Los amantes del Drive-In: cine, horror y sexo

Distancia. 

Miento.

Ya casi todos han roto su castidad de huevos azules.

La profilaxis nunca ha sido un método unánime.

Cierran moteles como juego de dominó que se derrumba. 

Funerarias abiertas en cada esquina. 

Esos carnavales de luto. 

Sin llanto. 

Flagler Street, en pocas horas, será una boca de lobo.

Kato me textea en ráfagas. 

No hablo de una grúa, ni de un extintor contraincendios. 

Kato es descendiente de miccosukee con un putón ruso. 

Extravagancias de Miami. 

Hey buddy, what are you up to?

En casa. Estudiando. Loco por romper esta inercia. 

Sextea.

Recibo una selfie de muchas pulgadas.

El vitiligo hace un efecto lindísimo en sus genitales.

Algo así como un camuflaje de aspecto equino.

En la foto, su pinga excede la dureza y el tamaño de un control remoto marca Samsung.

La tecnología androide emula con la carne, y pierde.

¿Qué formas son esas de persuadirlo a uno?

Yummy!, le respondo con tres emojis de ojos desorbitados.

De esos que llevan la lengua por fuera. 

Textea.

Carpool Wynwood Cinema tonight? They are playing Jurassic Park. The Lost World.

Los animatronics son para guanajos. No te ofendas. Soy más de Popcorn Frights Drive-In Horrorshow, le digo.

Estrenos, papi. Soy maricón de première

Están poniendo The Beach House (2020) y, además, conozco a Igor Shteyrenberg.

“Una pareja de estudiantes universitarios, en una escapada romántica, lucha por su vida cuando unos visitantes inesperados muestran signos de una infección misteriosa”.

An apocalyptic movie to scape from the real pandemic?

A los cubanos nos gusta machacarnos la corbata. ¿Entonces, tenemos una cita?   

Ok. Emoji partido de la risa. I drive.


Carretera

Kato paga el ticket en Eventbrite.com.

Veinte dólares por carro, no por persona. 

Camino a Fort Lauderdale pienso:

¿Cómo habría sido el documental Por primera vez, de Octavio Cortázar, si en lugar del Cine-Móvil del ICAIC, cada núcleo familiar de Baracoa hubiese tenido un Cadillac parqueado detrás del bohío? ¿O si el espacio “Cine bajo las estrellas”, de la Real Embajada de Noruega en La Habanacambiara la sofisticación cool de su medianera por la peste a orine de la Ciudad Deportiva? ¿Qué películas verían?

Recuerdo también una charla sobre los desaparecidos autocines de La Habana: Playa Tarará, Bento, La Novia del Mediodía. Cuando la entrada costaba una peseta.

Pero Kato ignora mis pensamientos.

No sabe que crecí en un cine de pueblo.

Que este es como un viaje a mi infancia. 

Él solo me mira con ganas. 

Se muerde los labios. 

Estará feliz porque el coronavirus trajo de vuelta los Drive-In Movie Theaters.

Una alternativa para tener sexo extramuros. 

***


Primavera, 1932.

R. M. Hollingshead Jr. tampoco sabe.

Del monstruo.

Ni las entrañas que gestaría.

212 Thomas Avenue, Riverton.

La madre gorda pa’fuera. 

Ni una alita de pollo más. 

Sábanas clavadas en los árboles del patio. 

Con la peste a crematorio que hay en New Jersey. 

Proyector Kodak sobre el bumper del carro.

Subir y bajar la ventanilla mil veces. 

Pruebas de sonido. 

Creo.

Veteranos de guerra vuelven a la patria.

Baby Boom!!! 

65 millones de niños.

Nacen.

Uno cada siete segundos. 

Entre 1941 y 1961.

En 1958 había 4 mil Drive-Ins en Estados Unidos.

Esos “pozos de pasión”, aseguraba la prensa de la época.

“Moteles sobre ruedas”, dirían otros.

El entretenimiento casero y la crisis del petróleo.

Competencia desigual.

¿Cine porno o cine de horror para levantar el negocio?

Una viagra cultural. 

Leer The 7 Best B-Movies. How The Drive-In Turned Horror Trash in Treasure.

Todo esto me patina en el cerebro.


Anochece

Su código de barra, por favor.

Mire. Gracias. 

Los SUVs parquean en la penúltima fila. 

Si desean ordenar comida y algo de beber descarguen esta app.

Para escuchar la película sintonicen la frecuencia 88.55 de FM.

Enjoy the show. Starts at dusk. 

Pizza or Hotdog?, me pregunta Kato con doble sentido.

Ambas cosas, le contesto. Pepsi para mí ¿y tú?

Yo, en realidad, te quiero a ti.

¿No vas a ver la película?

Nobody comes here to watch the movie. 

Me sonrojo.

Carlos Celdrán me explicó una vez que lo más difícil para un actor es ruborizarse en escena. Tener conciencia de su timidez. Colorear sus pómulos, genuinamente, ante la mirada expectante del público.

Esto se puso romántico. 


Parqueo

Lo más difícil para Kato es dejar de insinuarse. 

En las escuelitas tribales de los Everglades no enseñan a los niños a reprimirse.

Si no fuera siempre vestido como Iris Apfel, me lo haría todo mucho más fácil.

Bata rosada de baño hasta la rodilla. 

Pie izquierdo, pantufla de unicornio.

Tacón lila en su pie derecho. 

Arete larguísimo de esmeraldas de plástico.

Mascarilla transparente. 

El cielo se pone de un color trágico.

Empieza la función. 

Traen la comida. 

Veo sombras de carros.

Se mueven.

Pienso en otras películas que he visto:

The Texas Chain Saw Massacre (1974).

The Drive-In Massacre (1976).

Drive-In Horrorshow (2009).

Todas empiezan mal.

Y terminan peor.

Lo camp es entretenido.

Lo vintage es siniestro. 

Kato golpea la caja de pizza por debajo con su pinga de poni, mientras se huele una axila.

La protagonista descubre una hilera de medusas azules en la arena. 

Barquitos portugueses, le decimos en Guanabo. 

Son gigantescos. 

Abominables. 

Azules.

Y yo me siento como un padre de familia.

Acosado por un travesti. 

La protagonista apoya la cabeza sobre la arena.

Espera a que suba la marea y la devore.

Antes de irse, murmura:

Don’t be scared.

Don’t be scared.

Don’t be scared. 




Umberto Peña: un brinco en la próstata - Rubens Riol

Umberto Peña: un brinco en la próstata

Rubens Riol

En el libro Umberto Peña. Bocas, dientes, cepillos, restos(Zuiderdok, 2020), el lenguaje de Carlos A. Aguilera es chispeante, suelto, provocador; las respuestas de Peñason a veces generosas, otras veces esquivas, pero a través de su plática fraternal intuimos la hostilidad del contexto, las motivaciones y el legado de este gran artista.