Una de las particularidades de mi formación universitaria fue haber tenido que estudiar Filosofía como asignatura troncal y con el mismo nivel de exigencia que el resto de las materias.
En la Isla Metafórica —queda claro que hablo de Cuba—, el programa estaba fuertemente orientado hacia un marxismo-leninismo anacrónico, pero aun así quedaba un resquicio de libertad de cátedra que permitía cierta reflexión y cuestionamiento.
Gracias a ello, pude adentrarme en las preguntas fundamentales que sostienen los cimientos de la Filosofía, desde ¿qué es la realidad? hasta ¿qué es la conciencia y cómo surge?, pasando por la formulación de un método científico para comprender el mundo que nos rodea.
Algo que me sirvió para, entre otras cosas, percatarme que el propio sistema en el que había crecido estaba viciado y, lejos de hacerme crecer, limitaba mi desarrollo.
Es decir, estudiar Filosofía me hizo pensar y cuestionarme la realidad circundante.
En la vastedad del conocimiento humano, la ciencia y la tecnología se erigen como los pilares fundamentales que han permitido la transformación de la sociedad y la expansión de nuestras capacidades.
Sin embargo, en el frenesí de la experimentación y la aplicación técnica, a menudo se subestima un componente esencial que ha guiado el desarrollo de ambas disciplinas, y vuelvo a hablarte de la Filosofía. Sin ella, la Ciencia carecería de la estructura conceptual que le da sentido y la Tecnología se convertiría en un instrumento carente de dirección y responsabilidad.
Desde la Antigüedad, la Filosofía ha servido como la matriz intelectual en la que germinaron las primeras ideas sobre la naturaleza del mundo.
Antes de que la ciencia adquiriera su metodología formal, los presocráticos se preguntaban por la composición fundamental de la realidad.
Tales de Mileto, por ejemplo, propuso que el agua era el principio de todas las cosas, una hipótesis rudimentaria, pero que contenía la semilla del pensamiento científico: la búsqueda de principios universales.
Demócrito, con su teoría atómica, y Aristóteles, con su sistematización del conocimiento, delinearon caminos que la ciencia recorrería siglos después.
El Renacimiento y la Revolución Científica fueron momentos clave en los que la intersección entre Filosofía y Ciencia se hizo más evidente.
Francis Bacon, con su empirismo, estableció las bases del método experimental, mientras que René Descartes, con su racionalismo, enfatizó la necesidad de la duda metódica. Ambos enfoques, a pesar de sus divergencias, contribuyeron a la construcción de un pensamiento científico robusto, cimentado en la experimentación y la lógica rigurosa.
A medida que la ciencia se volvió más especializada y fragmentada, la Filosofía continuó ejerciendo un papel crucial en su desarrollo. En el siglo XIX, Auguste Comte estructuró la filosofía positivista, donde la ciencia se erigía como la forma suprema de conocimiento.
No obstante, el siglo XX trajo cuestionamientos más profundos sobre los fundamentos epistemológicos de la ciencia. Karl Popper postuló el criterio de falsabilidad como piedra angular del conocimiento científico, mientras que Thomas Kuhn, con su teoría de los paradigmas, demostró que la ciencia no es una acumulación lineal de hechos, sino una serie de revoluciones conceptuales.
Hoy, la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, transformando la realidad de maneras impensadas. La Inteligencia Artificial, la biotecnología y la exploración espacial nos acercan a un futuro que desafía los límites de la comprensión humana.
En este contexto, la filosofía deviene un faro que ilumina el sendero de la ética y la reflexión crítica. La Bioética, por ejemplo, nos obliga a cuestionarnos los límites de la manipulación genética, mientras que la ética de la Inteligencia Artificial nos insta a definir qué tipo de interacciones queremos establecer con las máquinas.
Asimismo, la filosofía y la epistemología desafían los conceptos tradicionales de conciencia e información, en una era donde la digitalización parece borrar los límites entre lo natural y lo artificial.
¿Puede una máquina desarrollar autoconciencia? ¿Cómo podemos garantizar que el conocimiento que generamos esté libre de sesgos? Estas preguntas no pueden responderse exclusivamente desde la ciencia, sino que requieren una reflexión filosófica profunda.
El peligro de un desarrollo científico y tecnológico sin el anclaje del pensamiento filosófico y humanista radica en la deshumanización del progreso. Cuando la tecnología avanza sin un marco ético, las decisiones quedan en manos de algoritmos y procesos que, lejos de ser neutrales, reflejan sesgos y deficiencias que pueden tener consecuencias devastadoras para la humanidad.
No nos engañemos, la historia nos ha mostrado que el progreso técnico no siempre se traduce en bienestar universal y, sin la reflexión filosófica, corremos el riesgo de convertirnos en una civilización que privilegia la eficiencia sobre la dignidad humana.
En este escenario, el ascenso del negacionismo y el desprecio por la ciencia representan una alarmante consecuencia de este desequilibrio. Paradójicamente, en una era de información sin precedentes, proliferan discursos que rechazan la evidencia científica, en favor de narrativas simplistas y dogmáticas.
Este fenómeno no es ajeno a la ausencia de una educación filosófica sólida, que enseñe a cuestionar, analizar y comprender el conocimiento en su contexto. Sin Filosofía, la Ciencia se convierte en un conjunto de datos sin interpretación y la Tecnología en una fuerza sin brújula.
Negar la importancia de la Filosofía en el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología sería un error tan grave como prescindir del pensamiento crítico en la toma de decisiones.
La Ciencia nos proporciona conocimientos sobre el mundo, la Tecnología nos brinda herramientas para transformarlo, pero es la Filosofía la que nos permite comprender el significado de nuestros descubrimientos y sus consecuencias en la humanidad.
En una sociedad donde el progreso parece acelerarse sin pausa, la necesidad de una reflexión filosófica se vuelve más apremiante que nunca. Es quizá la hora de enfrentarnos a las preguntas claves para seguir el camino. Mas no soy optimista, cada día nos alejamos de este humano propósito.
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