De la palabra fraterna

A: Ingeniero Reynaldo Chinea Páez. Miami.

Querido Rey:

La gente de nuestra generación tiene el problema que tendrá la próxima generación, y que tiene todo el mundo desde hace rato y para largo: la relación entre democracia y capitalismo. 

Los jóvenes cubanos suelen creer que el capitalismo es la democracia y que la democracia es el sistema político norteamericano. Como recordarás, yo ni de joven creí en esas tonterías. Había leído a Martí. La mayoría de mis aciertos sobre lo ocurre en Estados Unidos viene de que conozco ese país, puesto que leí a tiempo las Escenas Norteamericanas

Lo único que desde entonces ha variado por allá —aunque es muy significativo— ha sido el crecimiento de los derechos civiles, que ha terminado por llevar a un negro a la presidencia. Otro factor interesante es el crecimiento de la emigración latina, que en alguna medida altera el puritanismo y las ideologías tradicionales norteamericanas, aunque la mayoría de los emigrantes se pliegan muy rápido a esas tradiciones y sus hijos ya son otra cosa. Pero puede que esa minoría latina crezca y se haga tan fuerte que logre darle otro color a la sociedad. 

También puede ocurrir que la emigración latina disminuya a lo largo del siglo, por las barreras interiores o como consecuencia del mejoramiento de la situación en Latinoamérica, no por el socialismo, sino precisamente por el despegue del capitalismo autóctono. Leer Teoría de la frontera, de Jorge Mañach, nos ayuda a entender que un proceso secular de intercambio entre ambas Américas está necesariamente en marcha.

No es lo mismo capitalismo que democracia, ni la democracia está dada ya en la sociedad estadounidense. La democracia, entendida en primera instancia como el gobierno de personas libres que deciden por consenso o mayoría todos los asuntos públicos, existía con mayor plenitud en la Grecia de Pericles que hoy en día. Para los que no eran esclavos, desde luego. El sistema de ciudad-Estado permitía la existencia de la Ekklesia, Asamblea popular de democracia directa, no representativa. Los hombres libres, que a fuerza de tener esclavos eran más libres que cualquier millonario hoy, se reunían en el ágora y debatían, y luego votaban sin intermediarios. 

No es que yo crea que la democracia directa sea más eficaz que la representativa. Basta leer los discursos de Demóstenes, que hoy parecen más bien artículos o editoriales de los periódicos, para darse cuenta de que no era fácil que la Asamblea optara por lo mejor, y de hecho Demóstenes no pudo salvar la independencia de Atenas (que ya había eliminado vilmente a Sócrates). La gestión democrática no garantiza una buena gestión. Pero este sistema de la ciudad-Estado era sin dudas más participativo y obligaba a unos consensos más reales. 

Hoy en día, gracias a las redes informáticas, pudiera haber una Ekklesia muy eficaz, un debate y referéndum permanentes sobre todas las cuestiones importantes. Pero a muy poca gente le interesa eso. Les interesa, en cambio, que los especialistas en bienestar público les garanticen el bienestar personal. Lo que ocurre es que para que haya democracia tiene que haber demócratas, y eso es lo que no hay. 

La crisis económica de 2008 fue la consecuencia de que la mayoría de la sociedad capitalista había decidido no ser demócrata, es decir, no respetar al prójimo, sino tratar de robarle y humillarlo; o por el contrario, dedicarse a la pasividad de un bienestar relativo sin dignidad. La desregulación de los mercados financieros fue adoptaba por las instituciones representativas no solo por el interés de los millonarios, sino también por el de los que aspiraban a serlo, así fuesen camareros o jardineros.

Los demócratas atenienses eran demasiado esclavistas para ser demócratas; por eso perdieron la democracia y se convirtieron en esclavos de los macedonios y luego de los romanos. Los norteamericanos pueden terminar como esclavos islámicos si siguen fingiendo democracia cuando lo que quieren es capitalizar rápido y por cualquier vía. Por cierto: esta no era la posición puritana, que pretendía el enriquecimiento, pero a través del trabajo heroico. Ese aspecto de la tradición norteamericana sobrevive, y puede ayudar a salvar la democracia allí. 

La democracia contemporánea es un recurso que apenas comienza. Y es también la única posibilidad de escapar de las distintas variantes de dictadura, y de organizar la sociedad sobre bases que coincidan con la naturaleza humana, en lo bueno y en lo malo. Hay que ver entonces la democracia como un estado de construcción permanente de la sociedad, no como una sombra de la cúpula del Capitolio en Washington.

