Archivo (Hypermedia, 2015), de Jorge Enrique Lage, novela corta compuesta de ciento cincuenta y tres fragmentos, comienza del siguiente modo:
“Eran los tiempos en que yo siempre estaba recogiendo y recortando, recogiendo y recortando. Guardando. Todo tipo de cosas. […] Había algo de desesperado ahí. Pero no era tanto la desesperación de vivir anclado en La Habana como de vivir en el interior de una memoria portátil”.
La novela genera una amplia gama de preguntas para la exploración crítica del archivo aludido tanto en el título como en el primer fragmento. ¿Cuál es el contenido de ese archivo, a quién pertenece y cuál es su propósito? ¿Cuál es su forma? Si el texto busca ser una representación de datos recolectados y guardados en un disco duro, ¿cómo es la forma de un texto literario que busca asumir una “estética de base de datos”?
En Archivo, la vigilancia funciona como un nodo que une el exceso de representaciones tecnológicas. La relación entre tecnología y vigilancia dialoga con una serie de dificultades confrontadas por el gobierno cubano para ejercer su control luego de la apertura pública de Internet en la isla (varias controversias con respecto a Internet y la vigilancia ya fueron documentadas exhaustivamente en el libro Villa Marista en plata, de Antonio José Ponte).
El texto está saturado con tropos e imágenes a través de los cuales convergen elementos de la localidad cubana con referentes metafóricos extraídos del registro de los nuevos medios. La lealtad a Fidel Castro y a la Revolución se convierte en “High Fidelity” o “Hi-Fi”. La devoción religiosa a la Virgen de la Caridad del Cobre es canalizada a través de VirginBot, una pequeña muñeca-robot que busca actualizarse en La Habana. Aparece también un Ministerio del Interior ficticio que dirige experimentos hipertecnológicos en estaciones bajo tierra.
La forma en que los personajes y sus circunstancias están implicados en el sistema de vigilancia de este Ministerio del Interior es la misma razón por la cual están relacionados en el archivo ficcional generado en el texto. En otras palabras: todas estas metáforas, imágenes y personajes integran el archivo producido por el Estado, donde van apareciendo testimonios tanto de los que vigilan como de los vigilados.
El texto también ficcionaliza controversias respecto a las tecnologías y la vigilancia. Por un lado, el archivo sería una colección de instancias donde el control estatal permea el cuerpo social utilizando la tecnología como medio; por otro lado, es también el producto de la investigación llevada a cabo por el narrador-protagonista con la intención de escribir un libro sobre la Seguridad del Estado. Este narrador tiene una relación muy estrecha con un personaje llamado El Agente, lo cual a su vez es representativo de la relación entre los escritores cubanos y la Seguridad (un fragmento de Archivo fue incluido posteriormente en la antología El compañero que me atiende, de Enrique Del Risco).
Libro-objeto, Archivo es una construcción que dialoga con una serie de intervenciones que surgen a partir del 2008 en la realidad cubana, como el caso de la bloguera Yoani Sánchez o la pieza de la artista Yeny Casanueva, Obra Catálogo #1, donde se publicaban archivos de la Seguridad del Estado. Una exploración que busca indagar en los pormenores de la vigilancia estatal y en cómo la tecnología contribuye a ella. Un proyecto artístico-literario que rechaza la hipocresía de ciertos paradigmas nacionales y trae a colación un sentido de comunidad que se encuentra en tensión con el paradigma nacional revolucionario.
“… maniobraba para empujarles el micrófono hasta el intestino grueso. Antes o después del sexo, ella se ocupaba de colocar los micrófonos en la casa o en la habitación del hotel. […] Iba soltando micrófonos como si fueran feromonas”.
Como señala el crítico Walfrido Dorta sobre la escritura de Lage, ocurre aquí cierto tipo de “vaciamiento de la sacralidad de lo cubano o de cualquier esencia identitaria nacional”. La irreverencia al tópico nacional es un tema recurrente en la producción de la Generación Cero, como ha sido ampliamente discutido; Emily Maguire, por ejemplo, ha expuesto cómo varios autores de esta generación hacen fuertes críticas al nacionalismo conformista. Al abandonar el paradigma nacional como referente, emerge una pulsión que apunta a la escritura como performance, ejercicio al que Lage se lanza casi de lleno en Archivo (empezando por la referencia temprana a Tania Bruguera, en las primeras páginas de la novela).
Es en esta tesitura que el autor elabora memorias y comunidades alternativas que se fundamentan principalmente en temporalidades y construcciones formales poco convencionales. Primero, la desestabilización temporal contribuye a crear una distancia con respecto al presente inmediato; segundo, aunque el texto es pastiche y burla en la superficie, hay también una narrativa que pareciera buscar redimirse del trauma nacional, tanto en el manuscrito metaficcional como en el texto mismo. Estos dos aspectos son claves para entender la tensión entre el archivo tradicional aludido en el título y la metáfora de la memoria portátil referida al comienzo como contenedor de una memoria subjetiva. (La relación entre memoria portátil y subjetividad también pudiera ser pensada en relación a la economía de los “paquetes” en Cuba y la función de estos como herramienta para la agencia ciudadana en el consumo de la producción cultural proveniente de los medios masivos).
