Estaba sentada en el Parque Maceo con Lester, un adolescente fuerte que formó parte de una obra que hice el año pasado.
—¿Tú crees que a la gente le va a gustar la obra?
—No importa la gente, lo importante aquí eres tú.
—Yo nunca he sido importante.
A nuestros ensayos en la azotea de casa de mi papá, Lester llevaba su diario lleno de tachaduras. Arrancaba las páginas de su cuaderno: por rabia, por evadir el tiempo, por una irremediable desesperanza.
La agenda negra tenía las huellas de su furia, esa fuerza que define a Lester como un adolescente distinto a todos los adolescentes cubanos, como el adolescente más importante.
Mientras estaba cerca de él, siempre quise leer las páginas que faltaban, las perdidas, como quise leer la vida del niño suicida al final de La prueba, de Agota Kristof.
El deseo por lo que ha sido borrado es el deseo más puro.
—¿Qué puede hacer una obra de teatro?
—No pienses en una obra como el final de algo.
—¿Qué puede hacer una obra de teatro conmigo?
—Puede cambiar las cosas.
El proceso de Extintos. Aquí no vuelan mariposas, comenzó la tarde en la que Rogelio Orizondo me regaló Dibujos y poesías infantiles de Terezín, parada hacia la muerte 1942-1944.
Después de leerlo me acosté soñando con los pigmentos, los nombres y las palabras de los días en Terezín, el campo de concentración infantil durante la II Guerra Mundial al que enviaron alrededor de quince mil niños y sobrevivieron un centenar.
Cada dato del archivo respondía al efecto fehaciente del testamento del horror. Supuse que las páginas me convencían de hacer una obra de teatro sobre las formas del testamento, sobre cómo relatar la infancia, lo vivido y lo perdido.
Pensé en Didi Huberman y su cuestionamiento sobre el archivo como prueba. ¿Qué significa para uno ser testigo de su propia vida? ¿Qué quisiera dejar como testamento? ¿Qué hacer con un archivo de infancia perdida que se nos aparecía como inspiración?
Los niños muertos en Terezín o muertos después de ser trasladados a Auschwitz o muertos para mí al memorizar sus firmas, dejaron esa huella para que recordáramos el miedo. Porque Dibujos y poesías infantiles… es un ensayo macabro sobre el terror que acciona lo definitivo.
Yo imaginaba el momento en el que los niños de los hogares L 318 o L 417 tomaban los crayones; podía oler el ambiente, la certeza:
“[…] cuando el mundo del hambre y del miedo, del espanto, casi nos parece un relato demasiado cruel sobre ogros descomunales, fieras o caníbales. Dibujos y poesías es todo lo que quedó de estos niños. Sus cenizas desaparecieron en los campos de concentración de Auschwitz”.[1]
Invité a esta obra al rapero René, El Elokuente; a la alfabetizadora comprometida, Daisy; y a la cantante de ópera china, Caridad. Aunque quienes ensayábamos diariamente éramos Lester, mi primo Adrián y yo. Se trataba de una obra conectada con las prácticas del teatro documental, y por eso estaría programada en Documenta Sur.[2]
Mi idea era estrenar la pieza en el edificio Altamira, cerca del Hotel Nacional. Quería hacer una proyección en vivo, y había pensado algunos dispositivos y entradas que conectaran el garaje y la azotea del edificio con la galería que está ubicada en la entrada. Hoy no puedo aclararme por qué estaba tan segura de que la obra sucedería ahí, cuando la realidad era que ahí no podía ser.
Yo pronunciaba Terezín, hablaba del testamento de un adolescente de 14 años que quería una vida mejor para su mamá, mencionaba el miedo, la idea de un testamento de la infancia, la alfabetizadora feliz, la cantante de ópera olvidada… y la cosa se ponía extraña, se puso extraña en Altamira y en los otros dos lugares a los que acudí con el proyecto.
Al menos en esos otros dos espacios fueron mucho más específicos para decirme que no.
—No creo que sea bueno que el rapero dé un concierto en vivo. Imagínate…
—Serán pocos temas, tres canciones cortas, al final.
