más eficaz sea políticamente, más se le acusa de ser “mal arte”. Como si una serie de convenciones del siglo XIX pudieran quitar el impacto de aquí y de ahora.
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Hay dos categorías: los que hacen arte y los que son artistas.
Los que hacen arte saben sobre la maldad del hacer.
Los artistas a veces ni saben por qué están haciendo lo que están haciendo, pero les va en ello algo irrecuperable.
Lo cierto es que el arte, también el político, es energía.
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El arte político conlleva una angustia que no se pueden permitir los guerrilleros, los activistas, los burócratas o los entrepreneurs.
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El arte político no es una competencia para ver quién tiene la razón, sino un proceso donde uno saca lo que todos se encargan de esconder, por dolor o por conveniencia.
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El arte político siempre hace, al menos, una pregunta incómoda.
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El arte político busca saber dónde falla el sistema.
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El arte político es entender la política como una tensión emocional con el poder, es la exigencia de existir en ese entorno.
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El arte político usa el capital emocional generado por la política y compromete al arte como un actor en la escena política.
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El timing político es una ventana que se abre y se cierra rápidamente: es un espacio al que se debe ingresar rápido, durante ese breve lapso en el que las decisiones políticas todavía no han sido concretadas, implementadas o aceptadas culturalmente.
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El arte en sincronía con el momento político (Political Timing Specific Art) ocurre entre el imaginario de una nueva realidad política que ofrece el artista al público, y la versión que ofrece el político de esa misma realidad a sus ciudadanos. El arte político transforma al público en ciudadano activo.
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El concepto Site Specific Art habla del lugar, con un poco de condimento de la historia local, quizás de la composición social del entorno y, con suerte, con algún elemento antropológico, pero obvia las condiciones políticas que hacen necesario que la obra exista.
En los políticos años sesenta del pasado siglo, sorprende que el arte se enfocara más en la localización que en la combustión.
El hedonismo supera cualquier intento de Revolución.
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Cuando haces una obra de arte donde el significado está definido por una situación política en desarrollo.
Cuando el arte se mete sin permiso, a ver si el caos tiene algún sentido nuevo.
Cuando usas como material creativo algunos de los elementos que generan la situación política.
Cuando la obra de arte se convierte en un punto de referencia irremediablemente ligado a la evolución de los hechos históricos, y no se puede hacer un análisis de estos sin tener en cuenta la obra de arte generada en ese momento.
Cuando el control de la obra no está en manos del artista, sino que es decisión de un gobierno o de quienes están en el poder.
Cuando la obra desata una cadena de respuestas políticas o resulta, en la creación de nuevas políticas o leyes.
Cuando la propia existencia de la obra altera el curso de los eventos políticos, y cuando la gente puede ver en ella un espacio de participación que no encuentra en la situación política…
Esos son los factores que hacen que una obra sea específica a un tiempo político.
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Ya no es suficiente hacer un arte que “comenta” o “reacciona” a lo que sucede: el arte tiene que ser un acto prefigurativo. Hay que hacer arte para lo que no ha ocurrido todavía, para lo que está por ocurrir. Los políticos están planificando hoy lo que va a pasar en 2030.
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El poder no puede ser un evento aislado, sino un sistema que tenemos que entender para prever. Ya nos pueden encarcelar por peligrosidad predelictiva, es decir, no por lo que hemos hecho sino por lo que ellos (como en Minority Report) se imaginan que haremos. Ese mismo condicionamiento ciudadano, que te hace sentir como delincuente porque otros así lo imaginan, deberíamos usarlo para con los políticos.
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El arte político tiene consecuencias. Si uno sale de la sala de un teatro autocomplacido de lo buen ciudadano que es, por haber tenido unos minutos de subversión a puertas cerradas con las luces apuntando al escenario y no al público, entonces eso puede ser arte, pero no es arte político.
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“Pero ese arte político no dice nada nuevo, para qué hacerlo, si todos sabemos que en Cuba existe ________”.
Oigo esto tan a menudo que casi tengo ganas de hacer una canción con ese estribillo.
La diferencia es que no es lo mismo saber algo que entenderlo. No es lo mismo saber algo que decirlo en público.
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Si con tu obra no pones algo en riesgo, no es arte, y menos político.
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En el arte político, político no es un adjetivo, es un verbo.
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Cuando uno empieza a hacer arte político tiende a pensar que el arte y los artistas no son tan importantes, no pueden realizar grandes cambios sociales. Nuestra escala nunca es masiva. Después, uno se da cuenta de que la mejor respuesta a los políticos es hacer arte.
El arte siempre sobrevivirá a un mandato, una ley o un castigo.
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Los censores parecen los artistas políticos más subversivos. Ellos tienen en mente todas las malas intenciones posibles.
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El arte político no se hace para complacer a nadie.
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Hacer arte político no es usar una imagen de un político: es crear un conflicto político.
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Por favor: no confundamos más arte político y propaganda.
La resaca de las elecciones
Da repulsión ver un comportamiento colonial en un país que se autodenomina libre. Me parece denigrantemala gestión del gobierno cubano haya hecho que nuestro destino como nación dependa de las elecciones presidenciales de otro país. Me alegra que este proceso electoral termine.