‘Sórdida tropical’, la nueva perla literaria de Carlos Díaz Lechuga

Hay pequeñas joyas que se entremeten entre otras lecturas, te atrapan todo un domingo y no se despegan hasta el final. Se deslizan en silencio entre los estantes de las grandes novedades, ajenas al bullicio de los lanzamientos ruidosos. 

Sórdida tropicalla nueva novela del cineasta cubano Carlos Díaz Lechuga, es una de esas piezas discretas que deslumbra sin alarde. Como los objetos encontrados en la playa tras la tormenta: ajada, desnuda y brillante.

Estamos ante una novela breve, apretada en páginas, mas, desbordante de densidad emocional. Su lenguaje, profundamente cubano, constituye a la vez su tesoro y su desafío. Porque no pretende traducirse, ni rebajarse al paladar del lector neutro. 

Aquí se habla como se piensa en la Isla Metafórica: con guapería, picardía, rabia, deseo y ese humor espeso que no deja cicatrizar las heridas. Es un texto escrito para el que ama o detesta a Cuba. Para quien la ha vivido, la ha gozado y —sobre todo— para quien la ha sufrido.

El protagonista no tiene nombre memorable y quizá no lo necesita: es todos los que han esperado algo que no llega. Un observador que se desplaza entre ruinas modernas y llagas antiguas, sin lograr rozar el centro de la experiencia. 

Es un esperador que —como en los cuentos de Virgilio Piñera o en las esquinas secas de Padura— sobrevive en la pausa. Lo persigue un deseo que no se consuma: es un obseso del sexo que nunca alcanza, que ansía más que toca, que imagina más que vive. Un artista de intenciones que llega tarde a todo y con todos.

Esta figura central no se construye a través de grandes gestas, sino desde la minucia de lo no dicho, del detalle mínimo que revela un mundo: la mirada vacía de una muchacha, un apagón que lo desnuda todo, un recuerdo que arde en la humedad de una noche sin brisa. La acción es casi un espejismo; lo que permanece es la contemplación. Díaz Lechuga traza una coreografía del desencanto.

La crítica social está ahí, pero no se impone. No busca adoctrinar ni elevar pancartas. Se filtra como el salitre: lenta, persistente, devastadora. La miseria, la doble moral, la represión, el hambre física y afectiva, todo se sugiere más que se grita. 

Porque en Sórdida tropical lo importante no es lo que se denuncia, sino la forma en que se sobrevive a ello. Y ese sobrevivir es, casi siempre, una mezcla extraña de resignación y resingación —esa forma cubanísima de la derrota que se enmascara de choteo.

En este escenario cargado de plomo y mango, de deseo y de estiércol, el lenguaje se convierte en una forma de resistencia. Cada línea, cada frase, respira una musicalidad que parece extraída del cine isleño o de los monólogos de Teatro El Público. Hay poesía en la sordidez, belleza en lo sucio, ritmo en lo estancado.






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  • ‘Sórdida tropical’ es el ‘American Psycho’ de la Cuba de la transición. Gabriela Verdecia
  • No es fácil ser honesto con uno mismo y con el mundo y decir la verdad cuando nadie la quiere escuchar. Este libro lo es. Josep Masanés
  • Lechuga desenmascara a la clase dirigente de Cuba. Jacobo Bergareche
  • Un magnífico testimonio. Toni Montesinos





Carlos Díaz Lechuga, con su formación cinematográfica, sabe dónde poner la lente. Escoge ángulos inusuales, encuadra lo torcido, da luz a lo que otros relegan a la sombra. Su narrador no busca epifanías; encuentra residuos. Y, sin embargo, lo que logra es un mosaico emocional potentísimo, capaz de zarandear al lector desde las tripas hasta la nostalgia.

Lo que deslumbra de esta novela no es la historia —porque no hay trama en el sentido clásico del término—, sino su atmósfera: una Habana caliente, viscosa, donde cada gesto parece suspendido en aguardiente. Una ciudad que supura carencias, pero aún conserva un brillo fantasmal en los ojos de quienes la habitan.

Sórdida tropical es una pieza de cámara para un solo instrumento desafinado. No creo que busque el aplauso fácil ni la lágrima rápida. No está hecha para todos los públicos. Pero aquellos que conecten con su tono, su crudeza lírica, su honestidad brutal, no la olvidarán. Tendrá cocción lenta, sí. Pero llegará lejos. Y, sobre todo, alto.

Porque hay libros que se escriben para entretener y otros que se escriben para sobrevivir. Este es de los segundos. Un texto que se arriesga a ser profundamente local para tocar lo universal. Un relato que no embellece lo feo, sino que lo deja ser, con toda su carga de frustración, deseo y esperanza lisiada.

Carlos Díaz Lechuga ha entregado, sin pretensiones, pero con maestría, una novela que es testimonio y espejo. Un gesto literario que, sin abandonar su origen audiovisual, encuentra una voz poderosa, literaria y áspera. 

En tiempos de narrativas edulcoradas, Sórdida tropical aparece como una fruta demasiado madura, a punto de fermentar. Y uno la devora con avidez, sabiendo que algo de su amargura se quedará para siempre pegado al paladar.






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