—¿Tienes las letras de esas canciones?
—Una dice: “Mientras más conozco al hombre, más quiero a mi perro”. Las letras de El Elokuente son buenísimas.
—Pero, a ver, ¿qué tiene que ver eso con lo de los niños judíos? ¿Y lo de la Campaña de Alfabetización? ¿Y la cantante de ópera china? No sé, es que… Imagínate, si se pone a improvisar… ¿Cómo tú piensas controlar eso?
—La idea es ensayar el testamento desde diferentes generaciones, a partir de sucesos épicos que protagonizaron siendo niños. Él no va a improvisar nada, yo te puedo dejar el disco y me dices. La obra va sobre cómo relatar la infancia, sobre lo que queda, sobre lo que cada uno salva de ese momento…
—Bueno, pero aquí yo no veo eso, aquí eso no se puede hacer… Y está andando lo del Decreto ese… el 349, ¿no? No sé… A los vecinos no les conviene mucho. Si te digo que no, es por los vecinos.
Documenta Sur tenía como sede el Taller Chullima, espacio del artista cubano Wilfredo Prieto. Podía haberme buscado un teatro, una sala convencional con una técnica mínima; pero no, yo no quería un teatro.
Allí, en Chullima, en medio de la oxidación del astillero abierto para la colaboración, le pedí a Lester, a Adrián, a El Elokuente, a Daisy y a Caridad que pusieran sus cuerpos. Con esa decisión todo se transformó radicalmente.
El Elokuente es un artista con una escritura muy personal y un ávido lector de Nietzsche. Conversamos sobre sus frustraciones y su idea del futuro (él está más cerca de mi generación, y nuestras frustraciones son las mismas). En un recorrido desde el Puente de Hierro a Chullima, concebido cinematográficamente por Joanna Montero, El Elokuente visitaba el parque de diversiones, encontraba objetos y fotos de su familia, diapositivas rusas de Praga después de la II Guerra Mundial y un gorrión muerto.
Cuando El Elokuente entró a Chullima, parecía que el viaje se había desarrollado en vivo (entonces no existían los datos móviles y esto era para mí algo revolucionario). Cuando empezó a cantar sus temas, los backgrounds no se escucharon. Lo asumí como un accidente, como una avería que desajustaba todo.
Daisy enseñaba a los niños el álbum de la Campaña de Alfabetización. En una foto ella aparecía montando bicicleta con otras adolescentes alfabetizadoras. Le pedí a Daisy que les contara a Lester y a Adrián aquello que no se describe épicamente.
—¿Por qué iría una adolescente a enseñar a leer y a escribir en el campo?
—Porque la Revolución necesitaba de mí, y yo necesitaba de ella.
Mencionó los nombres de aquellos a quienes les enseñó el alfabeto, les habló de la comisura de sus labios, de la bondad del desayuno y de lo difícil que era enseñarles a coger el lápiz con la mano. Habló de la fotografía donde sale pedaleando, de los trenes de regreso a La Habana, del jarrito metálico que le regalaron.
Caridad, la cantante de ópera, no pudo ir porque la querían sacar de su casa, un cuartico del Barrio Chino del que no era propietaria.
—Martica, si bajo las escaleras me muero. Yo hoy no puedo. No puedo ir a esa actividad.
—Caridad, ¿quieres que te ayude en algo? Voy a verte ahora mismo, te subo lo que necesites…
—Olvídate de eso, Martica, no hay ayuda que valga. Haz tu obra. Que quede bien.
Ahora pienso que Lester tenía razón: yo quería hacer mi obra porque pensaba que eso nos salvaría de algo, pensaba que nos ahorraría el fracaso, suponía que la idea de la obra tenía una función.
Pienso en mi primo Adrián, que quiere construir robots cuando sea grande. Desde que tiene dos años ha mirado con sus ojos enormes la pantalla de mi móvil. En un plano secuencia en el que aparecemos jugando en el pasillo de la casa, sus dos ojos me miran fijo y, en off, dice:
—Quiero ser un transformer. Quiero ser feliz. Quiero que mi mamá siempre sea feliz.