El Capitolio no se llama así por casualidad. Es la confesión de que la democracia norteamericana se inspiraba no en el modelo griego, sino en la segunda variante histórica del fenómeno: la romana, que hoy casi nadie recuerda porque nos deja la originalidad de la democracia actual completamente encueros. 

Los romanos fueron los creadores históricos de la democracia representativa. Como hoy día en casi todas partes, en la República Romana ostentaba el poder un cuerpo de ciudadanos, el Senado en aquel caso. Pero se olvida que existía una Cámara de Representantes: el Tribunado de la Plebe, que desempeñaba funciones indispensables y que era temido por el Senado e incluso por los Cónsules, el poder ejecutivo, o por el Imperator, cuando se le nombraba temporalmente. También existía un poder judicial relativamente independiente. Incluso el primer emperador en el sentido definitivo del término, Augusto, se dice que alardeaba de ser electo una y otra vez Tribuno del Pueblo. 

Augusto materializó el populismo inventado por César y destruyó una democracia que ya no podía existir, por falta de demócratas. La democracia representativa romana surge porque Roma no es ya una ciudad-Estado como Atenas, sino un Estado mayormente agrario. La nobleza territorial posee el poder económico y se reúne en el Senado. Las restantes actividades económicas y sociales son representadas por la cámara baja. Los conflictos son continuos, no solo entre grupos sino también dentro de ellos, y a menudo violentos. En otras ocasiones pactan, y sobrevive la República. Pero hay un ethos republicano al que Augusto todavía responde. 

En ese Estado cada vez más militarizado por razón de sus ambiciones territoriales, nadie podía entrar en Roma vistiendo un uniforme militar. Los generales tenían que ponerse la toga, ropa civil, para entrar dentro de los límites de la capital. Cuando Calígula nombra senador a un caballo, está claro que el ethos republicano se ha ido al piso. Estos publicitados emperadores malignos y pintorescos, Calígula y Nerón, son más bien síntomas de la debilidad de la función del Imperatoren una sociedad sin brújula, pero con memoria. Otros emperadores fueron menos anormales y muchos soñaban con restituir la República, que de hecho no estaba abolida legalmente. Pero ya no había demócratas.

La desaparición del Imperio Romano parece que acaba hasta con la sombra de la democracia, pero en cuanto se consolida la Edad Media reaparecen las cámaras, ahora sobre una base más claramente corporativa. El ejecutivo, el rey, vuelve a ser débil, y los señores feudales y eclesiásticos le compensan el poder en los parlamentos, e incluso aparece la primera Carta Magna en 1215 en Inglaterra (aunque hay un fuero español ligeramente anterior). 

Pero lo que arruina aquí la democracia no es solo que no hay ciudadanos (ahora hay todavía menos ciudades que en el imperio destruido, puesto que el campo se ha vuelto todo), sino que la idea del consenso ciudadano ya no funciona: los hombres no son libres para ordenarse con su propio criterio, porque el orden viene de Dios. También en Grecia y en Roma había dioses y el orden político se decía inspirado por ellos, pero qué va: aquellos dioses, igual que los ciudadanos, no se ponían de acuerdo. Otra cosa es el cristianismo, con un Dios único, una Revelación, una idea de la vida privada y social claramente normada y determinada. 

Ahora el poder político procedía de Dios, no de la asamblea de los ciudadanos. Ningún ciudadano o grupo de ciudadanos puede reclamar el poder partiendo de una idea propia del mundo. Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera, es el lema de Carlomagno; desde luego falso, porque donde Cristo reine, no hace falta gobierno. 

Este principio dura hasta que surge la burguesía; el parlamento que compensa al rey se va haciendo fuerte en Inglaterra hasta el momento del siglo XVII en que los parlamentarios le dicen redondamente al monarca que el poder está en ellos y no en él como ungido de Dios. (La idea del poder divino de los reyes, sin embargo, había sido rechazada por los mejores teólogos, como Santo Tomás de Aquino, que declaró que el príncipe gobernaba por la aprobación de los súbditos y podía ser depuesto por ellos). 

Este giro resultó decisivo y sigue cumpliéndose, puesto que todavía hay áreas del mundo donde el poder reside en una persona que se considera por encima de la sociedad, incluso con argumentos religiosos, como en Irán o en Arabia Saudita. Pero ya en el siglo XVII la idea de la democracia estaba de vuelta: no se gobierna a nombre de Cristo, sino del pueblo. 

