Estoy en un lugar completamente sinsentido

Me informan que se suspende la residencia de escritura que haría en junio, en Croacia (no es necesario reiterar la razón obvia de esa suspensión). 

El correo es formal, y yo no puedo leerlo sin sentirme confundida. La verdad es que ni lo había pensado: es intrascendente estar o no estar allí; estaba olvidada la beca, la primavera, el deseo de que tradujeran mis poemas al croata; ya eso no existía para mí.

Tantas cosas de las que ocuparse: dolores, deseos, inestables movimientos de las articulaciones para lidiar con todo esto. Tantas fallas, angustias, y a la vez revelaciones, percepciones de la pandemia que van desde lo científico hasta la intimidad de una lavadora en Italia o una hermana en Brasil. Estos atisbos de cercanía se quedan en un coro de voces registradas por ediciones sinsentido

La verdad es que debiera responder al correo, aclarando algo: “Obvio, ¿quién quisiera escribir ahora esa novela tan lejos? ¿El lujo de una beca? ¿Ahora? ¿Una novela? ¿Writer’s House? ¿En serio? Estén tranquilos, cuídense… ¿Cómo se dice nasobuco en croata?”.

Y otra noche pasa, más tranquila que ayer porque hoy no vi una película de Larry Clark, así que interrumpo la escritura de algo (inútil) que pareciera ser una novela. Siento que lo verdaderamente importante sucede a las 9 p.m. (mañana se repetirá el aplauso a los médicos cubanos) y justo por eso, ahora, no sé cómo responder al correo que no dice lo esencial:

“Cuídate, mima, escritora joven de Cuba. Cuídate, que estamos jodidos como todo el mundo”. 

Palabras claves para responder a los croatas: loneliness, isolation, resistance, affections, kinship, island

Palabras claves para definir mi relación con el libro Sopa de Wuhan (título súper racista): capitalismo, socialismo, pandemia, orden. 

Una boca abierta tragando el final, un final tragándonos desde la glotis. Todos saben, entre todos, que hay un cambio.

Yo sigo obsesionada con los pulmones.

Que se componga, me digo a mí misma. Yo, que siempre tuve una relación fallida con el futuro, veo como esa imagen distópica en mí ahora empieza a transformarse en otra cosa, y pido una reconfiguración, otra composición. 

Mi idea de futuro empieza a transformarse en un deseo infantil y esperanzador que se articula en todas partes: me aferro a esto como la mala hierba se aferra a la baranda de madera en la casa de una señora sola. 

Mi tía Idania cose nasobucos, y me entran tremendas ganas de llorar por ese gesto tan sencillo que no será publicitado. Los padres envejecidos de alguien se sientan en el sillón y aseguran: “Habrá un futuro para nosotros”, y esa frase me frena, momentáneamente, toda la angustia. La frase es una especie de justicia adivinatoria para que yo renuncie a mi sadomasoquismo de piruette.

Estar sin angustia es casi el milagro de estos días. 

En The Smell of Us, la película de Larry Clark, lo más perturbador es la soledad como sistema: la gran soledad de los adolescentes skaters me confirmaba, fotográficamente, lo pérfido que es el mundo que hemos creado persiguiendo una sensación de belleza (pude decir: esperanza).

Cuando releo Archivo, de Jorge Enrique Lage (porque quiero escribir una reseña acerca de esa novela performativa que Editorial Hypermedia va a reeditar este año, para nuestra fortuna), recuerdo algo banal justo ahora, una verdad de Perogrullo, algo así como que las sensaciones más fuertes son las sensaciones que se instauran en el pasado (nunca es más feliz el sexo presente que cuando estalla microscópicamente como la primera vez). 

Ante Archivo siento algo de perplejidad y asombro por varias razones; la autorreferencialidad, la premonición, la invasión del espacio público:

“El marabú creciendo en las calles, las aceras, los parques. El marabú golpeando las paredes, asomándose en las ventanas de las casas. Dimensiones superpuestas. 

El marabú entre la gente: toda esa gente transitando sin saberlo entre la maraña de espinas invisibles”. 

Voy a quedarme con esa invasión resonándome en los pulmones durante muchos días. Aunque en mi reseña no me refiero a esto, ahora estoy detenida en esta extenuante irrupción sobre la vida. 

Voy a pasar horas pensando en la morfología del marabú como si eso me explicase el mundo (y me ayudase a releer esa novela impresionante) mientras busco sobrevivir a la angustia común.

He llegado a hacer cuatro cosas diferentes al mismo tiempo. Debe ser una habilidad desarrollada en los chats colectivos de WhatsApp: la necesidad de interconectar una publicación, un comentario o una foto, con una apreciación sensible del mundo (virtual) de los otros (virtuales) y con la propia imaginación, que empieza a sentirse como la mayor virtualidad de las realidades.

La virtualidad es como el marabú, supongo. 

Facebook es como la angustia. Extrema.