Mi primo Adrián, de siete años, leía el poema “Terezín”. El poema que escribió Hanuš Hachenburg. Escogió ese poema porque le costaba leerlo. Me dijo que este fragmento no le entristecía:
“Los 30.000 cuya vida duerme / despertarán, un día, en los bosques / y cuando sus ojos bien abiertos / lo comprendan todo, / se dormirán de nuevo…”.
En el Parque Maceo aconteció Extintos…, durante un ensayo con Lester y Adrián. Al fondo el Malecón desbordado, un borracho entre la hierba, unos novios apretando, el sol achicharrándonos el lomo, nosotros mirándonos… El verdadero acontecimiento en nosotros: chicharrones teatrales, náufragos, ajenos, refritos, niños perdidos en una ciudad escenario que no quiere ser espectadora de nada. Mi primo Adrián diciéndome bajito:
—Ya tengo un amigo y se llama Lester. Lester me acaba de enseñar a dar patadas al estilo Yu-Gi-Ho. Lester me acaba de decir que es mi hermano.
¿Los procesos teatrales no se parecen a las obras de teatro? ¿Las obras de teatro no se parecen a uno? ¿Uno mismo no se parece a nada?
¿Debí presentar esta obra en la azotea de casa de mi papá? ¿En el Parque Maceo, entre la hierba? ¿Debí leer “Terezín” y sufrir por Terezín a solas, hacer algo “auténtico” como escribir un poemario, redactar esta columna, hacer pucheros? ¿Debió existir este libro para que mi primo Adrián aprendiera a defenderse?
El día que se estrenó Extintos… cayó un aguacero tremendo; los espectadores devoraron unas tartaletas de coco y guayaba que compré con parte del presupuesto, y quedaron atrapados hasta mucho después de la presentación.
Además de las tartaletas, la gente también se entusiasmó mucho con un libro de ediciones sinsentido, el sello independiente que fundamos Rogelio Orizondo y yo[3]: un libro dentro de una caja de fósforos, un libro que hablaba sobre Dibujos y poemas infantiles… y sobre por qué estaban reunidos Adrián, Lester, El Elokuente, Daisy y Caridad.
La mamá de Lester se acercaba para abrazarme. En la documentación de la obra, la mamá de Lester aparece en todos los planos. Con la diminuta pantalla de su móvil registró a su modo la hazaña del hijo, el adolescente rapero, informático, atleta, y ahora performer. Una mamá que se mueve con una destreza increíble, hace primerísimos planos, paneos, dollys, coreografía la obra y sabe cómo mirar.
No creo que Lester se equivoque mucho; no se equivoca en sus diarios, ni mirando desde su ventana el horizonte: azoteas, tanques de agua, criaderos de palomas, el Malecón. En su casa, un cuartico en el que siempre fui recibida con meriendas contra la fatiga, Lester tiene lo necesario para ser, en un futuro, rapero, informático y atleta. Su madre limpia cuatro casas y le garantiza que tenga una laptop y hasta una tarjeta de video nueva.
A lo mejor debí irme con su mamá a limpiar una de esas casas y no entusiasmarme con él, ni con las páginas de Terezín, ni con un libro en una caja de fósforos.
Quizás la pregunta no estaba ni en la obra, ni en el archivo, ni en la sobrevivencia de los testamentos. Quizás la pregunta de esta obra sobre la extinción estaba en la mamá que sonreía cuando me escuchaba decir:
—Lester tiene futuro en lo que sea.
El teatro se olvida del suelo sucio y pegajoso, del dinero que invierte una madre pobre para darle a su hijo un móvil, unos zapatos, una laptop, un plato de comida y un futuro.
El teatro acepta que no puede estar seguro de nada, ni de un cambio político, ni del estómago de un adolescente en pleno desarrollo.
El teatro no se ocupa de la fatiga que padece esa madre para conseguir alimento, y de lo ricas que son las meriendas que le prepara a una artista joven y prometedora. Pero el teatro debería ocuparse del fracaso, porque es únicamente ahí donde experimenta la vida.
