Por estas fechas, quienes nos dedicamos a divulgar ciencia, además de hacerla como es mi caso, intentamos seleccionar los grandes avances científicos del año que se agota.
Debo admitir, y admito, que no es tarea fácil elegir entre todos los progresos aquellos que abren un claro camino. Sin embargo, 2023 nos lo ha puesto fácil, pasará a la historia como el año en que CRISPR llegó a los pacientes.
¿Qué quiere decir CRISPR?
CRISPR son las siglas de Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, que en español significa Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Espaciadas. Es una tecnología de edición genética que permite cortar y modificar el ADN de manera precisa y eficiente. Una especie de corta y pega, pero a nivel molecular y tratando a los genes como si fueran palabras de un texto.
En realidad, el sistema CRISPR es un mecanismo de defensa natural que utilizan las bacterias para protegerse de los virus. Las bacterias almacenan en su ADN secuencias que corresponden a los ADN de los virus que las han infectado en el pasado. Cuando un virus intenta infectarla nuevamente, la bacteria utiliza estas secuencias para identificarlo y trocearlo. De esta manera impide que el virus se replique.
El sistema CRISPR fue descubierto en 1987 por el científico español Francisco Mojica, a quien le debemos las siglas que lo identifican. Luego, las investigadoras Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna se percataron que el sistema CRISPR se podía utilizar como herramienta de edición genética, lo cual supuso un avance revolucionario en la biología molecular que vislumbraba aplicaciones en muchas áreas.
¿Y qué pasó este año?
Luego de mucha investigación básica, ensayos preclínicos y clínicos, en los últimos meses de este año se ha aprobado por vez primera una terapia médica basada en las herramientas CRISPR de edición genética. El procedimiento es conocido como CASGEVY y ha sido desarrollado conjuntamente por las empresas Vertex Pharmaceuticals y CRISPR Therapeutics.
¿Qué soluciona?
CASGEVY está destinado al tratamiento de pacientes mayores de 12 años que sufran de anemia falciforme, con crisis recurrentes de oclusión vascular o beta-talasemia dependiente de transfusiones, para los que no existan donantes de médula ósea compatibles.
Ambas son enfermedades raras; en el caso de la anemia falciforme se calcula que existe una persona afectada por cada 5 mil o 10 mil, mientras que se estima una persona con la beta-talasemia de cada 100 mil. En ambos casos, hay una afectación de la hemoglobina, la proteína que se ocupa de transportar el oxígeno desde los pulmones a todas las células del cuerpo.
A día de hoy, estos pacientes necesitan transfusiones recurrentes y, finalmente, un trasplante que en muchos casos no llega, por la alta incompatibilidad con los posibles donantes. En ambas enfermedades, el gen afectado es el mismo: el que codifica la beta-globina, esencial para formar la hemoglobina.
¿Cómo se hace?
El paso de progreso es realmente enorme. Se trata de una terapia que denominamos ex-vivo, porque se realiza sobre células madre de la sangre extraídas del propio paciente. Estas células, denominadas CD34, son capaces de generar otras células del torrente sanguíneo, incluidos los glóbulos rojos.
Una vez extraídas, son “editadas” genéticamente en el laboratorio con las herramientas CRISPR, para cortar el error y sustituirlo por “la palabra genética” correcta. Luego, se devuelven al mismo paciente tras eliminar sus propias células hematopoyéticas defectuosas.
Las células editadas ―que funcionan correctamente― reemplazan a las defectuosas y el paciente queda curado, pues su hemoglobina transportará adecuadamente el oxígeno allá donde se necesite.
Pero no ha sido fácil, las investigaciones han tardado una década y media en llegar a buen puerto. Además, se han tenido que sortear los impedimentos éticos sobre la manipulación genética en humanos. Al fin y al cabo, se emula con la madre naturaleza para reparar su error.
No es un milagro, es ciencia. La primera persona que, de manera experimental, recibió esta terapia se llama Victoria Gray y se sometió al procedimiento en 2019. Ella acudió, este año, a la Tercera Cumbre Internacional sobre Terapia Génica en Humanos, como una muestra fehaciente del hito científico. Victoria está curada y no se le ha detectado efectos secundarios importantes.
Los ensayos clínicos se han realizado en 45 pacientes de anemia falciforme y 54 pacientes de beta-talasemia grave. De los primeros, 29 han podido ser monitorizados durante al menos un año, y 28 han resultado curados. De los segundos, 42 han sido estudiados durante más de un año y 39 de ellos no han requerido ninguna otra transfusión.
Estos éxitos han avalado la aprobación, por las principales agencias de medicamentos, del uso de estos protocolos.
¿Y ahora?
Dos escollos se entrevén: por una parte, se conoce la probable inhibición de otro gen, no relacionado con la enfermedad, en algunas personas, algo que por fortuna no se ha observado.
Por otra parte, está el coste elevadísimo de este procedimiento, entre 2 y 3 millones por paciente. ¿Quién se lo podrá pagar? El trabajo científico está hecho. Ahora le toca a la sociedad y los gobiernos buscar las vías para que quienes lo necesiten se beneficien de este avance.
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