Me crispa el silencio. Me crispa el silencio absoluto y su imposibilidad. Las ondas radiales que parecen silenciosas y no lo son. La microfonía inalámbrica que no se puede entrar al país porque interceptas la frecuencia de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y escuchas todas las operaciones policiales de la ciudad.
Un silencio crispante que me sofoca de noche y me pone cristalino el flujo menstrual. En Centro Habana suena Bajanda, de Chocolate MC, y una mujer le grita a su hija adolescente que no coma pinga, que la va a reventar a golpes si no le dice dónde estaba.
Aquí estoy yo, mirando al tránsfuga pararse con sigilo en la puerta de su brother y pasarle un cuchillo. Los brothers no hacen ningún ruido, se pasan un mensaje heroico con el objeto afilado, yo miro.
El silencio marino. El silencio radiactivo. Este silencio común en el que nos imagino a todos los de esta cuadra.
La escucha no se relaciona en absoluto con el silencio. Perseguir el silencio es lo único que me hace vivir, mi yunque y mi estribo se estimulan.
Miro desde esta ventana ese chorro de tanques desbordados y esa pared que se derrumba inmediatamente, una y otra vez, sobre esa mujer que tenía un nombre, seguro tenía un nombre, pero no me lo sé.
Alguien custodia un cine de noche. El tipo es joven, unos cuarenta, digamos, esa cara desencajada de todo y de todos es demasiado común. Vaguea, vagabundea dentro del cine, se mete en el baño a buscar en la basura los restos de algo, algún misterio que desentrañar en papeles sucios e íntimas descubiertas. Siempre encuentra ahí una historia demasiado común, como corresponde al baño de un cine que se limpia una vez por semana.
El custodio se contonea de un lado a otro, es el dueño de las lunetas y las columnas y la alfombra. Aunque no debería sentarse, se sienta, sube las piernas en los asientos delanteros recién restaurados por una inversión grande que firmó el presidente del ICAIC, y cuando descorre los telones comienza su western favorito.
A un tipo común y cuarentón no le interesan los westerns, pero yo imagino que sí, que le encanta este clavo y que su recepción del género es orgásmica.
El proyeccionista no se ha ido; el custodio y él están juntos esa noche, y uno de los dos es el único que lo sabe, pero lo olvida.
El proyeccionista es un anoréxico lindo, medio artista, hípster. No ha salido de la cabina de proyección. El custodio nunca sube las escaleras. Debería subir, pero sabe que a nadie se le va a ocurrir meterse en el cine a robar, así que prefiere vivir su película de misterio en el baño.
El proyeccionista está tirado en una esquina, se metió algo fuerte, mezcló quetamina y alcohol, creo que también se tomó dos pastillas de tramadol. No va a morirse por eso; está apagado, artísticamente hablando, está en esa esquina imaginándose un grafiti en tono Artaud y en grado “Homenaje a Basquiat”.
Está despierto, más despierto que nunca, y aunque el cuerpo le pide que se ponga a jugar con el DSP, el proyeccionista no tiene ganas; con esos dos monstruos rondándole en la cabeza su delirio no es torpe, su silencio es rico y su constitución anoréxica se diluye.
El proyeccionista se mira a sí mismo en este tránsito, se concentra en su constitución y en la melancolía con la que reposa en la sala de proyección. Le parece entonces que sus huesos aluden más a la quietud expresionista, y que eso también está bien para crear una revolución en el arte cubano, que le parece, sin vacilación, una farándula de gente miserable y copiadora.
En el cine hay una rata. La rata es más inteligente que el custodio y el proyeccionista juntos. Les ha pasado a ambos muy cerca de los pies, pero ellos siguen confiados en el silencio. La rata los observa pero está en lo suyo, en su dinámica de la madrugada. La rata es observadora y analítica con el compartimiento humano.
Detrás de la pantalla, rateando, juguetea con la trama de la película que el custodio imagina, la película que realmente es un clavo de Bollywood, porque eso es lo que hace que el custodio mantenga intacta una idea de felicidad y de control.
La rata está comiéndose algo bastante criticable, es un pedazo de madera que ha ido devorando en madrugadas con antojos como el de este miércoles.
