Como han observado algunos estudiosos de la obra de San Agustín y de Jorge Luis Borges, ambos sostenían una opinión ambivalente sobre la etimología. Tanto uno como el otro la consideran una disciplina a la vez interesante e inútil. Quizás no se trate de opiniones contrapuestas, sino de que la hidra de la etimología tiene esas dos cabezas: la reveladora y la inútil.
Jorge Brioso, que ejerce el culto de ambos escritores, va por el camino de la revelación en su libro Al modo de Narciso: especulaciones estéticas. La introducción de este libro, en las que Brioso establece las reglas de juego para leer su colección de ensayos, de algún modo gira alrededor de la etimología de esa bella pero tramposa palabra que incluye en su título: especulaciones.
Brioso retorna al mito de Narciso en su intención original, lo rescata del lodo psicoanalítico, y le devuelve su brillo especular. “El narcisismo”, nos recuerda el autor, “el síntoma que se construye a partir de la figura de Narciso, borra muchas de las mejores posibilidades de pensamiento que se esbozan en el mito”. Esas “mejores posibilidades” son la clave de su libro.
El arrobamiento de Narciso ante su reflejo no es una fascinación con la belleza de su rostro, es el descubrimiento de lo único que no podría ver con sus propios ojos. Su sorpresa al verse reflejado es un súbito descubrimiento del yo que recuerda la desazón de Adán y Eva al descubrirse desnudos tras el pecado original. En ambos casos, el ser humano adquiere una consciencia de sí que antes faltaba. “El mito de Narciso”, dice Brioso, “incita a que se narre la historia del pensamiento a través de los especulantes”.
Esa disquisición comienza por la naturaleza misma de la reflexión —en ambos sentidos de la palabra. El azogue del espejo, que destruye su transparencia, es el elemento mismo que nos permite ver nuestro rostro reflejado en él. Hay una dicotomía —¿o se trata de dos elementos complementarios?— entre la capacidad de mirar el mundo y la de mirarnos a nosotros mismos mientras miramos el mundo.
Ese punto de partida es una de las dos claves de su reflexión. La otra es la ruta que propone para narrar esa historia. Dice Brioso: “La suspicacia —la actitud interpretativa que domina a una época convencida de sí misma y de los delitos y fallas de la tradición— está ausente en estas páginas”.
Suena como una declaración de principios. Y lo es. En los diversos temas que el autor nos presenta —desde sus consideraciones sobre el arte moderno y la evolución de los géneros literarios o la relación de filosofía y literatura en Borges, hasta las fotografías de Geandy Pavón durante la pandemia o la obra de pintores como Néstor Arenas o Gustavo Acosta—, la clave hermenéutica radica en desvelar cada uno de esos esfuerzos creativos en relación con la tradición a la que pertenecen.
Eso que llamamos “cultura occidental”, nos recuerda Brioso citando a Borges, comienza cuando Esquilo incluye un segundo actor en el drama. Borges dice también en alguna de sus páginas que Occidente comienza con el diálogo, porque el diálogo lleva implícita la noción de que las dos personas que conversan aceptan no ser dueños exclusivos de la verdad.
“Esta época convencida de sí misma”, como la llama Brioso, podría llegar a la devastadora convicción de que podemos prescindir del diálogo, y de hecho ya es posible discernir los síntomas de esa nueva fe.
El libro de Brioso presupone el diálogo, las verdades parciales, las insolubles dicotomías. El rompecabezas que el autor va armando con los ensayos que forman este libro sugiere un orden. Cada uno de los escritores o artistas de los que habla crea —quién sabe si conscientemente— en diálogo con una tradición dialógica, valga la redundancia. Y esa tradición no impone una sola lectura, un orden canónico absoluto, sino una ruta de comprensión, de reflexión, de especulación.
Parafraseando a Eliot y a Borges, Brioso nos recuerda que “todo artista crea su propia tradición, inventa sus precursores, postula secretas afinidades entre obras que anteriormente nunca habían sido relacionadas”.
La segunda parte de la frase de Brioso me lleva a pensar que, al inicio de la misma, quizás sería más útil usar el verbo “elegir” que “crear” o “inventar”. Lo que Eliot y Borges proponen es una elección de afinidades.
Lo que hace Brioso, por su parte, es esencialmente lo mismo: se inclina ante el río de la tradición en busca de su propia imagen, como Narciso: busca en el caudal de Occidente las claves que necesita para comentar textos y cuadros y fotografías que han bebido de las mismas aguas en las que él ahora ha ido a mirarse.
Va a proponer un orden, a descubrir esas secretas afinidades sin las cuales todo parecería capricho o moda, caos o aburrimiento, cuando en realidad es una reacción ante lo que el artista o escritor ha visto reflejado en el azogue o discernido a través del cristal.
Sin embargo, nada de esto quizás justificaría per se dedicar unas horas a leer este tomo de ensayos. Recurramos entonces a una metáfora beisbolera para ponderar las disquisiciones de Brioso sobre San Agustín, Heidegger o Deleuze porque, por supuesto, nada lo remite a uno tan rápido al deporte de las bolas y los strikes como esos nombres. Veamos.
Como todo el mundo debe saber, el cutter del pitcher Mariano Rivera, como la funesta cólera de Aquiles, “causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves”. La frase le sirve, solo tenemos que reemplazar “cólera” con “cutter” y “aqueos” con “Indios de Cleveland o Medias Rojas de Boston”.
Pero uno no puede explicar el asunto simplemente diciendo que Mariano dominaba a los otros bateadores con su cutter. Porque hay decenas de lanzadores hoy mismo que usan ese lanzamiento y ninguno es comparable a Mariano. Uno tiene que decir que el cutter de Mariano parecía burlarse de las leyes de la física, que era un aborto de la naturaleza, que ningún otro lanzador podría lanzarlo con la misma precisión y el mismo movimiento que él. Y entonces comenzamos a entender el asunto.
¿Cuál es, entonces, el lanzamiento cutter de Brioso…, perdón, cuál es la razón esencial por la que hay que leerlo? En cierto sentido, Al modo de Narciso es un libro insolente: su intención final es proponer un modo de definir al acto mismo de crear.
Sin embargo, lo salvan varios elementos que raramente confluyen: la naturalidad con que el autor se pasea por cualquier provincia del pensamiento occidental, la pertinencia de sus inquisiciones, la agudeza de su intuición, y la gracia con que pretende persuadirnos de que no está haciendo nada extraordinario. Es cierto que fracasa en este último objetivo, pero el lector agradece esa dosis de modestia en alguien para quien esta sería una virtud prescindible.
Pero esas cosas nadie las puede experimentar de oídas, como tampoco uno sabría cuán devastador era el cutter de Mariano si nunca intentó batearlo. En el caso de Brioso, sin embargo, no habrá que ir al estadio: bastará con leer su libro.
Eso es lo que les recomiendo.
Palabras de Jorge Domínguez en la presentación del libro Al modo de Narciso: especulaciones estéticas (Editorial Casa Vacía) de Jorge Brioso en la Universidad de Nueva York el viernes 27 de octubre de 2023.
Televangelistas tropicales
Leve historia de Cuba (Hypermedia, 2018) de Enrique Del Risco y Francisco García González, parece una carta desesperada desde el presente a los personajes de la pesada historia nuestra de los últimos cinco siglos. Una advertencia quizás, o una disculpa.