En este texto diré cosas que mis amigos saben de sobra, pero espero llegar a otros que quizás no me conozcan tan bien.
No soy agente de la CIA. Tampoco soy agente de la Seguridad del Estado. Eso de ser un agente me parece lo más cheo del mundo, para empezar.
Soy, sin embargo, desde los 15 años, una cinéfila empedernida. He vivido siempre al lado de La Rampa; ahí me vi todo el cine del mundo. Gracias a la cinemateca pude simpatizar (increíblemente) con Bergman, captar el humor de Fellini, y ver más de una vez un largometraje de Tarkovski para entender que no era una película, sino un poema. Cuando caminaba por las calles de La Habana, joven y nihilista, pensaba que vivía en una escena de la Nueva Ola francesa y maldecía mi mala memoria porque no me dejaba recordar los parlamentos de películas que podía utilizar en las situaciones donde me quedaba sin argumentos.
Más recientemente, me han empezado a interesar los filmes y documentales sobre política y espionaje. Y los que me gustan no son los que tienen mucha acción física, ni efectos especiales, sino los más cerebrales: esos donde a veces tienes que ir hacia atrás a ver si entendiste bien. En el cine de espionaje, me entretiene descubrir hasta qué extremo se usan los conceptos nacionalistas para justificar actos de violencia.
En esos materiales (que cada vez más se conciben a sí mismos como una especie de entretenimiento didáctico) he buscado estrategias que pudiera usar el DSE cubano contra mí, porque todas las agencias de inteligencia y de contrainteligencia del mundo hacen más o menos lo mismo. Pero, sinceramente, las películas de espionaje me parecen lo más melodramático del mundo. Y en las historias de corte realista, los agentes siempre terminan muertos (como en El espía que cayó en la tierra) o decepcionados con todo lo que hicieron.
El famoso entrenamiento que dice el DSE que me ha dado la CIA, son esas películas y esas series que están a disposición de todos.
Claro que, cuando el DSE tiene a seis agentes y a dos patrullas de policía que se mandan a correr para detenerme cuando salgo a comprar el pan, no me queda otra que imaginarme que estoy en una serie de Netflix sobre el Chapo Guzmán, o en un documental de HBO sobre el Mossad. Porque pensar que una escena como esa es la realidad de un país como Cuba, me parece demasiado ridículo.
Cuando empecé a preparar mi obra Movimiento Inmigrante Internacional en Nueva York, en el año 2010, me di cuenta de que necesitaba informarme sobre la historia y las estrategias del activismo, porque en Cuba no había aprendido nada sobre ese tema. De modo que en 2011 me inscribí en dos talleres. Es decir: yo misma pagué mi inscripción, ya que ese pago contribuía al salario de los profesores, que eran viejos activistas.
El primer taller se llamaba Training for Community Organizing y se impartió en el Center for Third World Organizing en Oakland, California. El segundo se llamaba Political Training y era organizado por la Midwest Academy en Chicago, Illinois. Desde entonces los he incluido con orgullo en mi currículum, en la sección referente a mi educación. No sé, no creo que con los entrenamientos de la CIA se pueda hacer esto.
Y aunque aprendí elementos básicos del social organizing, lo cierto es que en esos talleres me pasé todo el tiempo peleándome con los profesores, que para cualquier cosa ponían a Cuba como ejemplo. Para ellos, Cuba era el modelo de país al cual debían aspirar las luchas activistas (no creo que hayan sido profesores de la CIA). De vez en cuando algún profesor de esos nos hablaba de su maravilloso viaje a Cuba y del curso que había recibido allí, donde le dieron herramientas y le aclararon las causas por las que debía protestar a su regreso a los Estados Unidos (definitivamente, no eran de la CIA).
Antes, cuando hacía la Cátedra Arte de Conducta, todo el tiempo estaba buscando personas que con su experiencia y sus talleres pudieran ayudar a pensar de otra manera la realidad social y nuestro rol como artistas. En aquella época yo era profesora de la Universidad de Chicago, y a través de mi colega y amigo W. T. J. Mitchell conocí a Bernardine Dohrn y a Bill Ayers, quienes fueron parte del Student Democratic Society (SDS) y de su subsecuente facción radicalizada: Weathermen Underground. En su juventud, Bill y Bernardine pusieron bombas en edificios del gobierno de Estados Unidos, asaltaron bancos y comisarías de policía, y hasta llegaron a sacar a alguien de prisión; ahora son profesores universitarios, y dos de las personas más generosas y comprensivas que he conocido (aunque hayan sido los más buscados del FBI por casi treinta años).
Bill y Bernardine aceptaron mi invitación y vinieron muy entusiasmados a La Habana, a impartir su taller en la Cátedra. En el proceso de prepararlo, supe que no era la primera vez que ellos venían a Cuba. Un día me dijeron: “Vamos a ver a un amigo”. Yo me ofrecí a acompañarlos. El taxi paró frente al edificio de la Asamblea Nacional: tenían cita con Ricardo Alarcón.