Cuando una madre filma a su hijo sudando en Chullima, siente que le está haciendo bien al mundo, que está quitándole la tristeza y el susto a su hijo, que lo está salvando de la realidad, del abismo que él recrea en sus diarios.
Si el teatro sirve para algo, sirve para ese único momento.
Mi educación sentimental no está adaptada a la pérdida. Es por eso que tengo tendencia a la tristeza. Los niños de Terezín retumban en mi cerebro con sus crayolas en un revoloteo de mariposas que no cambia ni la pobreza de Lester, ni el apoyo que recibí para producir esta obra de teatro documental.
Decir que hago teatro es un privilegio. Decir que nunca he limpiado casas para sobrevivir es una arrogancia tremenda.
Yo no sé de qué voy a vivir en los próximos diez años; probablemente debí ser rapera o informática, o ingeniera mecánica, o dedicarme en serio a la música y dar conciertos. Tal vez deba cobrar la entrada al astillero, revender las tartaletas, subastar las cajas de fósforos de la editorial independiente. Estoy segura de que la tristeza no me va a dejar prosperar y tengo que pensar en cómo mantener a mi madre, que no limpia casas ni trabaja, porque está enferma.
¿Cómo se limpia una casa?
Ese día en el Parque Maceo debí decirle a Lester la verdad: yo estaba deslumbrada por él, porque saca buenas notas en Matemática y hace los mandados de varias libretas en Centro Habana. Porque se mueve con destreza cargando las jabas llenas de arroz, jabas que a veces se revientan a la entrada de su cuartico y perforan el suelo del solar, que nunca dejará de estar en peligro de derrumbe.
Porque quiero hablar aquí de él, que oculta una carpeta con pornografía hentai y es amigo de un viejo y se tira de todas las alturas que encuentra porque ve videos en YouTube de adolescentes lanzándose de puentes y balcones. Quiero hablar de sus diarios imposibles y de todo lo que regaló a mi primo Adrián, a pesar de que mi primo Adrián no necesitaba nada.
Quería hablar de él, que ama a su mamá con unas palabras que no existen en el vocabulario de ningún adolescente cubano que yo haya conocido antes. Quería hablar de sus puños cerrados, los puños con los que se pega en el pecho. Lo veo golpeando la escalera de madera de su barbacoa, escribiendo su diario con las astillas y el comején.
Lester, el adolescente fuerte, a veces necesita sentir que ha roto algo.
—Yo no tengo nada que dejar en mi testamento.
—¿Tienes algún deseo?
—Bueno, salir de este lugar y comprarle un colchón mejor a mi mamá.
Escribo sobre esta obra porque ya no existe. Si no la nombro, no existe. Si no la escribo en Pucheros, no sucede.
Si alguien no recuerda Documenta Sur, si alguien no conserva la caja de fósforos, todo sería mucho más sencillo, como una tartaleta que te tragas de un bocado.
¿Durante cuánto tiempo existen las obras de teatro? ¿Cuánto tiempo existe el teatro? ¿Cuánto tiempo me van a durar el teatro y la tristeza? ¿Cuánto puede seguir sucediendo aquello que se ha experimentado si alguien lo lee? ¿Cuántas veces sucede Terezín?
Muchas horas de trabajo resumidas en dos ensayos abiertos en la sala de mi casa y el estreno en Taller Chullima. Lester no se dedicará al teatro. Solo alguien como yo, tan ajena al cubo, al detergente, al cloro, a la colcha rajándome las manos, a la losa de la casa de un extraño que paga entre 2 y 5 cuc, solo yo podría darle trascendencia al momento en que Lester me dice que Extintos… le quitó el miedo.
Imagino que estoy en Chullima. Llega el motor de un barco averiado, llega la estatua de Antonio Maceo averiada, llega mi primito Adrián y me da un abrazo. Imagino a El Elokuente cantando a oscuras en el astillero, imagino su voz tan averiada como nuestros sueños sin futuro y sin hijos y sin huellas.
