Qué me importa lo que canten de mí
cuando esté muerto.
Jaime Lannister
Coincidencias en el ángulo de apreciación o énfasis así en sonoridad del click de llave o mano que la mueve: sin que predomine humanidad de mano o mecánica de la llave; no la enunciación de sentir protagónico, sino compuesto de signos y arquetipos sopesados bajo sol momentáneo, el puño aprieta magma de calamarescos casi vivos; coincidencias en la actitud ante la medición (pesaje) y en el valor otorgado a las palabras, pescadería donde encontré a Pablo de Cuba Soria en Texas vez primera.
Así resumió Pablo aquella conversación días luego, y corría a un lado la camisa: “me salieron como escamas en el cuello”; mentamos a Sinibaldo de Mas: “la escritura como figura sólida que al estirarse sobresale por otro lado de quien escribe en manifestaciones dispares, cuerpo y alma, virtudes o carencias.”
Así aquella vez: escamas en el cuello, somatizaciones. Sinibaldo sugiere “ampliaciones o genuflexiones” en otras áreas de ser, no como acción y esperada reacción, sino experiencias dispares que parecieran conectarse; y su impráctica búsqueda, “tarea de la crítica”, ofrece nuevas impresiones sobre el desplazamiento de la razón al momento de estimar tal parecieran.
Con “genuflexiones” se refiere a “abandonos del sentido común o normativo”. El ángulo de inclinación del sentido común respecto a la norma de comportamientos, y el ángulo de estiramiento del poema respecto a la norma, es similar, mas no pueden compararse dos gramáticas dispares, y aun así persisten coincidencias del parecieran (su apreciación) con otros poetas que hablan tu lengua en oasis de gagos.
Recordé la ocasión en que Pablo intentó hacer jugo de chuleta de cerdo, la puso entera congelada en la batidora con agua y se partió el tridente metálico. Pidióme, vecino clásico, prestada batidora, y esta vez resultó mejor (no quise perderme experimento) aunque no llegaran a mezclarse del todo carne y agua; al no ocurrir el abrazo perfecto entre ingredientes pudimos contemplar a contraluz las partículas de carne de diversos tamaños depositándose lentas en el fondo del vidrio, puercos sirenas.
Con las lecturas de Gago Mundo reviví la matanza de aquel día en la cocina: hay en este libro rusos y santiagueros, gente famosa y criadas, escritores por montones, “campos de concentración o recreo” mezclados, picotillos de la idea, picadillo de gramáticas, batido de trozos. Este libro reproduce aquel acto, aquella tarde, no como descripción de eventos, o situación donde se gesta un texto, sino intentar describir el magma de la apreciación de momentos achicharrados.
El déjà vu interesa menos en su narrativa, más en la sensación que dejan sus reverberaciones, amplitud o extrañeza. Lo entero se abre y vemos sus alrededores, todo lo que tiembla, el área de ese temblor. Vecindades, familiaridades. Modos de apreciar realidad conducen a modos de apreciar palabras: Pablo dispone arquetipos en un vaso de precipitado y los menea.
El momento estético del poema se manifiesta antes de ser escrito, en la percepción del poeta frente al momento de vida: el ocurrir se zafa de un tiempo liso reconocido en causas y efectos, bucea a uno grumoso que acumula sensaciones de tiempos anteriores en pliegue secreto. El momento argumental trasluce en estos poemas, pero sumergido bajo la insistente manifestación de un arquetipo vislumbrado en formas evasivas del ocurrir.
Para Kant el conocimiento inicia en la experiencia, pero no todo conocimiento se justifica en ella. Sentir de innatismos, alma apresada en muros donde raspar escrituras puede mover combinaciones hacia lo que aún no se define, mas de existencia asegurada, mónada, enteritud de lo incomprobable. Leibniz extrapola su concepto de mónadas a las magnitudes infinitesimales (habla del cálculo infinitesimal como “cálculo intuitivo o poético”).
“En mutua independencia, las interacciones entre mónadas [números n y n+m en sucesión infinitesimal] son solo aparentes… veladas percepciones unas de otras, individuales, sujetas a sus propias leyes, no interactúan y cada una refleja el universo entero… átomo no físico, el vislumbrado….”.