Esta tarde la rata tragó carne de la buena; la madera es una meriendita maluca, que no puede roer en silencio aunque intente. Pero a quién le importa el impacto minúsculo de sus dientes de rata sobre la madera, si el proyeccionista escucha imaginariamente a Debussy, el custodio hace una mueca por la banda sonora en tempo Bollywood y nada interrumpe el estado de gracia de sus inoculados silencios.
La rata es la única que podría escribir entre astilla y astilla un libro titulado: Inocular el silencio de un país.
En el pasillo de salida de emergencia, dos cuarentones, gente normal, han escalado la reja con candado y silenciosamente se cagan de la risa por el vandalismo de edad avanzada que acaban de ejecutar. Se miran como en una película romántica, están sucios, no entiendo por qué, pero están bastante sucios. Se tiran uno encima del otro, se pasan la lengua por la cara, se pasan la lengua por el cuello, se pasan la lengua por los dedos, por las nalgas, los cordales y los calcañales. Se quedarán en ese lengüeteo silencioso hasta el amanecer.
La vecina del último piso del edificio que da a ese pasillo del cine, los mira y siente asco. Ella tiene trece años. La escena le hace pensar en su primo de Santiago de Cuba, que cuando vino hace tres años a la entrevista en la Embajada de Estados Unidos se quedó en su casa y una madrugada se metió en su cuarto para chuparle todo el cuerpo con su lengua áspera y sus dientes pegajosos.
Ella hizo silencio. Silencio. Silencio. Silencio.
Ella está despierta, como casi todas las madrugadas, caminando por la casa sin parpadear, sin tocar el suelo, sin acercarse a las paredes y sin abrir ninguna gaveta.
Ella vaga, vagabundea en el apartamento en el que vive con su abuela sorda, mira al pasillo del cine y siente asco de aquellos amantes humanos y animales que se juntan todas las noches para darse lengua.
Ella ya sabe que el custodio no va a hacer nada, está metido en su propia película.
Ella se enamoró de un proyeccionista anoréxico que le dijo: “No creo en el amor ni en el arte ni en las adolescentes de El Vedado. El día que tú sepas de Debussy, voy a mirarte. Las niñitas como tú me dan asco”.
Ella ha visto a una rata. La comprende. Es una rata inteligente como ella, que vive en silencio, porque esa es la única manera de sobrevivir.
Algún día, la rata y la adolescente se encontrarán y no será demasiado tarde para jugar al escondite insonoro de la pantalla del cine.
Los silenciosos sobreviven así: pican el ticket para el tren que sale de la estación 27 de Noviembre, venden coquito prieto, son insomnes, son trans, son papagayos con la lengua cortada, cuentan las monedas y van agarrados de la puerta en un P9 con olor a pudrición. He aprendido que en esta fábula de absoluto silencio no está pasando nada. Quizás el silencio sea una idea de inmovilidad que sostiene esta acción rodante. El puro silencio es mi idea de acción.
¿Qué pasa cuando no pasa nada y miramos al mundo en silenciosa aptitud? Aparentar una velocidad y un sonido que es irreal, seguir con la lógica ficticia de que los silenciosos se esfuman, son nada, no existen.
Centro Habana es la cosa más bulliciosa y apestosa que existe, aún así. Me quedo despierta y miro desde la ventana la belleza del silencio irrepresentable.
Porque la adolescente le responde a la madre: “No te voy a decir ni pinga dónde estaba”, y la madre le lanza algo, creo que le pega en la espalda, creo que le tira un adorno de porcelana que no es muy barato. Y el brother me mira desde la hendija de su casa sin que yo lo note: me está midiendo la vigilancia poética, que para él es únicamente vigilancia de tipo Comité de Defensa de la Revolución (CDR), de informante PNR.
Un día el brother va a cogerme a lo cortico y va a darme lengua de metal cortante en los oídos, así aprenderé a respetar el silencio de los otros. Cuando ya no pueda escuchar y este flujo inoculado de tristeza deje de fingir la rebelión silente, en mute, inmóvil.
Algo así como una sex tapeprofunda
Un amigo me recomienda que hable de sexo. Me dice: “En Hypermedia Magazine todos son machos, mira a ver…” ¿Se activará el mecanismo? ¿Algo se romperá?