Marien Fernández Castillo (Yaguajay, 1982) es un escritor compulsivo. No se trata de una compulsión exhibicionista y pretendida: subvierte sus propios procesos de escritura en operaciones de mucha riqueza experimental. Es una compulsión en estado germinal, que moldea la espiritualidad y el rigor fragilizados en sus textos, que incluyen dramaturgia, poesía y narrativa.
Reacciono a una imagen en Instagram: en la página de la editorial independiente La Maleza, y en el perfil personal de Lester Álvarez, está La masacre de las palabras. El objeto-libro es hipnótico como el jadeo que dejan los poemas de Marien reunidos en el volumen; todo un manjar de referentes y búsquedas que demuestran que estamos ante un autor excepcional.
La masacre de las palabras descubre un alma balbuceante entre la fatiga y el saber, un discernimiento sobre el ser y su lengua apócrifa:
Vivo en babélico orgasmo. / Lenguas de las libélulas / que prefiguran argucias a mi espina / en tremendísima pobreza gramatical, / en el puerto donde las mujeres / masturban, invariablemente, / a las ancianas griegas.
Soy una regia. / Vivo en Grecia.
(“Las vaginas de látex”, La masacre de las palabras, Editorial La Maleza, 2020).
Esta conversación sigue el rastro performativo de un cuerpo (sin órganos) y pretende glosar su trayectoria: la de su “textralidad”, la del text joker, la del aklikaché. Ocupada en investigar el corpus de Marien Fernández Castillo, me fascina cómo piensa, cómo concibe y describe sus ideas en torno al lenguaje. Celebro sus respuestas tanto como el libro azul/pez/cortado/salpicado/ahogado/masacrándose. Quienes le conocemos, sabemos que prefiere la intensidad y honestidad de un chat íntimo, antes que develar sus actos, porque toda explicación/clasificación le huele a sentencia.
Advierto:
No es un cuaderno de bitácora para días festivos, / es el dolor más ahincado en el cuerpo / las várices a punto del Big Bang.
Techné-Tedme-Hijo Pródigo / sobre el asno tabernario.
(“Magrísimos”, La masacre de las palabras, Editorial La Maleza, 2020).
Hablemos del ISA. Teatro Mediocre del Caribe, el furor de Tubo de Ensayo y la irreverencia de los Novísimos. ¿Cuánto dejaron en ti esos espacios de comunidad y amistad?
Mi estancia en el ISA como estudiante de la carrera de Dramaturgia transcurre del 2005 al 2010. Esos tres espacios que mencionas fueron fundamentales en mi formación y primera visión como artista. Una visión que ha cambiado mucho en mis quince primeros años dedicado a estos menesteres. El sacrosanto ISA me dio una formación académica muy rígida, y dichas plataformas me dieron un impulso paralelo.
Antes de adentrarme en la respuesta, quiero ubicarme primero en algunas generalidades personales. Yo provengo de Yaguajay, un pueblo de la costa norte de Sancti Spíritus; es un pueblo muy tradicional, con tradiciones parranderas, rituales afrocubanos y agrícolas, música campesina, concepción monolítica de la familia y aislamiento cultural. Quiero que se entienda que este es uno de mis puntos de origen.
Yo llego al ISA con 24 años, casi todos mis compañeros en el primer año de la Facultad de Arte Teatral son menores que yo; a eso se le suma que no provengo de una escuela elemental de arte: entro al ISA por concurso, desde la carrera de Psicología de la Universidad de las Villas. Y la primera noche que yo llego al ISA hay una fiesta de disfraces; cuando la fiesta acaba, un grupo de estudiantes nos vamos a la playa. Al amanecer, me proponen hacer una orgía. Ahí me doy cuenta de que estoy en un lugar que, además conocimiento académico y un título universitario, también me iba a brindar amigos, comunidad y placeres.