En la vecindad de un número entero (discreto), sabemos (a través de las paradojas de Zenón) existen tales otros números que atentan sobre su propia razón. Es Gago Mundo suma de principios estéticos recordando uno ético: la ruptura del significado entero, la puesta en práctica del “juicio perceptivo”, como le llama Kant.
No es describir la emoción que causa el evento, ni el evento, sino la gaga forma de su percepción: salió Pablo de su casa tejana a prisa toda a comprar beagle. No sabía o recordaba cómo lucía, y eso era importante, lo descubrió una vez lo tuvo (Picasso nómbrase). Le contuve, hablar un poco de ello u ofrecerle cupón que casualmente embolsaba, mas siguió corriendo. Entendí su impráctica movida de rechazar atractivo cupón perruno: Pablo se urgió de beagle al reconocer la confusión de lo momentáneo, estado intermedio donde la palabra beagle es celular, reverbera, y el sonido casi se independiza del significado, perfecta mónada, generación espontánea.
Mentalmente anoté ese urgimiento en pos de señales en su poesía: duración momentánea del descubrimiento literario, pavesa beckettiana, canto de orcas desafinado y sostenido.
Otari Oliva y yo en viejo escrito imaginábamos figura paradigmática: venta de batidos en circunstancias de leche prohibida, transacción en que los vendedores perdían dinero deliberadamente, sacrificio para lograr, de manera indirecta, impráctica, casi mágica, la recuperación de la memoria de alguien sobre cuyos enterrados huesos se erigía el negocio de batidos. La muerta se llamaba Margarita, mas personificaba un momento cualquiera en la vida; así lo impráctico de la acción anticuponera de Pablo ante el beagle en formación.
Grupo de críticos norteamericanos identificaron la norma poética a la que me refería antes, en el poema Itaca, de Kavafis. Lo que intentan señalar no se trata de un valor estético inmanente, sino cultural. Poema que gusta a muchos es, sin ser desagradable, precisamente por eso mayor desgracia: parece cortar la hierba con el cabo del machete sin herirse la mano con el filo, acto de ilusionismo, no muestra sino abstrae, llama a mirar sin realmente hacerlo.
No resulta natural la disposición ante el percibir que propone este poema: inicia en lo abstracto: una moraleja, un consejo para construir una experiencia de vida. Desarrollándose en la emoción, el final que permite la enseñanza traiciona, inutiliza el poema total, le otorga valores de controlador sentimental, cultural: un valor entero. Está lleno de ideas abstractas, hinchados versos, muñeco Michelin cultivando gérmenes de Coelho, momento de vida falsamente integrándose (acepción matemática) en mil momentos, parando pelos cuyo ángulo de inclinación fue también medido durante tales consideraciones críticas.
Cuando las palabras se inflaman en conceptos, los sentimientos las montan con potentes vergas y pierden esperanzas de realización, de sustanciación. La poesía de Pablo se levanta como pelo de lampiño en competencia donde participa sin saberlo.
Poesía de vecindades, meneos de la unidad. Pablo desestabiliza lo probable, y sabe que el poeta, en sus rematerializaciones de lo invisible, solo puede aspirar a un grumo, un rizoma de naturaleza babosa, hijo en Eraserhead, pliegues en el tiempo:
Capellanes ausentes al entierro del suicida los paraguas –
Estaba el perro esquelético enterrador de Hortelano
Primero lo ausente, luego lo presente: colocar la observación de ausencias por encima de lo que se erige en realidad de la escena visible.
Además, un entierro: otra desintegración. La lluvia se muestra a través de paraguas. Hortelano, ahora persona, encarnando vivo el dicho calderonesco con meras mayúsculas, ¿cómo le irá en su nuevo papel humano? No se menciona la huerta, presumiblemente lejos, entre perros flacos contenida, pasado o ficción.
