Cae del cielo orine de perro, agua sucia, agua con detergente, agua con pendejos flotando, agua con hedor a mascota moribunda. Cae del cielo un chorro, y un hombre se da una ducha, y en el balcón todos se ríen del viejo y su baño.
Mientras doblo la esquina me cae un chorrito, y me salpica un tufo a hígado de bacalao. Elevo mi sucio brazo para no contagiarme de algo, y al hacerlo me ensucio la boca con todo el cielo de La Habana.
Porque La Habana está maldecida por la caída celeste e irregular de basura; cada país y cada ciudad son tan malditas como su cielo. Y una gota de ese cielo contiene todo el cielo, la pureza de la física cuántica o la mise en abyme.
No nos cae café ni dinero. A veces llueve, se arma un tornado, todo conspira contra los que andamos pegados a la tierra. El cielo atenta con ahínco. Lluvias ácidas caen. Relámpagos y truenos caen. Cuando el cielo se abre, enrojecido, y te viene a buscar, no te queda escapatoria: es para ti, cae para ti, te agarra del brazo.
Cae del cielo una jaba con mierda, me ensucia los pies, no se me quita la peste. En todas las oficinas a las que entro dejo la mierda que quedó en los huecos del zapato. Las oficinistas se quedarán hablando todo el día de la peste. Lo que te cae del cielo pasa a ser tuyo, no te lo cuestiones nunca: es mejor mierda del cielo que mierda de la calle.
A mi mamá se le cae una blusa de la tendedera del pasillo y un año más tarde la vecina aparece con la blusa. La blusa de mi mamá es idéntica a la mierda: la usamos.
Lo que te cae del cielo no es teatro, tampoco es arte; pero tú piensas: si me va a caer algo, que no sea mierda, al menos que no sea mierda. Porque estamos clarísimos que pisar o tragar mierda es igual a mierda y mierda es mierda ad infinitum.
Cuando todo se resume a mierda, estás empezando a entender la naturaleza como cartografía de sentido, es decir, te estás empezando a conocer.
RC, el diseñador de moda cubano, cae del cielo y mata a alguien.
RC está deprimido y se tira por el balcón para ponerle fin a sus diseños en licra para niños y adultos.
Si RC se quiere suicidar, que no sea un lanzamiento desde el balcón de su casa: que busque modos alternativos e íntimos. Y no quiero decir que RC es mierda: RC es de las personas más tiernas con las que he conversado en mi vida, y soy incapaz de no reconocer la ternura.
Mi amiga Laurita, que estaba trabajando en Cubavisión Internacional, me contó que RC hablaba de colores y textiles con un balbuceo extraño; a ella le parecía incómodo que en un canal de televisión se permitiera un discurso tan enredado. Le dijeron que hablaba así porque estaba empastillao.
El director del programa respondió a las dudas escolares de Laurita: “RC se deprimió y se tiró del balcón de su casa en un segundo piso; sobrevivió, pero le cayó encima a una mujer y la mató, y habla así porque está empastillao”.
Puedes perdonar que alguien te moje regando sus plantas, pero no puedes perdonar que RC te mate porque se quiere matar. Incluso en La Habana, el absurdo tiene límites.
Un grafiti en medio de Centro Habana: “Tú y yo 3MC”, intertexto a una saga bastante chea, peliculita española de domingo sobre un amor imposible.
El amor se pone ahí, en el confín romántico e infinito del cielo. Allá donde todo es desconocido. El grafiti está hecho con pintura de aceite, y tiene una firma: la inicial “Y”. Nunca nadie me ha escrito un grafiti, pero siempre me han caído del cielo grafitis que me hablan.
Me encontraba escribiéndole unos poemas a Ángel Escobar, inspirada por un trabajo escénico que conducía Marina Cultelli. En algunas acciones físicas, ella trabajaba corporalmente con la figura del macao, la bestia, su animalidad. Me encontré un grafiti que decía “El Makao”. Me acerqué y le pasé la lengua. Supongo que El Makaolo escribió para mí.
Cuando llovía, yo pasaba la lengua por la baranda del pasillo de la casa. Tragaba al mismo tiempo hierro y aguacero, me bebía el cielo y me sentía a gusto con la oxidación.
Conozco a alguien a quien le cayó del cielo El Capital, de Marx. A mí me cayeron las revistas Mujeres de la década del ochenta, que la nieta de una coleccionista recién fallecida estaba tirando de una azotea de la calle Concordia.
No te va a caer un libro de César Aira, pero te va a caer papelería sentimental, como cuando me tiraron las fotos de una quinceañera. Era una quinceañera gorda, como pude ser yo, pero afortunadamente no me hice fotos de quince. Con ese dinero me compré ropa y zapatos para la Universidad.