¿El pueblo cristiano? No hay pueblos cristianos, sino personas cristianas; tan escasas, según Merton, que los doce apóstoles tal vez no son una cifra histórica, sino una constante, y tal vez en cada época del mundo solo hay doce cristianos verdaderos. Los pueblos no cristianos por imposibilidad de serlo, están por demás completamente estratificados en clases o grupos, sin unidad, en conflicto mortal y permanente. O lo que es lo mismo: la democracia regresa con sus miserias de siempre: división, falso consenso, ambiciones, vicios…

Democracia sin demócratas. Si el pueblo no es virtuoso, el poder será malo. “No hay patria sin virtud”, dijo Varela. En efecto, ahora lo que está por encima de la sociedad no es Dios, sino la patria: un concepto heredado también de los romanos, un conjunto de valores que debe unir mínimamente a la sociedad, sin obligación de religión. Esos valores son siempre, en el fondo, de tipo religioso: patria significa que somos hijos del mismo padre Dios. 

Pero como la experiencia histórica demuestra que la fe es un fenómeno individual y muy escaso, los valores religiosos ya no son, ni tienen por qué ser, explícitos ni coercitivos. Los Padres Fundadores de Estados Unidos no fueron cristianos, apenas puede decirse que creían en Dios: un vago deísmo los animaba, no más. El más inteligente, Franklin, dijo de viejo que tendría que ponerse a investigar si Cristo era Dios, pero que lo dudaba. Jefferson era unitario, es decir, no creía en la Trinidad, y parece que incluso en su lecho de muerte no manifestó demasiada fe. 

Robespierre creía en un Ser Supremo, se lo imponía a todos y se comportaba como Supremo él mismo: un republicano feroz conduciéndose como el más creído monárquico. Napoleón fingía ser católico, pero la corona de Imperator no se la puso el Papa, que estaba presente en la ceremonia, sino él mismo. 

La democracia capitalista es básicamente un humanismo, todavía con una sombra de cristianismo y religión que dura hasta hoy. No nos asombremos si ese humanismo bota la sombra y crea el socialismo y el fascismo, que ya no responden más que a una idea del hombre como fin absoluto (sobre todo en el socialismo, porque los fascistas mantuvieron una especulación demoníaca, que era peor): disparate que conduce a la libertad del crimen y al total fracaso antropológico y político.

Democracia y capitalismo no son lo mismo: hubo democracia antes del capitalismo, la que podía haber, y la habrá cuando ya no haya capitalismo, aunque será distinta. La crisis de 2008 puso de relieve las insuficiencias de la democracia capitalista no ya para la felicidad del pueblo, sino incluso para el funcionamiento del capitalismo. Los ciudadanos pasivos políticamente, drogados con la perspectiva del enriquecimiento como fin de la vida y por cualquier vía, hunden el capitalismo al dejar a los financieros con las manos demasiado libres. No hablo ya del sistema representativo, que es ahora solo una parte de la democracia, sino de la democracia como estructura social. 

Sin embargo, la democracia capitalista en su totalidad, basada en el estado de derecho y en las libertades civiles, ha probado poseer una eficacia: su capacidad de renovación. 

Contrariamente a lo que suponen los comunistas, la democracia capitalista se basa en la democratización de la riqueza. Cada vez hay más bienestar compartido. La clave de la crisis de 2008 estaba en la locura de renunciar al bienestar compartido (con el que estaban de acuerdo Eisenhower y Kennedy) para optar por un bienestar individual (puesto de moda por Reagan y apoyado hipócritamente por Clinton al ritmo de la “Macarena”) sin respeto por el prójimo o por el país. 

Se supone que el egoísmo personal crea riqueza social, pero la crisis del 2008 refutó esas ilusiones. La gente (no solo la de arriba: también la del fondo) se niega a reconocer que hay que compartir el bienestar, que es lo que ha producido el triunfo del capitalismo y de la democracia durante doscientos años. 

En su libro La audacia de la esperanza, el senador Obama no encontraba justificación para la gigantesca diferencia de ingresos entre ejecutivos y empleados de una empresa, de la década de 1960 para acá. Obama lo vio como una cuestión de justicia, pero tampoco tiene justificación alguna en el plano económico. La administración de una empresa tiene una función importantísima para el crecimiento de la riqueza social, pero no es dirigiendo bien (o incluso con maldad, para derrotar a la competencia) como se incrementa la riqueza social. La fuente, todo el mundo lo sabe, está en la ciencia y la tecnología. Los científicos y los tecnólogos no están tan bien pagados como los dichosos ejecutivos, y ni hablar de los banqueros, a quienes el Senado de Occidente les otorgó el Imperator como si el dinero fuera, de por sí, capaz de generar riqueza. 