Imagino a El Elokuente sin voz. Imagino las averías en el cuerpo de Daisy y en el cuerpo de Caridad. Terezín no existe. Nosotros tampoco.
Imagino que a la mamá de Lester no se le rajan las vértebras de tanto trabajo esclavo, y que la cervical soporta durante siglos la agonía del domingo cuando lava a mano. Su cóccix partido, doliente; su cóccix que no se queja. Si Lester es fuerte, ella tiene que ser más fuerte.
Estoy en Chullima y llueve, qué miedo estar aquí tan sola. Acabo de recordar que tengo que regalarle algo a Lester, porque cumplió 15 años. Acabo de pedir un deseo encendiendo un fósforo. Me quemo, no duele, en realidad no duele:
Deseo que mi mamá sea feliz
que tenga un colchón suave
que se enamore otra vez
que no padezca de epilepsia
otro futuro para la mamá de Lester
que Lester sepa todo lo importante que es
otro teatro
otro sol
otra idea sobre cómo imaginar una obra
libertad
otra libertad
otra otra libertad
para Lester
para Adrián
para El Elokuente
para Daisy
para Caridad
para los niños poetas y dibujantes de Terezín.
Notas:
[1] Volavsková, Hana (ed.): Dibujos y poesías infantiles de Terezín, parada hacia la muerte 1942-1944, Státni židovské muzeum v Praze, Editada por Orbis, Praga, 1962.
[2] Documenta Sur es un proyecto del Laboratorio Escénico de Experimentación Social, LEES. Dentro del quehacer de la plataforma, que constituye un espacio para la imaginación, los procesos y el ensayo de las artes vivas en Cuba, Documenta Sur es una de sus zonas de trabajo más definitorias, y se dedica a potenciar investigaciones interdisciplinares, que parten del trabajo con documentos no ficcionales. La edición del 2018, incluía un taller con la filósofa y creadora Adriana Urrea (Mapa Teatro), un encuentro de curadores internacionales y las piezas Extintos. Aquí no vuelan mariposas, y I love Havana, de José Ramón Hernández (Osikán. Plataforma Escénica Experimental).
[3] Ediciones sinsentido es un proyecto editorial independiente cubano, que visibiliza autorías signadas por la experimentación de lenguaje. Divulgar textos, provocaciones para el cuerpo y el pensamiento, así como fundar espacios de discusión y presentación performativos, han sido las pulsiones de ediciones sinsentido como plataforma. Su línea editorial más consolidada consiste en la publicación de 100 libros firmados, fechados y numerados por el autor. 100 libros sin ISBN que incluyen tarjeta para coleccionar y palabras sobre un territorio, sus imaginarios, sus quiebres. La aspiración de ediciones sinsentido es mostrar los procesos escriturales y el léxico corporal de una investigación que muta de formas y géneros. Poesía, teatro, archivo, grafías, borrones, tachaduras, diarios, expediciones, todo se mezcla en sus páginas.
Publicaciones:
Chesterfield sofá capitoné, Nara Mansur Cao.
Chesterfield sofá capitoné (tarjetero), Nara Mansur Cao y fotos de Alberto Korda.
Tarará, Fabián Suárez.
Penélope aserrando Televiché, Marien Fernández Castillo.
Zuleydys Depekín existe (álbum de fotos), Marien Fernández Castillo.
La bahía, Alessandra Santiesteban.
Principio de un mapa para fugarse de este lugar, Laura Liz Gil Echenique, Pedro Enrique Villarreal, Alessandra Santiesteban.
Las fundadoras, Martha Luisa Hernández Cadenas.
Extintos, aquí no vuelan mariposas, Martha Luisa Hernández Cadenas.
Algo así como una sex tapeprofunda
Un amigo me recomienda que hable de sexo. Me dice: “En Hypermedia Magazine todos son machos, mira a ver…” ¿Se activará el mecanismo? ¿Algo se romperá? Estoy segura de que no existe una maquinaria más sexual que la palabra pucheros. Me mojo los dedos para este puchero masturbatorio. Siempre me ha gustado tocarme e ir un poco más allá.