Y si caen bombas, misiles, y si cae Matías Pérez… Cae leche, cae semen, caen rollos sin revelar, cintas de cine. Cae tragedia, sobre todo tragedia, porque lo que te cae del cielo es trágico. Como deus ex machina, se te aparece desde arriba lo peor. Cámaras de seguridad y vigilancia internacional detectan tu aparición diminuta en Google Maps.
Cae del cielo un dron, porque La Habana se ve muy bonita cuando es filmada desde el cielo. Y me cae el dron en los pies, me lo llevo a casa y trato de alquilarlo por un precio módico. Hay que aprender a vivir con la tragedia, con las furias y las erinias y el olor a mierda que tienen todas las oficinas. Hay que comprarse o encontrarse algo como un dron para rentar, y sobrevivir con esa renta.
Cuando participé en la Aktion 135 de Hermann Nitsch, en la XI Bienal de La Habana, estuve obsesionada con que me caerían intestinos desde los balcones. Me imaginaba doblando una esquina y repitiendo la escena de Carrie: un cubo de sangre y tripas mojándome, humedeciéndome dionisíacamente.
El sabor del cielo tiene el sabor de aquella Aktion 135.
Recuerdo que la sangre estuvo refrigerada desde días antes del performance. En la Embajada de Austria la conservaban a punto de congelación, en tanquetas de cinco litros. Cuando empecé a remover la sangre dentro del cerdo, aquel sabor despertó algo desconocido en mí.
Pharmakos o no, se me metía en la boca el ritual, el accionismo vienés, la descongelación de la sangre podrida, el sinsentido de cualquier muerte: la de la mujer que mata RC, la del cerdo, la de El Makao, la de toda la mierda saboreada.
Un hombre cae de un avión que sale de Kenia.
Recuerdo haber visto una vez, a la salida del Trianón, la reacción multitudinaria en Línea y Paseo. Allí comenzó el episodio de la suicida del Naroca. Un amigo me cuenta que la mujer fue a visitar a una amiga en el edificio, y desde ahí se lanzó.
Me acerco a los contenedores de basura y al límite de señalización de la calle. Me acerco y veo al fantasma. Lo fantasmagórico de la caída no es el contorno de un cuerpo en el asfalto: es la gramática de la expectación; todos miramos un espectáculo que ya fue y creemos atrapar no sé qué al acercarnos al hueco. Todos miramos a la suicida días después; miramos su ausencia.
Mi ciudad se distingue por sus huecos, esas fugas celestes, íntimas, restos de comida, tierra, palitos de tendedera, blúmeres, ajustadores deshilados, sábanas…
Chocolate MC entrando a la ciudad en un helicóptero. Prepara su concierto multitudinario en la Ciudad Deportiva. El héroe trágico hace su entrada y es anunciado por un coro de entusiastas, todos morbosos como yo, que le pedimos al cielo espectáculo, espectáculo real, no fuegos artificiales y huevos por año nuevo.
Chocolate MC quemándome. Un avión quemándome. Palomas enfermas quemándome. Mientras más lo pienso, del cielo tengo la peor de las devoluciones: un estruendo apocalíptico, de fin de todo que huele a mierda, y a la mierda que es solo eso: contenido proteico digerido, expulsado, acumulado, oliente, materia.
Chocolate MC me prometió una directa si volvía a hablar de él, pero como no hablo de él, sino del cielo, como no menciono ni su novela autobiográfica ni su entrada espectacular a La Habana, supongo que todavía no merezco ser citada por él.
Me cae del cielo lo que me merezco. Me merezco a este perro viejo, enfermo, meándose encima de mí, restregándome con su chorro todos mis pensamientos. Aquellos pensamientos pedestres que me surgen sentada en la puerta de emergencia del avión. No son pensamientos suicidas, son mi modo tonto de rebelión.
Me rebelo contra este paisaje de planetario, esta constelación de lectura celeste y profecía lunar. Lo único que veo en el cielo, lo único que me habla desde las alturas, es el miedo definitivo a restregar mi insignificancia con la física cuántica. Siento eso: que este orine de perro, esta peste de los balcones centrohabaneros, y el avión cayéndose una y otra vez sobre un país, no es otra cosa que mi intestino pudriéndose, apesadumbrado por no abrir la suertuda puerta de emergencia y caer en ninguna parte.
Exacto: caer en ninguna parte, matar a nadie, oler a ninguna mierda, ser todo eso; caer con Chocolate MC sonando de fondo, vestir con diseño licra amarillo de RC, ser una intrusa como la suicida del Naroca, deshilarme como la blusa de mi madre, que me huyan como le huyen a este orine de perro, que no me miren caer en Centro Habana, que en mi barrio nadie se escandaliza por nada.
Solo soy yo diciendo qué importa toda esa mierda, si la mierda nos ensucia, nos da tema de conversación para otro día, nos alienta.
No me vuelvas a decir baby
Bailando zumba con mujeres que cubren sus cabellos para que solo puedan verlo sus esposos, me sentí derrotada por un abismo que tiene que ver con una hegemonía de la sobrevivencia.