La representación de la tecnología tiene un rol clave en la ontología panóptica de las instituciones cubanas que aparecen en Archivo. Gran parte del comentario sobre la vigilancia estatal es elaborado mediante el personaje El Agente, que trabaja para la Seguridad del Estado, y los prisioneros de Villa Marista que van apareciendo intermitentemente. Pero también se elabora a través de dos personajes principales: Yoan/Yoanis y Baby Zombi, una prostituta transgénero que trabaja en el Malecón y un reguetonero leal a Fidel, respectivamente; los dos hacen trabajo encubierto en La Habana.
En otro género de obras literarias, estos tipos de sujetos populares cubanos hubieran aparecido como antagonistas del Estado. Aquí aparecen, sin embargo, trabajando voluntaria o involuntariamente para instituciones de vigilancia. Yoan/Yoanis vigila desde la misma escena de la prostitución: “… maniobraba para empujarles el micrófono hasta el intestino grueso. Antes o después del sexo, ella se ocupaba de colocar los micrófonos en la casa o en la habitación del hotel. […] Iba soltando micrófonos como si fueran feromonas”.
La referencia a las “feromonas” para hablar de los micrófonos es particularmente iluminadora, puesto que enfatiza cómo el aparato vigilante genera también comportamientos específicos que mantienen el control social. Ocurre lo mismo con otros sectores sociales: el área de vigilancia de Baby Zombi, por ejemplo, es la población de “muertos vivientes”. “Querían información actualizada sobre los otros muertos vivientes, cuyo número no hacía más que aumentar”, señala Baby Zombi. Se enfatiza a la tecnología como elemento propulsor para que en La Habana nadie quede fuera del panóptico.
El sector más susceptible a la vigilancia es representado por la generación más joven, que aparece en la novela constantemente conectada a la red. La relación entre las redes sociales y las redes de la Seguridad se hace patente en la descripción un tanto paranoica de uno de los personajes: “Nacida en MySpace y criada en Twitter y Facebook, Lily Allen era una estrella que brillaba con luz propia en medio de las ruinas de Centro Habana. Toda su vida había estado bajo la lupa de la Seguridad del Estado”.
La tecnología como una herramienta que aumenta la precariedad de los ciudadanos y reduce la agencia de estxs al renovar un pacto con la vigilancia.
El crítico Lev Manovich ha acuñado el término “estética de base de datos” para plantear una distinción entre las metanarrativas de la modernidad y la desestructuración interminable de la sociedad computarizada. Señalaba Manovich que es en Internet donde verdaderamente florece la forma de la base de datos, ya que un portal es una lista donde “it is as easy to add new elements to the end as it is to insert them anywhere in it” (“Database as Symbolic Form”. Database Aesthetics: Art in the Age of Information Flow, University of Minnesota Press, 2007).
“A lo mejor este es (también) el secreto de las listas negras: una vez empezadas, no se les puede poner fin”.
Se genera así una “lógica antinarrativa de la web” que viene a asemejarse más a una colección que a una historia. La antinarrativa de la novela Archivo adquiere precisamente cierto carácter aleatorio, que se ha conceptualizado en el medio digital como estética del “glance” (vistazo/ojeada) en lugar del “gaze” (contemplación). En Remediation: Understanding New Media (MIT Press, 2000), J. D. Bolter y Richard Grusin apuntaban que “…the viewer experiences such hypermedia not through an extended and unified gaze, but through directing her attention here and there in brief moments. The experience is one of the glance rather than the gaze […] The aesthetic of the glance also makes the viewer aware of the process rather than just the product —both the process of creation and the proves of viewing”.
Los fragmentos que componen la novela no están inherentemente conectados, no guardan una relación fundamental entre sí y se resisten a develar un relato convencional: el narrador nos recuerda esto constantemente. El manuscrito del narrador-protagonista se va deshaciendo a medida que avanza: “Si las notas se resisten a organizarse en forma de libro, pensé, entonces lo mejor es escribir únicamente las notas, el supuesto plan del supuesto libro, el borrador que borra cualquier posibilidad de escribirlo”.
El manuscrito metaficticio, que es a su vez la novela que leemos nosotros, asume cierto destino de colección de apuntes. O, bien podría argumentarse, de colección de archivos dentro de algún disco duro o memoria digital. En última instancia, el libro que leemos dialoga también con el lenguaje del código a través de la enumeración de sus fragmentos.
A modo de generar convergencia entre el tema de la vigilancia y el manuscrito del narrador, en el penúltimo fragmento se plantea que: “A lo mejor este es (también) el secreto de las listas negras: una vez empezadas, no se les puede poner fin”. Y luego aparece el último fragmento en blanco: “153”.
Se consolida entonces la forma del texto como lista, un recogido de anotaciones sobre una investigación poco fructífera. El archivo ficcional es “navegado” como tendría uno que navegar en una página web o por una serie de archivos guardados en una memoria portátil. La lista de Archivo termina como la de una página web a la que se le podría continuar añadiendo elementos en tanto que se altere el código de la misma.
Hay otra imagen en el texto que apoya esta idea, cuando el narrador revela: “Todo lo que yo había escrito hasta ese momento estaba en esas hojas. Una capa encima de otra. La fui envolviendo. Empecé a picar las hojas, la escritura, en tiras”. Se accede así, en esta colección, a pequeñas porciones de datos en cada iteración narrativa, sin poder acceder a toda la información disponible a la misma vez, o siquiera trazarla. Esta imposibilidad de acceder a la metanarrativa del archivo no es gratuita: es la misma inaccesibilidad a la infraestructura del archivo de vigilancia nacional cubano con la que el texto dialoga.