¿Es el perro enterrador mismo, o la ausencia de nuevo, esta vez de la coma, distribuye a dos el verbo singular estaba. De esa multiplicidad posible es su poética: figuras estiradas a la sombra del fuego de las mónadas.
bosque de nidos con ausencia de pájaros,
bonsái que bonzo el Wifredo cultiva –
Continúa la ausencia en parajes de este Wilfredo con el en cursivas, inclinación de la aguja en inyección de esteroides al simple Wilfredo humano. “No dolió”, dice aliviado el verso al enfermero Pablo.
Despiértame cinco para las cinco, Lampe
en cañaverales de Königsberg
mulatas aguardan para ser fecundadas
Esos cinco minutos, ¿cómo serán aprovechados? En pensar la resonancia de la expresión “cinco para las cinco”. De eso trata, de producir, tiempo o espacio corporeizado en pliegues. La expresión popular rica en elipsis “cinco para las cinco” obliga la curiosa hora, ya sea de madrugada o tarde, no es hora común para fecundar mulatas, instala extrañeza, también mestizaje con los blancos de Königsberg, es Pablo Guillén futurista.
Sobre producir: Pablo en patio contiguo de Bryan, Texas, nevaba y sin camisa, tratando de lograr tos productiva, diseña camino a hospital que versos provocaba:
Línea de patógenos en delantal de la enfermera.
Y:
En delantal de batiblancas lo inestable del pliegue –
El mismo delantal, u otro, la vecindad, el palimpsesto, reordenamientos de lo significativo sobre la misma superficie, sin descanso, con ansias de continuar el camino impráctico.
El pliegue es vuelta sobre los mismos personajes y leitmotivs, ampliándolos en su indecisión de existir, en su antiprotagonismo: con arrugada perra de mútiples pliegues (shar pei) intentó Pablo con su beagle apareamiento que no se dio: la genética no aguanta tanto barroco, o barrococóccix, pues todo termina en el huesito de la alegría, poesía es aquí fiesta, no sangrado o sufrimiento, tal vez descascaramiento, despellejamiento o caspa, luego, el acto de escribir es más decisión que necesidad. La tartamudez es pena ante las ideas, ante la percepción de que la literatura salva, pues es exagerado salvar a alguien de la caspa.
Al buen oír de los tuertos se alinean los metales: tropelaje Mengele o arlequín etapa rosa
en tales campos de concentración o recreo
Rangos o relaciones entre ideas aparecen así: tuertos escuchan movimiento de metales: puertas que se abren a esos campos de concentración o recreo, da igual: la percepción del oído no flexiona su rango perceptivo ante risas de arlequines o gritos en los campos. El escuchar de esos tuertos es único, gracias a carencia de ojos, imperfecciones de lo entero, y esa unicidad e imperfección permea las palabras. Uno de los recursos páblicos que más me interesa es el uso inquietante de esa o de disyunción doblada, casi y, nueva medida de tensión entre imágenes.
Con el gato en brazos, hace unos días brincó la tapia
y dijo: me fascina.
¿Qué le fascina?: toda la situación, no avanza, se pliega en lo que no vemos, pelos que no sentimos. Si el gato es quien fascina, casi siempre son los de mucho pelo. No hay desmonte de la idea, sino gaguera en ella, hacia adelante y hacia atrás, caricia brusca en el lomo del gato, causa de su salto: fascinante es ver tal momento conociendo la causa.
El parlamento, o diálogo, recurso visto a menudo en Pablo, concentra la fascinación en la realidad extra de la persona que dice la propia expresión “me fascina”. El gato calvo aparece casi en otros poemas, sumergido elíptico, mancha alusiva a través de otras cercas y otros brazos, aproximaciones no físicas a aquellos campos de donde escapó las tapias, regreso que ocurre más como deseo que realidad.
Como depreciación de junturas en elevación de íes
o el tono lingual que se ancla en amarradero de nervios
Pablo es campeón del enclítico, espuma de verbos, muletilla que a la vez adorna y denuncia las palabras, atrás y alante entre poesis y vacío, DJ mixing y scratching, o santiaguera conga, manchones en la partitura, rumoraciones, sintonización de órgano o coeficiente perceptivo, líneas de realidad presentadas para perderlas enseguida en sus bordes asociativos, fonéticos y semánticos, sedimento de nuestras impresiones sin juicio, reminiscencias de filtraciones de la realidad.