Estuve presente en aquel encuentro, pero hubo muchas cosas que no entendí. El afecto entre ellos tres, y la sensación de complicidad, evidentemente venían de antes. Cuando salimos de la Asamblea Nacional, no quise preguntarles nada. Ni sobre los entrenamientos a los que habían aludido en la conversación, ni sobre los vietnamitas y otros “compañeros” que habían conocido en Cuba. Tampoco les pregunté cómo habían hecho ellos para salir y entrar de Estados Unidos, siendo fugitivos.
Otras cosas de las que hablaron casi no las escuché, porque estaba en shock. Pensaba en lo difícil que era ser irreverente en Cuba. Pensaba: ¿qué hago yo aquí?
Los que nos acusan de ser agentes de la CIA, me recuerdan a veces ese refrán popular: “El ladrón piensa que todos son de su condición”.
Ahora bien, para ser justos: sí que han habido cubanos entrenados por la CIA. Eso era algo común en los tiempos de la Guerra Fría. Pero hoy en día, no creo que nadie haya pasado un curso para poner bombas, ni para hacer un asalto por mar, ni para mandar mensajitos en clave morse. Tampoco creo que nadie haya pasado, conscientemente, un curso que se sepa que es de la CIA. Y mucho menos me creo que la CIA haya logrado entrenar a intelectuales cubanos que en realidad no están para eso, ni a personas pobres que ni siquiera han salido de Cuba.
Es cierto también que hay programas del gobierno estadounidense cuyo objetivo es la desestabilización del gobierno cubano; no soy ingenua. Pero, como hemos visto, el gobierno cubano también tiene sus programas para influir en el gobierno de Estados Unidos. Una gran cantidad de agentes cubanos hacen lobby constantemente por todos los estratos de poder norteamericano: desde el Congreso, el Senado y el Departamento de Estado, hasta la academia y los movimientos sociales.
Entonces, la historia del país más pequeño y más débil no tiene por qué ser la del país menos influyente. La hormiguita puede subirse a la espalda del elefante y susurrarle al oído.
¿El gobierno de Estados Unidos tiene agentes de influencia en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Comité Central del PCC, en el Consejo de Ministros, en el MININT, en la UNEAC, en el Consejo Nacional de la FEU o entre los directivos de la Universidad de La Habana? ¿De verdad crees que la lucha de las feministas contra los feminicidios y la violencia de género, de los afrodescendientes contra el racismo institucional, o la lucha de los animalistas y del colectivo LGBTIQ+ (por solo citar algunas), están pagadas por la CIA?
Yo no lo creo.
Hay algo que se llama cansacio. Cansarse de todo. Cuando uno se cansa, todo le da igual. Ninguna amenaza funciona. Esa terquedad no tiene nada que ver con órdenes de la CIA: esa terquedad es el resultado de haber dicho basta. Y el orgullo que uno siente cuando ya no se deja avasallar, tampoco puede pagarlo la CIA.
Reparto de repartos – Omar Santana.
A mí nunca se me ha acercado nadie de la CIA para hacerme ninguna propuesta. Pero el DSE sí que lo ha hecho, y varias veces. Parece que no entienden que no es no. No entienden que yo puedo explicarles (en un interrogatorio, o retenida en un cuartico del aeropuerto a punto de perder el avión) todo lo que pienso, o cómo me gustaría que fuera mi país, pero eso no significa que quiera dedicarme a hacer lo que ellos hacen.
Como un ejercicio intelectual, me rehúso a verlos como enemigos, pero tampoco se comportan como amigos. Si dicen que me paga la CIA, no han entendido mi nivel de decepción con lo que está pasando en Cuba. Tampoco entienden que no soy la única en esa situación. Creo que es peligroso, para sus propios diagnósticos, el hecho de que piensen que todo es causado por la CIA.
La facilidad con la que acusan a cualquiera de ser agente de la CIA… ¿Será así de fácil ser agente del DSE?
Por si no ha quedado claro: no puedo ser agente de la CIA porque no coincido ni con sus agendas, ni con sus principios, ni con sus métodos. Pero la verdad es que antes, cada vez que yo escuchaba que alguien era pagado por la CIA, me lo creía. Como seguro se lo creen hoy otros. Eso cambió el día que me acusaron a mí: comprendí que si me acusaban falsamente, igual podían hacerlo con los demás.
El único “delito contra la seguridad del Estado” que han cometido muchos de los llamados agentes de la CIA en Cuba, ha sido utilizar internet para dejar clara la incomodidad que tienen con sus circunstancias. El nivel de ridiculez de las acusaciones que lanza el DSE debería ser analizado, para su propio beneficio, en las mismas oficinas del DSE.