Marien Fernández Castillo
En mi aula, trabo amistad con la poeta Lisandra López Fabé, quien se convertirá en mi hermana y a la que contaré, por primera vez, mi naturaleza en el amor. Mi primera obra de teatro, Poeisis, la leo con la actriz Yordanka Ariosa, quien me da comida y abrigo en las pruebas de ingreso a la carrera; ella está totalmente ligada a mi entrada al ISA. (Por cierto, cuando éramos unos recién nacidos, ella y yo estuvimos en la misma incubadora, en el mismo hospital).
La relación con Teatro Mediocre del Caribe (TMC) es intensa, mística y rigurosa. En Martín Mesa, director del grupo, encuentro un maestro de lo espiritual y de todos los aspectos de la danza y la percusión afrocubana. Con TMC llevo a escena por primera vez un texto mío: Vista aérea, obra con la que viajo por primera vez a México, en el 2007; presentamos la puesta en la UNAM. Con los miembros del grupo escalo la Pirámide del Sol en Teotihuacán, lo cual marca mi vida definitivamente y se convierte en inspiración para la segunda obra con el grupo: Vista subterránea, donde investigo todo el mundo de los autóctonos cubanos antes de la conquista española. TMC fue vital para entender el sentido ritual de una obra de teatro; me colmaron de amor por los amigos y aliados: es mi primera familia en la creación.
Los Novísimos, sin embargo, es un movimiento en el que me vi incluido, pero que no elegí. De hecho, es un grupo muy heterogéneo de dramaturgos y teatrólogos del ISA, donde algunos se sentían miembros a ultranza, a otros les daba lo mismo y algunos pueden llegar a golpear si se les incluye… También están los que quieren ser incluidos, sin que les haya tocado en tiempo y espíritu.
Lo extraño es que se ha pensado que los Novísimos tienen como núcleo el polémico libro Teatro cubano actual. Novísimos dramaturgos cubanos (Tablas-Alarcos, La Habana, 2008), que concibió ese astro del teatro cubano que es la investigadora Yohayna Hernández González. Ese volumen concluye con mi texto La Furrumalla, que parece que a ningún director cubano le interesa o se atreve a llevarlo a escena. Lo “novísimo” no me resulta un espacio de comunidad entre los dramaturgos, sino un tejido entre los dramaturgos y los actores que leyeron sus obras en espacios como el Festival Elsinor y la Fundación Ludwig.
De Tubo de Ensayo recuerdo los Café Teatro, donde por primera vez canto y digo poemas en vivo con ánimo de juglar. Tubo de Ensayo articula reflexiones en torno a muchos fenómenos que sobrepasan a los Novísimos, también organiza ciclos de lecturas y eventos en las provincias; en todos participé activamente, creando lazos con muchos artistas y una intensa comunicación e intercambio. Hay muchas aventuras amorosas que solo los protagonistas y sus testigos sabemos; hay vida bohemia, locura, mucha fiesta, mucha lectura y mucha alegría, ligada con mucho dolor.
Marien Fernández Castillo
Cuéntame cómo son tus procesos de escritura. ¿Cómo escribe un text joker en Cuba? ¿Cómo compone sus poemas-canciones?
Mis canciones las escribo de un tirón, también las grabo de una sola vez. Así ha sido durante los últimos quince años, pero ya no se repetirá: me he propuesto no escribir más canciones. No quiero hacerlo más.
Mis libros de poesía los escribo en el transcurso de los años, y las obras de teatro me llevan una larga investigación.
El teatro siempre me ha resultado muy complejo. Escribo teatro con la contradicción de que soy poeta y no tengo la experiencia de vivir el mundo del teatro en toda su extensión. Bien me vendría ver mis textos de teatro en la escena, aunque sé que cuentan con una teatralidad innata. Creo que la palabra y la puesta en escena ocurren en la mente, como traqueteo verbal/psicológico: lo que he llamado “textralidad” y que exploro en mi tesis de graduación Textral del Arte Efímero, 2010.