Versos estos del poema Inestable, con carácter suficiente para aparecer en respetable antología de los mejores poemas cubanos y más allá.
Al editar este libro atiendo parcialmente mi deuda con Pablo por haber hecho igual con mis últimos libros y próximos. Se trata de cortar pelusas de personalidad que sobraron durante la colocación de arquetipos, eliminar palabras, versos, poemas completos. Solo recomendaciones: Pablo aceptó algunas, no otras.
En extenso documento Pablo y yo tras años anotamos creencias poéticas que visitan cuestiones éticas: disposición correcta ante la mortalidad del poeta, momento y texto; la metáfora como figura que no presenta sustanciaciones sino meras traslaciones; la connotación pesada (concepto que medimos (pesamos) en varios poemas) en versos como: “se pudren en el tiempo, infinitamente verdes”; la importancia para el poeta de jugar bien ajedrez… aproximaciones estas que a veces solo funcionan en combinaciones específicas, teorías peregrinas que acampan bajo el fuego de convicciones compartidas, síntomas del parecieran; en la esfera de rayos (radios) infinitos esto es solo un museo de rayos caídos, gramos de oro mezclados con fango que siboney en jibe agita.
Uno de ellos: “Gaguear solo”. La idea de generación contrae elevado coeficiente anulante: textos efectos de una sociedad y sus pactos, palabras esclavas de las ideas. Pero hacemos poco los gagos por la Cuba visible, no es parte de nuestros esfuerzos comprometer a la poesía con lo que creemos causa indigna de sus anhelos.
Poesía y Patria: cosas distintas; no puede obligarse a nadie a criar palomas, menos palomas mensajeras, mucho menos palomas de la paz.
Es Gago Mundo de hierro oxidado paloma veleta en ciclón, filamento que produce luz, pero los rayos, los versos (nervios), desenfocan, dinamo, chicharra en foco de bicicleta, ruidito que enciende luz teatral, temblorosa, apenas posible, de pocos espectadores.
No lustrosa bicicleta, no carretilla roja, no endiosamientos del momento tanto depende de, evadiendo magnitudes de apreciación, no construidas memorias posibles sino personales.
Los blancos pollitos pían mejor culo adentro, piar ensordinado, descontinuado por el drama de pollos enmierdados, casi muertos, sacrificio exagerado para un giro necesario hacia la percepción esa, la interesante.
En homenajear a Pound hay que jugar con sus vísceras, con el muñeco flácido que nos presenta la miedosa sensibilidad ante la memoria de un escritor muerto. Nada mejor al respetarlos que intentar superarlos, sacarles de esa fofa sensación de eternidad. Penoso es pedir permiso a un muerto para pasar tú mismo, carne y pensamiento en que confías, llevado de mano del Altísimo, al invisible reino de las letras.
Lee a veces Pablo poema de otros por teléfono, momentos apenas y le pido que por favor no siga: mezcla de leche condensada, azúcar, mermelada se manifiesta, él asombrado igual, entre nerviosas risas añoramos saber cómo siente quien escribe así: curioso batido producen en las vueltas a un yo de goma que no se rompe.
Entre curvas a Viñales, un tour a la poesía confesional, marea y casi vomitamos, mas sonreimos; imaginamos el momento del cisma que los dejó de aquel lado y a los gagos del otro, cuáles las causas de accidente geológico, tal vez evolutivo, o simple conversación de convicciones sobre la escritura, postura ante el gramófono que trabaja sobre discos de superficies hechas en pieles testiculares: muchos celebran el recorrido circular del gramófono hiriendo en círculos la misma seca piel (escritura como emoción construida); muchos menos perciben las sendas minúsculas ya marcadas desde el nacimiento en cada piel testicular (escritura como apreciación), amplitud extra en el cuello del gramófono: cantando “para sus propios oídos”, zazen frente a muro, metalero cabeceando o cabeceando pentecostal, no en portadas de discos con ilusorios huevos heridos, Gago Mundo, publicado por la editorial Casa Vacía, de José Kozer el ricuroso prólogo. Deseándole un puñado de fieles lectores.