Un proyecto político no es un post de Facebook

Esta primera columna surge porque acaban de pedirme una entrevista sobre un partido político en el que me citan como miembro fundador. Esto me sorprendió. Cuando visité la página web, para mi grata sorpresa, encontré que estaba en una lista muy honorable —en la cual se incluía también a algunos muertos— de fundadores/referentes. No voy a entrar a analizar este proyecto político, porque lo que siento es la urgencia de hablar de un fenómeno que estoy viendo por estos tiempos: hay mucha confusión.

Este momento es como un sueño para muchos de los que hemos luchado durante décadas por la libertad de expresión y por la justicia social en Cuba. No hago más que leer Facebook y Twitter todo el día. Me da tremendo placer cada vez que veo a una persona expresar una opinión que antes se guardaba por miedo. Me emociona cuando los activistas —honesta, sarcástica o enfurecidamente— piensan en colectivo. Estoy esperando a que me instalen en el celular el Telegram, donde dicen que las conversaciones son más elaboradas, menos chillonas… No sé si me alcance el tiempo para tanta felicidad. 

Poco a poco —aunque aún es insuficiente y seguimos viviendo círculos endogámicos— vamos reconociendo múltiples lenguajes, estrategias, intentos, informaciones, deconstrucciones, afectos, dolores ajenos y propios. La polifonía se agudiza y el gobierno se aterra. La población empieza a despojarse de prejuicios que antes le rodeaban, y la sociedad civil se normaliza como un derecho de todos. Poco a poco nos volvemos políglotas políticos.

Si bien las redes sociales han marcado el ánimo de la política en Cuba —los activistas impulsan campañas, el gobierno responde con las suyas, interaccionan ambas—, también han creado algunas inexactitudes éticas, algunas veleidades políticas. Tomando como referencia el ejemplo que menciono al principio, me parece que no se funda un partido político como se hace un post en Facebook, que no se ponen nombres de fundadores como se “taguea” a tus amigos con una noticia.

Virtue signaling no es lo mismo que hacer activismo ni luchar por tus derechos. La virtualidad, la campaña y el performance son vehículos para la acción cívica y la proyección política, no sus sustitutos. Algunos llaman a discusiones públicas entre representantes de diferentes posturas de pensamiento solo para poderles aplastar desde una superioridad intelectual y/o moral autoasignada, y con ello ganar likes en sus redes sociales. 

Están los mesías mediáticos, que confunden su experiencia personal con una preparación para hablar de un tema político y dictar el futuro de un país. Abundan quienes piden se les respeten sus derechos, pero se ofenden con los derechos de otros. No faltan los que quieren ganar una batalla hoy, sin darse cuenta de que, con lo que están haciendo, le dan herramientas al gobierno para ganar la guerra en la que estamos todos metidos.

También están los desesperados a los que no les importa irse por encima de quien sea, si logran su objetivo en nombre de la democracia. No faltan los que se unen solo si el tema o quienes lo promueven son “cool”, o es “su socio”… Y los que se meten solo hasta un punto, aunque piensen igual, porque creen que lo van a perder todo, sin darse cuenta de que no tienen nada. 

Abunda el que se apresura a publicar algo en las redes sociales, no porque el proyecto esté terminado, sino para asegurar que salga con su firma, aunque no haya sido su idea ni el que más haya trabajado en él. Y abundan los que están seguros de que la ética está demodé.

Todo eso, también, forma parte de una sociedad civil real, que puja por crecer, arrastrando al espacio público rasgos de lo que nos han inculcado en este totalitarismo caribeño y que se ha integrado a nuestra naturaleza humana… La dinámica de las redes sociales tampoco ayuda…

Internet nos ha dado la oportunidad de imaginarnos como nos gustaría ser. Hemos pasado de ser una masa, unificada a pulso y apretujada por las leyes, a ser actores protagónicos de la construcción de nuestro cotidiano individual y, con suerte, de nuestro destino colectivo. Pero, ¿quiénes queremos ser? 

¿Cuáles son los parámetros éticos que nos guían? 

¿Qué vamos a hacer con el poder que nos da la visibilidad en las redes sociales? 

¿Cómo somos diferentes de aquello que criticamos? 

Nada de esto está claro hoy. Pasó antes en otras partes. Nos pasa ahora a nosotros, en un contexto globalizado, de fake news e influencers. Sucede, también, en una Cuba postotalitaria temprana.

Lo que sí parece claro es que, por primera vez, lo virtual está alineado con la realidad. Hace solo unos años, cuando entrabas a Facebook, parecía que le quedaban milenios o cinco minutos en el poder al gobierno, según a quien siguieras. Después salías a la calle y nada tenía que ver con lo que habías leído en las redes. Ya esto no es así. 

Están ahí todavía los que, desde el inmovilismo, siguen repitiendo el noticiero, cediendo a la inercia; y los que se niegan a decir que todo su sacrificio fue por gusto, porque su cuerpo, marcado por tantas transacciones emocionales, no lo resistiría. También quienes, desde un radicalismo y optimismo extremos, anuncian derrumbes inminentes. Pero uno escucha cada vez más gente que vence miedos y tentaciones. Son los tiempos del subalterno. Se empieza a crear una masa crítica y plural, que aprende a convertir la queja en exigencia por sus derechos.

En tiempos de represión y pandemia, hemos logrado un cúmulo de saberes y resistencias que no caben en la propaganda del gobierno, que cada vez parece mas enajenada e incoherente. Y está claro que, “el hábito de suponer que la igualdad requiere pasarle por encima a la diferencia y homogeneizar las identidades” (Hopes for Civil Society, J. Keane), ya no tiene muchos seguidores. Entramos en la época del “derecho a ser diferente”.

La euforia por la libertad de expresión no es algo nuevo en este país: nosotros la vivimos cuando la época de la Perestroika; pareciera que toca una vez por generación. Todo aquel entusiasmo y aquella sabiduría se convirtió en recuerdos, para unos más amargos que para otros. Me gustaría pensar que esta nueva oportunidad, que nos da tanta energía porque es prueba de que estamos construyendo algo, no se materializará como una perpetuación del daño antropológico que tenemos en esta sociedad.

Hoy no estamos exentos de dejar pasar una oportunidad por la cual quizás tengamos que esperar de nuevo mucho tiempo. No solo porque puede llegar el momento en que los deberes mundanos nos domestiquen, sino por no saber controlar nuestros egos, por cruzar una línea ética, por confundir bondad con fragilidad, o por no poder decir perdón cuando nos equivoquemos. Estamos todos aprendiendo sobre la marcha, pero si queremos cambiar algo en esta sociedad tenemos que empezar por cambiar nosotros primero.

Yo, para empezar, me he propuesto dejar de usar el tiempo verbal imperativo —ese, el que se usa para dar órdenes—, aunque los demás no entiendan que no es un rasgo de debilidad, sino una necesidad para la democracia.




Perdí el Ángel - Julio Llópiz-Casal

Perdí el Ángel

Julio Llópiz-Casal

A mí la Revolución me volvió loco. Aquello me pareció una película de acción: gente que bajó de la Sierra y eran como los cowboys pero vestidos de verde olivo, con collares de caracoles y armas largas en vez de revólveres. Para mí era indiscutible que venían a traer justicia a esta tierra”.