Si te refieres a cómo es el ritual de mi escritura: leo de día y escribo de noche, desde el atardecer y hasta antes de la madrugada. Tomo un poco de café. Me gusta trabajar con muchos materiales de diversa fuente: colores, fragmentos de periódicos, fotos familiares… Disfruto mucho escribir sin escribir, escribir en la mente mientras voy leyendo.
Marien Fernández Castillo
En tus textos —especialmente en Penélope aserrando televiché, que tuve la suerte de editar en ediciones sinsentido, en 2017— reconozco imprevistos que resultan de una escritura llena de interferencias sonoras, soplos, mucha filosofía e historia metabolizada. ¿Cómo fijar alfabéticamente esa escucha?
A veces escribo escuchando música, otras veces escuchando radio; también he explorado escribir leyendo algo de filosofía. Ese texto, Penélope aserrando televiché, lo escribí en las montañas del Montseny, en Cataluña, rodeado de campesinos que me enseñaban a hablar catalán mientras yo recordaba a mi abuela y sus cuentos de cuando era una jovencita y mi abuelo la cortejaba. Me basé en algo que me dijo mi abuela: según ella, me había visto varias veces en la televisión y soñaba con que yo estaba dentro de televisor (el televiché).
Marien Fernández Castillo
Eres un performer de pura presencia. En Declaración Improducible (2019), programa coordinado por el Laboratorio Escénico de Experimentación Social, (LEES) presentaste Equus. Sentí una aproximación muy radical y melancólica a la obra de Peter Shafter. Háblame de ese gesto.
Equus está basado en sucesos reales: un adolescente que ciega con una hoz a varios caballos, y es ingresado en una clínica psiquiátrica. Esto causó conmoción en la sociedad inglesa de los años setenta del siglo pasado.
Obsesionado con un hecho real, me acerco al texto y a la melancolía, como tú bien dices, al recuerdo de mis abuelos y sus caballos en el campo. Luego están los audios de mi abuela evocando sus recuerdos de los caballos. En el performancetrabajo con máscaras de artistas plásticos invitados, con rituales de improvisación y limpieza espiritual, y con mucho de lo festivo que hay en celebrar un recuerdo ajeno.
Algo que me sucedió en la presentación de Equus en la Bienal de la Habana, en el marco de Declaración Improducible, fue que me tomé unos tragos un rato antes de comenzar el performance, y al principio me sentía confundido, lejos de casa y solo, y comencé a improvisar un orden sobre la base de los materiales sonoros que tenía preparados: mezclaba los audios de mi abuela con música bailable y les untaba cascarilla encima a los asistentes; lo que debía durar media hora se extendió por cuatro horas, yo no tenía control, era una bacanal…
Tú sabes que tuvimos que parar, porque ya comenzaban los excesos de entusiasmo…
Marien Fernández Castillo
Fue interesante cómo Leonardo Donado, que estuvo invitado a impartir un taller de arte sonoro, se refería al performance Equus como una experiencia desbordada, en el exceso. Coincido totalmente con él. Sin embargo, sentí que “estabas” en “otro tiempo” en el proceso que llevaste a finales del 2019 en Las Impuras. Unidad de contagio, última edición de Inservi. Residencia de creación, coordinado por el LEES. Me atrevo a afirmar que tu trabajo, desde las artes vivas, están atravesadas por esta plataforma. ¿Qué ha significado para ti el LEES?
En esta última etapa de trabajo (me refiero a los últimos años), si he tenido la posibilidad de crear y conectarme con el arte, es gracias al LEES. Con el LEES he incorporado a mi práctica artística conceptos como biodrama, ciudad imposible, aklikaché, inservi, improducible, instalación, pensamiento sobre la danza, ritual, conmoción…
Con el equipo del LEES (que coordinan las teatrólogas e investigadoras Yohayna Hernández González, Marta María Borrás, Dianelis Diéguez y Martha Luisa Hernández Cadenas), además de muchos otros artistas incluidos en sus acciones, he conocido profesores foráneos de excelencia, he recorrido lugares como Bauta, Ciego de Ávila, La Habana, el Hanabanilla, San José del Lago. Con el LEES he tenido un intenso intercambio epistolar durante los preparativos de cada actividad y taller, y luego en el repaso de las acciones llevadas a cabo.
