Ser demisexual en la isla del proxenetismo político

Un día, después de una “visita” de la Seguridad del Estado, cuando los dos agentes casi salían por la puerta de mi casa, el que se hacía llamar Javier se viró hacia mí de forma calculadamente descuidada (al estilo del detective de la serie televisiva Colombo) y me preguntó por qué yo no tenía sexo.

Mi respuesta fue rápida: “Cuando me mandes a alguien brillante. A mí me conquista la inteligencia”.

La cara de Javier se trocó en una mueca, su entrenamiento de seguroso no le alcanzó. Quedó en silencio por un momento: parecía como si revisara en su interior, a gran velocidad, la lista de agentes disponibles. Luego volvió en sí y salió sin pronunciar palabra. Quise imaginar que el reto le había hecho sentir derrotado, y cerré la puerta con una sonrisa no muy modesta.

Hay una diferencia entre que te conquisten con inteligencia (lo que se conoce popularmente como “mecánica”) y que te conquiste la inteligencia que esa persona posee. Quizás lo que confundió al agente Javier fue el uso del artículo (la inteligencia) en vez de la preposición (con inteligencia). Con sugería mecaniqueo (uso) pero la llevaba el conocimiento al terreno del placer. Me quedé con la impresión de que él no estaba familiarizado con el concepto “sapiosexual”.

Ser sapiosexual es, básicamente, sentir atracción y deseo sexual por la inteligencia o las cualidades morales de una persona. Cuando te atrae más lo que saben que lo que tienen.

La pregunta de Javier no parecía tan casual como él quería aparentar. Yo había empezado a notar que varias personas en la calle, de forma completamente inesperada, se me acercaban para “conquistarme”. Una mujer, incluso, se me acercó con las mismas intenciones, así en público. Todo me parecía demasiado raro, demasiada coincidencia. Era evidente que esa avalancha exagerada, repentina, era una señal de que la Seguridad del Estado, al no poder quebrarme de frente, trataba de entrar por la parte emocional, por la intimidad.

El gobierno cubano ha sido un excelente proxeneta político. Es bien sabido que en los años noventa la Seguridad del Estado amenazaba a las prostitutas con deportarlas a sus provincias, o con meterlas en la cárcel, si no colaboraban ofreciendo información de sus clientes (empresarios extranjeros con negocios en Cuba, o dirigentes). Y este uso del sexo ha continuado, porque ha existido siempre: con heterosexuales y con homosexuales, con relaciones de corto y largo plazo, dentro y fuera de Cuba. La información y las imágenes conseguidas por esta vía han sido una de las formas más efectivas de chantaje político.

Hoy en día, con el Internet, este proceder incorpora el cibersexo y el sateo electrónico, pero también el troleo y el ciberacoso. Desde que salimos en el NTV, varias activistas hemos recibido una avalancha de solicitudes de amistad en Facebook, mayormente masculinas. A quienes nos sacaron el número de teléfono en pantalla, nos llegan mensajes por WhatsApp de personas desconocidas. Algunos son mensajes de ánimo y felicitaciones, pero en otros nos proponen relaciones afectivas, y un poco más.

Cuando estos mensajes son insistentes y torpes, no logro evitar el recuerdo de una experiencia anterior: un día, el agente Javier, frustrado, de repente me dice: “Ay, si yo te hubiera cogido unos añitos atrás, te hubiera dado una buena tanda… Te tendría controladita, satisfecha, y hoy no estarías así, protestando”.

Más allá de la violencia y el machismo de este parlamento en medio de un interrogatorio de la Seguridad del Estado, lo que Javier nunca entendió es que yo soy demisexual.

Ser demisexual es experimentar el deseo sexual solo después de establecer una fuerte conexión emocional con alguien. Es sentir atracción sexual independientemente del género de la otra persona y de su atractivo físico, siempre que se haya establecido antes un lazo afectivo a partir de la cercanía y el sentimiento de intimidad. La persona demisexual puede admirar la belleza física, pero este no es su foco de atracción erótica. Porque ser demisexual no es un modo de relacionarse: es una orientación sexual.

Los afectos mal encaminados, el capricho confundido con amor, el maltrato que malinterpreta las prácticas del sadomasoquismo, el orgullo que impide dar un beso, las estrategias de poder que sustituyen un proyecto de vida, mantener cerca a quien te ama por narcisismo, pensar que el amor es una transacción y, por ende, un producto que se puede comprar… Todo eso también es parte del daño antropológico en Cuba.

Cuando se me olvida qué cosa es amar, pienso en Melanie Hamilton Wilkes, de Lo que el viento se llevó. Apenas se habla de ese personaje secundario, que entendía sin juzgar, era generosa sin distinguir con quién, amaba sin esperar nada a cambio, decía la verdad sin herir y hacía a todos a su alrededor mejores personas. Los gobiernos deberían ser así.

Amar en Cuba es un ejercicio espiritualmente confuso. Quizás esto tiene algo que ver con que la Revolución transformó en transacciones cínicas de desprotección su promesa católica de amar a todos. La Revolución Cubana creó una dinámica afectiva tóxica, que se ha filtrado a las interacciones íntimas de los ciudadanos.

Detrás del miedo que tiene este gobierno a su pueblo, se esconde su incapacidad de amar sin esperar nada a cambio. La crueldad política que se ejerce en este país debería sustituirse, a nivel privado, por la confianza incondicional y por el cuidado del otro.

He conocido a muchos activistas cubanos que ya han empezado a construir un país diferente desde su propia intimidad. Ellos pueden pensar que es la única solución política que tienen en sus manos, pero lo cierto es que revertir los afectos distorsionados es el primer paso rumbo a una nación sana.


para María Matienzo y Kirenia
14 de febrero, 2021




Tania Bruguera

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