No, y ese fraude hunde a la riqueza. El manejo creativo del dinero es imprescindible para el progreso económico continuo y sostenible, y logra maravillas, pero no es su factor principal. Hay que quitarle el Imperator a los banqueros, pero el Senado no se atreve. Es verdad que no se puede hacer de golpe, porque se hunde la República. Lejos de haber creado un (digámoslo con términos que significan otra cosa) paraíso fiscal, lo que el Imperator de los banqueros le ha dado a la República Occidental hoy en día es un infierno fiscal, con la riqueza real por un lado (que está en las empresas y en el trabajo de las personas a todos los niveles), y por el otro una cantidad monstruosa de papeles fantásticos, máquinas de imprimir billetes mágicos, deudas multimillonarias que pagará Merlín, números que solo son reales en el ciberespacio, ahorro que tiende a cero, incapacidad para invertir, desconfianza permanente en los mercados, etcétera.

Esto no es nuevo: ya el Antiguo Testamento declaraba vencidas las deudas al séptimo año. Desde luego, una sanación no se puede hacer de golpe. Pero los banqueros y sus muchachones se aferran a esta realidad, para que no sane nunca. 

Frente a la crisis capitalista está la democracia capitalista como la única opción para sacar adelante al capitalismo actual, no con aspirinas, sino con una cura a fondo. Veremos en los próximos años si hay liderazgo para eso, y si los pueblos de Occidente son capaces de seguir a esos líderes, si es que surgen. No hay alternativa al capitalismo reformado en sentido democrático, pero tiene en contra a los embriagados con la idea del robo, arriba y abajo, y a los dictadores de todas partes y de cualquier tipo.

Mi concepto, pues, es que la democracia puede más que el capitalismo, porque es anterior a él y ha sido su fundamento y su fuente, y porque brota de la naturaleza del hombre como ser social. Otra cosa es que hayamos entendido esa naturaleza en toda su complejidad y su riqueza, y su manifestación en la democracia. 

Martí nos propuso una sincera democracia. ¿Hemos explorado el concepto? 

Pero la democracia es más fuerte que el capitalismo y lo salvará por ahora, puesto que no hay alternativa hoy en día al sistema de producción de riqueza social mediante empresas privadas o cooperativas, que compiten dentro de un mercado regulado. Todas las demás alternativas han fracasado y hay que atenerse a la realidad y no a construcciones teóricas incomprobables. La rectificación necesaria inmediata, aunque no la única, es la de la regulación estricta del mercado financiero por la democracia misma, tanto del Senado como, sobre todo, del Tribunado de la Plebe. 

Toda riqueza que se dispara sin fundamentos productivos debe ser llevada a investigación de inmediato. Todo el que preste dinero tiene que saber que la deuda será cancelada dentro de un plazo real, sean seis años o seis décadas. La gente tiene que volver a vivir de lo que produce, no de lo que supuestamente va a producir si le siguen dando créditos sin respaldo. No puede haber deudas eternas, que proclaman la incapacidad del que la contrajo y también de aquel que la prestó. Ni la deuda puede convertirse en extorsión perpetua. 

Los ricos debieran saber que el dinero público no va a ayudarlos nunca, como se hizo en 2008, porque ese dinero no les pertenece. También tiene que ser reevaluada la función de la moneda, cuyo poder debe crecer con el tiempo de ahorro, o no habrá ahorro y por lo tanto no habrá ni crédito razonable ni inversión viable. Estas y otras medidas, tantas como permite la flexibilidad del capitalismo y la imaginación de los ciudadanos responsables, pudieran ser implementadas en las próximas décadas sin daño social, como no sea para los delincuentes. 

Pero va a ser difícil, porque la democracia capitalista sigue siendo un humanismo. Y el humanismo sin Dios significa la atomización de la sociedad y por lo tanto la irresponsabilidad generalizada, cuando cada cual cree que lo bueno es lo que le conviene y nada más, y los poderes de la sociedad se lo dicen continuamente. Que esto ocurra en el ámbito cultural del cristianismo, que es una religión humanista (puesto que en ella Dios es también un hombre) es escandaloso, pero esperanzador. 