Es con esta plataforma que vuelvo a México, con la obra Así quiero. La familia como teatro, para participar en un encuentro de artes vivas en el Museo Internacional del Chopo, en agosto de 2018. En ese intercambio, participé como maestro consultante de arte durante una semana en la Universidad Autónoma de México.
Quisiera hacer aquí un reconocimiento muy sincero al LEES, a sus gestoras y a todos los artistas que han estado y están vinculados a este espacio. A mí me ha marcado profundamente como creador, en el pensar de mis acciones, en mis conceptos y futuras proyecciones.
Llevamos algún tiempo conversando, cavilando y celebrando La masacre de las palabras. El poemario me removió tanto como Penélope aserrando televiché, y me pareció una bellísima idea de Lester Álvarez la invitación a formar parte de su proyecto editorial independiente, pensando el cuaderno en relación con las ilustraciones de Julio Llópiz-Casal. ¿Cómo describirías el proceso editorial? ¿Te sorprendiste?
Por una invitación del LEES a La Habana, conocí a quien es ahora mi amigo: el artista plástico Nelson Jalil Sardiñas. Fue en el Arenal, una noche muy linda. Él me puso en contacto con el director de La Maleza, Lester Álvarez; nosotros éramos amigos desde que estudiábamos en el ISA, yo siempre sentí mucho cariño y admiración por él. Luego de intensos meses de diálogo, decidimos apostar por La masacre de las palabras.
Ha sido un proceso muy fuerte, pues todo el equipo ha estado haciendo su labor desde lugares lejanos, y algunos ni siquiera nos conocemos. El prólogo es tuyo, y tu trabajo de edición fue exquisito y muy profesional, con infinidad de propuestas que hicieron crecer el libro; así como las ilustraciones de Julio Llópiz-Casal, con quien hablaba desde que era estudiante y que me sorprendió con ilustraciones llenas de alevosía simbólica.
Que Lester Álvarez me invitara a participar de su proyecto editorial La Maleza, más que sorpresa es un honor. El libro ya respira tinta y algunos amigos lo han leído y hasta algún cantante de hip hop ya canta alguno de los poemas.
Sí, es una sorpresa de mucha belleza poder trabajar con amigos embebiéndonos en poesía. Pienso que de no haber sido por Lester Álvarez y La Maleza, quizás este libro nunca hubiera salido de la sombras.
¿Con qué masacres se encontrará el lector en las páginas del libro?
Eso lo dejo a los lectores. No es bueno para un escritor hablar tanto de sus textos, pues luego leen lo que quiere el escritor, y no precisamente lo que se ha escrito. Recomiendo el prólogo que tiene el libro, que es un estudio muy exhaustivo y que a mí me causó mucha sorpresa.
Para no dejar tu pregunta sin contestar te diré que son poemas nocturnos, vampíricos, donde hay muchas alusiones al sexo anal, a la saliva, al trapicheo de sombras. Es un libro de juventud, escrito bajo los efectos del licor y reescrito bajo los efectos de la disciplina literaria.
Me sacuden el saliveo que produce el deseo, aquello que obsesiona al poeta cuando se cuestiona el sentido del arte, el lexema y el morfema. En un fragmento del poema que da título al libro, se lee: “No creas en el supuesto arte que teje mi escritura, / no creas más que una vulgar muerte, / en esta guerra alguna cosa tiene sentido”. ¿Podrías hablarme de ese anhelo de sentido en la muerte?
Aquí se habla de una muerte que no es la física, ni la del cuerpo, ni la del plano animal que somos con nuestro miedo a Thánatos, el cual es infalible y a todos llegará. No se trata tampoco de una muerte que dará una trascendencia al poeta, ni siquiera es una idea de suicidio progresivo.