Porque, si alguien tiene que saber si eres agente de la CIA o no, son los propios agentes del DSE. Si te acusan de serlo, sabiendo que es mentira, tienen un problema de responsabilidad: están banalizando un cargo de traición a la patria. Si te acusan de serlo porque es la solución torpe de un burócrata que tiene que entregar un informe y quiere salir bien en su evaluación trimestral, los superiores tienen un problema. Y si te acusan de serlo, y ni los burócratas ni sus superiores saben si es verdad… entonces sí que tienen un gran problema.
Esa facilidad con la que el DSE te acusa de ser agente de la CIA, tiene que ver con que el hecho de que, a veces, simplemente, uno se les adelanta. Y para ello no es necesario recibir ningún entrenamiento: es que ellos son predecibles. Y no lo reconocen. Me preocupa que no vean sus puntos ciegos,y que no estén preparados para enfrentar una situación y una coyuntura distinta sin repetirse a sí mismos.
¿Que la NED financia algunos proyectos independientes en Cuba? Fácil: cojan del presupuesto que se gastan en los actos de repudio y la vigilancia a los activistas, del presupuesto invertido en la inteligencia y la contrainteligencia, separen algo del dinero destinado al ejército y a la defensa (en definitiva esto es, según ustedes mismos, un asunto de Seguridad Nacional); utilicen una parte de las ganancias de las inversiones extranjeras en subvencionar proyectos alternativos y comunitarios (existe algo que se llama la “responsabilidad social corporativa” o “capitalismo responsable”, que todas esas empresas conocen y ejercitan en otros países), pero sin restarle la independencia de pensamiento a la que aspiran. Así la gente mandará sus proyectos a esas becas nacionales y no tendría que depender de un financiamiento externo.
En el año 2015, mientras estaba haciendo la obra #YoTambiénExijo, un día tocaron a mi puerta. Cuando abrí me encontré a un muchacho con gorra, espejuelos y mucha cautela. Me dijo que era familiar de un alto oficial del MININT, y que ese oficial quería que yo supiera que en el MININT había quienes me admiraban y estaban en desacuerdo con las medidas que estaban tomando conmigo. Acto seguido me dio la espalda y se fue, nunca más lo vi. No sé si lo que me dijo era verdad, o si era una trampa, pero igual me dio un poco de esperanza.
Después del 27N he pensado mucho en aquel posible oficial. Quiero imaginar que hay alguien en ese ministerio que no está de acuerdo con las acusaciones a la ligera y con los métodos que se están empleando. Quiero imaginar que hay algunos fajándose con sus superiores o tratando de convencerlos para buscar otra solución a este problema innecesario que ellos mismos han creado.
Sin embargo, hace unos días vi que en la Mesa Redonda entrevistaban al Guerrero Cubano, un ser anónimo que se dedica a difamar en las redes sociales y que todos saben que es una construcción del DSE (tiene acceso a información que no es pública, de contrainteligencia), y me di cuenta de que esto va de mal en peor.
Entiendo que se pregunten cómo carajo van a controlar internet, pero… En un país donde a los periodistas independientes, que sí dan la cara y se arriesgan, se les acusa de ser agentes de la CIA, la aparición en televisión de este personaje no puede ser más desafortunada y errática.
Lo aclaraba al inicio: tampoco soy agente del DSE. Y es que ellos, si no logran convencer a los demás de que eres de la CIA, empiezan a regar que eres de la Seguridad del Estado. Una técnica que no aprendí en ningún curso o librito de la CIA, sino gracias a ellos mismos, que utilizan una y otra vez las mismas técnicas.
Lo que sí debería estar claro es que no hay que ser de la CIA para querer libertad de expresión, derechos civiles, económicos, políticos y humanos. No puede ser tampoco que toda aspiración de derechos en Cuba sea respondida con un contra-argumento anexionista. Eso no nos deja espacio a nada.
Me pregunto, por cierto, si alguna vez acusaron a alguien de pertenecer a algún otro servicio de inteligencia extranjero, como el MI6, el Mossad, el CNI, el FSB, el DGSE, el MSS, el CSIS/SCRS, el AFI, el BND o cualquier otro. Porque habrá otros países que también tengan intereses en Cuba… Pero no hay dudas: DSE ♥ CIA.
Para terminar, quiero dejarles un mensaje. En los interrogatorios, como para justificar sus decisiones y para echarle a uno la culpa de todo, los agentes del DSE te dicen que toda acción tiene una reacción. Les propongo que cambien esa frase por esta otra: todo problema tiene una solución.
Una solución pacífica y democrática.
Los activistas no somos el enemigo.
© Imagen de portada: Luis Trápaga.
Contra el Ego Nacional
Este gobierno ha sido la mejor fábrica de disidentes que ha tenido Cuba. Mejor que cualquier agencia de inteligencia extranjera. Este mes han sobrecumplido con creces su producción de inconformes, de gente harta y de indignados. El diálogo está en marcha. Ya nadie está pidiendo permiso ni esperando por nadie.