La deseable democracia futura, tal vez nunca universal, deberá tener en cuenta que los hombres son libres para gobernarse, pero solo con la realidad de la fraternidad como marco. Fuera de esa realidad se hundieron Atenas, la República Romana, el Imperio Romano, el Sacro Imperio Romano Germánico, el Tercer Reich, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y se hundirá cualquier otro proyecto político y económico que vaya contra la naturaleza fraternal del hombre, creada así por Dios y probada por la Cruz de Cristo. 

Por eso, incluso si el capitalismo estadounidense retornara al criterio bipartidista posterior al New Deal de que el bienestar lo hacen todos y por lo tanto debe y tiene que ser compartido, la democracia y el capitalismo siempre estarán en peligro si el criterio de la rectificación es puramente pragmático y no de pensamiento y corazón. Si la idea de la fraternidad, como naturaleza del hombre, sigue siendo ignorada. 

Y ahí sí que los Estados Unidos tienen un problema para salir adelante. Porque a la mayoría de sus Padres Fundadores la idea de fraternidad les era ajena, y eso está profundamente inculturado en un país donde todo el mundo quiere armas para defenderse de un enemigo inexistente, un enemigo que nunca ataca: los que atacan son los que tienen las armas, y a menudo se suicidan (el mayor uso de las armas de fuego no está en los ataques, sino en los suicidios). Tal vez matan y se suicidan para salirse de la falsa fraternidad en la que no se sentían aceptados.

Sin embargo, ni la democracia ni el capitalismo son propiedad de los norteamericanos. Yo espero que rectifiquen, de acuerdo con su tradición de pragmatismo, pero hasta ahí. Un capitalismo latinoamericano creciente y exitoso puede dar un color distinto a las cosas, porque nosotros venimos de la tradición católica, para la cual la fraternidad es una realidad. Fíjate que un protestante habla de la congregación, mientras que un católico habla de la comunidad. Se congregan los individuos, cada uno con una relación privada (también dudosa, e incomprobable) con Dios. Se reúnen en una Común Unidad los miembros dispersos de Cristo, que aspiran a unirse alguna vez en Él: esto es una realidad muy diferente. 

Con todo, pensemos que en Estados Unidos hubo y hay católicos; hay una tierra de María, Maryland, y hay una Filadelfia, la Ciudad de los Amigos. 

Tú me dirás que esto puede ser cierto y esperanzador, pero que tu vida no es la de la Historia, sino la de unas décadas. Bueno, en todo caso perteneces a Homagno, una familia de hermanos que funciona como una democracia directa, sin necesidad de que Camagüey o Ciego de Ávila sean ciudades-Estados o que la patria de Varela y Martí haya alcanzado su forma política en la historia.

Nada es completo, definitivo o suficiente en este mundo. Hay que agarrarse a lo que pueda hacerse, y cumplir. Y hay felicidad en eso. 

Platón hablaba de construir la República en sí mismo. Varela decía que, detrás del muro de la frente, no hay por qué aceptar ninguna injusticia. Aunque parezca nada, esa negativa es todo. El hombre tiene una existencia social y otra individual, enlazadas pero no equivalentes. El bien en uno mismo es una realidad y una obligación, una esperanza y una posibilidad de felicidad indestructible si se asumen los riesgos de aceptarlo, incluso el riesgo de fallar o equivocarse en las formas, modos y resultados de esa aceptación. 

Ahora mismo te escribo con las dudas de haber escrito demasiado rápido y sin reflexión suficiente. Responde cuando puedas y sigue presentándome tus obsesiones, que sabes que son las mías de siempre. No temas actualizarme o contradecirme: sabes que puedes. Queda todo por pensar, y nunca acabaremos de pensar o hacer. Tú sigue creyendo en la democracia de los fraternos, con o sin capitalismo, con el capitalismo y contra lo peor de él. 

Gracias a la tradición cristiana de Varela y Martí, nosotros sabemos que es posible, porque lo hemos vivido.

Un abrazo de tu guajiro.




Del peligro de la palabra - Rafael Almanza

Del peligro de la palabra (primera epístola moral a Dania)

Rafael Almanza

Recuerda, Dania, que el primero de mayo de 1933Martin Heidegger había ingresado en el Partido Nazi. Se ha probado que siguió pagando la cuota hasta que cesaron los últimos bombardeos, por puro pánico, después de haber cavado trincheras y haber sido marginadovigilado y amenazado hasta el último día del glorioso destino, eso sí, “inexorable”.