De lo que habla este libro es más bien de una muerte simbólica, una muerte del día a día por la añoranza de un futuro. Y no quiero se entienda como un juego complicado de palabras: es una muerte en vida, es una muerte de las utopías y de la inocencia del niño que hay en mí, un niño que trata de sobrevivir en esa poesía, pero el devenir aniquila su inocencia y esa es su muerte: una muerte en vida de la utopía. Y hasta de la poesía como utopía.
Me fascinan las voces y sujetos que regurgitan en el libro: “Es allí donde el yos-castor / más avezado en el ronroneo de la piña, / en el majá de Santa María o de su sijú de turno / debe añadir materiales de forma continua / al dique de la Vida”. A partir del Yos-castor, ¿podrías hablarme de los personajes míticos, clásicos, históricos, críticos, que, “yoscastorianamente”, desgarran las palabras en el poemario?
Yo nunca he concebido personajes, en el teatro o en la poesía; no se me llegan a completar con una psicología definida, con una identidad o un objetivo a alcanzar. Creo que esto es precisamente lo que hace limitada la vida: imponerle un objetivo claro. Por eso no he sido pragmático en mis decisiones, y en casi todo me he quedado en una nebulosa, y esta pudiera ser la palabra: cada una de estas “nebulosas” son “nociones”, “atmósferas” culturales, o fonológicas, o morfológicas del lenguaje. Ninguna implica un objetivo en sí misma.
Están los arquetipos, o ideas fijas que se conectan en el imaginario, pero no son personajes como los entiende el teatro o la literatura. Lo que escribo no lo entiendo como texto blando, y sí como “textralidad”: ese concepto que aún sigo explorando y que me ha traído bastantes dolores de cabeza, tanto a lo interno como a lo externo social.
Prefiero que cada lector/espectador psiquíco/existencial/energético haga un viaje de marquetería ficcional con la lectura/huevario de este libro; y si lo que hacen, al final es una descarga de amigos donde cantarán los poemas o textralizarán: con eso estaré más encantado. No me atrevo a decir qué encontrarán; todavía es un enigma saber qué ficciones me han dominado al escribirlo.
De la textralidad, prevalece siempre la obsesión por el cuerpo, la relación con el cuerpo que radicaliza el lenguaje. En La masacre… están los pliegues de “las vaginas de látex”, la lúdica de los fluidos y la violencia; muchas de las referencias me hicieron pensar en Jean-Luc Nancy y sus indicios sobre el cuerpo. ¿Cómo definirías el cuerpo en tu escritura? ¿Qué cuerpo encontrarán en La masacre…?
Te voy a hablar del cuerpo en mi escritura. Desde niño, mi salud no ha sido buena, he tenido varios problemas de salud, y luego en mi juventud he cometido excesos, por lo que la relación con mi cuerpo ha estado en una zona de límite. Veo el cuerpo como algo que no es aliado del alma, de los sentimientos, ni siquiera de la misma escritura. El cuerpo es como una bolsa que no siempre se expresa acorde al alma.
Yo siempre he sido de amoríos, y también he sido rechazado por no tener un cuerpo bello, pues como sabes soy bajo de estatura y un tanto desproporcionado. El cuerpo de mi poesía y de mi teatro es un cuerpo que busca ser otro cuerpo, pero que no quiere salir de ese deseo. Es cuerpo que quiere salir ileso de la batalla, pero sabe que no lo logrará.
He leído varios manuales de Anatomía, y siempre he tenido muy presente las clases de Neurobiología y Farmacología de mis estudios de Psicología clínica en la Universidad de las Villas; de ahí también que en mi poesía haya tanta alusión a enfermedades, vísceras y medicamentos, pues esta era una de mis lecciones preferidas.