La trivialidad de mis reflexiones, ahora, quizás se asocie a que pienso en el efecto del virus como algo que engarrota el cerebro y el espíritu (si solo se vive en las redes sociales), o que evidencia que la supervivencia es la palabra clave de los privilegios (la familia pobre, pobrísima, que no tiene ni ventanas, ni televisor, ni dinero para comprar comida, en Cuba, en todo el mundo; la que no va a enterarse nunca de este Puchero o de la filosofía/ruleta de predicciones reunidas en el libro Sopa de Wuhan). 

La escritura es como la angustia también. A veces, tan afásica que es capaz de hacer un bien mayor para el lector que para el escritor.

Ante el futuro que me gustaría, ¿no será demasiado trivial e innecesario todo esto? La afasia, ¿no es en sí misma la verdadera posibilidad de futuro?

No pensaba en la residencia de escritura en Croacia, pero pensaba en la esperanza, pensaba que mañana estaríamos juntos… ¿En eso pensaba?

Mi primo Adrián, de nueve años, acaba de decirme que Cuba no tiene misterios. Él es fanático a Yu-Gi-Oh y ahora está obsesionado con Egipto. Me dice que no hay misterios en Cuba, y yo, como si le hablara desde mis entrañas, le riposto: “Tú estás loco, Cuba está llena de misterios”. Así que pretendo contarle misterios cada noche, en una llamada telefónica. 

Tras la primera conversación, me dice: “Malú, trata de que los misterios sean más cortos”.

Y (a)corto, me digo: The Smell of Us puede resumirse en un hombre viejo chupándole los pies a un adolescente; en esta frase ya tienes una reflexión cortísima sobre la película de Larry Clark. 

Tienes que (a)cortar para ser más precisa, y que te llamen gusana o gusarapo o guaricandilla, y con estas palabras inventarle a mi primo un misterio que no tenga que ver con el odio y la pereza cerebral. También, quedarme con esas palabras resonando en mi Remington, y hacer gimnasia matutina en mi autoconfinamiento. 

Yo viajando a Croacia, y sintiéndome más enana de lo que ya soy. 

Ivana, mi amiga periodista croata, me dijo que en Croacia las personas son muy altas y que allí yo sería como una niña.

Me pregunto si me confundirían con una niña de nueve años.

Si tuviera nueve años, ¿cómo sería mi diario acerca de estos hechos?

En casa debo cocinar, preparar almuerzo y comida (lo cual requiere más imaginación que pensar la acción en la escritura). Como no tengo escritorio, voy de la mesa del comedor a la cocina, y pienso en lo obsesionada que estoy con Internet. Le debo mandar un giro a mi familia en Guantánamo, es lo primero que voy a hacer en abril: eso antes que una tarjeta de recarga. 

Ahora estoy calmada porque con mis ahorros le compré un televisor a mi madre (mientras lo escribo, acepto que soy otra patética publicista de sus privilegios, pero esta felicidad trivial suena en mi cabeza como un alegre son: “Lo único que tengo, ¿a quién mejor se lo puedo dar? / Lo único que tengo, ¿a quién puede ayudar?”). 

Mi madre se molesta conmigo. Las patas del televisor Atec, ensamblado en Cuba, no quedan estables, así que dice: “Lo mejor es el destornillador que esto trae en la caja”. El televisor tiene el decodificador integrado, pero: “Lo mejor es el destornillador”.

En estado de trivialidad expandida, me acuesto y sueño que mi madre saca el destornillador y abre el televisor. Imagino que dentro del televisor mi madre obtiene respuestas, no sobre la COVID-19 sino para ella, que pudo haber escrito un artículo interesante en Sopa de Wuhan: “Ese virus no puede hacerle más daño”. Mi mamá encuentra respuestas sobre el futuro misterioso de Cuba, y se las calla.

Se quedó sin ver las noticias porque no tenía televisor. Ahora se enterará del daño.

También sueño que mi mamá, mis hermanas y yo, y toda la gente que conozco, tenemos el virus. Sueño que nos vamos a morir.

Quien no haya soñado lo mismo, que me lo diga, que me lo escriba a WhatsApp.

Y de repente, despierto: un mensaje de Ariadna, una mujer trans que conocí el año pasado tras el paso del tornado por La Habana. Me dice que no ha ido nadie a pesquisar en Berroa. Me dice: “Seguimos abandonados, olvidados”. 

Ya despierta, veo las fotos de Carlos, el hombre de goma; su finca La Melissa desapareció tras un incendio. Nuestra llamada se corta (no espero nada de ETECSA, que irrespeta hasta ese momento entre Carlos y yo); lo último que escucho es: “Ya no tenemos nada”.

Al otro día me tomo una pastilla para dormir. La voz de mi madre es otra (ella tiene muchas voces; voces que utiliza para fingir, para amar, para odiarme, para colarse si han sacado pollo en Ánimas y Galiano). Ahora su voz es como un esperpento de carnaval: 

“Aquí estoy, mirando la televisión, tranquila, tranquila. Yo estoy bien. Llámame después que la novela se está acabando”.