Creo que el cuerpo se reconstruye nuevamente durante el sueño, y que el cuerpo es una metáfora viva del lenguaje. También he leído la teoría de que las palabras vienen grabadas en el código genético desde la misma fecundación, pero creo que sería aburrido meter una descarga de eso aquí. Por demás, creo que las palabras son también corpóreas y vienen heredadas del cuerpo material. Así podrían verse un poco estos versos: corporales.
Las palabras son absolutamente corpóreas y tu cuerpo es bello, Marien. Pienso en lo queer y en lo zoomórfico, en la pura locura, la pura excitación y la pura compulsión. Pienso en los cuerpos que forman parte de tu poética performática: tu abuela en El pescado de la suerte, en Así quiero. La familia como teatro; tu padre, tu madrastra, tu boda en Barcelona, en la habitación de un hotel en el Hanabanilla… Lo autobiográfico (atravesado por la precariedad, lo rural, la emigración y el amor) ha afectado esa dimensión del cuerpo performativo. ¿Cómo esa “identidad” sexo-disidente determina lo autotemático en tu trabajo?
Me imagino que lo que somos es tan dinámico que quizás eso que llamamos identidad sea otra ficción: continuamente mueren millones de células, millones de enfermedades entran a nuestro interior en el agua bebida, eventos microscópicos que el cuerpo debe combatir, miles de energías que se descomponen por los alimentos que ingerimos.
No creo que haya en mí una identidad sexo-disidente; tampoco creo que lo que he hecho sea tan autotemático. Yo lo llamaría más bien una expresión humana “aplómana”. Ha sido tan real como la ficción de creer que uno es alguien autónomo, y la contradicción del “yo” con su medio. Creo que aquí me pudiera extender un poco en filosofía, pero ya lo he dicho: no quiero ser un pedante ni tampoco tengo tiempo.
He trabajado con el concepto de materiales y el hábito de redondearlos a un lugar determinado, con el fin de poner cierto orden al caos que es toda existencia. Y he encontrado las palabras, los amigos, el espacio y los cuerpos, como formas de interactuar en ese caos, pero buscando la alegría de encontrar cierto orden relativo.
Marien Fernández Castillo
Me alegró muchísimo que formaras parte de los dramaturgos que versionamos Orlando, de Virginia Woolf, para un montaje de Carlos Díaz y Teatro El Público. ¿Cuán importante es esa experiencia y cómo ves tu relación con el teatro cubano?
Es un gran enigma verme representado por este director tan experimentado y tan reconocido en Cuba y el mundo; pudiera decir que es mi mayor honor en el teatro, pero prefiero quedarme con la idea del enigma. El misterio siempre se disfruta más.
El libro original fue difícil de conseguir. Lo encontré en un pueblito llamado Narcisa donde había un central azucarero y solo quedaba la biblioteca y hacía años nadie iba a buscar un libro. A Carlos Díaz lo he visto solo una vez: bromeamos mirando una foto de Virgilio Piñera y me regaló una botella de licor. Veremos qué pasa con este proyecto al que me he dejado arrastrar pensando en la aventura de llegar a escena.
Fuera de este caso excepcional, mi relación con el teatro cubano, o lo que se entiende como sacrosanto Teatro Cubano, es nula. Y no precisamente porque lo haya elegido yo.
Me gustaría que esta entrevista contara con un archivo sonoro, para que tu voz erotice del mismo modo que en WhatsApp, cuando me hablas desde Yaguajay. ¿Puede ser tu última canción?
“El camello que llora”, por Marien Fernández Castillo.
Marien Fernández Castillo
“… para ser propio, el cuerpo debe ser extraño, y así encontrarse apropiado”.
Jean-Luc Nancy, 58 indicios sobre el cuerpo.
A mí nadie me escribe
No hay una única forma de lucha feminista. No hay ninguna florecita del día de la mujer, de la FMC, de lo que sea, que yo asocie al feminismo. Como mismo no asocio menstruación, vulva o clítoris, al feminismo. Las feministas, la única cabeza que compartimos son las cabezas de las muertas.