Mi primo Adrián toca al piano una pieza de Lecuona. Le digo que quizás sea esa pieza lo más misterioso de Cuba. Se ríe. Le hablo del cuerpo de un héroe, de una obra de teatro, de las religiones. Se aprende la palabra sincretismo, le gusta. 

Voy a escribir, para Adrián y para Ana, una novela que me ayude a sanar después de todo esto: El libro de los primos (un título provisional). 

Veo una foto de Justin Pierce. Busco una foto de Lukas Ionesco. Las editoriales independientes me dicen que tengo que esquivar esas búsquedas triviales: han liberado libros y han organizado lecturas en vivo para todos (llego hasta las descargas de archivos epubsi ETECSA bajara los precios disfrutaría de otros placeres, pero la realidad es que no hay bolsillo que aguante). 

Sin embargo, lo más bello que leeré hoy será este mensaje de un amigo:

“Extrañándote. A mi manera. Y leyéndote todo.

La verdad sobrexcitado porque me escribieras, tú sabes que yo soy así de mongo. Me paralicé como una cabra. 

Estoy en un apartamento en las afueras de Valencia con mi hermana y mi sobrina. Llegué y el mismo día decretaron confinamiento. Estoy en un lugar completamente sin sentido”.

¿Cómo puede haber tanta belleza en la angustia de la escritura y el sinsentido? 

¿Cómo puede haber tanta belleza en esa lejanía que se desintegra rápidamente porque una sensación, microscópica, te pone al lado de los pulmones de alguien más? 

Esta columna tiene el aliento de mi lectura y escritura actuales. Escribo a ritmo “amoroso” de marabú: atropello, disgrego, fragmento, disperso… 

Mientras leía el correo formal con la notificación de que no habrá residencia de escritura en junio, también veía que el futuro no puede ser una abstracción, y que la COVID-19 es la evidencia plena de nuestra vulnerabilidad, pero también de nuestra creatividad para, rizomáticamente, amarnos. 

Lloro hasta que se me pasa la angustia, el miedo, y me queda un hueco en cada pulmón. Lloro después de leer “La conspiración de los perdedores”, la carta de Paul B. Preciado, la carta en la basura. Sueño con esa carta, y sueño con ser capaz de escribir una carta sobre el amor después de todo esto. 

Para El libro de los primos escribiré esa carta. Pero tendré que levantarme de la cama después de la enfermedad, sin culpar al virus, aprendiendo alguna cosa sobre el amor. 

El MINSAP acaba de dar el parte. 

Ya no soporto los chistes xenófobos y machistas, al menos de eso una puede librarse en Facebook. Me asomo al balcón. ¿Tendrá Croacia balcones? ¿Cuántos muertos? ¿Podré seguir escribiendo o me quedaré en silencio? 

¿No es mi afasia como “nueva epidemióloga” lo que me impide observar con objetividad todo esto? ¿No es mi adicción a responder y leer lo que me hace necesitar de ETECSA para estar “presente”? ¿No es nuestra existencia en el tiempo, en las palabras, en la literatura, el teatro, como esa carta de Paul B. Preciado?

Lo único que yo deseo es que esto pase. Y lo único que pienso es cómo recuperar el amor, más allá de lo romántico y lo trivial; qué encontrar para que nos sobreviva algo mejor que dos señoras gritándose horrores en la cola para comprar papel higiénico en 23 y 6. 

Que no sobreviva mi perfil de Facebook. Que pase esto y que el amor sea una prolongación de lo que la naturaleza expone: las ciudades solitarias carecen de sentido, ese sentido del habitar que ahora se trastoca en extinción, en desaparición. 

Nada sucede en línea recta: ni el contagio, ni las medidas de un gobierno, ni el amor, ni las películas o las grandes novelas releídas en cuarentena, ni la simplicidad de la vida miserable que nos toca, ni el poder de los machos, ni la culpa. La vida y los hechos son sinuosos como los pensamientos que van del comedor a la cocina; la única que lo tiene clarísimo es la naturaleza, en su supervivencia misteriosa, exenta de nuestra apreciación.

Lo primero que haré, en el futuro, será ayudar a los amigos que conocí en Berroa. Lo primero que haré, en el futuro, seráquedarme en un canal de Telegram que se llama ediciones sinsentido

La primera oración de mi carta de amor para El libro de los primos:

“Ana y Adrián,

Tenía mucho sentido decir que yo les amaba”.




Hoy quiero hablar de los pulmones - Martica Minipunto

Hoy quiero hablar de los pulmones

Martica Minipunto

Reclusión necesaria, cuarentena lógica. El método triunfalista del turismo en Cuba. No voy a dilapidar sobre lo obvio: ¿cómo podría paralizarse un país que subsiste como puede? ¿Cómo no entender que hay que cerrar la frontera para que el daño no sea peor?